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Chapter 82 - No preguntes, solo corre

Volkhov sintió el impacto del agua helada del río como si miles de agujas atravesaran su piel. El frío le robó el aliento de inmediato, convirtiendo su instinto de supervivencia en su única prioridad. La corriente lo arrastró con fuerza, golpeándolo contra rocas sumergidas y retorciendo su cuerpo como una marioneta sin control. Llevaba la cabeza de Aiko bajo el brazo, una carga macabra que lo impulsaba a seguir.

Por un instante, su mente quedó en blanco. No sentía sus dedos. No sentía sus piernas. Solo el gélido abrazo de la muerte acercándose.

Pero entonces, un destello de luz: la grieta en el hielo por donde cayeron.

Volkhov intentó nadar, sus brazos luchando torpemente contra la corriente. Su ropa empapada lo pesaba como si llevara una armadura de plomo. Estaba perdiendo energía demasiado rápido; la hipotermia lo vencería en minutos.

"Si no salgo en los próximos segundos… estaré muerto. Moriré sin venganza."

Los pulmones le ardían. La desesperación creció cuando intentó golpear el hielo con el puño, pero este no cedió. Su visión se tornó borrosa, tiñéndose de un gris oscuro. Su cuerpo comenzaba a rendirse.

Entonces, una sombra apareció sobre la grieta.

Alguien se lanzó al agua.

Unos brazos firmes lo sujetaron del abrigo y lo arrastraron con una potencia inusitada hacia la superficie. El hielo crujió cuando emergieron, pero esta vez resistió. Volkhov sintió el aire helado cortar su rostro cuando fue arrastrado fuera del agua.

—¡No te duermas, Volkhov! ¡Muévete! —La voz de Aiko perforó su mente como un disparo.

Volkhov apenas podía enfocar su mirada, pero allí estaba ella: empapada, temblando, pero viva. Su cabeza aún en su sitio, sin rastro de su decapitación. El cuerpo se había regenerado en el agua helada, usando su regeneración para desafiar la lógica.

"Imposible…"

Aiko lo sostuvo por la chaqueta y le dio un fuerte golpe en la cara.

—¡Despierta, carajo! No me costó salvarte dos veces para que mueras aquí de hipotermia. ¡Necesitas moverte!

El impacto le devolvió algo de claridad. Su respiración era errática. Su cuerpo temblaba sin control, al borde del colapso.

Pero entonces, el inconfundible sonido de helicópteros de ataque retumbó en el cielo nocturno.

Aiko levantó la vista. Entre la ventisca, pudo ver dos Mi-28 "Havoc" acercándose, los focos escudriñando el bosque. Los rusos los habían encontrado.

—¡Mierda! —maldijo ella—. Ya están aquí.

El haz de luz de un reflector iluminó el hielo donde estaban. No tenían dónde esconderse.

Volkhov intentó levantarse, pero sus piernas apenas respondían. Aiko lo cargó sin esfuerzo, colocándolo sobre su espalda, sintiendo el escalofrío del cuerpo del mercenario.

—Aguanta, soldado —dijo, y la compasión en su voz era tan extraña como su decapitación.

Y entonces, corrió.

Los helicópteros abrieron fuego, y el hielo explotó a su alrededor en un frenesí de metralla y agua helada.

Aiko esquivó, saltando con movimientos imposibles para un humano normal. Cada disparo parecía apenas rozarla. Su cuerpo se movía con una precisión sobrehumana, una velocidad que hacía de ella una sombra en la nieve.

Volkhov, aún medio consciente, vio el reflejo en sus ojos. Algo inhumano. Algo antiguo.

Y entonces lo entendió: Aiko no era solo la niña que se regeneraba. Era algo mucho peor.

El bosque cubierto de nieve los recibió con un silencio sepulcral. Tras la brutal persecución, Aiko y Volkhov lograron escapar. Solo el crujido de sus pasos sobre la nieve y el eco de su respiración agitada rompían la quietud.

Volkhov se dejó caer contra el tronco de un árbol, aún empapado y temblando violentamente. Se pasó una mano por el rostro, tratando de procesar la resurrección en el río helado.

