Cherreads

Chapter 22 - El protagonista

Con un ruido sordo, E-34 abrió los ojos.

El aire olía a óxido y tierra mojada. Ya no estaba sobre el tejado, ni bajo la luna suave del mundo que alguna vez le perteneció a Nozomi.

Estaba tirado boca abajo, sobre el piso frío de piedra. La superficie era rugosa, desigual. El eco distante de agua goteando marcaba el ritmo de una caverna sumida en una oscuridad antinatural, tan espesa que no parecía noche, sino la ausencia absoluta de todo tiempo.

Intentó incorporarse. Apoyó los brazos con torpeza, pero su cuerpo no respondió. El mareo lo azotó como una ola de metal fundido. La cabeza le latía con violencia. Cada pulso era una aguja horadando desde adentro.

Se giró con dificultad hasta quedar boca arriba. Su visión parpadeaba, despegándose de la realidad como un pergamino mal pegado. Pero entre esos destellos alcanzó a ver su cuerpo.

Ya no era el mismo.

La piel pálida con la que salió de la cápsula se había desvanecido. Ahora tenía un tono cenizo, enfermizo, con vetas oscuras que se extendían como raíces podridas. Sus venas brillaban en un púrpura profundo, malsano. Miró su pierna. Una mezcla grotesca de rojo, violeta y negro pulsaba rítmicamente.

Pulsaba.

No como un corazón... sino como si algo en su interior respirara por su cuenta.

Y entonces, el dolor volvió.

No con advertencia, sino con furia. Un ardor insoportable recorrió su cuerpo, como si estuviera siendo sumergido nuevamente en hierro fundido. Como cuando cauterizó su hombro con lo que quedaba del ascensor.

<>

El recuerdo del babuino sin piel irrumpió como una daga. El aguijón, la carne siendo perforada, la sangre espesa, el rugido.

El veneno se había esparcido. Y ahora lo entendía. Demasiado tarde.

Giró la cabeza. A lo lejos, alcanzó a ver las puertas. Negras como la obsidiana. Silenciosas.

<>

Recordó las palabras de Nozomi. Ahí era su última esperanza. Pasar la prueba del Arrastre... de algún modo, aunque su cuerpo estuviera hecho pedazos.

Pero ahora, ¿cuánto faltaba para que las lunas se alinearan?

El pecho le temblaba. La visión se apagaba a intervalos, como si sus párpados pesaran más que sus huesos. Se mordió el interior de la mejilla, una y otra vez, buscando mantenerse despierto, clavarse en algo real.

Pero el tiempo era cruel.

El primer día creyó que moriría de agotamiento.

El segundo, que se rompería la mente después de todo su visión fallaba.

El tercero... ya no estaba seguro de que el mundo fuera real, aquí perdió el tacto, el gusto, su cuerpo ya no sentía que era sullo.

Los segundos se estiraban como cuchillas lentas. Los minutos eran un eco hueco. Las horas, castigos sin forma.

No sabía cuánto faltaba para que las puertas se abrieran. ¿Segundos? ¿Días más? ¿Aguantaría?

El dolor era cada vez más profundo. Ya no podía más. Por mucho que se mordiera la boca, por más que intentara resistir, su conciencia flaqueaba. Ya ni siquiera podía moverse. Ni empuñar la jabalina. Sus extremidades eran peso muerto.

Estaba a punto de desvanecerse otra vez cuando un sonido quebró el silencio:

Tac.

Tac.

Tac.

Pasos.

Firmes. Lentos. Innegables. Resonaban como si cada pisada marcara el juicio final.

E-34 intentó mover la cabeza, pero sus ojos ya no respondían. Todo era sombras. Todo era ruido. Solo el sonido llenaba el mundo. Los pasos se detuvieron frente a él.

Silencio.

Y luego, una voz.

Suave. Firme. De tono medio. Cadencia tranquila, controlada. Cada palabra sonaba medida, como si cada sílaba pesara en una balanza invisible.

