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Chapter 49 - La Prueba de las Cinco Puertas

Bajo la tenue luz de unas lámparas de cristal en una habitación lujosa, un joven aventurero descansaba. La nieve caía suavemente al otro lado de las ventanas, cubriendo las calles en un manto blanco, pero no había viento que perturbara el silencio del cuarto. La frente del muchacho estaba empapada de sudor, y su expresión contraída reflejaba el tormento de una pesadilla profunda.

—No... no la mates… —susurró entre dientes, las palabras escapando de sus labios como un lamento desgarrador.

De pronto, Arthur se despertó, incorporándose bruscamente en la cama. Sus ojos se movieron con rapidez, explorando el entorno desconocido, hasta que su respiración se normalizó y el frío aire de la habitación le aclaró la mente. Había vuelto a tener ese mismo sueño, el que lo perseguía desde que llegó a este extraño mundo: la visión de sí mismo transformado en un demonio, masacrando sin piedad a los habitantes de Lacos.

Respiró hondo, tratando de calmar el caos en su pecho, y observó el lugar donde se encontraba. Jamás había visto algo tan opulento. Las paredes, decoradas en un profundo tono fucsia, estaban adornadas con líneas doradas que formaban intrincados patrones de flores. Desde el techo colgaban enormes candelabros con piedras luminosas que emitían una luz cálida, casi como si contuvieran pequeños soles en su interior. La cama, tan grande que podría albergar a diez personas cómodamente, era tan suave que apenas podía sentir su propio peso sobre ella. Un delicado aroma floral impregnaba el aire, tranquilizando sus nervios poco a poco.

Al lado de la cama, Arthur vio sus espadas y su pequeña bolsa de cuero. Con manos aún temblorosas, tomó una camiseta nueva de entre sus pertenencias, ya que la que había llevado al último combate estaba hecha jirones. Mientras se la ponía, trató de enfocar sus pensamientos, alejándolos de los oscuros recuerdos de su sueño.

Cuando abrió la puerta de la habitación, se encontró con Carian y Miela, ambas esperando en el pasillo. Al verlo, sus rostros se iluminaron brevemente, aunque sus expresiones no ocultaban del todo la preocupación.

—Hola... ¿dónde estamos? —preguntó Arthur, su voz aún un poco ronca.

Carian, con un brillo pícaro en sus ojos, se adelantó y se inclinó ligeramente hacia él, una sonrisa traviesa en sus labios.

—Esta es mi habitación. Leí en un viejo cuento que para acelerar la recuperación de una persona herida, debía compartir la cama con una virgen. Fue un poco vergonzoso para mí... es la primera vez que duermo con un hombre —dijo, soltando una pequeña risa al ver cómo Arthur se ponía rojo al instante.

—¿Q-que... q-que dormimos juntos? ¿P-pero cómo... eso no... puede...? —tartamudeó Arthur, retrocediendo medio paso mientras sentía que su rostro se encendía como un horno.

Miela rodó los ojos y lanzó un suspiro de exasperación.

—Deja de molestarlo, Carian. Apenas se acaba de despertar. Si lo asustas demasiado, podría desmayarse de nuevo —dijo, lanzando una mirada de reproche a su compañera.

Carian se llevó una mano a los labios, tratando de contener su risa, pero era evidente que estaba disfrutando de la reacción del joven.

—Lo siento, lo siento —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Solo quería aliviar un poco la tensión.

Arthur no pudo no imaginarse esa escena y su cara se puso aún más roja. Se pasó una mano por el cabello despeinado y trató de calmarse. Sabía que tenía que mantener la compostura.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Miela.

— B, bien.. no siento dolor, aunque mi energía aún no se ha recuperado del todo —respondió, evitando mirar directamente a Carian.

asintió, notando que el joven ya se veía más estable.

—Entonces, si estás lo suficientemente fuerte, baja con nosotras a la sala. Hay cosas que necesitamos discutir.

Arthur asintió lentamente, tomando aire para despejar los últimos pensamientos indecorosos de su mente. Las siguió por un largo pasillo decorado con tapices que narraban antiguas batallas y leyendas, hasta llegar a un salón amplio, con paredes forradas en madera oscura y grandes ventanales que dejaban entrar la luz del día.

En el centro de la sala, una pequeña mesa redonda esperaba con tres tazas de té humeante. Carian se sentó primero, su expresión volviéndose seria al instante. Miela tomó asiento a su lado, sus ojos fijos en Arthur, quien se sentó frente a ellas, sintiendo que el ambiente había cambiado.

Carian fue la primera en romper el silencio.

—Arthur... ya sabemos que tienes un núcleo de maná —dijo, observándolo con atención.

El joven se tensó, sus manos apretando el borde de la mesa.

—¿Cómo...? —murmuró, sorprendido de que lo supieran.

Carian entrecerró los ojos, su tono volviéndose casi académico.

—Era solo una sospecha hasta que te vi usar tu energía en combate. Pero hay algo más... algo que me intriga. ¿Eres de otro mundo?

Arthur sintió como si el aire se volviera más denso a su alrededor. Sus ojos se encontraron con los de ambas mujeres, y tras un largo segundo de silencio, asintió lentamente.