Aiko estaba en cuclillas frente a él, completamente desnuda. El proceso de regeneración había consumido su ropa.

Volkhov parpadeó. Parpadeó otra vez.

—…¿Siempre te paseas así después de una misión? —logró decir, su cerebro aún intentando digerir la situación, recurriendo al humor negro.

Aiko se miró a sí misma y suspiró.

—Dame algo de ropa antes de que se me congelen las tetas. El frío siberiano es brutal.

Volkhov abrió su mochila y sacó lo primero que encontró: una sudadera negra y un pantalón de camuflaje.

—Aquí, vístete rápido.

—¿Están limpios? —preguntó Aiko, con el mismo tono.

—¿De verdad vas a preguntar eso en este momento?

Aiko se encogió de hombros y se vistió en silencio. Volkhov intentó apartar la mirada por respeto… pero no pudo evitar espiar de reojo. Era un soldado.

Mientras Aiko terminaba de ponerse la ropa, algo llamó la atención de Volkhov dentro de su mochila. Era una mano.

Más precisamente, la mano cercenada de Ryuusei.

Se quedó observándola, sintiendo una incomodidad reptar por su espalda. Se veía fresca, como si hubiera sido cercenada hace unos minutos… pero no había sangre.

—Aiko… —dijo en voz baja—. ¿Por qué tengo la mano de Ryuusei en mi mochila?

Aiko terminó de ajustarse la sudadera y miró la extremidad con calma.

—Ah, genial. Ya es hora.

—¿Hora de qué? —Volkhov sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Hora de que veas el arte —respondió Aiko, extendiendo su mano—. Dámela.

Volkhov dudó. Su mente le gritaba que corriera. Pero la lealtad que le había dado a Ryuusei en el campo de batalla, y la necesidad de vengarse de Volk, lo obligaron a obedecer.

Aiko sostuvo la mano de Ryuusei y la colocó en el suelo cubierto de nieve.

Y entonces, comenzó la pesadilla.

Primero, los dedos se retorcieron como si estuvieran despertando de un largo sueño. Luego, el muñón comenzó a alargarse, formando poco a poco un antebrazo cubierto de tejido vivo y expuesto. Volkhov sintió náuseas al ver cómo los músculos, tendones y venas se entrelazaban con una precisión macabra, como si alguien estuviera armando un rompecabezas de carne.

Después vino el codo. Luego el hombro. La piel aún no se regeneraba del todo, dejando al descubierto la estructura ósea y las fibras musculares latiendo como un corazón enfermo.

Pero lo peor fue la cabeza.

Volkhov tragó saliva mientras veía cómo se formaba el cráneo desde cero. Los ojos se insertaron de golpe en las cavidades óseas. La mandíbula crujió al encajarse en su lugar. El cuello se alargó. El torso, con costillas regenerándose en espiral, seguido por los órganos internos que se acomodaban como en una disección a cámara inversa.

Finalmente, la piel cubrió todo el cuerpo en un solo movimiento, como una cortina de carne cerrándose.

Ryuusei parpadeó.

Tomó aire.

Y sonrió.

—¡Ahhh, qué frío de mierda! —se quejó, abrazándose a sí mismo—. ¿Tienen algo de ropa o esperan que me enfrente al mundo en bolas?

Aiko le lanzó otra sudadera y un pantalón. Ryuusei los atrapó y comenzó a vestirse tranquilamente, como si la resurrección fuera un inconveniente menor.

Volkhov, aún con la boca abierta, se inclinó y vomitó violentamente en la nieve, su estómago incapaz de procesar el horror biológico.

Aiko le dio unas palmadas en la espalda.

—Tranquilo. La primera vez siempre es difícil.

Volkhov respiró hondo, tratando de recuperar el control. Miró a Ryuusei, quien se ponía la sudadera como si fuera otro día cualquiera.

—¿QUÉ CARAJO ACABO DE VER? —explotó finalmente.

Ryuusei sonrió con arrogancia.

—Eso, mi amigo, fue el punto de conciencia. Y también fue arte.

Volkhov sintió que estaba más seguro cuando era perseguido por helicópteros armados que al lado de estas dos anomalías.

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