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Chapter 66 - Caos en el Aeropuerto

Las dos semanas de espera para sus pasaportes falsos llegaron a su fin. Ahora, Ryuusei, con su nuevo cabello rubio platino, y Aiko estaban en el Aeropuerto Internacional de Narita, listos para dejar Japón atrás. O al menos, esa era la teoría.

La práctica era muy distinta.

—¡Tengo hambre! —protestó Aiko, colgándose del brazo de Ryuusei como si fuera un peso muerto, justo después de salir del sushi bar del aeropuerto.

—Acabas de comer un plato de udon gigante —resopló él, arrastrándola hacia la fila de seguridad.

—¡Eso fue hace media hora! ¡Eso ya no cuenta! Mi cuerpo está quemando calorías del estrés.

Ryuusei exhaló pesadamente. Sabía que ignorarla no serviría de nada, así que le lanzó una mirada de advertencia.

—Si te callas hasta que pasemos migraciones, te compraré algo en la zona de embarque.

Los ojos de Aiko brillaron con malicia.

—¿Algo o cualquier cosa que quiera? ¿Incluye wagashi exótico y bebidas carbonatadas?

—Algo —sentenció Ryuusei, cortando la negociación.

Aiko chasqueó la lengua, pero aceptó el trato, sellando sus labios con un gesto teatral.

Pero antes de enfrentarse a la fila, Ryuusei quería confirmar la magnitud de su nuevo capital. Se sentó en una banca cercana y accedió al sistema financiero seguro que utilizaba desde hacía años, introduciendo códigos y tokens de seguridad. La pantalla brilló con números que, incluso para él, acostumbrado a manejar grandes sumas, eran asombrosos.

Aiko se acercó por detrás, masticando una galleta de arroz.

—¿Cuánto tenemos? —preguntó con curiosidad, el silencio del trato roto por el crujido de la galleta.

Ryuusei parpadeó y soltó una leve risa antes de girar la pantalla hacia ella.

—Más que millonarios. Somos, técnicamente, multimillonarios a un nivel obsceno —dijo, su voz teñida de asombro—. Podríamos comprar no solo un país pequeño, sino sus deudas enteras y sus ejércitos personales.

Aiko casi se atraganta con su galleta.

—¿Qué? ¿Cómo? —tomó el portátil y escaneó las cifras con incredulidad. Había suficientes ceros para darle un dolor de cabeza—. ¿De dónde salió todo esto? Creí que solo nos había enviado unas cuentas.

—Te había comentado que Lara nos había enviado la herencia de Haru y Kenta después de que los hayamos eliminado —explicó Ryuusei, el tono de su voz revelando una mezcla de gratitud y desprecio—. Al parecer, no se refería a unas cuentas bancarias promedio. Se refería a todos los activos líquidos y tangibles que los Heraldos habían acumulado durante siglos. Lara nos envió esto como un "regalo de venganza", asegurando que tendríamos los medios para causar el caos que ella tanto disfruta. Ella es extraña.

La realidad de la fortuna era un nuevo peso: ahora eran blancos no solo por su poder, sino por su riqueza incalculable.

Luego de todo eso, por fin llegaron a la fila de control de pasaportes. Ryuusei trató de mantener la calma, pero su mente estaba alerta, calculando distancias, puntos ciegos y rutas de escape. Si algo salía mal con los documentos falsos, el plan entero se desmoronaría.

Cuando llegó su turno, entregó su pasaporte con manos firmes. Aiko hizo lo mismo, con una expresión de absoluta inocencia y ojos grandes que lo hacían parecer un adolescente ingenuo.

El oficial de migraciones tomó los documentos y los revisó detenidamente. Demasiado detenidamente. Sus ojos, fríos y sin emoción, se movían entre la foto y el rostro de Ryuusei, buscando la menor discrepancia.

—¿Motivo del viaje a Rusia? —preguntó el oficial sin levantar la vista, su voz monótona y cortante.

—Turismo —respondió Ryuusei con naturalidad, usando el Traductor Arcano que ahora le permitía comprender y responder en ruso con fluidez perfecta, aunque la etiqueta en el aeropuerto exigía inglés o japonés.

Aiko asintió con demasiada energía, su inocencia rozando lo sospechoso.

—¡Sí, turismo! ¡Queremos ver la nieve, el ballet, y los osos! ¡Estamos muy emocionados!

El oficial la miró fijamente y luego volvió a los pasaportes. Pasaron cinco largos segundos en los que Ryuusei consideró todas las formas posibles de escapar de ese aeropuerto sin dejar un rastro de sangre. Recordó el rostro de Kaito y de los demás Heraldos que confiaban en él. No podía fallarles aquí.

Finalmente, el oficial les devolvió los documentos con un golpe seco.

—Tengan un buen vuelo. Bienvenidos a Rusia. —Su tono sonó ligeramente sospechoso, como si notara algo inusual, pero no hizo más preguntas.

Aiko soltó un suspiro de alivio tan fuerte que atrajo la atención de la siguiente persona en la fila y tiró del brazo de Ryuusei.

—¡Vamos a la tienda! ¡Dijiste que me comprarías algo!

Ryuusei negó con la cabeza, pero la dejó arrastrarlo. El primer obstáculo había sido superado, pero la sensación de vigilancia no desaparecía.

La tienda de conveniencia de la zona de embarque era un paraíso de comida cara. Aiko agarró una caja de Pocky, dos bolsas de papas de diferentes sabores y una botella de jugo de arándano.

—No necesitas todo eso —gruñó Ryuusei, sacando su billetera para pagar la montaña de snacks.

—Sí lo necesito —respondió Aiko sin titubear—. Es material de supervivencia para la duración del vuelo.

