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Chapter 3 - "DIA FAMILIAR"

Narrado por Hinata Rhiuus.

Al día siguiente, me descubrí atrapada en mis propios pensamientos.

No podía apartar de mi mente aquella figura… esa silueta sin rostro que se desvanecía en la nada.

—¿Qué fue ese sueño…? —susurré para mí misma.

No lo entendía del todo, pero en el fondo sabía que algo había ocurrido.

O tal vez no había pasado todavía… pero estaba por hacerlo.

Sin embargo, hoy no era el día para pensar en eso.

En mi casa, lo normal era despertar con los gritos de mi hermano mayor, Edu, discutiendo con Zuzu, nuestra gata —una pequeña tirana de pelaje blanco que se creía la reina del mundo—.

Pero aquella mañana… todo estaba en silencio.

Un silencio absoluto.

—Qué extraño… —murmuré, frunciendo el ceño.

Me incorporé, aún somnolienta, y bajé de la cama.

El aire estaba frío, inmóvil.

Caminé hacia la puerta y la abrí con cuidado, procurando no hacer ruido.

El pasillo que conectaba las habitaciones estaba vacío, envuelto en una quietud tan densa que me erizó la piel.

—¿Mamá?... ¿Edu? —llamé en voz baja, esperando una respuesta.

Nada.

—¿Kenji?... ¿Zuzu?

Solo silencio.

Tragué saliva.

El corazón me latía con fuerza, como si presintiera algo.

Decidí salir del cuarto.

El ambiente era extraño, tenso.

Las paredes parecían observarme y los pasillos se estiraban como si no tuvieran fin.

Cada paso que daba resonaba en el suelo de madera, haciéndose más pesado con el eco del silencio.

Al acercarme a la cocina, un sonido rompió la calma.

Era leve, irregular… como si algo se arrastrara o respirara muy despacio.

Me detuve.

Contuve el aliento y agucé el oído.

El ruido continuó.

Di un paso. Luego otro.

Y, de pronto—

—Hinata.

Una voz a mi espalda hizo que el corazón se me detuviera.

El cuerpo reaccionó antes que mi mente: giré con fuerza y lancé un golpe con los ojos cerrados.

Un quejido ahogado fue lo único que escuché.

—¡Auuuh!

Abrí los ojos de golpe, con el pecho agitado… y ahí estaba Kenji, mi hermano, con una mano en la mejilla y expresión de dolor fingido.

—¿Qué demonios haces, Hinata? —se quejó, frunciendo el ceño.

—¡Kenji! ¡Por todos los cielos, casi me matas del susto! —grité llevándome una mano al pecho, todavía temblando.

Kenji suspiró y sonrió de medio lado.

—Iba a decirte que el desayuno está listo… pero parece que prefieres practicar defensa personal a estas horas.

Me crucé de brazos, tratando de recuperar la compostura.

—No me culpes. Esta casa parecía un cementerio.

Kenji soltó una risa baja y negó con la cabeza.

—Tienes razón, la casa está más callada de lo normal. Pero ya te darás cuenta por qué —dijo con una sonrisa traviesa.

Lo miré con el ceño fruncido, desconfiando.

Él simplemente siguió caminando, ocultando algo detrás de esa sonrisa.

—Vamos, Azumi y Shizuka tienen todo bajo control. No te preocupes —añadió, guiñándome un ojo.

Al llegar a la cocina, por fin entendí de dónde provenía aquel sonido que había escuchado antes.

Venía de allí.

—Señorita Hinata, señorito Kenji —saludó Shizuka inclinando la cabeza con una sonrisa—. Buenos días.

—Buenos días, Shizuka. Buenos días, Azumi —respondimos al unísono.

Azumi y Shizuka no eran solo nuestras sirvientas; también eran nuestras mentoras personales.

A pesar de eso, las considerábamos parte de la familia.

Azumi, una elfa de cabello blanco y ojos celestes, tenía una personalidad tan fría como el hielo… aunque Edu siempre encontraba la forma de derretir ese glacial con sus bromas absurdas.

Shizuka, por otro lado, era humana como nosotros. Su cabello rubio y sus ojos ámbar parecían brillar con energía; era impulsiva, divertida, y la única capaz de poner a Edu en su lugar.

Ambas tenían veintidós años, y sin ellas, nuestra casa sería un caos absoluto… más del habitual, claro.

Azumi levantó una ceja con su expresión severa de siempre y miró a Kenji.

