El atardecer teñía el cielo de rojo.
Como si el mundo sintiera culpa por haber fallado en proteger a uno de sus héroes.
Lisa Lisa y Joseph descansaban en la terraza de la villa.
Joseph no hablaba desde hacía horas.
Tenía la bufanda de Caesar entre las manos, retorcida, sucia, y aún con olor a batalla.
—Tú lo dejaste ir —murmuró Joseph de pronto—. Tú, su maestra.
¿Y sabes qué? Yo también.
Lisa Lisa no respondió. No porque no tuviera palabras, sino porque no había ninguna que sirviera.
Entonces…
un paso.
Otro.
Una sombra que se acercaba colina arriba, tambaleante.
Con el sol en la espalda.
Con la silueta… inconfundible.
Joseph alzó la vista.
—No.
El corazón le dio un salto en el pecho.
—¡No puede ser!
La figura avanzó más.
Vendajes.
Raspones.
Sangre seca.
Pero… sonrisa viva.
—¿JoJo…? —murmuró Caesar.
Joseph cayó de rodillas.
—¡CAESAR!
Corrió hacia él.
Lo atrapó antes de que cayera.
Lo sostuvo.
Y lloró. Sin vergüenza.
—¡IDIOTA! ¡MALDITO ORGULLOSO! ¡¿CÓMO TE ATREVES A ESTAR VIVO?! ¡NO PUEDO CONTIGO!
Caesar rió, con apenas fuerza.
—Yo… tampoco pude conmigo.
Lisa Lisa se acercó.
Miró el rostro de su alumno.
Y por primera vez en días… sus ojos brillaron.
—Bienvenido de regreso, Caesar Zeppeli.
Pero el viento cambió.
No era frío.
Era denso.
Como si alguien hubiera abierto una puerta invisible en la trama.
Y entonces habló una voz:
—Bonita escena.
Una figura emergió desde una columna lateral, los brazos cruzados, medio rostro en sombras.
Leo.
Su postura era firme. Elegante. No agresiva… pero tampoco inocente.
—No quise interrumpir. Aunque… en cierto modo, yo la escribí.
Joseph reaccionó al instante.
Se interpuso entre Caesar y el desconocido.
—¡¿Quién carajos eres tú?! ¿Cómo llegaste hasta aquí?
Leo dio un paso adelante.
Su Stand, invisible para ellos, flotaba en círculos lentos detrás de él.
—He estado aquí desde antes de que Caesar cayera. Solo que ustedes estaban demasiado ocupados sintiendo la historia, como para notar que alguien más la estaba reescribiendo.
Lisa Lisa lo miró.
Y se detuvo en seco.
—No…
Dio un paso.
Se acercó más.
—Tu cara… es…
Leo sonrió, muy suavemente.
—Familiar, ¿no?
Lisa Lisa no parpadeó.
—Eres… idéntico a George.
George Joestar II.
Joseph entrecerró los ojos.
—¿Mi padre?
Leo inclinó la cabeza.
—No soy él. Pero… soy un Joestar. De otra tinta.
Lisa Lisa bajó la voz.
—No puede ser. George murió en la guerra. Y tú…
Leo la interrumpió, tranquilo.
—No soy un fantasma.
Y para que no piensen que soy un enemigo…
Extendió su palma.
Respiró hondo.
Y canalizó Hamon.
Una corriente dorada recorrió su brazo, perfectamente controlada.
Una hoja cercana vibró.
Unas flores se abrieron al instante.
Lisa Lisa dio un paso atrás.
—Hamon puro…
Joseph frunció el ceño.
—¿Cómo lo tienes?
Leo lo miró.
—Lo aprendí de libros que ustedes aún no han leído.
[Sistema: Resonancia estabilizada. Grupo: alerta → desconfianza contenida.]
[Vínculo con Lisa Lisa: semi-estable. Joseph: hostil. Caesar: en deuda.]
Lisa Lisa respiró hondo.
—Te dejaremos quedarte.
Leo alzó las cejas.
—¿Eso fue una orden o una aceptación?
—Fue lo más cerca que tendrás de una bienvenida.
Joseph chasqueó la lengua.
—No me importa qué cara tengas, ni si usas Hamon. Si haces algo raro…
—Moriré —interrumpió Leo—. Lo sé.
Créeme, lo sé.
Leo se giró.
Se adentró en las sombras del patio.
Y murmuró para sí:
—Lo que ustedes llaman "canon"… yo lo llamo borrador.
Su Stand giró lentamente.
Las páginas a su alrededor se abrieron con una brisa invisible.
Y en ellas…
una silueta nueva.
Kars.
Aún sin la Piedra Roja.
Aún imperfecto.
Aún a tiempo.
—Y ahora… te toca a ti.