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Chapter 76 - El Rugido del Fuego y la Nieve 

El rugido de la segunda explosión sacudió el aire, resonando a través del fuselaje del helicóptero de rescate, cuyo ala izquierda fue arrancada de tajo. Fragmentos de metal retorcido y cuerpos incinerados cayeron en picada hacia la tundra helada, dejando un rastro de humo negro y brasas ardientes. Dentro del helicóptero, las alarmas ululaban frenéticamente mientras los pilotos, desesperados, luchaban por mantener el control de la aeronave condenada.

—¡Nos atacan! ¡El segundo ya cayó! —gritó un soldado, aferrándose al armazón de la cabina, sus ojos desorbitados por el miedo.

Bajo la máscara de Yin-Yang, los ojos de Ryuusei estaban fijos en el radar de un panel auxiliar: un tercer misil venía en camino, a toda velocidad. El ataque no era al azar; era una emboscada profesional, dirigida a la aniquilación total de las fuerzas del FSB. Un momento después, el impacto desgarró el aire.

Los motores fallaron con un chirrido metálico. El helicóptero se inclinó violentamente, entrando en una espiral de muerte.

—¡Maldita sea, vamos a caer! ¡Prepárense para el impacto! —vociferó el piloto, tirando desesperadamente de los controles, sabiendo que era inútil.

Pero Ryuusei no tenía intención de morir en el aire. Sabía que debían saltar en el punto exacto para no ser víctimas de la explosión final.

—Aiko… prepárate —ordenó con voz firme, activando sus propios reflejos potenciados por el entrenamiento.

La niña, apenas de 12 años, no mostró miedo. Sujetó su espada negra, el metal reflejando la luz roja de las alertas, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y fría determinación.

El helicóptero se acercaba a la tierra a una velocidad terminal. Ryuusei y Aiko, coordinados por años de vida o muerte, se lanzaron al vacío justo antes de que la aeronave se estrellara contra el suelo en una brutal explosión de fuego, metralla y combustible.

El impacto en la nieve fue brutal. Ryuusei rodó por el suelo, utilizando el impulso para amortiguar la caída, mientras Aiko, con la agilidad de un felino, aterrizó flexionando sus rodillas.

Un breve y opresivo silencio.

Un instante después, ráfagas de disparos automáticos perforaron la oscuridad, seguidos por el grito de un soldado de Petrov.

Desde las sombras densas del bosque siberiano, figuras encapuchadas emergieron como espectros blancos. Soldados de élite, trajes de camuflaje de invierno, rifles de asalto con miras térmicas. Eran los atacantes, los hombres de Volkhov.

—¡Emboscada terrestre! —gritó el Comandante Petrov, rodando tras una roca para cubrirse y disparando de inmediato con su pistola reglamentaria.

Las balas rasgaron la nieve, golpeando los restos humeantes del helicóptero y las rocas. Ryuusei desenfundó sus dagas y corrió hacia el enemigo con la velocidad de un depredador entrenado. El collar en su cuello neutralizaba la regeneración, pero el duro entrenamiento con los hombres de Volk había incrementado su velocidad y fuerza base.

Un soldado levantó su rifle. Ryuusei, combinando la velocidad aprendida con un micro-salto de teletransportación, giró en el aire y le cortó la garganta con precisión quirúrgica. Aiko apareció a su lado, la espada negra trazando un arco letal. Con un solo tajo limpio, el pecho de otro enemigo se abrió de par en par.

El fragor de la batalla rugía en la tundra. Los pocos soldados sobrevivientes de Petrov respondieron al fuego enemigo con disciplina feroz. Pero Volkhov era astuto. Sus hombres atacaban en patrones irregulares, forzando a los rusos a gastar municiones mientras se replegaban estratégicamente, moviéndose como fantasmas en la nieve.

Y entonces, entre los disparos y el fuego de la aeronave ardiendo, una risa grave y profunda resonó en la oscuridad.

—Bienvenidos a mi hogar, pequeños.

Desde lo alto de una colina nevada, Sergei Volkhov observaba la masacre con una sonrisa confiada. Vestía una gabardina negra sobre su uniforme de combate, sosteniendo dos enormes cuchillos de combate que giraban entre sus manos con una destreza inquietante. La Primera Generación estaba en su máxima expresión: fuerza bruta, velocidad y precisión sobrehumanas.

—Ryuusei, Aiko… He esperado mucho para conocerlos. Los medios no les hacen justicia —dijo, su voz perfectamente audible por encima del caos.