—Bastante interesante...

No preguntaba. No ofrecía compasión. Era una sentencia, lanzada desde lo alto de una torre hecha de hielo y orgullo.

Unas manos tomaron el diario.

E-34 sintió cómo se lo arrancaban de los dedos. No con violencia. Con decisión. Como si jamás le hubiera pertenecido.

Ya no podía ver. Pero podía oír.

El crujir de las hojas al pasar se volvió el único ancla al tiempo. Más claro que su aliento. Más nítido que el dolor. Como si todo el mundo se hubiese detenido, y lo único que siguiera existiendo fuera ese sonido.

Que perduró durante un tiempo que ya no podía contamr.

Página tras página.

El aire cambió. Se volvió denso. Pesado. Frío. Como si el universo entero se inclinara ante la presencia de aquella figura.

E-34 no podía moverse. Apenas podía respirar.

Y entonces, en el silencio que siguió al último paso de página, algo dentro de él se agrietó. Un susurro. Una grieta. Algo despertando.

Y sin aviso, escuchó cómo esa figura misteriosa se acercaba.

Sintió unas manos. Suaves. Pero más firmes de lo que jamás imaginó. Lo tomaron por la muñeca con una firmeza inquebrantable. No tiraron de él. Lo elevaron. Con una facilidad que no tenía sentido. Como si su cuerpo no pesara más que un libro olvidado.

E-34 apenas pudo balbucear una queja muda antes de que su espalda se curvara involuntariamente. La figura lo dejó sentado, sí, pero sin apoyo. Su columna colapsó sobre sí misma, formando un arco quebrado. Cada músculo protestó. Cada vértebra ardía.

El mareo volvió con fuerza, vertiginoso.

—Ngh…

No tuvo tiempo de resistirse.

Sintió cómo le introducían dos objetos ovalados en la boca. Blandos. Ligeramente fríos. Como si acabaran de salir de un lugar muy, muy profundo. Intentó escupirlos, pero su cuerpo no le respondió. Ya no le quedaban fuerzas. Ni dignidad.

Y entonces, la sensación.

Como si un hilo de seda invisible se extendiera desde su mano, enroscándose con delicadeza en su dedo meñique.

—¿Qué...?

La palabra salió como un suspiro roto, murmurada entre labios resecos, sostenida por lo último que quedaba de su conciencia.

—¿Sabes...? —dijo la figura, con esa voz que parecía tejida con paciencia, como si cada palabra fuese seleccionada entre mil posibles—. El tiempo deja marcas. Grietas en las cosas. Pequeñas distorsiones. Lo normal es que se esconda. Que huya del tacto.

El sonido de sus pasos volvió.

Pero ahora eran diferentes.

Ya no eran acercamientos. Eran círculos.

La figura empezó a girar en torno a E-34. No con prisa, sino con ritmo.

Cada paso era un compás suave, una espiral que rondaba alrededor suyo.

Sus pasos resonaban en la cueva...Inquietantes

—Pero este diario... —levantó el objeto con una delicadeza meticulosa— no se esconde. Está... empapado. Contaminado. Lo tocas y el tiempo gotea de él.

E-34 tragó saliva. Su visión seguía oscurecida, borrosa, como si el mundo fuera solo niebla y dolor. Pero esa presencia era clara. Más clara que su propio cuerpo.

<<¿ El tiempo…?>> No lo comprendía del todo pero esa palabras le calaban en el alma.

—Eso no es común —continuó la figura—. Los objetos normales no se impregnan de elementos. No sin motivo. No sin precio.

Y entonces, una pausa.

—Y tú... tú estás igual. Es como si hubieras dormido en el corazón de un reloj roto. Tu aura lo delata. No es que uses el tiempo… es que lo sangras. Como si no pudieras contenerlo.

E-34 sintió un estremecimiento involuntario.

