El ambiente en la mansión, que había estado congelado por el horror del escape de Daichi y la ironía del pago de La Muerte, fue interrumpido por la televisión de última generación instalada en la sala de reuniones. Ryuusei y Aiko la habían ignorado hasta ahora, enfocados en el mapa de rastreo, pero el volumen se disparó con un tono de urgencia.
—¡Última hora! Las calles han sido testigos de una carnicería sin precedentes. Los cuerpos de varios individuos, entre ellos criminales buscados, fueron encontrados en condiciones que desafían la lógica.
Ryuusei se quedó inmóvil, mirando la pantalla. Las imágenes eran impactantes. Fragmentos de carne esparcidos por el suelo, rastros de sangre formando patrones caóticos. Era el resultado de su batalla con Haru y Kenta, una lucha que se había salido de control y había terminado en una explosión de violencia extrema que el mundo mortal ahora documentaba.
—Las identidades aún no han sido confirmadas, pero testigos afirman haber visto a una figura portando un martillo de guerra y a otra empuñando una espada.
Ryuusei no necesitaba ver más. El martillo era la manifestación del caos de sus armas ancestrales, la espada era el control físico de Aiko. Habían sido descuidados.
Aiko, con su mente analítica, ya había calculado las implicaciones.
—Hemos cruzado una línea invisible, Ryuusei. Cuando estábamos por matar a Daichi... ya estábamos bajo el radar. Cuando luchamos contra Haru y Kenta en el centro de la ciudad... la exposición era inevitable.
La imagen cambió, mostrando un video de baja calidad donde se veía a uno de los atacantes, la silueta de Ryuusei, aplastando a alguien con un arma pesada, mientras la otra, Aiko, cortaba con precisión letal. Se movían con una sincronía inquietante, como si la violencia fuera una danza ensayada una y otra vez.
—Tu culpa por lo que hiciste en el ático te distrajo. Olvidaste la regla más importante de la guerra de los Heraldos: Nunca dejes un rastro mortal que el mundo pueda seguir.
Ryuusei sintió una punzada de frustración.
—No me importa el rastro. Me importa que Daichi esté libre y que La Muerte nos haya puesto un objetivo en la espalda. La gente que matamos era basura, basura de su corte. Pero ahora...
Ahora eran el foco. El caos que representaba Ryuusei ya no era un secreto.
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En la sede de la Liga de Héroes, un grupo de figuras imponentes observaba la transmisión.
—Esto es una locura… —murmuró uno de los líderes.
—Esos individuos han cruzado la línea. No podemos ignorarlo —respondió el héroe con cicatrices.
Aurion (El Guardián Supremo) permaneció en silencio. Sus ojos dorados, llenos de preocupación, observaban el presagio.
—Si ellos siguen matando así… tarde o temprano, tendremos que intervenir.
La voz de Aurion era la voz de la ley y el orden. Y la intervención de la Liga de Héroes era el peor escenario posible para Ryuusei y Aiko, forzándolos a luchar no solo contra los Heraldos, sino contra los defensores del mundo.
Al otro lado de la pantalla, en los rincones más oscuros de la ciudad, los villanos reían. La cacería había comenzado, y todos veían una oportunidad.
Aiko apagó la televisión con un chasquido del control remoto. El silencio regresó, pero estaba lleno de amenazas inminentes: el ataque de Daichi, la vigilancia de La Muerte y la intervención de Aurion.
—Tenemos dos problemas inmediatos, Ryuusei —declaró Aiko, caminando hacia el mapa de rastreo que aún mostraba un "punto muerto" para Daichi—. Uno: Daichi está libre, resentido y ahora tiene dinero (aunque sea el 30%). Dos: El mundo nos está viendo, y La Muerte lo sabe.
—Entonces tenemos que ir a la fuente del problema —dijo Ryuusei, con una determinación fría que superó su culpa—. Esto no se trata de Daichi o de la Liga. Se trata del juego de La Muerte. Ella nos recompensó no para ayudarnos, sino para hacer el juego más interesante, para asegurar que Daichi nos persiga.
