Cherreads

Chapter 5 - El Laboratorio

Rosie y Agatha despertaron en la penumbra de un laboratorio, sus cuerpos débiles, la tinta goteando de sus heridas como sangre seca. Estaban atrapadas en cápsulas de cristal, rodeadas de máquinas que zumbaban con una energía fría, ajena al mundo de los Zapfish. Los paneles parpadeaban con símbolos ilegibles, y el aire olía a metal y desinfectante. A lo lejos, Rubén, hablaba con una figura igual de imponente. Sus palabras eran un murmullo incomprensible, un galimatías que resonaba en la sala. Rosie y Agatha, magulladas y sangrando tinta, solo podían mirar, sus cuerpos demasiado débiles para hacer más.

────────────────────❮𝙿𝙾𝚅 𝚁𝚞𝚋𝚎́𝚗 \ \

Rubén estaba frente a Ophelia, su asistente androide, una mujer de alta estatura con cabello blanco que caía como un río plateado y ojos amarillos que brillaban como luces de advertencia. Líneas doradas recorrían su cuerpo, marcando su naturaleza mecánica, aunque su rostro era tan humano que resultaba inquietante.

Hablaban en voz baja, el laboratorio amplificando cada palabra en un eco metálico."Ophelia, revisa las cámaras", dijo Rubén, su voz grave y cortante. "Falta el ADN Mirira en los bancos de genes. Alguien entró."

Ophelia asintiós. "Entendido. Analizaré las grabaciones. ¿Y estas... criaturas?" Señaló las cápsulas donde Rosie y Agatha yacían, apenas conscientes.

Rubén las miró, su rostro una máscara de cálculo. "No son una amenaza ahora. Pero podrían ser útiles. " Ophelia se movió, convirtiéndose en una estela de luz residual que agitó el cabello verde de Rubén y la solapa de su traje. En un parpadeo, desapareció, dejando un zumbido que se desvaneció en el aire.

Rubén se giró hacia las cápsulas. "Bien, no entiendo nada de lo que dicen", murmuró, acercándose a la cápsula de Rosie. "Tengo dos opciones: aprender o..." No terminó la frase. Con un movimiento brusco, empujó la cápsula de Rosie hacia una máquina imponente, un armatoste cubierto de tubos y luces rojas, con un panel que decía "Extractor de Genes" en letras que las prisioneras no podían leer.

Agatha golpeó el cristal de su cápsula, gritando algo que sonaba como un insulto. Rubén la ignoró, sus ojos verdes fijos en la máquina. Insertó la cápsula de Rosie con un clank, y el dispositivo cobró vida, zumbando como un enjambre furioso. Un brazo mecánico emergió, limpiando el cuerpo de Rosie con un chorro de vapor que arrancó la tinta seca de su piel. Luego, una jeringa del tamaño de un Splat Roller se clavó en su brazo, extrayendo un líquido púrpura brillante, su tinta, que fluyó hacia un contenedor pequeño. Rosie convulsionó, un gemido escapando de sus labios mientras su cuerpo se desplomaba, más débil que nunca.

Rubén observó, impasible, mientras la máquina procesaba la muestra. Diez minutos después, un pitido anunció el fin del análisis. Un líquido azul claro, derivado de la tinta de Rosie, se vertió en una jeringa. Rubén la tomó, se la inyectó en el brazo y cayó al suelo, retorciéndose. Durante cinco minutos, su cuerpo tembló, el Hemógeno y el nuevo compuesto luchando en sus venas. Finalmente, se levantó, jadeando, su rostro pálido pero sus ojos brillando con una nueva claridad. Podía entenderlas. Cada palabra, cada insulto, resonaba ahora en su mente como si hubiera nacido en este mundo de tinta.

────────────────────❮𝙿𝙾𝚅 𝚁𝚘𝚜𝚒𝚎 \ \ Rosie despertó con un sabor metálico en la boca, tinta púrpura goteando de sus labios como sangre. Su cuerpo era un mapa de dolor, cada músculo gritando por la paliza que esa cosa, ese bicho raro de traje negro, le había dado. Estaba encerrada en una cápsula de cristal, en un lugar que no reconocía: paredes metálicas, luces parpadeantes, máquinas que zumbaban como si estuvieran vivas. Frente a ella, Agatha golpeaba su propia cápsula, su rostro cubierto de tinta roja seca. A lo lejos, el bicho hablaba con una figura extraña, una mujer con cabello blanco y ojos que brillaban como antorchas. Sus palabras eran ruido, pero el tono era frío, calculador.

