Cherreads

Harry Potter: La Casa Magus

OcchiCes000
28
chs / week
The average realized release rate over the past 30 days is 28 chs / week.
--
NOT RATINGS
1.6k
Views
Synopsis
Ethan siempre deseó reencarnar, no con gloria ni con poder, sino con una simple segunda oportunidad. Atrapado en una existencia sombría y solitaria, encontraba consuelo fugaz en historias y el fanfics, añorando siempre algo más: una familia, un propósito, un final significativo rodeado de amor. Una fría noche de invierno, ese deseo se hizo realidad. Renacido en un mundo familiar a la vez que extraño, Ethan recordó todo: su vida pasada, sus arrepentimientos, sus sueños. Pero esta vez, se le ha dado algo más que un nuevo cuerpo. Se le ha dado un mundo lleno de magia, calidez y la esperanza de convertirse en alguien nuevo. Esta no es una historia sobre el escapar hacia la fantasía. Es sobre ganarse la vida que una vez el solo pudo soñar, y lo que sucede cuando el destino le entrega el poder de forjarla desde el principio. ------------------------------------------------------------------- Esta historia es un fanfic traducido de Harry Potter, protagonizada por un personaje original. Es una historia de ritmo lento que se centra en el desarrollo de los personajes, la construcción del mundo y la familia, así que por favor tengan paciencia con el desarrollo de la trama. Es muy oscura a nivel psicológico, así que prepárate. ------------------------------------------------------------------- Nota del Traductor: Este fanfic ni ninguno de los personajes mencionados me pertenece, este un fanfic traducido de nombre original "Harry Potter: House Magus" por Dooodl3, por favor apoyar a la obra original también, muchas gracias!!! Link del fanfic original: https://www.webnovel.com/book/harry-potter-house-magus_32895616608481605###
VIEW MORE

Chapter 1 - Capitulo 1: La Vida que Fue

La vida es un esfuerzo continuo.

No en el sentido de esos pósters "motivacionales", ni cuando alguien te dice: "¡Ánimo, campeón!". Es solo un arrastre lento, pesado, cuesta arriba... donde el final es otro turno en el trabajo, otro pago de alquiler, otra noche en silencio.

Tengo un trabajo aburrido. No tengo amigos, ni títulos, ni motivación, ni ambición, ni familia.

La mayoría de los días existo dentro de una niebla. Me disocio. Me sumerjo en novelas y fanfics, ahogando mis pensamientos en palabras ajenas, escapando a vidas donde importo, donde alguien como yo es el protagonista.

En el trabajo camino como un zombi. Mi cuerpo hace lo que debe —ordenar estantes, empaquetar pedidos— pero mi mente está en otra parte. En otro mundo. Uno mejor. Uno donde no soy... yo.

Siempre me fascinaron las historias de reencarnación.

La idea de empezar de nuevo en otro lugar. Sin cargas. Sin recuerdos. Sin errores. Sin vergüenza. Solo... una página en blanco.

El renacer es aún mejor. Misma alma, otra línea temporal. Reteniendo lo aprendido, con una segunda oportunidad real. Tal vez para construir algo. Un legado. O quizá...

Una familia...

Pero los autores siempre la arruinan. Siempre termina siendo una recompensa kármica, o un dios aburrido jugando a los dados con las almas. Escritura vacía. Sin peso. Sin sentido. Solo basura aleatoria.

No me malinterpreten. Creo en el multiverso. En otras formas de vida. En la posibilidad. Pero esa clase de conveniencia... ¿una ayuda divina? Es demasiado fácil.

Además, ninguna historia me convence del todo. Los protagonistas siempre son idiotas moralistas, tipos con aires de rebeldes, o peor: muertos emocionales que coleccionan esposas como trofeos en un videojuego. Siempre tan... vacío.

Trabajo en una tienda. Ordeno estantes. Entrego pedidos en linea. Sonrío cuando alguien me pregunta en que pasillo está la leche. Esa es casi toda mi interacción humana.

Vivo solo. Seis años, sexto piso. Antes vivía con mis padres. Hasta que murieron.

Vendí la casa. No miré atrás.

El duelo no llegó de golpe. Llegó en oleadas. Un día estaba insensible. Al siguiente, no podía respirar.