<<¿Qué significa eso? ¿Qué está viendo en mí?>>

Sin importarle sus pensamientos.

La figura continuó con sus pasos.

E-34, sin embargo, sintió un leve tirón. No físico… más bien una presión invisible, como si algo intangible se enroscara sobre él. Desde que lo había levantado del suelo, lo percibía: un hilo frío, extraño, atado a su muñeca y trepando por su brazo. Como si esa parte del cuerpo ya no le perteneciera por completo.

Y entonces, apenas un susurro, apenas un aliento:

—Todo nudo es una herida que busca hablar...

El hilo del Juicio había comenzado.

—No te distraigas —dijo la figura, con una frialdad que cortaba.

Shhhk... shhhk.

El sonido del papel moviéndose se alzó con una cadencia suave, casi ceremoniosa. Ojeaba el diario, página tras página, como quien prepara una lectura íntima y meticulosa.

—Primera entrada del diario —continuó, pensativa, como quien repasa algo escrito con familiaridad—. El despertar. Mundo nuevo. Incredulidad. Huida mental. Antiguo Nozomi... ¿Lo leíste?.

E-34 no respondió.

El tiempo pasaba con el traqueteo sutil de sus pasos, repitiéndose como un metrónomo que marcaba la cuenta regresiva.

Entonces, otro tirón. Esta vez, más claro.

El hilo en su muñeca se tensó de pronto, jalándolo lo suficiente como para hacerlo tambalear en su ya precaria postura encorvada. No llegó a caer, pero el corazón le dio un salto.

—Sí. Lo hiciste —se respondió a sí misma, sin necesidad de escucharlo.

<<¿Cómo…? No dije nada.>>

Sus pensamientos eran un torbellino. Todo iba demasiado rápido. No sabía si estaba hablando en voz alta o si de alguna forma, esa figura se deslizaba entre sus pensamientos.

Shhhk... shhhk...

—Segunda entrada —prosiguió—. Confusión. Preguntas sin respuesta. Reconocer que el aire no huele igual.

Y otro tirón.

No era fuerte, pero sí punzante. Como si el hilo buscara algo en su interior, y al encontrarlo, apretara.

—También llegaste ahí —dijo con calma.

Un nudo se formó en el estómago de E-34. Su respiración se volvió más corta. Superficial.

Shhhk.

Una página más, esta vez girada con un leve crujido, como si llevara peso.

—Tercera —continuó la figura, con una cadencia contenida, como si degustara cada palabra—. Una presencia inquietante. Una mujer. Palabras filosas. Una advertencia sin nombre… ¿También?

Otro tirón. Una pausa. Ella no lo miraba, pero lo sentía.

—Sí. También —confirmó, como si leyera una línea invisible escrita en su cuerpo.

<<¿Qué demonios...? ¿Me está leyendo?>>

Shhhk...

Sus dedos pasaron con lentitud por la siguiente página, casi como si dudara en mostrarla.

—Y la cuarta… la esperanza. La pausa antes de la caída. Una muchacha. Un momento de calor. Una tregua. Lo más cerca que estuvo de sentirse humano.

E-34 cerró los ojos. No por dolor. Por miedo.

Y con un último tirón, más seco, más hondo…

¡Clack!

El diario fue cerrado con fuerza. Un golpe nítido, definitivo.

—Hasta ahí llegaste —dijo ella. Como si ya lo supiera antes de decirlo.

Dio una vuelta más a su alrededor. Sus pasos suaves, calculados.

—Entonces no viste lo que vino después. La huida. Los niños. La pérdida. La cueva. El final.

E-34 no respondió. Solo apretó los dientes. El hilo seguía atado a su dedo. Seguía latiendo. Como si respirara.

—Mmm. No lo viste —repitió ella. Casi con decepción.

Finalmente, se detuvo. La figura se inclinó a su lado. Su voz, ahora más baja, más cerca del oído.