Rosie intentó moverse, pero su brazo derecho estaba torcido, un dolor agudo atravesándola cada vez que lo intentaba. "Maldita sea", gruñó, escupiendo tinta púrpura al cristal. La cápsula era un ataúd, y el aire olía a metal quemado. Entonces, el bicho se acercó, sus botas resonando como martillos. Sin aviso, empujó su cápsula hacia una máquina que parecía un monstruo de metal, con tubos y luces rojas que no auguraban nada bueno.

"¡Para, maldita cosa!" gritó Rosie, golpeando el cristal, pero el bicho no reaccionó. La cápsula se encajó en la máquina con un clank, y un chorro de vapor la golpeó, limpiando la tinta seca de su piel. El dolor era tolerable, hasta que una jeringa gigante se clavó en su brazo. El pinchazo fue como un rayo, arrancándole un grito que resonó en la cápsula. La tinta púrpura, su esencia, salió de su cuerpo en un flujo lento y agonizante, dejándola mareada, con el pecho apretado y las piernas temblando. Cuando la jeringa se retiró, Rosie cayó contra el cristal, su visión borrosa, su cuerpo más débil que un Zapfish sin energía. Apenas podía respirar, el dolor era un fuego que consumía cada nervio.

────────────────────❮𝙵𝚒𝚗 𝙿𝙾𝚅𝚜 \ \

Rubén, ahora entendiendo el idioma de los Inklings y Octolings, sintió un destello de curiosidad. Estas criaturas, aunque débiles, tenían una biología fascinante. Quería curarlas, o al menos estabilizarlas, para interrogarlas sobre la bóveda. Se acercó a la cápsula de Agatha, pulsando un botón que abrió el cristal con un siseo. Pero Agatha, con la furia de una Inkling acorralada, se lanzó contra él como un Tenta Missile.

Rubén esquivó, moviéndose con la agilidad de un depredador, pero no vio el plan. Agatha se estrelló contra el suelo a propósito, rodando para ponerse a su espalda. Con un grito, lanzó una patada giratoria que golpeó el pecho de Rubén, empujándolo contra la cápsula abierta. El impacto resonó, y Agatha, con una velocidad desesperada, saltó al panel de control, presionando botones al azar. Un beep sonó, y la cápsula de Rosie se abrió. Agatha corrió, cargando a Rosie sobre su hombro como un soldado en una misión, ignorando el dolor de sus propias heridas.

"¡Vamos, pulpo, no te mueras ahora!" gruñó Agatha, tambaleándose bajo el peso de Rosie, cuyos tentáculos rojos colgaban inertes. Por un momento, olvidó que Rosie era su enemiga. Solo quería salir, esconderse, salvarla.

Rubén, atrapado en la cápsula, golpeó el cristal, pero el mecanismo se había bloqueado. Sus ojos verdes brillaban con furia, pero también con un atisbo de respeto. Agatha, cojeando, arrastró a Rosie por un pasillo oscuro, buscando un lugar donde esconderse.

El atrapado en la cápsula, soltó una risa grave que resonó en el cristal. Sus ojos verdes brillaban con diversión, a pesar de la situación. "Vaya trampa, eso fue bastante ingenioso", murmuró con cierto grado de orgullos, recostándose contra la pared transparente. La astucia de Agatha le recordaba a alguien, un eco borroso de su pasado, pero no tenía tiempo para nostalgias.

Suspiró, sacudiendo la cabeza. No quería destrozar su equipo, pero no había otra opción. Apretó los puños y con un rugido, golpeó el cristal con un puñetazo que hizo temblar el laboratorio. La cápsula estalló en pedazos, fragmentos brillando bajo las luces parpadeantes. Rubén salió, ajustándose la corbata con una calma que contrastaba con el caos, y se dirigió al panel de control, buscando rastros de las dos criaturas que habían escapado.

