A lo largo de la historia, la aparición de personas con habilidades especiales había sido un fenómeno poco frecuente. En la mayoría de los países, el porcentaje de individuos con capacidades sobrehumanas no superaba el 0.01% de la población. Sin embargo, Japón era la excepción, con nacimientos notablemente más altos. Rusia, en cambio, no contaba con esa ventaja. Los héroes rusos existían, pero eran escasos y poco poderosos en comparación con los de otras potencias. El gobierno lo sabía. Y por eso, cuando dos individuos con habilidades reconocidas aparecieron en su territorio, lo consideraron una oportunidad, o una amenaza que debía ser neutralizada y explotada.
Ryuusei y Aiko despertaron con el dolor punzante de los tranquilizantes en sus cuellos, la sensación de parálisis muscular disipándose lentamente. Fueron escoltados por un pasillo frío, de concreto sin ventanas, el sonido de las botas de los guardias resonando como una marcha fúnebre. Finalmente, las puertas dobles de una sala de reuniones se abrieron ante ellos con un hiss hidráulico.
En el centro de la sala, sentados en una mesa larga de madera oscura y pulida, los altos mandos del país los esperaban. Oficiales de inteligencia (FSB), militares de alto rango y un hombre de cabello canoso con un uniforme impecable y condecoraciones que denotaban décadas de servicio en la cúpula del poder, los observaban con expresiones severas y calculadoras.
Los empujaron hacia dos sillas frente a la mesa. Ryuusei se acomodó con una calma que no sentía, evaluando los puntos débiles de la sala, mientras Aiko se cruzaba de brazos con una mirada desafiante y aburrida.
El hombre de cabello canoso, que exudaba autoridad, tomó la palabra, su voz profunda y firme, traducida instantáneamente por el Traductor Arcano de Ryuusei.
—Ryuusei, Aiko. Terroristas buscados en Japón, acusados de causar caos en Tokio y de desafiar a la autoridad mundial de Aurion. —Hizo una pausa dramática—. Díganme, ¿por qué deberíamos permitir que sigan respirando en suelo ruso? Tenemos la autoridad para hacerlos desaparecer sin que nadie haga preguntas.
Ryuusei sonrió con su arrogancia habitual, la única defensa que conocía.
—Porque nos trajeron aquí con vida. Y eso significa que, en el fondo, tienen preguntas que necesitan responder. Si hubieran querido matarnos, lo habrían hecho en ese patético restaurante.
El hombre lo miró en silencio por un momento antes de asentir lentamente, una mueca de reconocimiento en su rostro.
—Es cierto, joven. Nos interesa saber por qué atacaron Japón. El mundo entero los culpa.
El ambiente en la sala se tensó aún más. La mentira tenía que ser perfecta, creíble y lo suficientemente grande como para justificar su existencia.
Ryuusei apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos.
—No atacamos Japón. Nos defendimos de un sistema podrido. Lo que sucedió fue un efecto secundario de esa defensa.
Los oficiales se miraron entre sí, algunos con escepticismo, otros con un interés genuino y peligroso. El hombre canoso, el líder del grupo, se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Explíquese. ¿Qué sistema?
Ryuusei sintió una punzada de nerviosismo por primera vez en mucho tiempo. ¿Cómo se suponía que explicaría todo esto? La verdad sobre Lara era impensable.
Ryuusei respiró hondo, luchando por controlar el temblor en su voz. Sentía las miradas fijas de los oficiales perforándolo como cuchillas, esperando una explicación lógica, racional. Pero no había una forma racional de explicar la existencia de la personificación de la Muerte.
Aiko notó su silencio prolongado y le dio un codazo por debajo de la mesa. Ryuusei salió de su ensimismamiento de golpe.
—Bueno… —carraspeó, tratando de ganar tiempo—. Verán, la historia es un poco… complicada para mentes terrestres.
El hombre de cabello canoso frunció el ceño, impaciente.
—¿Complicada? —repitió, su tono elevándose.
Ryuusei entrelazó los dedos sobre la mesa y trató de mantener la compostura.
—Sí, complicada. ¿Por dónde empezar? —Forzó una sonrisa nerviosa—. Digamos que hubo un pequeño malentendido con fuerzas… cósmicas.
