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Chapter 78 - Capitulo 76

La cabalgata de regreso al campamento real se hizo lenta y sombría. La lluvia, que había comenzado como un goteo, se había transformado en un diluvio frío y constante, pegando las capas de los caballeros a sus cuerpos y volviendo el camino real en una senda fangosa.

A la cabeza de la columna, **Jaehaerys Targaryen** era una silueta sombría en su armadura negra. La lluvia escurría por el yelmo de dragón, pero él cabalgaba impasible. **Ser Erryk** iba a su lado, la capa blanca de la Guardia Real empapada y volviéndose casi transparente, su rostro de gemelo una máscara de fría determinación.

En el centro, el carruaje de **Lady Leonora Celtigar** avanzaba pesadamente, llevando los cuerpos de Lord Lymond y Lady Myranda. El lujoso vehículo, diseñado para la comodidad, ahora era un sombrío coche fúnebre.

Dentro, **Aemond** estaba sentado en silencio. Sus ojos violetas, que normalmente ardían con la pasión de un dragón, estaban fijos y distantes. La imagen del mozo de armas, el relato de la niña muerta, se habían grabado en su joven mente, sembrando una semilla de profunda amargura y sed de venganza.

**Leonora**, sentada frente a él, lo miró con compasión.

—Bebe un poco de té caliente, Aemond —le ofreció, con la voz suave, rompiendo el prolongado silencio.

Aemond negó con la cabeza sin siquiera mirarla.

—No tengo sed, Lady Leonora. Solo... asco.

—El mundo es a menudo feo, mi joven Lord —murmuró ella—. Pero la maldad de unos pocos no debe consumir la luz de la mayoría. Tu hermano... él ha hecho lo correcto.

—Mi hermano debió haberles prendido fuego a todos —replicó Aemond, su voz sorprendentemente dura para un niño de siete años—. Debió cazarlos en lugar de volver a esta farsa de cacería real.

Leonora suspiró. Entendía la frustración; la autoridad del Príncipe Jaehaerys terminaba donde comenzaba el capricho del Rey.

Para cuando la comitiva alcanzó las colinas que bordeaban el **Campamento Real**, la noche había caído. El resplandor de antorchas y hogueras se extendía sobre la pradera como un mar de luces doradas. A lo lejos, los estandartes de los dragones, ciervos, leones, halcones, truchas y entre otras casas menores, se mecían bajo la lluvia.

En el gran pabellón central, la atmósfera era densa. Los lores más poderosos de Poniente se habían reunido bajo un mismo techo, y la impaciencia crecía como un fuego mal contenido.

Un golpe seco retumbó sobre la mesa.

El gigantesco Borros Baratheon, con su barba espesa y voz de trueno, se levantó de su asiento haciendo vibrar los cálices de vino.

Los nobles menores se encogieron, evitando cruzar su mirada. El rugido de la lluvia sobre las lonas del pabellón no bastaba para suavizar la tensión que se había adueñado de la tienda principal.

—¡He cabalgado dos días desde Bastión de Tormentas para esta farsa! —tronó Borros, golpeando de nuevo la mesa con el puño cerrado—. El príncipe nos convoca a una cacería y ni siquiera tiene la decencia de presentarse. ¿Qué clase de heredero es ese?

Lord Jason Lannister, elegantemente vestido incluso en medio del barro y la lluvia, arqueó una ceja con aire desdeñoso.

—Quizá el príncipe haya encontrado un entretenimiento más digno que perseguir ciervos bajo esta tormenta —comentó, con una sonrisa cargada de ironía que hizo que varios lores se removieran incómodos.

Un golpe seco retumbó sobre la mesa.

El gigantesco Borros Baratheon, de barba espesa y voz ronca, se levantó haciendo vibrar los cálices de vino.

—¿Te estás burlando de mí, Lannister? —gruñó, clavando su mirada en el otro lord.

Jason Lannister, impecable incluso bajo la lluvia, se recostó en su asiento con una media sonrisa.

—De ti no, Lord Baratheon —respondió con calma—. Pero todos llevamos horas esperando a un príncipe que parece tener mejores cosas que hacer.

Borros apretó los puños.

—Cuida lo que dices. No estás en Roca Casterly, y tus bromas doradas pueden costarte los dientes.

—Lo tendré en cuenta —replicó Jason, sin apartar la vista—. Aunque me pregunto si los golpes arreglan la impaciencia.

Antes de que la discusión se desbordara, Rickon Stark intervino desde el otro extremo de la mesa.

—Basta. Si el príncipe se retrasó, habrá una razón. No tiene sentido discutir como taberneros.

El silencio volvió por un momento.

Grover Tully, el más anciano entre los presentes, asintió despacio.

—El Stark tiene razón. En mis años he visto demasiadas disputas empezar por orgullo. Esperemos y escuchemos antes de juzgar.

Lady Jeyne Arryn, con su porte firme, agregó:

—Y recemos porque la razón de su ausencia no sea peor de lo que imaginamos.

Garmon Tyrell, el más joven del grupo, observaba en silencio. No hablaba, pero su atención no se apartaba de ninguno de los lores.

Entonces, el sonido de cascos y gritos se escuchó fuera. Un guardia irrumpió, empapado por la lluvia.

—¡El príncipe Jaehaerys ha llegado, mis lores! —anunció entre jadeos—. Trae malas noticias.

La tensión en la tienda aumentó. Los lores se miraron unos a otros, y el silencio que siguió pesó más que cualquier trueno.

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