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Chapter 80 - Sangre sobre la nieve III

Volkhov avanzó por el campo de batalla como un espectro de la muerte. La máscara del Yin-Yang, manchada con los restos de la cabeza de Ryuusei, lo convertía en un fantasma invisible. Su presencia se había vuelto ligera, una anomalía que las cámaras de vigilancia y el ojo humano luchaban por registrar. Se movía con la fluidez de un verdugo cuyo juicio caía con cada disparo, un castigo preciso en medio del caos.

Su mente, aunque experimentada en la guerra, estaba fracturada. Acababa de obedecer las órdenes escritas de un cadáver que aún se regeneraba en la nieve, y llevaba una mano cercenada como un trofeo sangriento.

Uno de los pocos hombres de Volk que aún resistía intentó refugiarse detrás de un vehículo destrozado. Volkhov ajustó la mira. Disparó. La bala perforó el metal como si fuera papel y se hundió con precisión en la garganta del soldado. El hombre se desplomó, ahogándose en su propia sangre.

Otro soldado intentó huir a través de los escombros humeantes. Volkhov disparó a su rodilla, inutilizando su escape. El grito de dolor se ahogó en el rugido distante de la batalla. Caminó hasta él con una calma terrible, como si la guerra no existiera a su alrededor. Sin dudar, le pisó la cabeza y le disparó a quemarropa. La nieve, antes blanca, absorbía la sangre con una avidez implacable.

La carnicería continuó. Sus balas eran precisas, su puntería impecable. Uno tras otro, los soldados del FSB y los mercenarios caían. Volkhov era una tormenta silenciosa de muerte, moviéndose con la velocidad y la sutileza que la máscara del joven le otorgaba. En cuestión de minutos, una docena de cuerpos yacía a su alrededor, sin que una sola bala lo tocara, reforzando la idea de que "Ryuusei" había cambiado su lealtad y ahora era una fuerza imparable.

Y entonces la vio.

Una figura se movía entre los soldados con una gracia letal, una bailarina de la muerte.

Aiko.

Su espada negra danzaba, cortando carne y hueso como si fueran mantequilla. Un soldado intentó dispararle por la espalda. Ella giró, deslizándose bajo su brazo, y con un tajo limpio lo partió en dos a la altura del pecho. Sus órganos cayeron al suelo con un sonido húmedo, un espectáculo grotesco.

Volkhov se detuvo, fascinado y horrorizado por el espectáculo de muerte que ella representaba.

—Aiko…

Disparó a los dos últimos enemigos que quedaban entre ellos y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, la llamó, su voz ligeramente amortiguada por el metal de la máscara.

—¿Eres tú?

La niña giró lentamente. Su espada aún goteaba sangre. Su mirada era fría, calculadora, completamente vacía de remordimiento.

—Sí —respondió, su voz tranquila contrastando con la masacre a sus pies.

Todo iba según el plan.

Hasta que una voz ronca y llena de incredulidad los interrumpió.

—¡Oye, Ryuusei! ¡Alto ahí!

Volkhov se tensó.

El comandante Petrov avanzaba, cojeando y con el ceño fruncido. Algo no encajaba en su mente: ¿por qué "Ryuusei" estaba junto a una niña que acababa de masacrar a sus propios hombres de la Guardia de Honor?

Petrov no llegó a articular su pregunta.

Aiko se movió como un relámpago, su velocidad superaba la capacidad de reacción del comandante.

Su espada descendió con precisión quirúrgica, un destello negro.

Un tajo.

Ambas piernas de Petrov cayeron al suelo, separadas de su cuerpo. La carne se abrió en una explosión de sangre. Los huesos se astillaron.

El comandante cayó de espaldas, su grito desgarrador cubierto por el estruendo de un helicóptero que se acercaba.

La nieve blanca se convirtió en un charco carmesí que se expandía rápidamente.

Volkhov dio un paso atrás, atónito. La acción fue innecesaria, un acto de venganza pura, no de estrategia.

—¡¿Por qué lo mataste?! —exclamó Volkhov.

Aiko ni siquiera parpadeó. Limpió su espada contra la nieve antes de envainarla.

—Rápido. Tenemos que seguir el plan de Ryuusei antes de que me dé pena por este imbécil. Él se lo merecía. No hay tiempo para debatir mi moral.

Desde la distancia, se escucharon gritos, más agudos que antes.

—¡La soldado Aiko nos está traicionando! ¡Dispárenle! ¡Conténganla!

Las balas comenzaron a volar a su alrededor, levantando chorros de nieve. No había tiempo para dudar ni para la moralidad.

Las balas silbaban a su alrededor mientras Volkhov y Aiko corrían entre los escombros y cadáveres. La nieve, teñida de rojo, absorbía la sangre. La adrenalina los mantenía en movimiento, pero el frío y el cansancio empezaban a hacer mella.

