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Chapter 88 - Bajo Sospecha

El auto avanzaba con rapidez por las calles heladas de Moscú, rompiendo el silencio de la madrugada. El sonido del motor era lo único que rompía la tensión entre Ryuusei y el Agente Rubosky. Ryuusei, aún con su máscara del Yin-Yang puesta, observaba con calma a la persona sentada frente a él. Rubosky, vestido con un traje oscuro, era un hombre con una mirada calculadora y una cicatriz apenas visible en la ceja derecha, un indicio de su larga carrera en la inteligencia.

—Vaya, Ryuusei, otra vez desapareciendo y apareciendo como si nada —dijo Rubosky, con tono relajado pero con una mirada que no ocultaba su profunda desconfianza—. Desde que llegaste a Rusia, he estado siguiendo cada uno de tus movimientos.

A un lado, los cuerpos "sin vida" de Aiko y Volkhov seguían en completo silencio, envueltos en mantas.

—Vaya honor, Rubosky. ¿Me investigaste? ¿Te gusto o qué? —Ryuusei sonrió detrás de la máscara, inyectando un humor irritante en la conversación.

Rubosky bufó con desprecio.

—No te hagas el gracioso. Sabía que traías problemas desde el primer día. Has causado más bajas en una semana que muchos terroristas en un año. Tres días tarde, por cierto. La misión debió concluir el 15. Hoy ya es 18.

Ryuusei no respondió de inmediato. Miraba por la ventana, con el rostro serio.

—El tiempo fue necesario para completar lo que me pidieron —dijo al fin, sin alterar su tono—. Traje a Volkhov. Está muerto. Esa fue la orden.

Rubosky tomó un collar metálico de su bolsillo y lo giró entre los dedos.

—Además, vimos algo extraño antes de perder señal. Volkhov rompió el collar de rastreo que te dimos y lo tiró. Justo después de que tú le escribieras algo. Luego, la cámara se apagó. ¿Qué fue eso, una carta de amor?

—Una lista de compras —Ryuusei se encogió de hombros—. Es evidente.

—Muy gracioso. —Rubosky abrió un expediente con varias fotografías—. Volkhov intentó escapar al darse cuenta de que no lo liberaríamos. Él rompió la cámara y yo tuve que dispararle a sangre fría. La verdad es que él lo hizo porque yo ya tenía en mente mi plan de ejecución.

Rubosky frunció el ceño.

—Así que planeaste todo esto desde antes.

—Obvio, no soy un improvisado —contestó con sarcasmo—. Segundo, sí, Aiko le cortó las piernas a Petrov. Se lo merecía. Ella es una niña, pero no es un robot.

El agente lo miró fijamente.

—Y ahora, sorpresa, Aiko está muerta. No que se podía regenerar…?

Ryuusei permaneció en silencio unos segundos. Sabía que esta era la prueba de fuego de su mentira.

—La regeneración tiene límites. No es un maná infinito. Si la herida es demasiado grave o la pérdida de sangre supera la capacidad del cuerpo, el proceso se detiene. Aiko no resistió las heridas del combate final contra Volkhov. Su cuerpo colapsó.

Rubosky mantuvo silencio unos segundos, analizando cada palabra, buscando algún indicio de mentira en su expresión.

—Es curioso, porque según los archivos de Japón, ni tú ni ella eran humanos normales, su resistencia era anacrónica. Pero ahora me estás diciendo que Aiko murió de forma definitiva.

Ryuusei desvió la mirada por un segundo, inyectando una emoción de tristeza controlada en su voz.

—Así es... Y por eso no quiero hablar más del tema.

Rubosky asintió, lentamente.

—Ya veo... Pero aún así, no estoy del todo convencido. Tantos movimientos, tanta destrucción... y al final, un resultado que parece conveniente para ti.

—¿Conveniente? —preguntó Ryuusei con una nota de amargura—. He cumplido. Les prometí a ustedes, al gobierno y al mundo que traería a Volkhov vivo o muerto. Y aquí está. Quiero que me liberen de esta misión. Y quiero que Aiko reciba un entierro digno.

