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Chapter 57 - Preparativos y Malentendidos

En la herrería, el vapor seguía saliendo entre silbidos, acompañado por el chisporroteo del metal al sumergirse en agua, el golpe seco de los martillos y las carcajadas de los herreros entre una venta y otra.

Arthur conversaba con el enano Monso sobre su pedido, mientras el Lich, posado en su hombro como un cuervo siniestro, parecía listo para sacar una garra espectral y degollar a cualquiera que lo mirara raro.

—Bien, joven. Quieres una armadura, ¿no? —Enséñame los materiales —dijo el enano, cruzándose de brazos.

Arthur tomó su bolsa y comenzó a rebuscar. Ya había desechado lo que no servía como materia prima, aunque conservaba un trozo de carne de guiverno cuyo sabor, al probarlo, le recordó al cerdo de su mundo anterior. Puso los materiales sobre un mesón largo de madera.

Monso observó con sorpresa.

—¿Esto lo cazaste tú o lo compraste?

—¡Por supuesto que lo cacé! —respondió Arthur, inflando el pecho.

—¿Solo? —preguntó el enano, alzando una ceja.

Arthur asintió. Monso miró la placa de plata en su pecho con escepticismo.

—Es difícil de creer, pero no tienes razón para mentirme. Jajaja, bueno, parece que eres más fuerte de lo que aparentas.

Revisó los materiales.

—Tienes escamas y garras de guiverno plateado, y esta coraza… parece de araña roja y de tres coronas. Creo que puedo hacerte una pechera sin mangas y unas muñequeras. ¿Qué armas usas?

—Espadas —respondió Arthur, mostrando la empuñadura de su hoja corta.

—Ligera, de filo sencillo… Bien. Entonces, una armadura ligera, resistente, pero que no limite tu movilidad.

—Señor Monso, ¿cree que podría hacerme una herramienta para usar la telaraña de esta bestia? —preguntó señalando la coraza roja.

El enano negó con la cabeza.

—Yo solo fabrico armas y armaduras. Si quieres trampas o herramientas mágicas, necesitas un ingeniero mágico.

—¿Dónde puedo encontrar uno?

—Solo sé que hay uno en Trimbel.

Arthur asintió. Quiso seguir preguntando, pero notó que el Lich empezaba a murmurar barbaridades en voz baja, así que se despidió rápidamente.

—Bien, iré a prepararme para ir a la mina. Volveré luego a recoger la armadura. Adiós.

Salió de la herrería con paso firme. Pensó en visitar algunas tiendas más, pero el recuerdo del incidente con aquella joven le hizo cambiar de idea; no quería provocar otro alboroto. Así que se dirigió al gremio para vender los materiales que aún le quedaban. Caminaba sobre la nieve, sumido en sus pensamientos.

En este mundo ya soy considerado un adulto. Debo trabajar, sobrevivir, arreglármelas solo… mientras que en el otro apenas era un adolescente que iba a la escuela y leía novelas.

—Viejo Lich, ¿qué piensas de este mundo? —preguntó en voz baja, sin dejar de caminar.

—Es cruel y sanguinario. Perfecto para escribir poemas. Ka, ka, ka… —rió el Lich con su típico graznido macabro.

Arthur llegó al gremio, esperando que esta vez no hubiera tantos aventureros. Ya era mediodía, y la mayoría había salido a cumplir misiones. Se acercó al mostrador mientras observaba a varios grupos contando monedas, exhibiendo trofeos de caza y descargando materiales de sus mochilas.

Esta vez lo atendió otra recepcionista: una mujer de cabello largo y rojo oscuro, ligeramente trenzado, con una sonrisa cálida. Parecía tener unos veinticinco años.

—Hola, ¿qué necesitas?

—Vengo a vender materiales —dijo Arthur con una sonrisa. La mujer no pareció notar al Lich o, al menos, lo ignoró a propósito.

—Bien, muéstrame lo que traes —dijo mientras sacaba una hoja y pluma para evaluar.

Arthur puso sobre el mostrador el núcleo del guiverno de alas plateadas, varios núcleos menores de águilas y hienas y otros materiales. Dejó a un lado el núcleo de la araña roja; suponía que era un alfa y quería guardarlo.