—Señorito Kenji… ¿por qué tiene una mano marcada en la mejilla?

Yo di un pequeño brinco, conteniendo la risa, mientras Kenji esbozaba una sonrisa nerviosa.

—Es… una larga historia —respondió, mirándome de reojo con resignación.

Nuestra madre llegó poco después, con su habitual serenidad.

—¿Qué le hiciste a Kenji, Hinata? —preguntó, cruzándose de brazos.

Negué rápidamente con la cabeza.

—Buenos días, mamá. ¡Yo no le hice nada! Fue su culpa por asustarme.

Kenji y mamá se miraron y sonrieron con complicidad.

—Estaba asustada porque la casa estaba en completo silencio, mamá —dijo Kenji, intentando defenderme mientras disimulaba la marca en su mejilla.

—Ah, ya veo —respondió ella, divertida—. Así que todo este alboroto era por eso.

Bufé y fruncí el ceño.

—Hablando de eso… ¿por qué está todo tan callado? ¿Dónde está Edu?

Shizuka señaló hacia un rincón de la cocina, mordiéndose el labio para no reír.

—Bueno, Hinata… tu hermano está por allá.

Volteé la mirada y me quedé paralizada.

Allí estaba Edu, sentado en una silla, atado con varias cuerdas y con la boca cubierta por una venda, mientras Zuzu —nuestra gata— descansaba plácidamente sobre su cabeza, como si fuera su trono personal.

La escena era tan absurda que no supe si reír o preocuparme.

Edu me miró con una mezcla de orgullo herido y total resignación.

No dijo una sola palabra, pero su mirada lo gritaba: "¿En serio no me notaste todo este tiempo?"

No pude contenerme.

Estallé en carcajadas.

—¡Jajaja! Hermano… pareces el sirviente personal de Zuzu —dije entre risas, casi doblándome.

Edu refunfuñó algo ininteligible, probablemente una maldición dirigida a la gata.

Kenji, detrás de mí, soltó una carcajada tan fuerte que hasta Shizuka tuvo que cubrirse la boca para no reír.

Incluso Azumi, con su habitual frialdad, dejó entrever una sonrisa apenas perceptible.

La mañana continuó entre risas, cuentos y el aroma dulce de los postres que Shizuka horneaba.

Kenji, con su clásica sonrisa de conspirador, se inclinó hacia mí mientras bebía su jugo de frutas.

—¿Quieres saber por qué Edu terminó así? —me susurró, bajando la voz con un tono tan misterioso que de inmediato llamó mi atención.

—¿Por qué? —pregunté, acercándome con curiosidad.

Kenji soltó una risita contenida.

—Verás, nuestro querido hermano decidió madrugar para cortejar a Azumi —empezó, moviendo las manos como si narrara una leyenda épica—. Dijo que hoy sería "el día perfecto para conquistar su corazón helado".

Azumi, que estaba sirviendo el té, se detuvo en seco.

—Yo no recuerdo haber aceptado semejante desafío —dijo con su tono sereno, aunque el leve rubor en sus mejillas la delataba.

Shizuka no pudo evitar reír.

—¿Y luego? —pregunté, conteniendo la risa.

—Pues, mientras Azumi atendía las flores del jardín, Edu se le acercó con su aire de galán trágico —continuó Kenji, imitando la voz grave de su hermano—: "Mi bella Azumi, el amanecer no sería digno de contemplarse sin tu presencia."

—¡Por favor! —exclamó Azumi, cubriéndose el rostro—. ¡No dijo eso!

—Oh, sí lo dijo —confirmó Kenji entre carcajadas—. Pero lo mejor fue que Zuzu, la reina de la casa, ya había despertado y se dio cuenta de que Shizuka seguía dormida. Y claro, en su pequeño cerebro felino eso fue una ofensa personal. Así que fue directo al cuarto de Shizuka, la despertó con un zarpazo en la cara y la arrastró hasta la cocina.

Shizuka golpeó suavemente la mesa con una sonrisa divertida.

—Esa gata tiene mejor sentido del deber que todos ustedes juntos.

—Exactamente —asintió Kenji—. En cuanto ambas llegaron al jardín, Edu estaba en plena poesía romántica… hasta que Zuzu se lanzó a sus pies como un proyectil blanco.

—¿¡Qué!? —solté entre risas.

—Sí. Empezó a girar entre sus piernas, arañando y maullando con furia. Edu perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Y antes de que pudiera levantarse, Shizuka, en un movimiento digno de un cazador profesional, sacó unas vendas y lo amarró de pies a cabeza.