────────────────────❮𝚃𝚎𝚛𝚛𝚒𝚝𝚘𝚛𝚒𝚘 𝙾𝚌𝚝𝚘𝚕𝚒𝚗𝚐 \ \

En el corazón del territorio Octoling, una base subterránea hundida en la penumbra, Lyra y su equipo regresaron derrotados. Las cuevas, iluminadas solo por lámparas débiles que parpadeaban por la falta de Zapfish, olían a humedad y metal. Las máquinas improvisadas zumbaban con esfuerzo, alimentadas por la poca energía que tenian. Lyra, con sus tentáculos blancos y la venda cubriendo sus ojos, lideró a sus soldados hasta una sala cavernosa donde un pulpo gigante púrpura, DJ Octavio, reinaba desde un trono. Su presencia llenaba el aire con una opresión que hacía temblar incluso a los Octolings más curtidos.

Lyra y su equipo se arrodillaron, el suelo frío mordiendo sus rodillas. "Mi señor", comenzó Lyra, su voz temblando bajo la venda, "hemos fallado. Los Inklings irrumpieron en nuestra investigación de la base antigua. Logramos recopilar algo de información, pero... no tuvimos tiempo, y la Teniente Rosie..."

Octavio la interrumpió con un gruñido que retumbó como un Inkstrike. "¿Rosie? ¡Ja! No me importa, de hecho es mas que perfecto", rugió, sus tentáculos púrpura agitándose. "Si sobrevive. Será la carnada perfecta para mi plan. Los Inklings caerán, y esa base será mía." Sus ojos brillaron con desprecio. "Eres una inútil, Lyra. Todos ustedes lo son. ¡Fuera de mi vista antes de que los convierta en sushi!"

Lyra apretó los puños, la humillación quemando bajo su venda. "Sí, mi señor", murmuró, levantándose con su equipo. Mientras salían, los insultos de Octavio resonaban en la sala, cada palabra un latigazo a su orgullo. En un pasillo oscuro, Lyra se cruzó con una Octoling de cabello gris, ojos ligeramente amarillentos, y un ojo gris marcado por una cicatriz irregular, recuerdo de batallas pasadas. Era Sera, una veterana conocida por su lealtad y su lengua afilada.

"Lyra, ¿qué te pasó en la mano?" preguntó Sera, señalando la venda entintada que cubría la palma de Lyra, donde el líquido Mirira se había filtrado tras cortarse con una cápsula rota en la base antigua.

Lyra miró su mano, el dolor pulsando bajo la tela. "Presioné algo en esa maldita base", gruñó. "Una cápsula o algo asi que termine rompiendo, con un líquido raro. Me corté como idiota. Duele, pero no es nada."

Sera frunció el ceño, sus ojos escanearon a Lyra con preocupación. "No parece 'nada'. Ven, te acompaño a tu cuarto." La guió por los pasillos húmedos, pasando máquinas que tosían por la falta de energía. Al llegar a la puerta de Lyra, Sera se despidió con un asentimiento. "Cuídate, Lyra. Octavio no vale tu tinta como persona, si como lider."

Lyra cerró la puerta tras ella, el clank resonando en su cuarto oscuro. De pronto, un dolor agudo le atravesó la cabeza, como si un Splat Roller le hubiera aplastado el cráneo. Cerró los ojos, jadeando, y cuando los abrió, el mundo era diferente. Todo estaba nítido, los detalles de su cuarto brillaban con una claridad imposible. "Demonios, se me cayó la venda", murmuró, tocándose el rostro. Pero la tela seguía ahí, cubriendo sus ojos. Se retiro la venda y parpadeó, confundida, y miró hacia la pared. Podía ver a través de ella: los pasillos, incluso a Sera caminando a lo lejos, todo a menos de 10 metros . "¿Qué demonios? ¿Puedo... puedo ver tras objetos?" Susurró, su voz temblando entre miedo y asombro, al colocarse la venda nuevamente el X-RAY desaparecio, sin embargo podia ver como si no tuviera la venda puesta. El líquido Mirira, ese veneno que le había cortado la mano, había despertado algo en ella. Algo que Octavio no debía saber... todavía.

────────────────────❮ 𝙱𝚊𝚜𝚎 𝙵𝚊𝚒𝚛 \ \

Agatha y Rosie, tambaleándose por el pasillo oscuro de la bóveda, encontraron un rincón escondido detrás de un montón de cápsulas rotas y paneles cubiertos de polvo. El aire era pesado, cargado de un frío que mordía la piel, y las luces azules parpadeaban, proyectando sombras que parecían moverse solas. Rosie, con su brazo torcido y tinta púrpura seca en su rostro, se desplomó contra una pared, su respiración entrecortada. Agatha, con la camiseta negra rasgada y tinta roja goteando de su nariz, se arrodilló a su lado, revisando su cinturón en busca de algo para vendarla.

