Cherreads

Chapter 2 - Capitulo 2

El silencio tras la masacre era casi irreal. Solo se oían los zumbidos intermitentes de un sistema eléctrico moribundo, el chisporroteo de cables expuestos, y de vez en cuando, el crujido de ramas quebradas en la distancia. Todo lo demás… muerto. Literalmente.

El doctor Elías Rivas observaba desde el umbral de un antiguo hangar de mantenimiento semiderruido. Habían pasado ya varios días desde que el caos se desató en la isla. Lo que comenzó como una simple alerta técnica terminó con la caída de todo el sistema de seguridad. Y ahora, él era posiblemente el único humano vivo que quedaba allí.

Antes de que todo colapsara, Elías no era más que un genetista de segundo nivel, encargado de supervisar procesos rutinarios en el laboratorio B del sector noreste. Nunca se le había permitido acceso completo al proyecto del híbrido, pero había escuchado rumores, intercambiado miradas con otros científicos más antiguos, visto planos escondidos en carpetas mal cerradas. No era un ignorante… pero tampoco sabía cuán grave sería lo que se estaba gestando.

Y ahora, ese experimento caminaba suelto por la isla.

Desde su escondite, Elías divisó en el cielo el vuelo de varios Pteranodones. No era común verlos tan juntos, y menos en esa zona. Parecían inquietos. Algo los había desplazado, tal vez los ecos de la cacería reciente. Bajó la mirada y cerró con suavidad la puerta metálica detrás de sí.

El refugio que había encontrado no era ideal, pero tenía lo esencial: una radio portátil descargada, un pequeño generador que lograba mantenerse encendido por algunas horas con combustible racionado, una vieja caja de herramientas, un botiquín con lo básico y, lo más importante, una trampilla que conectaba con un antiguo túnel de mantenimiento de la era de construcción. Eso le daba acceso a una ruta de escape subterránea, por si algo —o alguien— llegaba.

Durante los primeros días se mantuvo oculto, solo saliendo cuando era estrictamente necesario para conseguir agua o buscar provisiones. Cada expedición era una ruleta rusa. Sabía que no todos los dinosaurios eran carnívoros, pero en el caos actual, hasta los herbívoros eran peligrosos.

Uno de sus encuentros más tensos fue con un grupo de Triceratops cerca de una zona abierta. Intentó cruzar para alcanzar una torre de observación abandonada, pero uno de esos enormes animales lo detectó. No necesitó embestir: su resoplido fuerte y postura desafiante bastaron para que Elías retrocediera lentamente, sin apartar la vista del animal. Aprendió ese día que incluso los carnívoros más pequeños evitaban esa especie por su agresividad.

Pero los verdaderos terrores venían de noche.

El híbrido. Ese maldito experimento.

No lo había visto de cerca, pero sí lo había escuchado. Su grito era agudo, extraño, casi antinatural. Algo en su tono helaba la sangre. Se comunicaba con los raptores, eso también lo sabía. No como un líder, sino como un aliado temporal. Los velociraptores no lo seguían por respeto o jerarquía, sino por conveniencia. Eran inteligentes y oportunistas, y sabían que, con ese ser, podrían eliminar lo que quedaba de humanos. Después se enfrentarían entre ellos… pero por ahora compartían una misma presa.

Elías había presenciado una escena desde lo alto de una torre semanas atrás: tres humanos huyendo hacia el centro logístico. Un grupo de raptores los interceptó. El híbrido apareció desde las sombras, no intervino de inmediato, solo observó. Luego, en un instante preciso, se lanzó. No por hambre. Por juego. Por placer.

Era una máquina de caza programada con crueldad. El placer en matar era parte de su naturaleza. No buscaba alimentarse; buscaba eliminar.

El tiempo pasó. Los días se volvieron semanas.

Elías aprendió a moverse entre las sombras. A caminar sin hacer ruido, a entender los patrones de los carnívoros, a leer el comportamiento de los herbívoros. Había zonas donde no se debía entrar. Zonas donde el silencio era sinónimo de muerte. Otras, más seguras, se convertían en rutas temporales.

El centro de la isla, donde antiguamente se concentraban los laboratorios y las zonas de observación, ahora era territorio hostil. Cazadores como el joven T. rex merodeaban esa región. Aún no había crecido del todo, pero su fuerza y ferocidad ya lo convertían en un depredador formidable. Aunque no tenía nombre aún, su presencia era imponente. Solo los depredadores más osados se atrevían a competir con él.

Más al norte, los pantanos eran dominio de otras criaturas. Criaturas que rara vez salían del agua, como el Spinosaurus o sus parientes más pequeños. Elías evitaba esa región a toda costa.

Hacia el este, donde las llanuras se abrían, reinaban los herbívoros. Los Stegosaurus se movían en grupos pequeños. Los hadrosaurios pastaban en las orillas de lagunas tranquilas. Y los Triceratops patrullaban con una fiereza que marcaba el límite invisible entre la paz y el caos. Incluso los Ceratosaurus, que solían emboscar presas desde la espesura, evitaban confrontarlos directamente.

Había una jerarquía no oficial. Un equilibrio tenso.

Y en el fondo, como una sombra que se extendía sin ser vista, el híbrido seguía cazando.

Elías lo sabía. Cada vez que encontraba un cadáver sin marcas de alimentación, comprendía que seguía jugando. Que aún no había terminado.

Y él, un simple genetista varado en el infierno que ayudó a crear, solo podía seguir huyendo, escondiéndose… esperando.

Porque la caza no había terminado.

Apenas comenzaba.

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