—¿Sugerir ir a verla? —Aiko alzó una ceja, era una propuesta arriesgada, pues la Muerte no se reunía por capricho.
—Sí. La Muerte respeta la audacia y el mérito. Nos ganamos el derecho a una audiencia. Vamos a preguntarle por qué nos ha convertido en sus campeones involuntarios, y por qué ha financiado a nuestro némesis. Vamos a exigir una explicación.
La decisión fue tomada. El primer paso fue prepararse para la audiencia más peligrosa de sus vidas. Si iban a enfrentar a la Soberana del Cosmos, no irían vestidos con harapos o ropa de combate. Tenían que ir como sus iguales, como aquellos que habían superado su prueba.
Ryuusei se dirigió a su vestidor. Sacó el traje que solo usaba para los encuentros más formales con otros Heraldos, o para los funerales de figuras importantes. Era un traje oscuro, cortado con precisión obsesiva. No era de tela, sino de un material ceremonial que absorbía la luz, haciéndolo parecer un agujero negro envuelto en forma humana.
Se puso la camisa de seda negra y el chaleco a medida. Al colocarse la chaqueta, sintió el peso de las responsabilidades de un Heraldo. Su poder, su caos, lo había convertido en una figura que influiría en el destino del mundo. El traje era su armadura formal, un recordatorio de que su
Singularidad debía ser contenida y presentada con respeto ante la jerarquía cósmica.
Aiko hizo lo mismo. Ella eligió un vestido de corte simple pero elegantísimo. El material, de un tono burdeos profundo, abrazaba su figura, enfatizando su control y fuerza. Era un vestido de terciopelo que caía como agua, con un escote que dejaba al descubierto su clavícula, pero que se mantenía firme, simbolizando que su fuerza mejorada era tan poderosa como la de cualquier Heraldo de alto
nivel.
Ryuusei la observó mientras ella se ponía unos guantes largos de seda, un toque de formalidad que contrastaba con su naturaleza práctica.
—Te ves... apropiada —comentó Ryuusei.
Aiko lo miró con una media sonrisa.
—Tú pareces un agujero negro que se graduó con honores, Heraldo. Ahora, llamemos a nuestro cochero celestial.
Juntos, se pararon en el centro de la sala, dos figuras de poder en traje de gala, listos para convocar al vacío.
Ryuusei cerró los ojos y se concentró. Ya no había culpa ni debilidad, solo la fría determinación nacida del conocimiento. Canalizó la energía oscura que formaba el núcleo de su ser, el Caos controlado. No era una súplica, era una convocatoria.
El aire comenzó a vibrar. Las luces de la sala se apagaron, sustituidas por un brillo violeta que emanaba del cuerpo de Ryuusei. Las partículas de polvo danzaban en el aire, respondiendo al llamado del Heraldo.
Con un pensamiento, concentró su voluntad en el concepto de "Soberana de la Muerte".
El suelo bajo sus pies comenzó a resquebrajarse. No era una destrucción física, sino la apertura de un portal dimensional, el mismo agujero negro que había tragado a Daichi, pero esta vez, bajo su control.
El portal creció, un vórtice silencioso de oscuridad que prometía el tránsito entre la vida y la no-vida.
Ryuusei tomó la mano de Aiko. Ambos se miraron, su alianza era más fuerte que cualquier traición, cualquier miedo.
—El destino de Daichi y el de la Liga de Héroes puede esperar —dijo Ryuusei con firmeza—. Primero, ajustaremos cuentas con el destino.
—¿Sabes qué, Aiko? —dijo Ryuusei con una sonrisa helada—. Mierda. Ya es demasiado tarde, Heraldo. Mejor vamos a dormir. Ya iremos mañana a quejarnos con la Soberana.
Aiko sonrió, captando el tono.
—Me parece un plan perfecto, Ryuusei. Una noche de sueño nos vendrá de maravilla.
El portal comenzó a cerrarse, el suelo volviendo a la normalidad. En ese instante de alivio y burla mutua, el universo les recordó que el destino no espera.
FIN DEL ARCO 2
