El silencio se hizo pesado entre los tres. Aiko y Volkhov miraban a Ryuusei con incredulidad y una mezcla de horror.
—¿Nos tenemos que entregar? —preguntó Volkhov, frunciendo el ceño, el recuerdo de la tortura en su infancia aflorando.
—Exacto —respondió Ryuusei con una sonrisa confiada, ignorando la gravedad de la palabra—. Dame tu arma, Volkhov.
El ruso apretó los dientes, manteniendo su fusil.
—¿Para qué?
—Para dispararte a sangre fría —dijo Ryuusei, como si fuera lo más normal del mundo—. Quiero que te hagas el muerto.
Volkhov sintió que su paciencia, recién probada por una cirugía a cuchillo, estaba al límite.
—¡¿Qué clase de jodido plan es ese?! ¡Soy tu única fuente de información dentro del Kremlin!
Aiko, en cambio, suspiró y apoyó una mano en su cadera, acostumbrada a la demencia de su maestro.
—Déjalo terminar de hablar. La locura de Ryuusei tiene método, créeme.
Ryuusei levantó un dedo, asumiendo su papel de estratega genial y demente.
—Gracias, Aiko. Como decía… voy a entregarte al presidente. Al menos para que crea que cumplí mi misión de llevarte vivo o muerto. Esto justifica mi presencia en Moscú, me permite hablar directamente con la cúpula, y les da el 'trofeo' que tanto anhelan: el asesino de élite.
—¿Y qué pasará después? —preguntó Volkhov, aún escéptico.
—No sé exactamente dónde llevarán tu cuerpo. Tal vez te encierren, te analicen, te arrojen a una fosa común… quién sabe. Pero la Piedra de Regeneración hará su trabajo. Cuando te despiertes, estarás solo y en la base del poder de Volk. Es tu oportunidad de infiltración.
Volkhov sintió que su enojo aumentaba, pero lo disfrazó de sarcasmo.
—Ah, qué alentador… ¿Un paseo por la morgue del FSB?
Ryuusei lo ignoró y continuó:
—Aiko también se hará la muerta. Diré que nuestra regeneración era por tiempo limitado y que ella no pudo volver a la vida. Así engañaré a Dimitri, y de paso, lo haré sentir mal.
—Dimitri… —murmuró Volkhov con desdén, el antiguo colega que había instigado su caída—. Ese maldito traidor y arrogante.
—Sí, sí, ya lo mataremos después. O tú lo matarás, es tu venganza —dijo Ryuusei, restándole importancia—. Luego de eso, hablaré personalmente con el presidente, le pediré disculpas, le diré que el trabajo es más complicado de lo que parecía, y…
—¡¿Le pedirás disculpas?! —interrumpió Volkhov, incrédulo.
—Obvio, ¿cómo crees que voy a distraerlo y ganarme su confianza? Un poco de humildad falsa es la mejor arma contra la arrogancia del poder.
Aiko dejó escapar una risita.
—Y cuando Volkhov y yo dejemos de hacernos los muertos… —continuó ella, señalando a Ryuusei.
—Ustedes buscarán un avión pequeño o algo similar que yo les indicaré. Una vez fuera de Rusia, nos encontraremos. Listo. Plan perfecto.
Hubo un momento de silencio. Volkhov se cruzó de brazos y lo miró con cara de pocos amigos.
—Este es el peor plan que he escuchado en toda mi vida. Es suicida e innecesario.
Ryuusei sonrió con tono burlón, disfrutando de la tensión.
—Oh, vamos. No seas tan negativo. La clave de un plan exitoso es que nadie espere que seas tan estúpido.
Aiko asintió con fingida emoción.
—Sí, Volkhov. ¡Mira qué plan tan maravilloso! Es tan malo que debe ser bueno.
Volkhov rodó los ojos y bufó. El peso del compromiso con los niños soldados era la única razón por la que no había abierto el pecho de Ryuusei allí mismo.
—Van a matarnos.
—Nah. Todo saldrá bien.
—¿Cómo estás tan seguro?
Ryuusei se encogió de hombros.
—No lo estoy. Pero es nuestra mejor opción para entrar en el ojo de la tormenta. Piensa en tu misión, Volkhov. Tienes que acceder a los archivos de Volk. Esto te pondrá justo en la sala de operaciones.
Volkhov miró el arma en sus manos. Luego miró a Ryuusei, el lunático que le había prometido paz a través de la violencia.
—Eres un maldito lunático.
—Y tú ahora trabajas para mí, así que bienvenido al circo.
Volkhov suspiró profundamente, resignado.
—...Que el demonio me lleve.
Ryuusei sonrió de oreja a oreja.
—¡Ese es el espíritu!
Ryuusei abrió los ojos con una sonrisa burlona. El frío seguía intenso, pero hoy era el día del gran plan.
Se giró hacia Volkhov, que aún dormía profundamente, y le dio un leve codazo para despertarlo.
—Buenos días. ¿Listo para el plan?
Volkhov ni siquiera tuvo tiempo de responder, su cuerpo reaccionó tarde.
¡BANG!
Ryuusei le disparó a sangre fría en la cabeza.
El ruso cayó al suelo como un saco de papas. Aiko, que estaba sentada limpiando su espada, lo miró con una expresión neutral, como si acabara de matar una mosca.
