Desde un búnker subterráneo de alta seguridad en las afueras de Moscú, Dimitri Ivanov observaba la escena de la tundra a través de las cámaras de seguridad cifradas y las imágenes satelitales. La nieve roja, los cuerpos destrozados, el caos. Ryuusei estaba justo donde lo querían: debilitado, vulnerable y, lo peor de todo, intentando traicionarlos.
—Señor, Ryuusei acaba de silenciar su micrófono de solapa —informó un operador, con un tono de voz nervioso.
Dimitri apretó los dientes. A su lado, el Agente Rubosky gruñó con desprecio, su rostro arrugado por la furia.
—Dimitri, ¿lo está haciendo? —preguntó Rubosky, con un veneno apenas contenido en la voz.
En la línea, un hombre de tono gélido, el tipo de voz que solo tienen los ejecutores del FSB, respondió:
—Sí, Comandante. Ryuusei está escribiendo algo para Volkhov. Parece un mensaje. Y Aiko… sigue luchando junto a los soldados de Petrov. La estamos conteniendo.
Rubosky golpeó la mesa con furia.
—Ese mocoso… Lo entrenamos, le dimos una oportunidad de ser una herramienta valiosa… ¡Y ahora nos traiciona! ¿Cree que puede escapar de nosotros?
Dimitri permaneció en silencio. Sabía lo que venía. Un activo de tal calibre, si mostraba deslealtad, debía ser eliminado para mantener el control.
—Vuélenle la cabeza —ordenó Rubosky. La voz le salió como un latigazo—. Y a la niña también. Ahora mismo.
—Entendido.
La tundra permanecía en un extraño silencio, solo roto por los gemidos de los heridos. Volkhov, aún aturdido y adolorido, miró con desconfianza a Ryuusei. El dolor era insoportable, pero algo en la insistencia del joven lo inquietaba. Ryuusei podría haberlo matado, pero en vez de eso, intentaba convencerlo.
—¿Por qué tanto interés en que escuche? —murmuró Volkhov, con el ceño fruncido, su voz ronca.
Pero antes de recibir una respuesta, el cuerpo de Ryuusei se sacudió de repente.
Un sonido seco y repulsivo, como una cáscara rompiéndose, retumbó en el aire.
Su cabeza estalló en una lluvia de sangre, fragmentos de cráneo y masa encefálica, esparciendo restos sobre la nieve. El ataque había sido remoto, activando un micro-explosivo.
Volkhov se quedó helado, bañándose en una lluvia tibia de restos orgánicos. Su primer pensamiento fue que Volk había ganado.
Pero lo peor no fue la ejecución.
Lo peor fue que el cuerpo de Ryuusei no se detuvo.
Su mano, que sostenía el lápiz y la nota, seguía moviéndose. Trazos erráticos, desesperados, pero aún legibles en el papel empapado en sangre. El cuerpo luchaba por cumplir una última voluntad mientras la regeneración comenzaba a actuar desde el cuello.
Volkhov sintió un escalofrío que no pudo suprimir. Era imposible.
Esto no es humano.
Retrocedió instintivamente, mirando el cadáver sin cabeza que aún se resistía a morir.
Desde el búnker, Volk también lo vio a través de las cámaras.
—¡Mátalo otra vez! ¡Mátalo hasta que no quede nada! —vociferó Rubosky, golpeando la mesa con rabia, la disciplina militar hecha trizas ante tal aberración biológica.
Un operador titubeó antes de responder:
—Señor… el collar explosivo solo se activa una vez. El segundo pulso solo ha frenado la regeneración, no la ha detenido. La regeneración se ha detenido temporalmente, pero volverá con fuerza en media hora.
Media hora. Ese era el margen que Volkhov tenía para actuar.
Dimitri no respondió de inmediato. Observaba la escena con una mezcla de fascinación y un terror frío. Ryuusei no estaba muerto. Su cuerpo aún se movía. Su voluntad de hierro era tal que trascendía la muerte biológica.
Lo que nadie entendía, ni siquiera Rubosky, era que Ryuusei no quería simplemente escapar. Él sabía que Volkhov lo veía como un enemigo. Pero si lograba hacerle entender la verdad, si lograba que viera más allá de la guerra, todo podría cambiar.
Volkhov miró el papel con incredulidad. La letra era errática, escrita con la desesperación de alguien que sabía que estaba muriendo, pero cada palabra tenía un propósito.
Las primeras líneas eran impactantes:
"Sácame el collar del cuello. Hazlo rápido." "Córtame la mano derecha y llévatela contigo. Contiene un rastreador. Volk debe creer que morí y que me estás llevando el trofeo." "Déjame aquí. Confía en mí. Mi regeneración se encargará del resto en 30 minutos."
Volkhov sintió un nudo en el estómago. La frialdad de las órdenes era escalofriante.
Su mirada se deslizó a las últimas líneas, las más difíciles de procesar:
"Baja al campo de batalla." "He oído que nunca fallas un disparo." "Busca a una niña de cabello plateado. Se llama Aiko." "Grita su nombre." "Y córtale la cabeza."
Los dedos de Volkhov se crisparon.
—¿Qué demonios…? —susurró, sintiendo un escalofrío de traición absoluta.
Pero había algo en ese mensaje… algo en la forma en que Ryuusei había gastado sus últimos segundos asegurándose de que él lo leyera. Si Ryuusei realmente estaba en su contra, si solo era un peón del Kremlin, ¿por qué arriesgarse así? ¿Por qué escribir "confía en mí"?
Volkhov negó con la cabeza, pasándose una mano por el rostro.
—No tiene sentido…
Pero sus ojos bajaron una vez más al papel.
"Para que no te reconozcan, usa mi máscara. Tiene un poder especial: te hará pasar desapercibido." "Rompe la cámara de mi bolsillo. Y también la que nos vigila." "Nos están observando. Ahora."
Volkhov parpadeó. Entendió. El silencio y la nota eran la prueba de la vigilancia total del FSB.
Si esto era una trampa, entonces ya lo habían atrapado. Pero si no lo era… la alternativa era una alianza impensable, una traición a gran escala.
No tenía tiempo para dudar.
Con un gruñido, se inclinó sobre el cuerpo inerte de Ryuusei y, con un corte limpio de su cuchillo, le cercenó la mano derecha (la extremidad más probable para contener un microchip de rastreo, pensó). La mano cayó sobre la nieve con un sonido húmedo. Volkhov la recogió y la guardó en su chaqueta de inmediato.
Luego, sin dudar, le arrancó el collar del cuello. Una pequeña luz roja parpadeó una vez… y luego se apagó.
Acto seguido, sacó la micro-cámara del bolsillo de Ryuusei y la estrelló contra el suelo con su bota. Luego levantó la vista hacia una de las torres de vigilancia. Una cámara de seguridad giraba lentamente, rastreando la escena. Apuntó con su arma y disparó.
El vidrio estalló.
Los ojos de Volkhov recorrieron el paisaje congelado.
Era su momento de moverse.
Con una última mirada al cuerpo que aún se regeneraba lentamente, se puso la máscara del Yin-Yang.
El aire a su alrededor pareció cambiar. Su presencia se volvió más ligera, menos perceptible, como si el mundo lo estuviera ignorando. Sintió que la vigilancia se desvanecía. No entendía cómo, pero la máscara de Ryuusei poseía un poder anómalo de camuflaje que superaba la tecnología.
Respiró hondo. La última orden era clara. Tenía que encontrar a Aiko.