Aiko miró a Volkhov de reojo y gruñó, su respiración agitada:

—Dime exactamente qué decía el papel, Volkhov. Necesito la confirmación de la fase final.

El ruso respiró hondo, tratando de calmar su pulso.

—Decía que te encontrara… que te llamara por tu nombre… y la última parte… —vaciló—... decía que me llevara tu cabeza para que creyeran que he neutralizado a las amenazas.

Aiko soltó una risita sarcástica, que sonó perturbadora.

—¡Vaya! Ryuusei siempre tiene formas extrañas y dramáticas de salvarnos. Es la única forma de que nos den por muertos o fuera de combate.

Volkhov no respondió. Todavía no comprendía la magnitud del plan. Pero antes de que pudiera preguntar, Aiko se detuvo de golpe y lo miró directamente a los ojos, su expresión pasando de la burla a la seriedad más absoluta.

—Escucha bien, Volkhov. Necesitas un trofeo para irte. Esto es lo que él llamó "la magia".

Volkhov frunció el ceño.

—¿De qué demonios hablas?

Aiko no le dio tiempo de procesarlo. Se inclinó hacia él y susurró algo que le heló la sangre.

—Mátame. Hazlo ahora. Y llévate mi cabeza.

Un escalofrío recorrió la espalda de Volkhov. Había matado a miles de personas en su vida, pero esto era diferente: era la ejecución de una niña que acababa de sellar una alianza de vida o muerte.

—Nos están viendo, Volkhov —susurró Aiko con una tranquilidad escalofriante, señalando un punto alto en una colina cercana donde una cámara resistía—. Si no lo haces, explotarán mi cabeza con el mismo pulso que usaron contra Ryuusei… y la tuya también, porque habrás fallado.

Volkhov sintió que el estómago se le revolvía. La única razón por la que no había sido volado era por la fe absoluta de Ryuusei en su capacidad de cumplir las órdenes más grotescas. Aiko estaba acostumbrada a esto. Para ella, recibir heridas letales era parte del juego, un inconveniente temporal. Pero él…

—No hay tiempo para dudar. Hazlo, Volkhov. Ahora.

El ruso apretó los dientes. El pulso le temblaba. Todo en su instinto gritaba que no lo hiciera. Pero no había opción. La lealtad a la supervivencia, el miedo a Volk y la fe en el monstruo que lo había reclutado, se impusieron.

Con un grito ahogado que la máscara distorsionó, levantó el cuchillo de combate.

Un solo tajo limpio, rápido.

La cabeza de Aiko se separó de su cuerpo.

La sangre brotó en una fuente grotesca. El cuerpo sin vida de la niña cayó pesadamente sobre la nieve, que la abrazó como un sudario carmesí.

Volkhov sostuvo la cabeza con manos temblorosas. Su respiración era errática. No podía procesarlo. Nada de lo que había vivido lo había preparado para esto. Por un microsegundo, sintió una vibración, una ligera contracción en el tejido que sostenía: la "magia" de Aiko estaba empezando.

Mientras tanto, en el cuartel general, la escena se transmitía en una pantalla gigante.

Rubosky observó la decapitación con una satisfacción oscura y fría. Dimitri tragó saliva, nervioso, sintiendo un escalofrío al ver el pragmatismo despiadado de Volkhov.

Finalmente, el Ministro de Defensa rompió el silencio.

—Se cumplió lo que más temíamos… traición —su voz era una sentencia—. Volkhov ha tomado la decisión correcta y ha eliminado la amenaza de la niña. Pero Ryuusei es demasiado peligroso.

El Presidente, con el rostro blanco, golpeó la mesa con el puño.

—Cierren todas las fronteras. Bloqueen las aerolíneas. El Agente Volkhov es un héroe. Se le otorga la amnistía y un ascenso instantáneo. Su misión es simple: encontrar el cuerpo de Ryuusei y traerlo intacto. Nadie entra. Nadie sale. Inicien el protocolo de Caza Masiva.

Las órdenes comenzaron a ejecutarse de inmediato. Rusia entera se preparaba para una cacería sin precedentes.

Mientras tanto, Volkhov, con la cabeza de Aiko en sus manos, comprendió que ya no había vuelta atrás. Con la mano cercenada de Ryuusei en su chaqueta y la cabeza de Aiko como prueba, había cruzado la línea. Corrió hacia un vehículo de transporte destruido, activó las balizas de emergencia para simular una evacuación fallida, y se lanzó a la oscuridad de la tundra, convertido en un fugitivo que, a los ojos de Volk, ahora era un leal operativo del FSB en una misión de venganza.

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