Ryuusei pagó sin discutir más. Era mejor eso que aguantar su queja durante todo el vuelo.

Cuando se sentaron a esperar la llamada de embarque, un hombre de aspecto serio con un traje de corte militar y barba escasa se sentó cerca de ellos y los observó con disimulo.

—¿Ese tipo nos está mirando? —susurró Aiko, masticando una papa con la boca abierta.

—Sí —murmuró Ryuusei—. Actúa normal, por el amor de los dioses.

Aiko se quedó en silencio por dos segundos y luego, con una voz exageradamente alta en japonés, dijo, con una sonrisa demente:

—¿¡QUÉ TAL SI GRITAMOS "BOMBA" Y VEMOS QUÉ PASA!? ¡Podríamos hacer una gran entrada en Rusia!

Ryuusei sintió cómo el alma se le salía del cuerpo, y el pulso de su poder amenazaba con estallar. El hombre del traje los miró con el ceño fruncido y luego se levantó, alejándose lentamente, claramente perturbado por la extraña pareja.

—…Voy a fingir que no dijiste eso —susurró Ryuusei, masajeándose las sienes con desesperación.

—Solo quería romper la tensión —dijo Aiko con una sonrisa angelical.

Ryuusei suspiró. El viaje apenas comenzaba, y ya quería invocar uno de los Heraldos de sus Rocas de Invocación solo para que se llevara a Aiko a dar un paseo de un año.

El avión estaba lleno. Ryuusei y Aiko tenían asientos en la fila del medio. Para empeorar las cosas, un hombre inmensamente corpulento ocupó el asiento junto a Ryuusei, invadiendo completamente su espacio personal y olía a sudor y colonia barata.

—Genial… —murmuró Ryuusei.

Aiko logró cambiarse de sitio para sentarse al lado de Ryuusei, ofreciéndole al hombre corpulento su asiento en el pasillo, lo cual el hombre aceptó con entusiasmo. Por fin, un poco de paz.

Aiko se acomodó con su comida y revisó la pantalla de entretenimiento.

—¿Qué vas a ver? —preguntó Ryuusei.

—No sé… hay muchas opciones —respondió ella, explorando la lista de películas—. ¡Oh! ¡Voy a ver "El Resplandor"!

Ryuusei la miró con incredulidad.

—¿Sabes de qué trata, Aiko? Es una película de terror psicológico.

—No, pero la portada se ve divertida. Se trata de un hotel y un laberinto, ¿no?

Cuarenta minutos después, Aiko estaba aferrada al brazo de Ryuusei, con la cara pálida.

—No quiero ir a hoteles nunca más —susurró, con el pánico aún visible en sus ojos.

Ryuusei sonrió con burla y apoyó la cabeza en el asiento.

—Bienvenida al cine de calidad, enana. Ahora, por favor, déjame dormir.

Después de lo que sintieron como siglos atrapados en un tubo de metal, el avión finalmente aterrizó en Moscú. El frío los golpeó de inmediato en cuanto salieron del aeropuerto, un cambio drástico comparado con el clima templado de Tokio.

—Dios, ¿por qué no traje más ropa abrigada? —se quejó Aiko mientras se abrazaba a sí misma.

—Porque gastaste media hora eligiendo la maleta más bonita en lugar de pensar en el clima. Ahora, soporta tu propia estupidez —respondió Ryuusei, pero su burla era suave.

Recogieron su equipaje y se dirigieron a un taxi, listos para iniciar la siguiente fase de su viaje. Su primer objetivo estaba en Rusia: Sergei Volkhov.

El taxi avanzaba por las amplias avenidas de Moscú. Aiko miraba por la ventana con fascinación. Ryuusei, en cambio, estaba concentrado en el teléfono, revisando las instrucciones que Lara le había dejado sobre sus próximos objetivos.

—Así que... ¿a quién buscamos primero? —preguntó Aiko.

—Sergei Volkhov —respondió Ryuusei sin levantar la vista—. Exsoldado, mercenario, especialista en combate con cuchillos y líder de un pequeño grupo de paramilitares. Un hombre con habilidades sobrehumanas, es decir, letalmente preciso. Lo último que sabemos de él es que se esconde en las afueras de Moscú, oculto en las montañas, lejos del alcance de las autoridades y cualquier posible amenaza.

Aiko suspiró con dramatismo.

—Genial, más escondites en medio de la nada. ¿No puede haber un objetivo que viva en un resort de lujo? ¿O por lo menos en un sitio donde no haya que congelarse hasta la muerte?

Ryuusei sonrió de lado.

—Si fuera fácil, no valdría la pena, Aiko.

El taxi los dejó en un hotel discreto en el centro de Moscú. Al hacer el check-in, el recepcionista los observó con curiosidad.

—¿Negocios o placer? —preguntó con un tono educado.

Aiko sonrió con naturalidad.

—Turismo invernal. Nos dijeron que Moscú en invierno es hermoso.

El hombre asintió y deslizó las llaves sobre el mostrador.

—Espero que disfruten su estadía. Pero tengan cuidado, hay ciertos barrios que no son seguros para los extranjeros.

—Lo tendremos en cuenta —respondió Ryuusei, tomando las llaves con una mirada que prometía que el peligro no era de la ciudad, sino de ellos.

Subieron a su habitación, donde el calor de la calefacción los recibió con un alivio inmediato. Aiko prácticamente se lanzó sobre la cama.

—Este será mi nuevo refugio hasta que nos vayamos.

—No te acostumbres —advirtió Ryuusei, revisando su equipo, sintiendo el frío de las Gemas de Potenciación en su bolsillo—. Mañana en la noche iremos por Volkhov. El juego acaba de comenzar.

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