"Déjame aquí, calamarcito", dijo Rosie, su voz baja, quebrada por el dolor. "Escapa. No tiene sentido que las dos muramos en este lugar maldito."

Agatha, con el rostro tenso, arrancó un trozo de su camiseta y comenzó a envolver el brazo roto de Rosie, apretando los dientes mientras la Octoling siseaba de dolor. "No te estoy dejando, pulpo, sola no podemos continuar, si apoyo no te puedes levantar", respondió, sus ojos rojos fijos en la venda improvisada. "No después de todo esto. Nos sacaron tinta, nos golpearon, y seguimos vivas. Vamos a salir juntas!."

Rosie intentó protestar, pero el dolor le arrancó un gruñido. "No seas idiota. Esa cosa nos va a encontrar. No tenemos armas, no tenemos nada."

Agatha terminó de atar la venda, su rostro endurecido por la determinación. "Entonces pensemos. Este lugar tiene que tener una salida. Puertas, conductos, algo. Si encontramos un panel de control, puedo intentar forzarlo. No soy campeona de nada, pero sé romper cosas."

Rosie la miró, sus tentáculos rojos temblando ligeramente. "¿Por qué haces esto? Somos enemigas. Tu gente nos robó los Zapfish, nos dejó en la oscuridad. Deberías odiarme."

Agatha se sentó a su lado, limpiándose la tinta roja de la cara con el dorso de la mano. "Tal vez. Pero ahora mismo, la única enemiga es esa cosa que nos destrozó. Si morimos aquí, no habrá venganza, ni Zapfish, ni nada. Así que cállate y ayúdame a pensar."

El silencio cayó sobre ellas, pesado como el frío de la bóveda. Rosie cerró los ojos, su respiración estabilizándose mientras Agatha escaneaba el rincón, buscando cualquier pista: un cable suelto, una rendija, un botón escondido. Pero antes de que pudieran planear más, un eco resonó en el pasillo. Botas de cuero negro golpeaban el suelo, un ritmo lento y deliberado que hizo que el corazón de ambas se detuviera. Rubén apareció en la entrada del rincón, su figura imponente recortada contra la luz parpadeante. En sus manos cargaba un arma extraña, con un cañón largo y un contenedor que recordaba a un Hydra Splatling, pero no era una pistola de tinta. Era una réplica del Quick-Fix (tf2), su contenedor lleno de un líquido azul claro, el mismo que Rubén se había inyectado antes.

Rosie y Agatha, acorraladas, intercambiaron una mirada. Sin armas, sin fuerzas, no había salida. Se arrodillaron lentamente, levantando las manos en señal de rendición, sus rostros pálidos bajo la tinta seca. "No dispares....", susurró Agatha, su voz temblando pero firme. Rosie, con el brazo vendado colgando inútil, solo asintió, sus ojos fijos en el arma.

Rubén las miró, sus ojos verdes brillando con una calma inquietante. Sin decir una palabra, levantó el Quick-Fix y cargó el contenedor con el líquido azul. El arma emitió un zumbido grave, y antes de que pudieran reaccionar, disparó. Un haz de energía azul impactó contra ambas, envolviéndolas en un resplandor cegador. Rosie y Agatha cerraron los ojos, convencidas de que era el fin, esperando el dolor final. Pero el dolor no llegó. En cambio, sus heridas comenzaron a cerrarse, la tinta seca se desvaneció, y el brazo roto de Rosie se enderezó con un crujido suave. Cuando abrieron los ojos, estaban curadas, sus cuerpos libres de dolor, aunque la debilidad persistía en sus músculos.

"¿Qué... qué fue eso?" balbuceó Rosie, tocándose el brazo, ahora intacto.

Rubén bajó el arma, soltando el gatillo. Intentó hablar, pero antes de que una palabra saliera de su boca, Agatha se lanzó con una velocidad que parecía imposible para la chica asustada de antes. Su patada voló hacia el rostro de Rubén, un movimiento tan rápido que el aire silbó. Rubén esquivó por milímetros, su cuerpo inclinándose hacia un lado, pero la sorpresa lo congeló. Mientras Agatha pasaba a su lado, su figura parecía moverse en cámara lenta, y los ojos de Rubén parpadearon como si hubiera sido transportado al pasado.