La mujer observó con asombro el núcleo más grande.

—¿Es el núcleo de un guiverno de alas plateadas? ¿Lo mataste tú?

—Sí —respondió Arthur.

Ella lo miró con detenimiento, buscando alguna mentira en sus ojos.

—Déjame ver tu placa.

Arthur se la entregó con resignación. Parece que nadie me cree, pensó con un suspiro silencioso. La mujer desapareció por una puerta lateral, y al cabo de unos minutos regresó… esta vez con una sonrisa inesperada en el rostro.

—Toma Tu rango ha sido actualizado. Has sido promovido a Plata Alto.

Arthur abrió los ojos con asombro.

—Para derrotar a un guiverno se requiere mínimo ser de rango Oro. Puede que no lo mataras solo, pero salir vivo de una batalla así ya es un logro. Si quieres avanzar a oro, debes completar una prueba de promoción.

—¿Una prueba?

—Sí. Una misión de clasificación B que debes hacer en solitario.

—¿Por qué no hubo prueba para ascender de bronce a plata? —preguntó Arthur, con curiosidad.

—Desde Plata hacia abajo aún se considera que estás en formación, pero desde Oro, se te reconoce como aventurero experimentado y las misiones adquieren otra clasificación.

Arthur asintió, interesado.

—Entonces, ¿cómo son las misiones?

—La clasificación empieza en C, luego B, A, y finalmente S. Las misiones S son extremadamente peligrosas, y a veces aparecen amenazas tan graves que el gremio emite una misión S+, obligatoria para todos los aventureros de oro en adelante. Criaturas que amenazan la seguridad del mundo.

Arthur tragó saliva. No podía imaginar el poder de un monstruo así. Miró al Lich, pensativo.

No será este cuervo siniestro en mi hombro una bestia de clase S+, ¿verdad?

El Lich abrió los ojos como si percibiera la mirada de Arthur y soltó un graznido. La mujer, que hasta entonces lo había ignorado, lo vio por primera vez… y pegó un grito, cayendo de espaldas al suelo.

Los aventureros alrededor se giraron con hostilidad.

—¡Es ese mocoso con el cuervo siniestro!

—¡Otra vez molestando!

—No respeta a nadie, ese mocoso rebelde.

—Cuando salga del pueblo, le daremos una lección.

Arthur escuchó los murmullos mientras un sudor frío le recorría la espalda.

La otra recepcionista corrió a ayudar a su compañera y, al ver la escena, se dirigió con expresión de enojo hacia Arthur.

—¡Otra vez tú! No deberías estar molestando al personal del gremio.

Arthur intentó explicar, pero la mujer lo interrumpió.

—Marina, ve al otro lado. Yo me encargo aquí.

La primera recepcionista se disculpó con la mirada y se retiró.

—¿Estos son los materiales que vas a vender? —preguntó la mujer con tono seco.

Arthur asintió. La mujer calculó el precio, sacó una bolsa con monedas y la arrojó sobre el mesón.

—Aquí tienes: 30 monedas de oro por el núcleo de guiverno, y 5 por los demás materiales.

Arthur se alegró un poco por la cantidad, pero el malentendido pesaba sobre él. Tomó las monedas y salió del gremio bajo los abucheos de algunos presentes. El Lich, como de costumbre, murmuraba barbaridades.

—Deberíamos masacrar a esa basura. Me repugna su existencia.

Volteó hacia Arthur y añadió:

—He estado reflexionando sobre cómo exterminarlos a todos… ¿Qué tal si extraemos hierro fundido de la herrería y lo esparcimos por todo el gremio? Las llamas, los gritos… sería el escenario perfecto para escribir poesía. Tragedia y arte, juntos al fin.

—"Cuando el sol se esconde, el fuego derretido volará por los aires… y marcará el final de los condenados" —declamó con tono poético.

Y así, entre poesía macabra y planes de masacre, Arthur y el Lich se dirigieron a la mina, donde una nueva odisea los esperaba… y un oscuro misterio aguardaba en lo profundo.

Fin del capítulo.

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