—¿Un pequeño malentendido? —Uno de los oficiales más jóvenes, un coronel de inteligencia, golpeó la mesa con el puño—. ¡Hubo una masacre en Tokio! ¡Héroes de bajo rango, civiles y soldados murieron! ¡No nos trate como idiotas, muchacho!
Ryuusei suspiró, su paciencia disminuyendo. Sabía que tenía que decir algo más convincente y más cercano a la narrativa de conspiración que les encantaría.
—Escuchen, lo que pasó en Tokio no fue mi culpa. Nosotros no iniciamos el ataque. De hecho, fuimos las víctimas.
—¿Entonces quién lo hizo? —preguntó el coronel.
Ryuusei se quedó en silencio por un momento. Tenía que vender la mentira perfecta.
Aiko, que había estado observando con atención, decidió intervenir con su talento para la manipulación.
—Seamos sinceros, ¿realmente nos ven con cara de terroristas organizados? —dijo, encogiéndose de hombros con una inocencia forzada—. Somos solo un chico de 17 años y una niña de 12. ¿En serio creen que planeamos una guerra por nuestra cuenta contra todo un país? Los que atacaron eran adultos, entrenados y con armamento que superaba al de cualquier ejército terrestre.
Un incómodo silencio se instaló en la sala. Algunos oficiales intercambiaron miradas. Aiko tenía un punto irrefutable. Su edad era un arma.
El hombre canoso exhaló con frustración y se masajeó el puente de la nariz.
—Si no fueron ustedes, entonces dígannos quién fue. Si esa fuerza existe, es una amenaza para Rusia.
Ryuusei tamborileó los dedos sobre la mesa.
—Fue… un grupo antiguo. Extremadamente peligroso —empezó a decir, eligiendo sus palabras con cuidado—. Son una organización fuera de cualquier gobierno, con creencias radicales y capacidades sobrehumanas. Se llaman los Heraldos.
Los oficiales tomaron notas de inmediato. Ryuusei tragó saliva.
—Y su líder… —Se detuvo. Tenía que evitar el nombre de Lara.— Su líder es alguien a quien nadie ha podido detener. Una entidad con el poder de un dios.
El hombre canoso entrecerró los ojos, inclinándose de nuevo.
—¿Y por qué ese grupo iría tras ustedes?
Aiko sonrió con falsa inocencia.
—¿Alguna vez han conocido a alguien con muy mala suerte que se encontró en el lugar equivocado? Pues aquí tienen dos ejemplos. Nos atacaron porque querían eliminarnos. No somos los enemigos que buscan, somos la clave para entender a los verdaderos enemigos.
El hombre canoso observó a ambos jóvenes con detenimiento. Finalmente, se reclinó en su silla y cruzó los brazos.
—Si lo que dicen es cierto… entonces necesitamos saber más de esos "Heraldos". Y ustedes van a contarnos todo lo que saben, desde el principio hasta el final. No se irán de aquí hasta que hayamos extraído cada pieza de información.
Ryuusei intercambió una mirada con Aiko. No tenían otra opción. El interrogatorio sería su pasaje temporal para seguir con vida.
—Supongo que será una historia larga —dijo Ryuusei con una resignación exagerada.
—Tienen tiempo —respondió el hombre con frialdad—. Y nosotros tenemos maneras de hacerlos hablar si deciden ocultarnos algo.
Ryuusei exhaló y se recargó en la silla con una expresión de falsa contemplación.
—Bien, bien… Si quieren la historia completa, se las daré. Pero prepárense, porque es una tragedia, un thriller de conspiración, un drama… y hasta una comedia de humor negro.
Los oficiales intercambiaron miradas, visiblemente irritados. Aiko se cubrió la boca con la mano para no reírse.
El hombre canoso golpeó la mesa con fuerza, poniendo fin a la farsa.
—Basta. Queremos la historia real, sin payasadas.
Ryuusei se encogió de hombros y le dirigió una mirada final al líder ruso.
—Bueno, en ese caso… espero que tengan suficiente vodka para acompañar esta historia, porque no van a creer ni la mitad.
El destino de Ryuusei y Aiko, por ahora, estaba sellado a la sala de interrogatorios. Su escape no sería fácil, pero el tiempo que ganarían al contar la "historia de los Heraldos" sería oro puro.