────────────────────❮ 𝙵𝚕𝚊𝚜𝚑𝚋𝚊𝚌𝚔: 𝚁𝚞𝚋𝚎́𝚗 \\

Rubén estaba de pie en una plataforma, en un cielo teñido de naranja, donde nubes densas se arremolinaban bajo un atardecer ardiente. El viento silbaba, agitando su cabello verde, mientras sus botas resonaban contra el metal reforzado de la plataforma. Frente a él, Shiro, su discípula, apenas una adolescente de pelo negro azabache que caía en mechones desordenados, lo miraba con ojos rojos encendidos de determinación. Su ropa holgada, diseñada para moverse sin restricciones, ondeaba con cada paso. Era pequeña, pero su postura gritaba desafío, sus puños apretados listos para desatar una tormenta.

Shiro cargó sin previo aviso, sus pies golpeando la plataforma con un ritmo frenético. Lanzó un puñetazo directo al pecho de Rubén, su brazo cortando el aire con un silbido agudo. Rubén levantó el antebrazo izquierdo, bloqueando el golpe con un thud que vibró en el metal. Shiro no se detuvo. Giró sobre su talón derecho, lanzando una patada lateral hacia las costillas de Rubén. Él esquivó, inclinándose hacia atrás, el pie de Shiro rozando su camiseta por milímetros. El aire crujió con la fuerza del movimiento, y Rubén sonrió, sus ojos verdes brillando con orgullo.

"Shiro, tus emociones te controlan", dijo, su voz firme pero cálida, resonando sobre el viento. "Piensa antes de actuar. La desesperación te traiciona."

Shiro apretó los dientes, sus ojos rojos relampagueando con furia contenida. No respondió, dejando que su cuerpo hablara. Corrió hacia él, saltando para ganar altura, y lanzó un gancho derecho hacia su mentón. Rubén bloqueó con el antebrazo derecho, pero Shiro ya estaba moviéndose, rodando por la plataforma para ponerse a su espalda. Disparó un uppercut hacia su riñón, sus nudillos brillando con el esfuerzo. Rubén giró, atrapando el puño con la palma izquierda, pero la fuerza de Shiro lo obligó a retroceder un paso, el impacto resonando en sus huesos.

La plataforma tembló bajo sus pies, diseñada para soportar golpes que habrían destrozado cualquier otra superficie. Shiro, jadeando, retrocedió, sus manos temblando por el esfuerzo. Gotas de sudor caían por su rostro, pero su mirada no vaciló. Volvió al ataque, sus movimientos un borrón de velocidad. Lanzó una ráfaga de golpes: un jab al pecho, un cruzado al hombro, un gancho al estómago. Cada impacto era un trueno, el aire vibrando con la intensidad de su fuerza sobrehumana. Rubén bloqueó con los antebrazos, sus botas deslizándose ligeramente por la plataforma, pero su sonrisa no se desvanecía. Cada golpe de Shiro era más preciso, más feroz, como si estuviera tallando su determinación en el cuerpo de su maestro.

"¡No te detengas, Shiro!" gritó Rubén, esquivando un puñetazo directo al rostro con un movimiento de cabeza. Shiro gruñó, girando para lanzar una patada frontal al pecho. Rubén cruzó los brazos, absorbiendo el impacto, pero la fuerza lo empujó hacia atrás, sus botas chirriando contra el metal. Shiro aprovechó, saltando para atacar desde arriba, su rodilla buscando el hombro de Rubén. Él rodó hacia un lado y el golpe de Shiro golpo la plataforma con un boom que hizo temblar las nubes naranjas.

El cielo parecía contener el aliento mientras Shiro seguía adelante con su respiración pesada pero implacable. Corrió hacia Rubén, lanzando un combo devastador: un jab al rostro, un gancho al hígado, una patada giratoria a la cabeza. Rubén bloqueó el jab con la palma, esquivó el gancho inclinándose, pero la patada lo sorprendió. Su pie rozó su mejilla, dejando una marca roja. Shiro aterrizó, tambaleándose, pero su rostro se iluminó con un destello de triunfo. "¡Te toqué!" jadeó, su voz temblando de emoción.