Ryuusei giró la pistola hacia ella y, con tono amable, le preguntó:
—¿Lista, Aiko?
—Sí.
¡BANG!
Cayó sin quejarse.
Ryuusei suspiró, estiró los brazos y, con toda la calma del mundo, cargó los cuerpos de ambos sobre sus hombros.
—Bueno… ahora a cruzar esta maldita nieve.
El camino fue silencioso al principio. Solo el viento y el crujido de la nieve bajo sus pies.
Pero, como si la suerte jugara en su contra, algo apareció en el horizonte, rompiendo la tranquilidad de la misión. Un enorme oso pardo, agitado y hambriento por el duro invierno ruso.
Ryuusei se detuvo en seco.
El oso lo miró.
Ryuusei lo miró de vuelta.
El oso gruñó.
Ryuusei suspiró y, en tono aburrido, dijo:
—Oso malo. No te quiero matar, pero vete a otro lado.
El oso rugió más fuerte, sintiendo el olor a carne.
—Oso… No hagas esto. Tengo un horario que cumplir.
El oso se puso en posición de ataque, ignorando la súplica.
—Te lo advierto, hermano oso…
El oso se lanzó contra él.
—¡¡AY, CARAJO!!
Ryuusei salió corriendo a una velocidad sobrenatural con los dos cuerpos en los hombros. El oso lo persiguió.
—¡Esto no es parte del plan! ¡¿Por qué siempre me pasan estas mierdas?! —gritaba Ryuusei, saltando sobre troncos y rocas heladas.
El animal seguía corriendo detrás de él, cada vez más cerca.
—¡NO QUIERO MATARTE, MALDITA SEA! —Ryuusei no quería dejar evidencia de su poder, lo que limitaba su defensa.
El oso rugió.
—¡TAMPOCO QUIERO QUE ME MATES A MÍ!
El caos se extendió por horas, con Ryuusei evadiendo al animal por el espeso bosque, una persecución ridícula que terminó cuando el oso se cansó.
Día siguiente. Ciudad de Moscú.
Ryuusei, con su máscara del Yin-Yang puesta, finalmente llegó. Cargaba los dos cuerpos inertes, caminando entre las calles nevadas de un distrito menos concurrido. Su ropa estaba rasgada por la huida del oso, y el esfuerzo era palpable.
Un montón de civiles empezaron a notar la escena.
—¡Miren eso!
—¡Está cargando dos cuerpos!
—¡Llamen a la policía!
Los reporteros aparecieron como ratas oliendo queso, activados por un dron de noticias que había captado la escena.
—¡Señor! ¡Señor! ¿Quién es usted?
—¡¿Esos cuerpos están vivos?!
—¡¿Qué está pasando aquí?!
Ryuusei, con una expresión seria detrás de la máscara, suspiró.
—Hora del show.
La multitud se acumulaba a su alrededor, los reporteros empujaban con micrófonos y cámaras, ansiosos por captar cada detalle.
Ryuusei, aún con su máscara, miró con calma a la multitud y habló con voz firme:
—¿No me recuerdan? Soy Ryuusei, el que les prometió traer a Volkhov vivo o muerto.
Un murmullo recorrió el lugar.
—¡Es él!
—¡La máscara del Yin-Yang!
—¡Fue tendencia en toda Rusia!
El reconocimiento fue inmediato. El asesino de asesinos, el hombre que había prometido justicia.
Pero Ryuusei levantó una mano, pidiendo silencio.
—En estos momentos no quiero hablar.
Su voz sonaba grave, cansada, como si la misión hubiera cobrado un alto precio.
Señaló el cuerpo de Aiko en su hombro.
—Mi amiga Aiko murió en batalla. Su regeneración falló. La traje para que descanse en paz.
La multitud enmudeció.
—Solo quiero ver al presidente… que vea que cumplí mi misión.
Un murmullo de conmoción y tristeza se esparció entre los civiles.
Pero un reportero entre la multitud rompió el silencio con una acusación:
—¡Ryuusei nos traicionó! ¡Se unió al criminal Volkhov! ¡Vimos imágenes de él con el mercenario!
Los murmullos cambiaron a un tono de desconfianza.
—¡Es cierto!
—¡Nunca lo había visto con Volkhov antes!
—¿Y si todo fue un engaño?
Ryuusei soltó una carcajada seca, llena de frustración bien simulada, y luego respondió, con tono desafiante:
—Mentira. Todo fue parte de mi plan para infiltrarme y ganarme su confianza.
Hizo una pausa dramática.
—Al final, lo maté.
El silencio se hizo de nuevo, solo roto por el clic de las cámaras. La duda seguía en el aire, pero Ryuusei no les dio tiempo de seguir cuestionando.
Un grupo de militares, alertado por la conmoción, apareció.
Uno de los soldados gritó con autoridad:
—¡Ryuusei! ¡Súbase al auto de inmediato!
Otro agregó con seriedad:
—El presidente quiere hablar contigo.
Ryuusei soltó un suspiro pesado y dejó que los militares lo escoltaran. Mientras se subía al auto con los cuerpos de Volkhov y Aiko, una sonrisa burlona se dibujó bajo la máscara.
