Cherreads

Chapter 79 - Capitulo 77

La lluvia no había cesado. Golpeaba con fuerza las tiendas del campamento y convertía el suelo en un lodazal espeso que tragaba las botas de los hombres. Las antorchas, protegidas bajo improvisados cobertizos, apenas lograban mantener su luz viva.

El sonido de cascos y el tintineo de armaduras rompieron la monotonía de la lluvia. Desde la oscuridad del camino, una columna de jinetes apareció entre la neblina. Los primeros en reconocer el estandarte del dragón tricéfalo levantaron la voz.

—¡El príncipe ha regresado! —gritó un soldado, y la noticia corrió como fuego seco.

Los hombres del campamento se apresuraron a alinearse. Caballeros, escuderos y sirvientes dejaron lo que estaban haciendo. Los soldados de guardia se formaron a ambos lados del camino de tierra, dejando libre el paso hacia el corazón del campamento, donde se levantaba la tienda principal de los lores.

El grupo de jinetes avanzó lentamente. Los cascos de los caballos salpicaban barro a cada paso. Al frente cabalgaba Jaehaerys Targaryen, su armadura ennegrecida por la lluvia. El yelmo con forma de dragón cerraba su rostro, y sobre su capa empapada el emblema de la Casa Targaryen parecía arder con la luz de las antorchas.

A su alrededor marchaban los Mantos Rojos, disciplinados, sin mirar a los lados. Detrás venían los gemelos Erryk y Arryk Cargyll, con las lanzas erguidas.

Los hombres formados a ambos lados del camino inclinaron la cabeza en señal de respeto, aunque en sus rostros se notaba el cansancio y la tensión. Nadie habló. Solo se escuchaba el repiqueteo constante de la lluvia y el retumbar sordo de los cascos.

Cuando el príncipe pasó frente a las carpas de los lores, los estandartes de cada casa se mecían bajo la lluvia: el ciervo de los Baratheon, el león de los Lannister, el pez de los Tully, el halcón de los Arryn,el lobo huargo de los Stark y la rosa de los Tyrell.

Un par de jóvenes escuderos tropezaron intentando ponerse firmes, y un sargento los empujó con un gruñido para que mantuvieran la formación.

El príncipe no dijo nada. Solo levantó la visera de su yelmo un instante, lo suficiente para observar el campamento con una mirada fría y rápida. Luego espoleó a su caballo y siguió adelante.

Al llegar frente a la tienda principal, Jaehaerys desmontó sin ayuda. La lluvia le empapaba la capa y la armadura, y el barro salpicaba la parte baja de sus botas. Un joven de cabello plateado y ojos violetas ya lo esperaba junto a la entrada: Aegon.

—Aegon, ¿dónde está nuestro padre? —preguntó Jaehaerys, quitándose el yelmo y sacudiéndose el agua.

—Está dentro —respondió Aegon, con la voz tensa—. Ha estado esperando horas por tu llegada.

Jaehaerys dejó caer la visera a un lado y forzó una sonrisa guiada por cortesía más que por alivio. —Tendré que disculparme entonces —dijo—. Un percance en el camino me retrasó.

Aegon se fijó en las manchas oscuras en la cota del príncipe. No era solo barro; había sangre seca que la lluvia no terminaba de arrancar.

—Jaehaerys, ¿estás bien? —preguntó, la preocupación asomando en su tono.

—Estoy bien —contestó él con naturalidad—. No te preocupes, no es mía.

En ese momento, el pequeño Aemond apareció junto al carruaje. Su cara todavía mostraba las marcas del shock; apretaba los puños con la tensión de alguien que quiere acción.

—Lleva a Aemond contigo —ordenó Jaehaerys a Aegon—. No quiero que haga un berrinche frente a tantos nobles.

Aegon no preguntó más. Fue hasta el carruaje donde Lady Leonora Celtigar acababa de bajar, y tiró del brazo de Aemond con decisión. El niño pataleó por instinto.

—¡Déjame ir! —protestó Aemond—. ¡Tengo que ir con nuestro hermano!

—Padre tiene que quemarlos a todos —escupió Aemond entre dientes, la rabia sustituyendo el miedo.

—Cállate, Aemond —lo reprendió Aegon con firmeza—. Jaehaerys hablará con él.

Los soldados y sirvientes que presenciaban la escena intercambiaron miradas; la interacción parecía en apariencia la de hermanos compenetrados, aunque con la tensión propia de la situación.

—No me jales así el pelo.

—Te daré tal paliza que hasta nuestra madre no te reconocerá —bufó Aegon en tono de amenaza fraternal, mientras soltaba el brazo de Aemond.

Los hombres alrededor soltaron una breve carcajada; la tensión que pesaba en el aire pareció disiparse por un momento ante la escena cotidiana de los príncipes discutiendo como cualquier par de hermanos. Leonora, que observaba a poca distancia, dejó escapar una sonrisa suave al verlos.

—Debe ser agradable tener hermanos —comentó en voz baja, más para sí misma que para nadie.

Jaehaerys, que se había detenido un instante antes de entrar al pabellón, la escuchó y giró apenas la cabeza. La lluvia resbalaba por su cabello plateado, pegándolo al rostro.

—¿Agradable? —repitió con una leve ironía, pero sin malicia—. Solo saben causar problemas. Pero… —una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, cansada pero sincera— eso es lo que hacen los niños, supongo. Así que está bien.

Leonora asintió despacio, manteniendo la mirada en los dos pequeños príncipes que seguían discutiendo mientras los soldados intentaban contener la risa. Por un instante, entre el frío, el barro y la muerte reciente, aquella escena le pareció un recordatorio de que todavía quedaba algo de humanidad entre tanta guerra y ambición.

More Chapters