Rubén, tocándose la mejilla, soltó una risa baja. "Bien, pequeña. Pero aún no has ganado." Avanzó, sus propios movimientos ahora más agresivos. Lanzó un jab rápido al pecho de Shiro, que ella bloqueó con los antebrazos, pero el impacto la hizo retroceder. Rubén siguió con un gancho al mentón, que Shiro esquivó agachándose, sus piernas temblando por el esfuerzo. Ella contraatacó con una patada baja, buscando barrer las piernas de Rubén. Él saltó, evadiendo el golpe, y respondió con un codazo descendente que Shiro bloqueó con ambos brazos, el impacto haciéndola gruñir.

El duelo se intensificó, la plataforma vibrando con cada choque. Shiro, con el sudor empapando su ropa, lanzó un ataque desesperado. Corrió hacia Rubén, fingiendo un puñetazo directo al rostro. Él levantó la guardia, listo para esquivar, pero Shiro retrajo el brazo en el último segundo, girando sobre su eje con una velocidad cegadora. Su pie derecho se alzó en una patada giratoria, conectando con la mejilla de Rubén con un crack que resonó como un trueno. La onda expansiva del golpe fue tanta que las nubes desaparecieron al instante, despejando el cielo. La plataforma tembló violentamente, grietas finas apareciendo en su superficie, aunque estaba diseñada para soportar tal castigo.

Shiro cayó al suelo, jadeando, su pecho subiendo y bajando con respiraciones entrecortadas. Pero al instante, se levantó, sus ojos rojos brillando con una mezcla de agotamiento y euforia. "¡Lo logré! ¡Lo logré!" gritó, su voz aguda y llena de vida, como la de una niña que acaba de ganar su primer trofeo. Corrió hacia Ophelia, que esperaba al borde de la plataforma, sus líneas doradas brillando bajo el sol poniente, su cabello blanco ondeando con el viento.

Ophelia la recibió con los brazos abiertos, levantándola en un abrazo giratorio. "¡Lo lograste, pequeña! ¡Le diste un golpe!" dijo, su voz cargada de alegría, sus ojos amarillos reluciendo con orgullo. Las dos rieron, Shiro colgando en los brazos de Ophelia, su rostro iluminado por la victoria, mientras el viento llevaba sus risas al cielo despejado.

Rubén, tocándose la mejilla donde el golpe había dejado un moretón pulsante, sonrió ampliamente. El dolor era insignificante comparado con el orgullo que sentía. Shiro, su discípula, había superado sus límites, su determinación tallada en cada golpe, cada caída, cada gota de sudor. La miró, festejando con Ophelia, y por un momento, el mundo fue perfecto, un instante de paz en un cielo que ella misma había despejado.

────────────────────❮ 𝚁𝚎𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍 \\

El recuerdo se desvaneció, dejando a Rubén aturdido. Agatha aterrizó tras su patada, girando para lanzar un puñetazo, pero Rubén, sacudiéndose el eco de Shiro, reaccionó por instinto. Su mano izquierda atrapó el puño de Agatha, deteniéndola en seco. Al mismo tiempo, Rosie, aprovechando el momento, intentó un golpe con su brazo recién curado. Rubén, con una precisión inhumana, interceptó su puño con la mano derecha, dejando a ambas inmóviles, sus muñecas atrapadas en un agarre de acero.

"Alto", dijo Rubén, su voz resonando con autoridad. "No voy a luchar con ustedes. Vengo a disculparme."

Rosie, con los tentáculos rojos temblando de incredulidad, soltó una risa amarga. "¿Nos estás jodiendo? Nos masacraste, me metiste en esa máquina rara, me... ¡Espera, puedes entendernos? ¿Cómo puedo entenderte?"

Rubén soltó sus muñecas, retrocediendo un paso. "Extraje tus genes y me los implante", explicó, señalando la máquina del Extractor de Genes. "La procesé para entender su idioma. No quería lastimarlas, pero me despertaron de mi sueño, y todos empezaron a dispararme. ¿Qué esperaban que hiciera?"

Agatha, todavía jadeando por su ataque, lo fulminó con la mirada. "Eso no justifica nada. Nos golpeaste, nos encerraste, nos..."

"Me atacaron primero", interrumpió Rubén, su tono firme pero no hostil. "Estaba defendiendo mi vida. Pero ahora veo que no son una amenaza. Quiero entender este lugar, y ustedes podrían ayudarme."