Rubosky frunció el ceño.

—¿Un entierro?

—Sí —afirmó Ryuusei, bajando ligeramente la cabeza, un gesto de respeto que impactó al agente—. No era solo mi compañera. Era una niña. Merece descansar en paz… aunque ustedes solo la hayan visto como un arma. Quiero una ceremonia fúnebre apropiada para una heroína caída.

Por un momento, el agente no dijo nada. La frialdad de Ryuusei se había resquebrajado, mostrando un lado de humanidad inesperado. Luego soltó un suspiro.

—No eres como los otros que he conocido… Hay algo en ti. Algo que no logro descifrar. No sé si es compasión o una mentira muy bien elaborada.

—Tal vez las dos —murmuró Ryuusei, pero no como burla, sino como una verdad dolorosa, pues había sacrificado los sentimientos de Aiko para hacer la mentira creíble.

Rubosky asintió lentamente.

—Está bien. El presidente decidirá. Pero si hay una sola contradicción, Ryuusei… esta será tu última conversación. Te lo aseguro.

—Lo entiendo —respondió Ryuusei—. Pero espero que también entiendan ustedes que no todo lo que brilla en este mundo… es justicia. El poder es una droga, Rubosky.

El auto giró en una avenida iluminada. Moscú se abría frente a ellos, imponente, helada… y peligrosa. Pero Ryuusei no tembló. Estaba en el corazón de la bestia, donde quería estar.

Mientras Ryuusei era conducido al encuentro con el presidente, el cuerpo inerte de Sergei Volkhov fue trasladado con urgencia. No al crematorio, sino a un búnker subterráneo de alta seguridad del FSB, donde se realizaban las investigaciones más sensibles. El FSB estaba más interesado en la tecnología de regeneración que en la justicia.

Los científicos, bajo la dirección de un hombre joven y arrogante llamado Dr. Kresnikov, estaban fascinados. El proyectil había atravesado el cráneo de Volkhov, pero no había rastro de la herida en su piel, solo un agujero limpio y diminuto en su ropa.

El cuerpo de Volkhov yacía sobre una mesa de acero inoxidable, conectado a monitores que mostraban signos vitales inexistentes. Pero el Dr. Kresnikov notó una anomalía.

—El corazón… —murmuró, observando la pantalla—. No late, pero el tejido muscular cardíaco tiene una actividad eléctrica residual incomprensible. ¡Es como si estuviera cargando energía!

Un científico asistente se acercó, sosteniendo una radiografía del pecho de Volkhov.

—Doctor, mire esto. Hay una especie de cristal en la cavidad torácica. Es negro y pulsa en la radiografía.

Kresnikov se acercó, sus ojos brillando con avaricia científica. Había encontrado el ancla de la regeneración, la Piedra de Regeneración.

En ese preciso momento, la mente de Volkhov regresó. Primero, solo un zumbido ensordecedor que se transformó en dolor. El dolor era el recuerdo de la bala de Ryuusei, de la aguja de Antryx, del cuchillo abriéndole el pecho.

Abrió los ojos. Moscú. Una luz de quirófano lo cegó. Estaba acostado, desnudo, con una decena de caras mirando su cuerpo con expresión de codicia.

Los ojos de Volkhov, entrenados para el combate y ahora potenciados por el cristal, escanearon la habitación. Contó cuatro guardias, dos científicos y el doctor principal. Se movió.

En un solo y brusco movimiento, se sentó en la mesa.

—¡GUARDIA! ¡ESTÁ DESPIERTO! —gritó el Dr. Kresnikov, cayendo hacia atrás.

Volkhov saltó de la mesa, el frío acero tocando sus pies. Estaba en el corazón de la base. Los recuerdos de su infancia, el dolor del adiestramiento, se mezclaron con la nueva fuerza palpitante en su pecho.

La misión había comenzado.

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