—Tienes miedo.

No fue una pregunta.

E-34 sintió cómo el hilo invisible le apretaba el brazo. No con violencia, sino con una firmeza paciente, persistente. Como si algo dentro de él se rebelara… pero sin fuerza.

El aliento de la mujer rozó su cuello. Cálido. Preciso. Y junto a él, el roce suave de su cabello. El contacto apenas duró un segundo, pero fue suficiente para helarle la espalda.

Su aroma le envolvió de inmediato: metálico, como sangre fría mezclada con humo de incienso. Extraño. Persistente. Algo que no debería ser reconfortante, pero lo era. Envenenadamente.

—¿Es por lo que viste...? —continuó ella, casi en un susurro—. No. No solo eso. Es porque no entiendes. Porque te robaron algo. Porque sabes que hay piezas faltantes en tu propia carne.

E-34 apretó los ojos con más fuerza. Quería moverse. Quería arrancarse esa voz de encima. Pero su cuerpo no obedecía. Su voluntad se deshacía como papel mojado.

—Estás lleno de huecos —murmuró la figura—. Y yo sé cómo llenarlos.

Ella giró hacia su otra oreja, rozando su piel con la mejilla. Apoyó una mano en su hombro. Ligera. Delicada. Pero cargada de dominio. Era como si toda su presencia estuviera diseñada para arrastrar lo oculto hacia la superficie.

El eco de su voz marcaba el tiempo en esa cueva sin relojes.

—¿Quién eres tú realmente? —preguntó. No fue una exigencia. Fue un ensayo. Una invitación a tropezar.

—No lo sé...

—Mientes —respondió sin emoción—. Tal vez no del todo. Pero hay algo en ti que lo sabe. Algo que arde cuando escuchas su nombre. Cuando ves este cadáver. Cuando recuerdas esas páginas...

El Hilo del Juicio tembló. Solo un instante. Como si una hebra más profunda hubiera sido tocada. El alma de E-34 se había expuesto apenas… pero era suficiente.

—Y yo —continuó ella, con una suavidad terrible— estoy empezando a creer que no fue casualidad. Que tú... que esto... no llegó aquí por accidente.

E-34 cerró los ojos. El ardor en su estómago se intensificaba. Una quemadura sorda, profunda. Pero esta vez, no era solo miedo. No era solo veneno.

Eran dos fuegos distintos.

Uno lento. Otro más oscuro.

Dos cosas.

Una quemaba despacio, expandiéndose por sus órganos como una niebla corrosiva, llevándose algo con cada latido. Quemaba... como si lo purificara a la fuerza. Como si arrancara algo podrido desde dentro.

Y el otro...

El otro se aferraba. No ardía, sino que se arrastraba.

Trepa por sus vísceras como un insecto vivo. Como un fragmento no invitado que ahora formaba parte de él.

Ella lo notó. Se acercó más. El aliento tibio le rozó la oreja. Un mechón de su cabello acarició su mejilla con una familiaridad que no merecía. El aire se llenó de ese aroma: dulce como cenizas perfumadas, espeso como sangre tibia.

—¿Lo sientes ya...? —susurró, como si compartiera un pecado delicioso—. Uno de ellos es Ishkara. El antídoto. Para la criatura sin piel. Para el veneno que te drenaba por dentro como un amante cruel.

E-34 apenas pudo tragar. Su estómago palpitaba. Pero no era solo por eso.

—Y el otro... —dijo ella, acercando más los labios a su oído, pronunciando cada sílaba como si la besara— se llama Eliar.

El nombre cayó como hierro líquido.

Y algo dentro de él se retorció en respuesta.

—Lo deslicé con el antídoto —continuó—. Dos perlas, ¿recuerdas? Una sanaba. La otra… no tanto.

Un escalofrío le recorrió el vientre. El movimiento interno se hizo más claro, más consciente.

