Cherreads

Chapter 4 - capitulo 4

Seis meses después de la caída del sistema.

La isla respiraba vida salvaje y caos. Ya no quedaban señales humanas activas: ni luces, ni radios, ni helicópteros. Solo ruinas y huesos enterrados por la vegetación. El doctor se había convertido en una sombra silenciosa, un fantasma que merodeaba los límites del nuevo orden.

Su refugio, un viejo puesto de vigilancia olvidado en el borde de un acantilado al sur de la isla, estaba cubierto de lianas y musgo. Desde allí, con un catalejo y una libreta gastada, había pasado meses observando.

"Zona Norte: pantano espeso, presencia dominante del Spinosaurus. Evitar. Zona Este: actividad moderada de herbívoros. Zona Centro: aún la más peligrosa. Zona Oeste: Acrocanthosaurus en pareja. Potenciales rivales del Giganotosaurus. Zona Sur: calma aparente. Zona Aérea: Pteranodon."

Cada anotación iba acompañada de marcas, esquemas, y a veces, trazos temblorosos. No siempre era fácil escribir cuando rugía la tierra.

Aquel día, desde la cima de una loma cubierta por helechos gigantes, presenció un suceso que marcaría uno de los momentos más tensos desde su llegada: la caza compartida.

El dúo de Acrocanthosaurus avanzaba entre la neblina matinal como dos sombras de guerra. Ambos, enormes, de musculatura marcada y pasos silenciosos, acechaban a un Ouranosaurus que se alimentaba cerca de un arroyo. El herbívoro, distraído, levantó la cabeza solo cuando fue demasiado tarde.

El primer rugido rompió la calma. El segundo rugido no venía de los Acrocanthosaurus.

Desde la ladera opuesta, emergió el Giganotosaurus. Majestuoso, oscuro y lento al principio, pero cada zancada hacía temblar el suelo. Sus ojos no se desviaban del Ouranosaurus, ni de sus rivales.

El herbívoro corrió. Demasiado tarde. El dúo de acros bloqueó un lado. El Giganotosaurus bloqueó el otro.

La tensión explotó.

El macho acro embistió primero, tratando de alejar al coloso de su comida. Un mordisco a la base del cuello lo hizo retroceder, pero no soltar. El Giganotosaurus gruñó, abrió sus mandíbulas enormes, y atrapó el costado del segundo acro, zarandeándolo violentamente.

Pero eran dos contra uno.

Mientras el primero se recuperaba, el segundo arañaba con sus garras, presionando. El Giganotosaurus retrocedió. El Ouranosaurus, en medio del caos, intentó huir. No llegó lejos. Un coletazo del giganoto lo partió en dos.

La sangre empapó el suelo.

Entonces comenzó la verdadera pelea. Mordidas, empujones, garras desgarrando tierra y carne. El doctor, en la distancia, apenas podía contener la respiración. Sabía que estaba presenciando una disputa de titanes. A pesar de la furia, la batalla no duró mucho. Con un rugido final, el Giganotosaurus logró morder profundamente el flanco del acro macho, haciéndolo retroceder con un chillido grave. No hubo muerte, pero sí derrota.

El coloso se quedó con la presa. Los Acrocanthosaurus se retiraron, no sin antes lanzar una última mirada desafiante.

Horas después, mientras el doctor escribía, un leve crujido lo hizo mirar hacia el oeste. Allí, en la pradera distante, observó un grupo de Triceratops pastando con aparente tranquilidad. Pero incluso entre herbívoros, el conflicto estaba presente.

Un joven macho embistió a otro para proteger su espacio. La fuerza fue tal que uno cayó sobre un tronco. Gruñidos, choques de cuernos y tierra volando al aire.

Más al sur, un Stegosaurus solitario defendía a su cría de un par de Velociraptores que intentaban probar suerte. Una mala decisión. Con un giro veloz, el adulto balanceó su cola armada, y uno de los raptores voló por los aires. El otro escapó chillando.

El equilibrio había regresado, sí, pero era uno forjado en dientes, garras y sangre.

Esa noche, el doctor anotó en su cuaderno:

"La isla ha encontrado su ritmo. Pero no es paz, es tensión controlada. Cada criatura tiene su papel… y su precio."

Guardó su cuaderno bajo un compartimento secreto del refugio, respiró hondo y escuchó. A lo lejos, entre los ecos del viento, se oían rugidos. Algunos familiares. Otros… aún desconocidos.

Y en la oscuridad, bajo la sombra de las estrellas, los verdaderos dueños de la isla patrullaban su imperio.

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