Rosie cruzó los brazos, su rostro endurecido. "Déjanos salir de aquí. No queremos tus disculpas, queremos irnos."

Rubén negó con la cabeza, apoyando el Quick-Fix contra una cápsula. "No hasta que termine. Necesito analizar más datos, buscar el ADN Mirira que falta, y reparar algunas cosas en esta base. Pero no las mantendré como prisioneras. ¿Tienen hambre?"

Agatha y Rosie se miraron, desconcertadas. "¿Hambre?" repitió Agatha, su estómago rugiendo traicioneramente. "¿Nos ofreces comida después de todo esto?"

Rubén se encogió de hombros, una media sonrisa en su rostro. "Es lo menos que puedo hacer." Sin esperar respuesta, se dirigió hacia la bóveda de la Despensa, un pasillo helado que había casi convertido a Rosie y Agatha en estatuas. Las dos lo siguieron, cautelosas, sus pasos resonando en el suelo metálico. "¿Cómo no te afecta el frío?" preguntó Rosie, envolviéndose en los brazos. "Ese lugar casi nos mata."

"Mi cuerpo está... adaptado", respondió Rubén, sin girarse. "He enfrentado cosas peores que un poco de hielo."

Dentro de la Despensa, estantes metálicos estaban llenos de contenedores sellados, algunos con etiquetas en un idioma que ni Rosie ni Agatha podían leer. Rubén abrió uno, sacando paquetes de carne, especias y verdura que habian quedado criogenizadas y percervadas por siglos, camino hasta el comedor con los ingredientes comenzo a cocinar, el aroma llenó el aire, una mezcla de especias y algo cálido, reconfortante, que hizo que los estómagos de Rosie y Agatha rugieran aún más.

"No confío en esto", murmuró Agatha, mirando la bandeja que Rubén les ofreció. Había preparado una especie de chuleton de ternera a la plancha. Rosie olfateó, su rostro dividido entre el hambre y la sospecha.

"Si quisiera matarlas, no necesitaría envenenarlas", dijo Rubén, sirviéndose un poco en un plato y comiendo con calma. "Coman. Les dará fuerza."

Rosie tomó el plato primero, sus manos temblando ligeramente. Dio un mordisco, y sus ojos se abrieron de par en par. El sabor era indescriptible: cálido, rico, con un toque picante que explotaba en la lengua y un regusto dulce que calmaba el alma. "Esto... esto es increíble", balbuceó, devorando otro bocado. Agatha, incapaz de resistir, tomó su propio plato y comió, su rostro derritiéndose en una mezcla de asombroso y vergüenza por disfrutarlo tanto. Por un momento, las dos olvidaron la base, el dolor, la pelea. La comida era un milagro, un pedazo de calor en un lugar que solo ofrecía frío.

Rubén, sentado en una cápsula rota, comía con la misma calma que si estuviera en un picnic. "Nombres", dijo, rompiendo el silencio. "¿Cómo se llaman? ¿Qué son ustedes?"

Agatha tragó un bocado, limpiándose la boca con el dorso de la mano. "Soy Agatha. Inkling. Somos... bueno, vivo en Inkopolis, la ciudad que te.. ataco" respondio con algo de verguenza.

Rosie, entre cucharadas, añadió: "Rosie. Octoling. Vengo de Octo Valley,un.. lugar con su encanto gracias a que su gente robó los Zapfish." Su tono era afilado, pero menos hostil que antes.

Rubén asintió, su rostro pensativo. "Inkling. Octoling. No sé qué significa eso, pero lo entiendo. Soy Rubén, un humano, esta es basicamente mi 'casa' por decirlo de alguna manera, una de las cuantas bases de mi especie y el comando principal".

Agatha lo miró, su cuchara suspendida. "¿Y qué quieres de nosotras?"

"Información", respondió Rubén. "Saben cosas de este mundo que yo no. Ayúdenme, y las sacaré de aquí. Pero si intentan otra patada como esa..." Sonrió, pero sus ojos verdes tenían un brillo que recordaba la paliza en el laboratorio.

Rosie y Agatha intercambiaron una mirada. La comida seguía siendo deliciosa, pero la bóveda seguía siendo una prisión. Por ahora, comerían, escucharían, y esperarían su momento. 

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