Desde lo más profundo del estómago, sintió un estremecimiento húmedo, como si algo hubiera despertado entre sus entrañas.

No era grande. Pero era viejo. Y vivo.

—Eliar es un parásito de sangre. No piensa. No habla. Solo espera.

Pero cuando se activa...

—su voz descendió, apenas audible— provoca dolor. El tipo de dolor que desgarra sin romper. Que grita desde el interior, mientras tú... te quedas quieto.

E-34 jadeó, apenas. El movimiento interno se intensificó.

Sentía a Eliar arrastrarse, lento, como una serpiente ciega subiendo por su pecho, abriéndose paso entre carne y silencio. Hasta llegar al corazón.

Ahí se detuvo.

Se ancló.

—Ahora duerme ahí —murmuró ella, con un deleite venenoso—. Justo donde más duele si despierta.

Con una sola orden, puedo hacer que el hierva tu sangre.

Sus labios rozaron apenas su lóbulo.

—Y tú gritarías… sin poder siquiera saber por qué.

E-34 temblaba. No de frío. Ni de fiebre. Sino de eso. De esa idea.

—Te sientes expuesto, ¿cierto? Como si ya no tuvieras secretos.

El silencio de E-34 fue prueba suficiente.

Incluso sin voz, el hilo temblaba.

—No te preocupes. Aún tienes uno o dos... —murmuró ella, con una cadencia envenenada que apenas rozaba el afecto— y por eso me interesas.

La figura se enderezó con un movimiento lento, casi perezoso. Su cabello rozó la espalda de E-34 al pasar, como un último aliento cálido antes del hielo.

Después, se alejó unos pasos. El eco de sus botas fue más profundo. Más hueco.

Y entonces susurando para su mism, sin que E-34 pudiera oír, su voz cambió.

Ya no susurraba con aliento tibio ni promesas envueltas en seda.

Era distante. Filosa.

Como el hielo que se forma donde antes hubo fuego.

—Eres raro. Deformado. Incompleto.

Pero si realmente albergas una conexión con el tiempo... eso te hace útil.

Muy útil.

Giró en dirección al esqueleto, como si lo estudiara con una calma quirúrgica.

—Lo sabré todo. A su debido momento.

El Hilo del Juicio vibró con un leve estremecimiento.

Ella lo sentía.

La emoción viva. El miedo palpitando bajo la piel del otro.

Era adictivo, sí. Sentirlo. Analizarlo. Inhalarlo.

Y moldearlo.

Y entonces, como si el juicio hubiese terminado —al menos por ahora— su voz descendió una última vez.

Pero no con dulzura.

Era un susurro limpio, sin emoción. Sin peso.

Una sentencia que no necesitaba calor para cortar.

—Descansa, criatura del tiempo.

Aún no has terminado de perderte —susurró—.

Cuando vuelvas a ver... hablarás más.

Mucho más.

E-34 temblaba. No de frío. Ni por el hilo. Ni siquiera por ella.

Sino por lo que se movía dentro de él.

Porque comprendía, aunque no supiera cómo, que lo único peor que estar a merced de esa figura…

era el hecho de que ella aún no había decidido qué hacer con él.

Pero el hilo en su brazo… seguía allí.

Vivo. Atento.

Esperando que volviera a hablar.

O a temblar.

Y en su interior, el segundo objeto…

se movía.

Lento.

Como un eco húmedo entre órganos dormidos.

Casi imperceptible.

Pero jamás dormido del todo.

Bueno que tal cachorritas,ayer(20/Jun/2025) por fin pase mis exámenes, ya pasé de mi primer año estudiando medicina y esto lo tenía que celebrar escribiendo un capítulo de calidad (según yo) con casi 3000 mil palabras, el triple de lo que escribo normalmente, está vez me esforzarse un montón con este capítulo, así que ya saben celebren conmigo que estoy más cerca de ser médico, besos.

More Chapters