Capítulo 11: Búsqueda – Parte 2
Ciel terminó de preparar la cena. Me levanté de donde estaba y me acerqué. Había asado al seudo-dragón que cazamos antes. No era una comida lujosa, pero dadas las condiciones del bosque, era lo mejor que podíamos conseguir.
Me recosté junto al fuego, tomé un trozo de carne y comencé a comer. El sabor era fuerte, un poco áspero, pero comestible. Sin embargo, al observar con detenimiento, noté algo: Ciel aún no había comenzado a comer. Se mantenía en silencio, con las manos en el regazo, esperando.
—¿Por qué no comes todavía, Ciel? —pregunté, sin dejar de masticar.
—Maestro… yo comeré después de que usted se sacie —respondió con una voz baja, casi tímida.
Fruncí el ceño.
—Ciel… come conmigo. Ya no somos simplemente amo y sirvienta. Te lo dije antes: somos una familia.
Ella dudó por un instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Pero cuando esas palabras se repitieron en su mente, "familia", una emoción se reflejó en su rostro. Asintió lentamente, y una sonrisa suave se formó en sus labios. Se acercó, se sentó a mi lado y tomó un pedazo de carne.
Comimos en silencio durante unos minutos. Pero no era un silencio incómodo; era una calma reconfortante. La vi relajarse poco a poco, como si dejara atrás una pesada carga. Me alegraba verla así. No quería seguidores que me adoraran como a una deidad o que vivieran con miedo. Quería personas reales, cercanas… una familia.
Cuando terminamos, me recosté al lado del fuego, cerrando los ojos por un momento. Sin embargo, abrí uno al notar algo.
Ciel estaba recostada a unos metros, sobre un tronco cubierto de musgo. Se abrazaba las piernas con fuerza. Aunque estábamos junto al fuego, el aire nocturno del bosque era húmedo y frío. Las hojas goteaban humedad, y la brisa calaba los huesos. Temblaba ligeramente.
Dudé. Pero al final, hablé con tranquilidad:
—Ciel… si tienes frío, puedes dormir cerca de mí. Mi cuerpo es cálido. No te haré daño.
Punto de vista de Ciel
Cuando escuché eso, mi corazón dio un vuelco. Mi primer impulso fue negarme. No era apropiado, pensé. Pero entonces recordé sus palabras: "Somos una familia".
Una calidez brotó en mi pecho, tan inesperada como bienvenida.
Me levanté, dudando solo un poco, y me acerqué. Me recosté sobre su estómago. Era cálido, firme, pero cómodo. Como un refugio. Como un lugar al que pertenecer.
Una sonrisa escapó de mis labios. Una verdadera sonrisa, sin temor ni obligación. Cerré los ojos.
Pero entonces, su voz volvió a sonar:
—Ciel… ¿dónde están tus padres?
La pregunta me tomó por sorpresa. Abrí los ojos lentamente. No quería responder, pero las palabras salieron solas.
—Murieron, maestro… cuando vagábamos por este bosque.
Mi voz apenas era un susurro, pero lo suficientemente clara.
—Lo siento —dijo, con una sinceridad tan profunda que me sorprendió.
—No hay de qué disculparse… —dije. Pero algo dentro de mí se quebró.
—Ellos me protegieron hasta el final. Me dijeron que viviera, que formara una familia y fuera feliz… Me dejaron dentro de un árbol hueco. Taparon la entrada con madera. Luego corrieron a distraer a un troll...
El dolor regresó con fuerza.
—Pude escuchar sus gritos… no hice nada… solo temblaba y lloraba… ¡Tuve miedo! ¡Fui una cobarde!
Me cubrí el rostro. Lágrimas calientes comenzaron a brotar, sin poder detenerlas.
Pensé: "Ahora que sabe lo inútil que fui… seguro me abandonará…"
Pero entonces, su voz volvió a sonar, firme y tranquila:
—Ciel… no fue tu culpa. Nadie puede juzgarte por tener miedo en una situación así. Incluso si hubieras salido, no habría cambiado nada. Tus padres… aunque no los conocí, estoy seguro de que no querrían que llevaras ese peso contigo.
Con sumo cuidado, sentí cómo una de sus garras limpió mis lágrimas. Levanté el rostro y vi… una sonrisa. No burlona, no forzada. Una sonrisa cálida, sincera.
Sentí una calidez extraña en el pecho… como si algo se hubiera desbloqueado dentro de mí.
—Gracias… —susurré. Cerré los ojos y, esta vez, me dormí con verdadera paz.
Punto de vista de Adán
Cuando Ciel se quedó dormida, extendí una de mis alas sobre su cuerpo. La cubrí para protegerla del frío de la noche. Cerré los ojos… y me dejé llevar por el sueño.
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El sol matutino atravesaba las copas de los árboles. Me desperté al sentir a Ciel moverse bajo mi ala. Ella también despertó. Nos miramos… y, sin necesidad de palabras, supimos que nuestra relación había cambiado. Se sentía más ligera… más natural.
—Maestro, es hora de continuar nuestro viaje —dijo con una voz clara.
Asentí, me agaché para que pudiera subirse a mi espalda. Una vez acomodada, extendí las alas y tomamos el cielo.
—Maestro, ¿por qué vamos hacia la Montaña Negra? ¿Hay algo especial allí? —preguntó.
Me di cuenta de que no le había contado nada al respecto.
—Ciel… cerca de esa montaña habita una raza que, si es la que creo, podría ayudarnos a desarrollar nuestro reino de forma mucho más rápida. Son poderosos y expertos en minerales. Nos vendrían bien sus habilidades.
—Entiendo —respondió ella, con una mezcla de emoción y curiosidad.
El viaje duró casi un mes. Volábamos durante el día, descansábamos por la noche. A veces caía lluvia, otras veces nieve ligera. Pero poco a poco nos acercábamos a nuestro destino.
Finalmente, una imponente montaña apareció en el horizonte. Era negra como el ónix, y del suelo se desprendía una niebla de maná tan densa que incluso desde lejos podía sentirla palpitar.
Descendí a gran velocidad y aterrizamos en su base.
Allí, una mina gigantesca se abría ante nosotros. La entrada estaba tallada en piedra, rodeada por formaciones cristalinas de maná. La energía que fluía era tan antigua como intensa.
Me acerqué y grité:
—¡Hola! ¿Hay alguien ahí?
Pero nadie respondió.
El viento silbaba entre las piedras, y un silencio inquietante nos envolvía.
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