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Chapter 83 -  Una propuesta en llamas 

El aire helado del bosque se llenó de un tenue crepitar cuando Ryuusei Kisaragi encendió el fuego con su habilidad Llamas del Ocaso. Las llamas negras danzaron sobre las ramas secas, proyectando sombras alargadas y distorsionadas en la nieve. Volkhov observó el fuego con una mezcla de asombro y profunda cautela. No era un fuego normal. Algo en su movimiento, en la forma en que devoraba la madera sin perder su color oscuro, le revolvía el estómago.

Ryuusei suspiró, pasando una mano por su cabello aún húmedo tras la regeneración completa. Luego, se acomodó frente a Volkhov y lo miró fijamente.

—Primero que nada, Volkhov, mi nombre es Ryuusei Kisaragi y ella es mi discípula, Aiko Ishikawa. Somos de Japón.

Volkhov cruzó los brazos, su rostro seguía reflejando el desconcierto y el cansancio.

—¿Japón? ¿Y qué mierda hacen dos demonios que se regeneran y hacen fuego negro en Rusia, masacrando a mis hombres?

—Buena pregunta —Ryuusei sonrió de lado—. Verás, sé ruso, como Aiko, porque tenemos un aparato que nos permite entender y hablar idiomas sin problemas. Es parte del equipo.

Aiko sacó un pequeño dispositivo del tamaño de un audífono de su oído y se lo mostró a Volkhov antes de volver a ponérselo.

—Tecnología avanzada. Nos permite entender y comunicarnos en cualquier idioma en tiempo real.

Volkhov chasqueó la lengua, todavía con el ceño fruncido.

—Tienen regeneración imposible, fuego negro, teletransportación, una niña que se decapita y resucita, y un traductor de ciencia ficción. Perfecto. ¿Qué más? ¿También pueden volar?

Ryuusei soltó una risa baja.

—No, pero nos gustaría. Ahora, déjame ser directo, Volkhov. Matamos a tus soldados. No vamos a pedir perdón por ello, pero tampoco fue algo personal. Lo que hiciste tú para salvar tu vida, nosotros lo hicimos para asegurar la nuestra.

Los ojos de Volkhov brillaron con furia contenida.

—Si no fue personal, entonces, ¿qué fue?

—Supervivencia —intervino Aiko, con voz firme—. Nos cazaban. Si no los matábamos, ellos nos mataban a nosotros. Y tú eras el trofeo perfecto para nuestro plan de huida.

Volkhov apretó los dientes.

—Eso no cambia el hecho de que los conocía. Eran mis hombres.

Ryuusei asintió lentamente, reconociendo el dolor del mercenario.

—Lo sé. Y no espero que lo olvides. Pero te tengo una propuesta que hace que el costo de la vida de esos hombres valga la pena.

Volkhov alzó una ceja, expectante.

—Dime una sola razón por la que no debería volarte la cabeza ahora mismo, regeneración o no.

Ryuusei inclinó la cabeza levemente, con una sonrisa fría.

—Porque lo que te voy a ofrecer es más grande que tu venganza personal contra Volk. Es algo que va más allá de Rusia, más allá del Kremlin… algo que podría cambiarlo todo para ti.

El fuego negro seguía ardiendo entre ellos. Volkhov lo miró fijamente, esperando.

Ryuusei tomó aire.

—Para empezar, Volkhov, debes entender que Aiko y yo no somos humanos en el sentido estricto. Somos algo más. Murimos hace tres años.

El ceño de Volkhov se frunció de inmediato.

—No me jodas.

—Es cierto —intervino Aiko, su voz seria—. Morimos en un terremoto en Japón. Fue repentino.

—¿Y cómo mierda están aquí hablando conmigo si murieron? —inquirió Volkhov, la incredulidad luchando con el testimonio visual de la resurrección.

—Lo siguiente que supimos es que estábamos en el Limbo. No era el infierno, pero tampoco el cielo. Estábamos en un lugar donde la Muerte nos puso a prueba, usando nuestros recuerdos contra nosotros.

Volkhov dejó escapar una risa seca, incrédula.

—¿La Muerte? ¿Me estás diciendo que hablaste con la Muerte en persona?

—Sí. Y no solo eso. Pasamos pruebas brutales que nos transformaron en algo más: Heraldos Bastardos.

Volkhov los miró en silencio por varios segundos. Todo sonaba como una historia de locos, y sin embargo…

—Sigue hablando.

Ryuusei asintió.

—Después de eso, pasamos tres años cumpliendo misiones para la Muerte. Hicimos cosas de las que no estamos orgullosos. Eliminamos personas, destruimos objetivos, sin cuestionar. Hasta que las cosas cambiaron.

—¿Cómo?

Ryuusei bajó la mirada.

—Maté a mi propio equipo por órdenes directas.

Volkhov sintió un escalofrío en la espalda.

—¿Por qué?

Ryuusei no respondió de inmediato. Cuando lo hizo, su voz fue más baja.

—Porque la Muerte me ordenó probar mi lealtad. Y luego, violé las reglas. También… torturé a alguien.

—Esa persona sigue viva. Y ahora quiere matarme —dijo Ryuusei—. No solo eso. También le robé algo a la Muerte.

Volkhov parpadeó.

—¿Cómo carajo le robaste algo a la Muerte?

—Digamos que encontré un objeto que no debía y me lo llevé como prueba de mi nuevo poder.

—Después de eso, las cosas se salieron de control. Nos enfrentamos a los héroes más fuertes de Japón: Aurion y Arcángel.

Volkhov dejó escapar un silbido bajo.

—Joder… esos tipos son leyendas.

—Sí. Y nos hicieron mierda. A mí me partieron por la mitad. A Aiko casi le arrancan el corazón.

