El sonido. El maldito sonido.
Ryuusei estaba flotando en las aguas del baño de mármol, intentando lavar de su piel y de su mente la pestilencia de la culpa y la sangre. El agua, normalmente cristalina, se sentía espesa, manchada por la conciencia del mal que había desatado. Había fallado. Había roto las reglas de La Muerte al ceder ante la emoción. Su Singularidad se sentía contaminada por la debilidad humana.
La alarma.
Un sonido agudo, chirriante, que rasgó la falsa serenidad del momento. No era un sonido de intrusión externa. Era el sistema de contención del ático secreto.
Daichi.
Ryuusei se levantó de golpe, salpicando el agua por todo el suelo de mármol. El pánico era un puño frío en el estómago. El dolor físico, antes punzante, se convirtió en una oleada de adrenalina. Había dejado a Daichi. Había salido del ático. Había sido débil.
Se envolvió rápidamente en una toalla, ignorando la voz de su propia mente que le gritaba que el castigo cósmico de La Muerte estaba a punto de caer sobre él. Su deber era actuar.
Salió del baño, sus pies descalzos golpeando el frío suelo de la mansión. Corrió hacia el salón principal, donde sabía que la consola de seguridad estaría mostrando la fuente de la alarma.
—¡Aiko! —Su voz, normalmente modulada y precisa, sonó ronca y quebrada.
Aiko ya estaba allí. Estaba de pie frente a la consola, su cabello recogido en un moño estricto, pero su postura revelaba una tensión apenas contenida.
—El ático —dijo Aiko sin rodeos, su voz extrañamente plana, procesando el desastre—. El sistema de cadenas de alta seguridad está en alerta máxima.
Ryuusei sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el agua fría de su cuerpo.
—¿Brecha? ¿Quién lo liberó? ¿Kenta o Haru regresaron?
Aiko negó con la cabeza, sus ojos grises clavados en la pantalla.
—El perímetro está limpio. Pero hay un rastro de sangre.
Ryuusei se acercó a la consola. El mapa del ático mostraba el lugar exacto del encierro. Una luz roja parpadeaba sobre el suelo de madera podrida.
—Si no entró nadie... ¿cómo escapó Daichi de las cadenas? Eran reforzadas. Podría haber cortado el acero con una motosierra y habría activado más alarmas.
Aiko se giró, su rostro era una mezcla de horror y fascinación profesional.
—Él no cortó las cadenas, Ryuusei. Se cortó a sí mismo.
Ryuusei se quedó petrificado. La toalla se deslizó ligeramente de su hombro, pero no lo notó.
—¿Qué?
—El sistema de análisis biológico detectó una descarga masiva de hormonas de estrés y una regeneración celular a una velocidad récord. Usó su capacidad de recuperación extrema. Tuvo que forzar una automutilación completa para liberarse, y luego regenerarse inmediatamente para escapar antes de que el shock lo matara. Es la única explicación lógica para el patrón de sangre y el silencio en el audio.
El pensamiento era grotesco. Daichi, en un acto de voluntad pura, se había seccionado sus propias extremidades para liberarse, usando su propio cuerpo como llave. Era un nivel de determinación que rozaba la locura.
—Es un animal —murmuró Ryuusei, sintiendo un vómito amargo subir por su garganta.
—Es un perdedor. Pero ahora es nuestro problema. Y está libre.
Bajaron al ático. El hedor a sangre oxidada y humedad era sofocante, pero ahora se mezclaba con el olor acre de la adrenalina.
La escena era peor de lo que la consola había predicho.
El suelo no solo estaba manchado; estaba empapado en un charco de sangre fresca que aún no se secaba. Pero lo que heló la sangre de Ryuusei y Aiko fueron los restos orgánicos. Junto a las cadenas rotas, donde las muñecas y los tobillos habían estado, había trozos de tejido, fragmentos de hueso, ligamentos y piel. Los desechos de una vida desesperada.
—Usó un trozo de hueso endurecido como bisturí —dijo Aiko, analizando los restos con una mirada de fría repulsión—. Lo forzó a crecer dentro de su mano, lo afiló con las cadenas... y se amputó. Todo eso, en cuestión de segundos. El dolor debió ser una agonía que un ser normal no podría soportar.
Ryuusei se apoyó en la pared, el rostro pálido. La culpabilidad lo golpeó con la fuerza de sus propios martillos celestiales.
—Fui yo. Yo lo forcé a esto. Yo lo dejé solo. Su dolor es mi culpa.
—Tu culpa es que lo subestimaste —corrigió Aiko, sin pizca de simpatía—. Él usó el único poder que tenía contra ti: su voluntad de sobrevivir a través de su regeneración. Ahora es un enemigo activo y lo único que quiere es tu cabeza.
Ryuusei cerró los ojos, sintiendo que el peso de su Singularidad se hacía insoportable. Había buscado la purificación de Daichi a través del dolor, y solo había creado una máquina de odio más eficiente.
—Tenemos que encontrarlo. Inmediatamente.
Justo cuando Aiko se disponía a activar el rastreo satelital, la consola de seguridad emitió un sonido diferente: una notificación bancaria.
Ambos se miraron. Ryuusei, confundido, se acercó al monitor.
El mensaje era de la Autoridad Regulatoria de Activos Cósmicos, un ente que operaba en las sombras de los Heraldos.
NOTIFICACIÓN DE TRANSFERENCIA DE ACTIVOS
Emisor: Cuentas asociadas al Agente Daichi (Registro N° D-44-6A).
Motivo: Cumplimiento de la Deuda del Perdedor por Decreto de la Soberana.
Destinatarios (70% del Capital Total):
Heraldo Kisaragi Ryuusei (50%)
Heraldo Ishikawa Aiko (50%)
Monto Transferido: [Una cifra astronómica, que superaba con creces el valor de la mansión y todo lo que poseían.]
El silencio que siguió fue más ruidoso que la alarma anterior. Ryuusei leyó la cifra una, dos, tres veces. Aiko también lo miraba, su boca ligeramente abierta.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó Ryuusei, el pánico de la fuga momentáneamente olvidado.
Aiko, la mente fría, procesó el origen y el contexto.
—La Muerte. Ella fue. Acaba de confirmar que te venció. Y que merecen una recompensa por el "espectáculo". Es una humillación final para Daichi y un impulso para nosotros.
—Ella lo desterró... y nos dio su dinero —murmuró Ryuusei.
—No. Ella no te dio el dinero, Ryuusei. Te dio la deuda. Acaba de financiar tu próxima batalla. Daichi no solo está enojado; está arruinado, y el 70% de su odio ahora reside en nuestra cuenta bancaria.
Ryuusei miró el charco de sangre. Luego miró la cifra en la pantalla. La Muerte era cruelmente lógica. Había castigado a Daichi con la humillación total y lo había despojado de sus recursos, solo para dárselos a sus vencedores, asegurando que Daichi tuviera una motivación infinita para regresar.
—Esto no es una recompensa. Es un recordatorio de que somos parte de su juego. Y que su próximo movimiento, Daichi, será nuestro némesis.