—¡Yo solo trataba de evitar que siguiera hablando! —se defendió Shizuka, alzando las manos entre risas.

—Y para que no siguiera con sus tonterías, le cubriste la boca también, ¿cierto? —añadió Kenji mientras mamá nos observaba desde la cocina.

Shizuka asintió, orgullosa.

—Fue por el bien común.

—Luego lo trajeron al rincón de la cocina —remató Kenji, levantando las manos dramáticamente—, donde Zuzu se subió sobre su cabeza como si fuera su trono. Y con una mirada de superioridad absoluta, maulló como si declarara su victoria ante todos los hombres del reino.

No pude contenerme. Me doblé de risa, golpeando suavemente la mesa.

Azumi escondía su rostro entre las manos, roja como un tomate, mientras Edu —ya liberado— refunfuñaba en el rincón intentando recomponer su dignidad.

—¡No fue así! —gritó, pero su voz apenas se escuchó entre nuestras carcajadas.

Kenji sonreía satisfecho.

—Y así, querida hermana, nació una nueva leyenda familiar: la caída del caballero Edu, vencido por una gata y dos mujeres.

Mamá, que había estado escuchando todo con una sonrisa, comentó sin voltear:

—Edu, hijo… algún día aprenderás que el amor no se gana con discursos, sino con acciones.

Edu suspiró, vencido.

—Sí, madre… aunque a veces las acciones duelen —murmuró, mirando a Shizuka.

Pasé toda la mañana riéndome con la historia, mientras Azumi se sonrojaba cada vez que alguien la miraba y Edu trataba desesperadamente de defender su orgullo.

Aquella calidez, esa unión familiar en medio del caos que siempre provocaba mi hermano mayor, logró que olvidara por completo mis preocupaciones de la noche anterior.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí paz.

Después del desayuno, nos dirigimos a una de las principales sedes del Gremio de Cazadores para comprobar si había llegado alguna carta de nuestro padre, Jared Rhiuus.

Era un cazador veterano, reconocido como uno de los pocos que había alcanzado la clase Santo de la Espada.

Llevaba cinco días fuera de casa, pues el gremio lo había convocado para escoltar a un grupo de investigadores en una expedición hacia el Bosque Maldito.

El viaje hasta la capital fue tranquilo.

Las tierras del Reino de Lhat siempre me parecieron un lugar de ensueño: bosques de hojas plateadas, arroyos que reflejaban el cielo como espejos líquidos y ciudades donde los elfos y los humanos convivían como si el tiempo jamás hubiera separado sus razas.

Entre todas ellas, la capital Tabog se alzaba majestuosa, un punto de encuentro donde las culturas del continente se mezclaban bajo el mismo sol.

El bullicio nos recibió antes de cruzar las murallas.

Comerciantes que ofrecían frutas de los bosques de Ahsiā, herreros enanos mostrando sus forjas portátiles, alquimistas orakyns vendiendo frascos con líquidos que brillaban con luz propia.

Todo era color, ruido y vida.

Era imposible caminar por Tabog sin sentir el impulso de gastar hasta la última moneda.

Kenji se adelantó, mirando a los puestos con una sonrisa.

—Siempre que venimos aquí, termino pobre —bromeó.

Mamá soltó una risa suave, mientras Azumi lo miraba de reojo.

—Eso te pasa por dejarte tentar tan fácilmente —le dijo, sin detener el paso.

Poco después, llegamos a la Sede del Gremio Brakooth de Lhat.

El edificio era imponente, de piedra blanca y madera oscura, cubierto por enredaderas que brillaban con una luz esmeralda bajo el sol.

Al cruzar las puertas, lo primero que nos recibió fue el emblema del gremio, grabado en el suelo:

un gran círculo donde se entrelazaban un árbol —símbolo de los elfos— y una figura humana alzando su espada hacia el cielo.

Esa era la insignia del Gremio Brakooth, y ver a un cazador con ella significaba que había sido forjado aquí, en Lhat, bajo su juramento.

El interior del gremio rebosaba actividad.

Aventureros de distintas razas llenaban las mesas, revisando contratos o bebiendo entre risas.

El sonido de las botas sobre la madera, el tintineo de las armas y el murmullo constante creaban una atmósfera cálida, viva… casi familiar.

Me quedé observando todo aquello, maravillada.

Aunque ya había estado allí muchas veces, algo en ese lugar siempre lograba despertar en mí una sensación de respeto… y también de curiosidad.