Después, mi novia se fue. Año y medio juntos. Se marchó tras unas cuantas palabras. Dijo que ya no estaba presente. Que dejé de intentarlo. Y tenía razón.

Desde de salir de la escuela me costo conectar con otras personas. Y encima con el duelo... simplemente me apagué. Soy lo bastante consciente para saber que soy difícil de amar. No tengo energía para fingir que estoy bien.

No soy feo. Incluso diría que estoy por encima del promedio. Salir con alguien no es tan difícil. Mantener a alguien... ese es el problema. ¿Quién querría quedarse con alguien que ni siquiera quiere quedarse consigo mismo?

Mi ambición murió junto con mi currículum. Y con ella se fue mi autoestima. Estoy atrapado en un ciclo de autodesprecio que se alimenta a sí mismo... y yo lo dejo comer.

Nunca hablo de esto. Solo lo dejo estar. Pudriéndose por dentro.

No tengo contacto con mi familia extendida. Solo los veía en bodas y funerales. Siempre como "el hijo de...", nunca como yo. Cuando murieron mis padres, esa conexión se fue con ellos. No luché por mantenerla.

Y aun así... a pesar de todo. A pesar del desastre en que me he convertido, todavía tengo un sueño.

Quiero una familia...

Una esposa que me ame. Hijos a quienes criar con ternura. Hijas a las que mimar, hijos a los que guiar. Quiero ser el padre que nunca pude ser.

No sé si es trauma... o esperanza. Pero creo que sería bueno en eso. Porque sé lo que necesitaba. Sé dónde fallé. Y no permitiría que crecieran con el mismo peso que yo arrastro.

A veces me pregunto si ya desperdicié los mejores años de mi vida. No de forma dramática o autodestructiva... sino de esa forma lenta e invisible en que la gente simplemente... deja que el tiempo se le escape.

Hubo un momento, probablemente, en el que pude haberlo cambiado todo. Tal vez en la escuela. Tal vez cuando la tenía a ella. Si tan solo hubiera respondido esa llamada. Enviado ese mensaje. Luchado un poco más contra... esto.

Pero no lo hice.

No hubo un gran quiebre. Solo una acumulación lenta de oportunidades perdidas. Amigos que dejé ir. Mujeres que fueron amables hasta que dejé de darles razones para quedarse. Oportunidades que ignoré por estar demasiado cansado, demasiado asustado, o demasiado acostumbrado a fallar.

Ahora sobrevivo cada día igual: un ojo en el reloj, una mano en el teléfono, y la mitad de mí en otro lugar.

Despertar. Prepararme. Ir al trabajo. Volver. Dormir. Repetir.

Cada día se siente como un déjà vu. La única diferencia es en qué mundo ficticio me pierdo después del trabajo.

A veces es un reino mágico lleno de monstruos. A veces una historia sobre alguien que reconstruye su vida desde cero. Alguien como yo... solo que más valiente, más inteligente, mejor.

Pero cuando vuelvo a la realidad, siempre estoy aquí otra vez. Mismo departamento. Mismas luces apagadas. Mismo refrigerador medio vacío. Mismos pensamientos... resonando como un zumbido que no puedo apagar.

Ni siquiera estoy infeliz de forma dramática. Solo siento... nada. O demasiado. Depende del día.

La mayoría del tiempo evito los espejos. No porque odie cómo me veo —no lo odio—, sino porque no soporto la expresión de mi rostro. Esa mirada vacía, cansada. Esa comprensión muda de que me estoy desvaneciendo en tiempo real... y no hago nada para evitarlo.

A veces pienso en escribirle a alguien. Solo un "Hola, ¿cómo estás?". Pero me parece falso. Como si arrastrara a alguien de vuelta a una amistad que ya dejé morir.

Otras veces miro ofertas de trabajo para las que no estoy calificado. Me imagino llegando bien vestido, dando la mano con seguridad. Y luego recuerdo: soy el tipo que acomoda estantes y no actualiza su currículum desde hace cuatro años.

He pensado en ir a terapia. He pensado en llamar a alguien. Pero siempre hay una voz que susurra: ¿Para qué?

Y la mayoría de los días, no tengo una respuesta.

Solo sé esto:

Si sigo así —evitando el dolor, evitando el esfuerzo, evitando a la gente— voy a terminar exactamente donde ya estoy.

Solo.Invisible.Igual.

