Capítulo 8 – Planes para el futuro
Cuando escuché que me llamaban "maestro", sentí un vuelco en el pecho.
—¿Tienes nombre? —pregunté, con curiosidad.
La elfa negó con suavidad.
—No… nunca me dieron uno.
Revisé su estado. En efecto, aparecía como "sin nombre". Ninguno de los ocho tenía uno. Me pareció triste, casi deshumanizante.
—¿Te gustaría tener uno? —ofrecí, intentando sonar cálido.
Ella abrió los ojos, sorprendida, pero pronto asintió con entusiasmo.
La observé con más detenimiento. Era deslumbrante. Su piel blanca parecía esculpida en mármol, su cabello flotaba como una nube plateada y sus ojos—herencia de mi sangre de dragón—ardían con un fulgor naranja, como brasas al atardecer. Tenía una figura armoniosa, de belleza natural e imponente.
Pensé durante unos segundos hasta que encontré un nombre digno.
—Te llamarás Ciel… Ciel Drakensilver.
Sus ojos brillaron al oírlo. Apretó las manos contra el pecho y esbozó una sonrisa pura, radiante.
—¡Gracias, maestro! ¡Es un nombre precioso! Pero… ¿Drakensilver? ¿Ese no es su apellido?
Asintió, pero su rostro se tornó nervioso, casi temeroso.
—¿No es inapropiado que una criatura como yo lleve su nombre?
—No lo es —respondí con firmeza—. Ustedes ocho son mis primeros seguidores, los primeros en reconocerme. En el futuro, cuando funde mi reino, necesitaré personas de confianza, leales, con visión. No los veo como simples subordinados… los considero mi familia.
Ciel bajó la mirada, emocionada, y asintió.
Mientras meditaba frente al fuego, el anciano Elyari se me acercó con respeto.
—Maestro… ¿le gustaría tener más seguidores?
—¿Hay otros como ustedes en este bosque?
—Sí. Nos hemos cruzado con unos diecisiete, pero no quisieron unirse a nosotros… y preferimos seguir nuestro camino.
—¿Y otros seres inteligentes? ¿Han visto algo más?
El anciano se rascó la barbilla, pensativo.
—Sí… vimos unas criaturas más pequeñas que nosotros, pero fornidas. Hablaban un idioma parecido, aunque diferente.
"Pequeños, corpulentos, lenguaje tosco…" La respuesta me golpeó con claridad: enanos. Artesanos por naturaleza. Si lograba contactarlos, podría acelerar la construcción de mi reino.
—¿Dónde los vieron?
—Al norte, cerca de una gran montaña negra. Pero está lejos de aquí.
Pensé por un momento. Ir a buscarlos podía ser riesgoso, pero también una oportunidad invaluable. Antes de partir, debía dejar todo en orden.
—Reúnelos a todos. Necesito hablar con el grupo completo.
En poco tiempo, los ocho Elyari estaban frente a mí, expectantes.
—Seguramente ya saben que le di un nombre a Ciel —dije, observándolos uno por uno.
Asintieron en silencio.
—Lo hice porque los considero mi familia. Ustedes son los primeros seres inteligentes que conocí. Y como tal, los quiero como representantes de mi futuro reino. Todos recibirán mi apellido, Drakensilver, y un nombre que les otorgaré ahora.
Los ojos de todos se agrandaron, sorprendidos por la propuesta.
—También quiero que sepan mis planes. Voy a viajar para encontrar a más seres inteligentes y unirlos a nuestra causa. Quiero construir un reino. Un lugar donde la sabiduría, la fuerza y la libertad estén por encima del miedo. Pero para eso, necesito crecer. Volverme más fuerte. Protegerlos.
Respiré hondo y continué:
—Mientras esté fuera, quiero que ustedes busquen a los otros Elyari. Reúnanlos. Inicien los primeros pasos para levantar una aldea. Mantengan el fuego encendido, será mi guía para regresar. ¿Puedo confiar en ustedes?
—¡Sí, maestro! —respondieron al unísono, con determinación.
—Bien —dije, con una sonrisa. Luego miré al pequeño niño.
Tenía ojos azul océano, cabello blanco y orejas puntiagudas. Su expresión era la de alguien destinado a la aventura.
—Te llamarás Arthur Drakensilver.
Arthur saltó de alegría, riendo como si le hubiera dado el mayor de los regalos.
Me giré hacia su padre, una versión adulta, con la misma piel nívea y ojos rojo fuego.
—Tú serás Eldric Drakensilver.
La mujer a su lado irradiaba belleza maternal. Tenía un aire elegante, ojos dorados, y un parecido impresionante con Elizabeth de Los Siete Pecados Capitales.
—Tu nombre será Elizabeth Drakensilver.
Luego observé al joven de mirada fría y expresión calculadora.
—Tú serás Mordain Drakensilver.
Otro hombre, más joven y siempre sonriente, parecía el alma del grupo.
—Tú serás Kael Drakensilver.
Finalmente, una mujer de belleza comparable a Ciel, con una presencia calmada y cálida.
—Tu nombre será María Drakensilver.
Y al anciano que me había ayudado a organizar todo, cuya sabiduría era evidente en cada palabra…
—Tú serás Merlín Drakensilver.
Así, los ocho recibieron sus nombres. Ocho antorchas encendidas en el principio del mundo.
El comienzo de una familia.
El primer paso hacia un imperio.
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