Cherreads

Chapter 83 - El rugido del tigre contra el demonio

Después del combate entre los hermanos, muchos espectadores abandonaron sus asientos para escapar de la tensión que aún pesaba sobre el coliseo. El aire seguía impregnado de presión… y del fuerte olor a sangre.

Se dieron unos minutos de descanso antes de comenzar la segunda ronda de combates. Arthur, sentado en el suelo, cerró los ojos y meditó mientras esperaba su turno.

Diez minutos después, el anunciador alzó la voz:

—Gracias a todos por esperar. A continuación, daremos inicio a los siguientes combates.

—Como saben, originalmente había cincuenta participantes repartidos en diez grupos. Sin embargo, tras la primera ronda, varios fueron descalificados, otros quedaron heridos… y algunos incluso asesinados. Ahora quedan cuarenta y cuatro jóvenes. Para equilibrar, se formará un grupo de cuatro y otro de cinco; el resto permanecerá igual.

Un joven entre la multitud levantó la mano. Cuando se le dio la palabra, preguntó:

—¿No es injusto que un grupo tenga solo cuatro integrantes? Eso les resta un combate.

El anunciador, que lo escuchó con paciencia, respondió:

—Comprendo tu frustración. Por eso hemos decidido que ese grupo lo integrarán los cuatro participantes de menor edad. Así será más justo para todos.

Hubo un murmullo generalizado de aprobación.

Entonces, una risa estridente se elevó desde una esquina. Un joven vestido de negro con capucha, acompañado por otro con el mismo atuendo, observaba con una mirada gélida. El primero escupió al suelo con desprecio y gritó:

—¡Todos ustedes son unas basuras! Llorando por un combate más… No puedo esperar a barrer con sus cuerpos este piso.

Su compañero soltó una risa seca y siniestra.

Los presentes se tensaron. Algunos respondieron con insultos, pero nadie se atrevió a moverse. Sabían que pelear fuera de la plataforma significaba la descalificación inmediata.

Arthur también escuchó esas palabras. Al voltear a ver a los dos jóvenes, sintió un escalofrío. Tenían esa misma aura oscura que había sentido con el Colmillo Azul: la presencia de asesinos.

—Bien, bien… —intervino el anunciador, intentando retomar el control—. Guarden esas energías para la plataforma. ¡Llamaré a los primeros!

La expectación del público creció. Aún quedaban combates por presenciar.

—Adelante, número 15 y número 23.

Para sorpresa de muchos, el número 15 era el mismo joven encapuchado que se había burlado de todos. Su oponente, el número 23, era un semihumano que medía más de dos metros. Tenía el pecho, las piernas y los brazos cubiertos por un espeso pelaje de tigre. Sus músculos irradiaban la ferocidad de una bestia salvaje.

Ambos caminaron hacia el centro de la plataforma, preparados para luchar.

El número 15 rió con arrogancia y exclamó:

—Y pensar que tendría que pelear contra una sucia bestia… Bien, te dejaré moribundo y te arrastraré con una correa como mi mascota.

El semihumano no respondió. Su mirada era tranquila, serena.

Desde las gradas, muchas voces se alzaron a favor del número 15. No faltaron los insultos.

—¡Vamos, número 15! Dale su merecido a esa bestia.

—¡Enséñale quién manda!

Los vítores a favor del joven de negro se extendieron como una marea de desprecio.

Arthur, aún en meditación, abrió los ojos y contempló con dureza a toda esa gente. Apretó los puños con fuerza. Siempre había vivido en gremios o pequeños pueblos. Esta era su primera vez en una gran ciudad… y al fin entendía la crueldad con la que se trataba a los semihumanos. Recordó la historia de Krank… y su rabia creció.

Desde el palco, los profesores observaban en silencio. Para algunos, estas expresiones de odio eran normales. Solo unos pocos reprobaron esa actitud.

—Es una pena que, después de tanto tiempo, sigamos siendo tan ciegos e ignorantes con respecto a los semihumanos —dijo un profesor.

Otro añadió:

—Se nos olvida que muchos aventureros legendarios fueron semihumanos. Algunos dieron su vida por la humanidad.

Aunque el odio hacia los semihumanos se había debilitado en otros tiempos, en estas ciudades todavía respiraba, latente y hambriento.

El número 23 se inclinó cortésmente:

—Soy Tirmuk. Gracias por este combate.

El número 15 bufó.

—Para mí solo eres una bestia. No necesitas saber mi nombre. Llámame amo, de ahora en adelante.

Los vítores se intensificaron. El ambiente se tensó aún más. Solo faltaba que el juez diera la señal.

Tirmuk preparó sus garras de obsidiana. Sus colmillos, de un blanco marfil, parecían cuchillas listas para desgarrar.

El número 15 desenvainó una cadena corta, con cuchillas curvas en cada extremo, como garras metálicas.

La lluvia se detuvo en ese instante. El cielo, aún nublado, parecía contener la respiración.

Y entonces, la estridente voz del juez rompió el silencio:

—¡Comiencen!

El mundo volvió a moverse.

Dos figuras se lanzaron al centro del campo con furia desatada. Uno, un demonio vestido de negro; el otro, una bestia hambrienta.

Y así, entre el veneno del desprecio y los rugidos de un coliseo ciego, el joven tigre danzó… una danza feroz contra su propio destino.

Fin del capítulo.

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