Y lo peor es que... estoy empezando a aceptarlo.

Algunas noches me quedo despierto más tiempo del que quisiera. No porque esté pensando —pensar implica cierto control sobre los pensamientos—, sino porque están ahí: ruidosos, revueltos, enredados. Un caos mental imposible de organizar o silenciar. Solo ecos de arrepentimientos y de los infinitos "qué habría pasado si..."

Últimamente, estoy cansado de una forma distinta. No es el agotamiento típico del trabajo o de pasar horas deslizando el dedo sobre la pantalla del celular hasta que me ardan los ojos. Es más profundo. Más denso. Como si algo dentro de mí estuviera apagándose... lenta y silenciosamente.

He empezado a notar pequeños detalles: el pecho me pesa más al subir las escaleras, las manos me tiemblan un poco al intentar alcanzar algo alto, y a veces el corazón se me acelera sin razón aparente... solo para calmarse después como si nada.

Es fácil restarle importancia. Siempre he ignorado cosas así. ¿Para qué preocuparse si ni siquiera me importa lo suficiente como para hacer algo al respecto? Pero ahí está. Esa sensación persistente. Como si mi cuerpo supiera algo que yo aún no quiero admitir.

Y últimamente, me he sorprendido pensando... ¿y si simplemente se acabara? No de forma trágica ni dramática. No con una nota ni con lágrimas. Solo... en silencio. En casa. Sin escena. Sin testigos.

Solo y en silencio...

Hay una extraña paz en ese pensamiento. No es alegría. No es deseo. Solo la posibilidad de que, tal vez, por fin se detuviera el ruido. Sin más máscaras. Sin más vueltas. Sin más repetir lo mismo todos los días.

Y aun así... hay miedo. Se cuela por los bordes de ese pensamiento, como una sombra que nunca deja de seguirte, por tenue que sea.

No es miedo al dolor. Es miedo al "¿y si...?".

¿Y si muero sin siquiera haberlo intentado?

¿Y si todavía quedaba algo? Algún rincón escondido de la vida que no llegué a ver. Una versión de mí que logró salir. Que rompió el ciclo. Que no se rindió.

¿Lo echaría de menos?

Llegué a casa del trabajo como siempre: los hombros tensos, los pies adoloridos. Una bolsa de víveres baratos en una mano y el celular en la otra.

El departamento estaba en silencio. Débilmente iluminado, como de costumbre. Dejé las cosas sobre la encimera, metí algo al microondas —ni recuerdo qué— y me senté al borde de la cama, deslizando el dedo por una novela a medio leer cuyo argumento ya había olvidado.

Y de repente...

No fue como en las películas. No hubo jadeo repentino ni caída dramática. Solo una opresión. Una presión. Como si algo dentro de mí se cerrara con demasiada fuerza, demasiado rápido, demasiado.

Me quedé inmóvil. El celular se me resbaló de la mano y cayó sobre la alfombra. Sentí que mi corazón quería estallar dentro de mi pecho… y de repente, simplemente se detuvo.

Mi pecho se contrajo una última vez y caí de lado al suelo. No sentí el golpe. Solo el frío. Y una distancia extraña. Como si todo lo real se hubiese alejado de golpe.

Mi cuerpo se apagaba, pero mi mente seguía flotando, titilando... recordando cosas que nunca parecieron importantes. Hasta ese instante.

La luz del sol entrando en mi habitación de niño.El olor de la comida de mi madre.Una risa que no oía desde hacía años.La forma en que su mano encajaba con la mía la última vez que me perdonó.

Por un segundo —menos que un segundo— pensé: Esto es todo.

Y mi mente... se quedó en silencio.

Sin gritos. Sin pánico. Solo un instante extraño, suspendido, donde sentí dos cosas al mismo tiempo:

Alivio.

De no tener que continuar con esto. De que, tal vez, el ciclo se rompiera. De que el peso que había cargado cada día... por fin se soltara.

Miedo.

De haberlo desperdiciado. De nunca haber sido otra cosa. De morir tal como viví: solo, invisible, incompleto.

Pensé en mis padres.Pensé en ella.Pensé en la familia que nunca tendría.

Y entonces... todo se desvaneció.

Lo último que vi fue la pantalla agrietada de mi teléfono, medio iluminada, aún abierta en la historia de otra persona.