Carian y Miela intercambiaron miradas sorprendidas. Aunque lo sospechaban, escuchar la confirmación fue un golpe inesperado.

—¿Cómo llegaste aquí? ¿Y con qué fin? —preguntó Carian, su voz teñida de curiosidad genuina.

Arthur bajó la mirada, sus dedos tamborileando sobre la mesa.

—No lo sé. Solo desperté en este mundo hace unos meses, cerca de Lacos. Desde entonces, solo he intentado sobrevivir... y encontrar respuestas.

Miela lo miró con un atisbo de compasión, pero Carian no perdió el ritmo.

—Entonces, quizás haya algo que pueda ayudarte —dijo, inclinándose hacia adelante—. La Prueba de las Cinco Puertas.

Los ojos de Miela se abrieron con alarma.

—¡Pero ese lugar es...!

Carian la detuvo con una mirada firme.

—Es peligroso, sí. Pero es lo único en lo que puedo pensar si quieres encontrar respuestas.

Arthur preguntó:

—¿Puedes explicarme más sobre esa prueba?

Carian asintió y comenzó su explicación, su voz más baja, como si el tema mismo demandara respeto.

—La Prueba de las Cinco Puertas es una mazmorra antigua, muy al este de Month, en una región plagada de peligros. Dicen que se formó cuando los dioses se retiraron del mundo, dejando tras de sí vestigios de su poder. Apenas ha sido explorada. Hace años apareció y, desde entonces, algunos de los guerreros más fuertes del reino han intentado desafiarla. Pero... una vez que entran, no vuelven a salir. En los registros solo hay un nombre que se menciona, uno que logró cruzar todas sus puertas y regresar. Cuando emergió, afirmó que los seres dentro le concedieron un deseo. Pidió convertirse en el más fuerte del mundo... y así fue.

Carian hizo una pausa, sus ojos brillando con una mezcla de fascinación y temor.

—Durante un tiempo, nada ni nadie pudo igualarlo. Era invencible. Pero, con los años, aquella habilidad comenzó a consumirlo. Su vitalidad se desvanecía lentamente, como una llama sin oxígeno. Sus allegados decían que por las noches apenas dormía, murmurando en lenguas olvidadas y gritando contra sombras invisibles. Los recuerdos de lo que había enfrentado dentro de la mazmorra lo atormentaban sin descanso. Al final, perdió la razón y murió solo, susurando los nombres de sus enemigos y rogando por un descanso que nunca llegó. Su habilidad desapareció con él, y nadie ha vuelto a sobrevivir esa prueba desde entonces.

Miela, que había permanecido en silencio hasta ahora, apretó los labios, claramente preocupada. Sus ojos buscaron los de Arthur, tratando de medir su determinación.

—No tienes que apresurarte. Primero deberías explorar otras opciones... quizás encuentres otra forma de contener tu núcleo.

Bajó la mirada, su mandíbula apretada. Sabía que si Carian, una verdadera enciclopedia viviente, no había encontrado otra solución, las probabilidades eran bajas. 

—Gracias —respondió, su voz más firme de lo que se sentía—. No sé cuánto tiempo me queda antes de que mi núcleo se desborde y me convierta en un peligro andante, pero seguiré buscando. Dejaré esa prueba como último recurso.

Carian le dedicó una mirada cálida, cargada de una extraña mezcla de esperanza y resignación.

—Me gustaría ayudarte más, pero en mi familia no tengo mucho poder. Pensé en llevarte conmigo como guardia, pero eso solo frenaría tu crecimiento. Además, no creo que quieras involucrarte en intrigas políticas y disputas entre familias ricas. Es un mundo venenoso.

Arthur se permitió una risa corta, inflando el pecho con una pose heroica exagerada para romper la tensión.

—¡Soy un aventurero! Los misterios de este mundo me llaman. ¡Cazaré hasta al último dragón y me haré un collar con sus huesos!

Carian sonrió, relajándose un poco, y Miela soltó una risa ligera, cubriéndose la boca con una mano.

—Bien, joven héroe... solo recuerda mantenerte con vida allá afuera.

Arthur se despidió de las damas y salió del hotel. El sol estaba en su punto más alto, derramando su luz dorada sobre las calles cubiertas de nieve. Los comerciantes gritaban sus ofertas, las campanas de la catedral en el centro del pueblo resonaban y el viento traía consigo el olor a pan recién horneado y especias.

Sabía que debía prepararse para partir hacia el Bosque Sombrío, la siguiente zona peligrosa que debía atravesar para llegar a Trimbel. Aunque Carian y Miela le habían insistido en que viajara con la caravana para mayor seguridad, Arthur decidió que, como aventurero, debía arriesgarse. Necesitaba cazar, ganar experiencia y, sobre todo, hacerse más fuerte.

Visitó algunas tiendas de alquimia y hechicería, reponiendo sus suministros y verificando sus armas, antes de enfilar hacia la salida del pueblo. Sin mirar atrás, se dirigió hacia el Bosque Sombrío, donde las sombras susurran secretos olvidados y las criaturas cazan sin descanso.

El verdadero viaje apenas comenzaba...

Fin del capítulo.

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