—¿Y cómo siguen vivos?

—Escapamos. Apenas. Antes de irnos, me despedí de la Muerte una última vez.

Volkhov alzó una ceja.

—¿Le dijiste adiós y ya?

Ryuusei sonrió con nostalgia.

—Le puse un apodo que le gustó. Lara.

Volkhov se quedó en silencio por unos segundos… y luego soltó una carcajada incrédula.

—¿Le pusiste un apodo a la Muerte?

—Sí. Y le gustó. Se lo ganó.

El ruso negó con la cabeza, frotando su rostro con ambas manos.

—Dios… esto es una locura absoluta.

—Lo sé —dijo Aiko—. Pero es la verdad. Y ahora, después de todo eso, me encuentro contigo, uno de los mejores soldados fugitivos de Rusia, Sergei Volkhov.

Volkhov ignoró la arrogancia de Aiko. Se enderezó, y la furia que había mostrado antes se desvaneció, reemplazada por una solemnidad profunda y un dolor antiguo. Su voz, cuando habló, era apenas un susurro áspero.

—Toda tu historia sobre la Muerte, Aurion o Japón… no me importa. Nada de eso se compara con lo que he visto aquí, en mi propia tierra. Y es la única razón por la que te escucho.

Volkhov se mordió el labio, mirando el fuego negro de Ryuusei.

—Yo no nací para ser un soldado de élite. Yo nací en la Rusia de los 2000. El país estaba fragmentado, una parte aún se aferraba a la ideología de la vieja Unión Soviética. En las zonas más remotas, lejos de la moral de Moscú, aún existían programas de entrenamiento que veían a los niños como armas desechables.

Hizo una pausa, su mirada fija en el pasado.

—Yo fui uno de esos niños. Vi cómo nuestros instructores nos golpeaban, nos morían de hambre, nos ponían a pelear hasta el desmayo. Nos enseñaron a captar cada fragmento de información, a no mostrar debilidad, a no amar. Fui moldeado para ver el dolor y la guerra como el único idioma. Lo poco que quedaba de mi infancia murió entre el frío y la sangre de mis compañeros.

Ryuusei y Aiko se mantuvieron en silencio, entendiendo el peso de su confesión.

—Y sabes lo peor, Kisaragi —continuó Volkhov, sus ojos ahora húmedos, un hecho que disimuló tosiendo—: Aún lo siguen haciendo. Volk no solo entrena adultos. Sigue reclutando niños de las zonas pobres, niños que no tienen voz. Yo escapé de ese destino, me convertí en un mercenario, un ejecutor para el Kremlin, buscando solo una cosa: el poder para que ningún niño ruso tenga que pasar por ese infierno otra vez.

Volkhov señaló a Aiko con el mentón.

—Cuando te vi a ti, con tu mirada vacía, con tu habilidad para matar y morir sin pestañear… vi el resultado de ese mismo adoctrinamiento. Vi el rostro de lo que quieren crear. El mundo no necesita más niños armados, Ryuusei. Los niños no son armas; merecen amor, no violencia. Hoy en día, cada niño capta todo el dolor que ve, y yo no quiero más guerra para ellos.

Volkhov se inclinó hacia adelante, la desesperación en su voz era el único signo de debilidad que se permitía.

—Así que dime, Kisaragi. Si acepto esta locura, si te ayudo a traicionar al Kremlin y a Volk, ¿puedes garantizarme que encontraremos y detendremos esos programas? ¿Puedes darme la oportunidad de destruir la raíz de todo esto, el sistema que convirtió a niños como tú y como yo en monstruos?

Ryuusei sintió un nudo en el estómago. La historia de Volkhov, tan cruda y real, contrastaba con la mitología cósmica de su propia vida. Miró a Aiko, quien asintió con una seriedad inusual.

—Volkhov —dijo Ryuusei, su voz grave, asumiendo una responsabilidad que nunca antes había sentido—. Te lo prometo. Si me ayudas a desmantelar a Volk, nuestra prioridad será desmantelar esos programas de adiestramiento infantil. Lo haremos juntos.

Ryuusei se inclinó hacia adelante, la luz negra del fuego iluminando la determinación en sus ojos.

—Volkhov, tu ascenso en el FSB es falso. Eres un héroe de conveniencia. Te usaron para eliminar la traición y ahora te usarán para cazar el cuerpo que necesitan. Eres su mejor activo, pero también su peón más desechable. Te han dado la amnistía y un ascenso porque creen que nos mataste y eres leal. Vamos a usar esa mentira para destruir a Volk desde dentro.

—Queremos que uses tu nueva posición para conseguir dos cosas: información sobre las bases de Volk y cifrados de acceso al centro de mando.

Volkhov miró las llamas negras arder en silencio. El miedo a la traición se había ido, reemplazado por un objetivo superior.

—No me importa traicionar a Rusia si eso significa salvar a esos niños. Pero si me mienten, los mataré a los dos. Regeneración o no, encontraré la forma.

—Es un trato —dijo Ryuusei, extendiendo una mano.

Volkhov la estrechó con firmeza.

—Entonces dime, Kisaragi… ¿cuál es el plan para mi regreso? ¿Cómo convenzo al Kremlin de que sigo siendo su perro guardián, y no un traidor aliado con dos fantasmas japoneses?

Ryuusei sonrió con la frialdad de un estratega.

—El Kremlin te necesita más de lo que tú a ellos. Vas a volver a Moscú. Eres el único que conoce la ubicación de mi cuerpo decapitado. Tu misión es recuperarlo y llevarlo a Volk. Ese es tu boleto de entrada al centro del poder. Y será su perdición.

El fuego crepitaba. La guerra silenciosa acababa de empezar.

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