Quizás porque cada historia colgada en esos tablones, cada insignia en los pechos de los cazadores, representaba una vida dedicada a proteger este mundo.

—Familia Rhiuus, ¡bienvenidos! —la voz firme y segura de Lara Brakooth resonó en la entrada. Su capa ondeaba mientras caminaba hacia nosotros, su porte elegante y su mirada segura demostraban por qué había alcanzado el rango S como cazadora tipo mago.

—Hola, Lara. Tiempo sin vernos, ¿no crees? —respondió nuestra madre con una sonrisa cálida.

—Demasiado tiempo —replicó Lara—. Me alegra ver que todos están bien… y que no han causado demasiados problemas mientras yo estaba fuera.

Kenji cruzó los brazos y arqueó una ceja.

—No causamos tanto caos… al menos no más que el habitual.

Hinata se mordió el labio para no reír, recordando la escena de Edu con Zuzu.

Edu, en cambio, no perdió la oportunidad de intentar lucirse: se adelantó unos pasos, ajustó su postura y habló con voz exageradamente segura:

—Lara, debo decir que tu reputación me precede… pero nada se compara a verte en persona.

—Vaya, vaya… —añadió Lara entre risas—. El galán de la familia sigue sin perder su toque.

—¿Cómo estás, guapetón? —continuó, apretándole la mejilla con diversión.

—Muy bien, Lara —respondió Edu, soltándose y acariciándose la cara—. Y tú… ¿cómo has estado? Aparte de atraer la mirada de todo el continente con tu gran hermosura.

Zuzu, que descansaba sobre su cabeza, arqueó las garras y le dio un leve arañazo en la mejilla.

—¡Auuuch! —gritó Edu, llevándose la mano al rostro mientras daba un paso atrás.

Todos estallaron en carcajadas.

—Parece que alguien todavía necesita aprender a lidiar con su Zuzu —comentó Lara, divertida, mientras acariciaba tranquilamente a la gata, que se acomodó como si nada hubiera pasado.

—Oye… no fue mi culpa —protestó Edu, frotándose la mejilla y haciendo pucheros.

—Sí, claro… tu valentía le ha costado un arañazo —rió Kenji—. Qué valiente, hermano.

—La próxima vez, Edu… piensa antes de intentar impresionar a una cazadora de rango S —bromeó nuestra madre, con una sonrisa divertida.

Yo, por mi parte, intentaba recuperar el aliento entre risas, mientras observaba la interacción de todos.

Lara simplemente sonrió con calma.

Aunque respetaba el rango de nuestra familia, parecía disfrutar de los momentos ligeros… incluso con niños torpes como Edu.

—Y bien, Lara —dijo finalmente nuestra madre, intentando sonar seria mientras recuperaba la postura—. ¿Algún mensaje de Jared?

—Claro que sí, Sakura. Justo ayer llegó un mensaje de él —respondió Lara, sacando una carta y entregándosela a nuestra madre.

—Puedes estar tranquila… las cosas van bien en el reino de Afhriur —añadió, sonriente.

—Muchas gracias, señorita Lara —dijimos los tres hermanos al unísono.

—No tienen por qué agradecer, niños —dijo Lara—. Me gustó mucho volver a verlos… en especial a ti, Edu.

—¿Cómo vas con tu restricción del Don? —preguntó, con curiosidad.

—Aún no puedo usar mis dones —respondió Edu con una sonrisa forzada—. Cada vez que lo intento, la maldición se activa, señorita. Pero… no es nada que pueda controlar.

Aunque intentara ocultarlo, era evidente que estaba preocupado.

—Está bien —dijo finalmente Lara—. Si algo vuelve a pasar, no duden en decírmelo, ¿vale?

—De acuerdo, Lara. Muchas gracias —respondió nuestra madre.

—Bueno, fue un gusto verlos, pero ya es hora de irme a cumplir con mis deberes —añadió Lara mientras se despedía con un elegante gesto.

—Hasta luego, Lara —dijimos todos al unísono.

Después de un largo día en la capital, el sol comenzaba a ocultarse.

Regresamos a casa, donde Azumi y Shizuka ya habían preparado la cena.

Les contamos cómo nos había ido, de cómo Zuzu había arañado a Edu por intentar impresionar a Lara, y de cómo Azumi se sonrojaba, quizás por celos.

La noche llegó entre risas, cerrando un día lleno de alegría y calidez familiar

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