Bajo su máscara de Yin-Yang, Ryuusei mantuvo la calma que el entrenamiento le había forjado, pero sus músculos se tensaron. Volkhov no solo estaba preparado, sino que se deleitaba en la carnicería. Era más peligroso de lo que la inteligencia del FSB había revelado.

El viento helado de Siberia se intensificó, llevando consigo el olor a pólvora y sangre. El choque de titanes estaba a punto de comenzar.

El viento helado silbaba entre los árboles cubiertos de escarcha. Los cuerpos destrozados de los caídos decoraban la nieve, un cuadro grotesco. Volkhov permanecía impasible.

—Vi en los noticieros que vendrías a cazarme —murmuró, girando un cuchillo en su mano—. Pero lo único que veo es un niño jugando a ser soldado de élite.

Ryuusei no respondió. No había tiempo para juegos de palabras.

Con un rápido movimiento, invocó sus martillos, el metal negro de las Armas Celestiales brillando bajo la luz del fuego.

Los soldados de Volkhov, desde el flanco, abrieron un nuevo fuego cruzado. Petrov gritó una orden, sus hombres dispararon en respuesta. Aiko desapareció y reapareció en la penumbra, su espada negra cortando el aire como una sombra letal que derribó a dos asaltantes más.

Entonces, Volkhov se lanzó al ataque.

Era rápido, inhumano. Sus cuchillos brillaron en la oscuridad, cortando el viento con una precisión que superaba la simple vista. Ryuusei bloqueó el primer golpe con el mango de su martillo, sintiendo la vibración a lo largo de su brazo. Volkhov giró con una agilidad increíble y lanzó un tajo bajo a su costado.

El filo cortó la tela de su abrigo reforzado, dejando una herida superficial que no pudo curarse instantáneamente por culpa del collar.

Ryuusei retrocedió, respirando hondo.

—Nada mal para un niño sin su juguete de curación —susurró Volkhov, relamiéndose los labios, disfrutando del sabor de la sangre.

Ryuusei arremetió con brutalidad, usando la fuerza ganada en el campamento ruso. Su martillo golpeó el suelo a centímetros de Volkhov, levantando una tormenta de nieve y escombros. Volkhov saltó hacia atrás, esquivando por centímetros, pero el golpe lo forzó a la defensiva.

Aiko surgió de las sombras, su espada descendió en un tajo mortal. Volkhov la bloqueó con un cuchillo y, aprovechando su mayor peso y fuerza, le propinó una patada en el estómago, lanzándola contra un árbol cubierto de nieve.

—Tienes potencial, niña —murmuró con admiración sincera, viendo el rápido reajuste de Aiko.

Los soldados caían a su alrededor. Petrov y sus hombres estaban en clara desventaja, superados en número y en calidad de emboscada.

Volkhov miró la escena con diversión.

—Ryuusei… me decepcionas. Pensé que serías más fuerte.

El guerrero de la máscara de Yin-Yang permaneció en silencio.

Entonces, dejó caer uno de sus martillos de guerra al suelo nevado. El golpe sordo resonó en la batalla.

Volkhov arqueó una ceja, deteniendo su avance.

—¿Rindiéndote? Es una pena.

Ryuusei flexionó los dedos, sintiendo la carga de la energía anacrónica lista para el siguiente salto, una habilidad que Volkhov no había visto antes.

—No —dijo su voz, apenas un susurro. —Estoy reposicionándome.

El aire vibró con un estruendo silencioso y un destello de luz pálida.

Ryuusei desapareció en un parpadeo, ejecutando una teletransportación de alta velocidad a quemarropa que anuló el tiempo de reacción de Volkhov. En un solo movimiento, atravesó la defensa de Volkhov que estaba preparada para un ataque frontal.

El martillo restante impactó en su costado con una fuerza brutal y devastadora, amplificada por el impulso.

El líder mercenario salió disparado, atravesando la nieve como un proyectil y chocando contra un abeto siberiano.

Un silencio pesado y absoluto cayó sobre el campo de batalla.

Los soldados de Volkhov quedaron paralizados, mirando a su líder con incredulidad.

El líder enemigo escupió sangre oscura y se incorporó lentamente, limpiándose la boca.

Y entonces, rió. Una carcajada grave, no de dolor, sino de puro éxtasis.

—Sí… así sí.

Se limpió la boca y se relamió los labios, con una mirada de cazador.

—Esto… se pone interesante.

La batalla estaba lejos de terminar. La verdadera cacería acababa de comenzar.

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