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Chapter 45 - La Verdadera Muerte

En un lugar más allá del tiempo y la existencia, donde el eco de la primera explosión del universo era un susurro constante, se erigía un trono de obsidiana y cenizas. Sobre él, ella observaba todo.

La Muerte.

Pero no como la imaginaban los mortales. No una calavera encapuchada, ni un espectro sin rostro. No un ser cruel que disfrutaba el arrebato.

No.

Era una mujer de una belleza imposible, de cabellos oscuros como el abismo y ojos que contenían la inmensidad del cosmos. Su piel era pálida como la luna, sus labios carmesíes como la sangre de aquellos que habían cruzado su reino. Su existencia era la única verdad inalterable.

Desde el principio de la Tierra, ella estuvo allí.

Cuando la primera célula murió, ella la recibió.

Cuando los dinosaurios desaparecieron, ella observó.

Cuando la humanidad nació y comenzó a temerla, ella sonrió con una sabiduría infinita.

Pero la Muerte nunca fue cruel. Solo hacía lo que debía hacer. La vida no existía sin ella; ella era el motor del crecimiento, el espacio que permitía el nacimiento.

El Torneo de la Muerte…

Un simple juego en su eterno aburrimiento. Los humanos peleaban, sufrían, y en su desesperación, mostraban sus verdaderos colores. Algunos luchaban por sobrevivir. Otros, como Ryuusei, renacían en la oscuridad. El verdadero propósito del torneo era encontrar a aquellos capaces de trascender lo humano.

—¿Por qué trató mal a Ryuusei y Aiko? — Pregunto un Heraldo común.

Porque eran diferentes. Porque ella había visto su destino y quería ponerlos a prueba. No por malicia, sino por la forja.

Aiko, la niña con un corazón inquebrantable, destinada a ser su Heraldo Protector.

Ryuusei, el demonio que la fascinaba, un alma que se atrevió a abrazar el caos y la oscuridad, destinado a ser su Heraldo del Caos.

Pero él aún no lo entendía.

Por eso, le arrebató todo.

¿Por qué borró los recuerdos de sus padres?

Porque la familia es una debilidad. Porque el amor los hacía humanos, y ella quería que Ryuusei trascendiera esa humanidad, que cortara el último lazo que lo anclaba a las limitaciones de la carne.

Quería verlo arder.

Quería verlo romperse… o convertirse en algo más. Quería que su Quinta Generación: Singularidad Anacrónica se manifestara completamente.

Ahora, la Muerte sonrió en su trono.

—Veamos hasta dónde puedes llegar, Ryuusei.

La Muerte no tenía prisa. Jamás la había tenido.

Desde su trono de obsidiana, jugaba con una pequeña esfera de energía, una representación de incontables vidas naciendo y extinguiéndose al mismo tiempo. Sus dedos largos y delicados la hacían girar, creando y destruyendo universos con la facilidad con la que un artista traza líneas en un lienzo.

Su sonrisa era enigmática. No cruel, pero tampoco piadosa.

No era ni buena ni mala.

Solo era.

Y sin embargo… los mortales la temían. Los humanos siempre habían visto a la Muerte como un castigo. Algo que llegaba a arrebatarles todo lo que alguna vez amaron. Pero en realidad, ella era la única certeza en un mundo de caos.

Ella no traicionaba.

Ella no mentía.

No importaba si eras un rey, un asesino, un mendigo o un niño inocente. Todos vendrían a ella al final. Porque la Muerte no discrimina. Porque la Muerte es justicia absoluta.

Suspiró suavemente y se levantó de su trono. Su vestido negro y dorado flotó en el aire, reflejando en sus pliegues las sombras de todos los que habían caído en la historia de la humanidad.

Caminó con una gracia sobrenatural por su reino, donde incontables almas susurraban, pidiendo respuestas, pidiendo consuelo. Pero ella no respondía. No aún.

Había algo más que captaba su atención: la escena del baño de la mansión, el colapso de Ryuusei.

Ese niño que había sobrevivido a lo imposible.

Ese niño que había abrazado la oscuridad y la había convertido en su aliada.

Ese niño que ahora se creía el amo del dolor y el sufrimiento, solo para descubrir que él mismo había sido el juguete de un mal superior. La crisis era su verdadero examen.

—Eres un enigma, Ryuusei —murmuró con una voz dulce, hipnótica.

Sus ojos cósmicos se entrecerraron con curiosidad.

¿Qué harás ahora que has probado la venganza y sabes que no fue tuya?

Porque ella sabía la verdad: La venganza nunca sacia.

Era un veneno que quemaba por dentro, que exigía más y más, hasta que no quedaba nada de la persona que alguna vez fuiste. Pero quizás, eso era exactamente lo que Ryuusei deseaba.

Unirse a ella.

Convertirse en algo más allá de la humanidad.

Algo eterno.

La Muerte inclinó la cabeza, sus ojos proyectando la imagen de la máscara de Yin Yang, tirada en el suelo de mármol.

La máscara no era un artefacto cualquiera. Era una antigua atadura de su propio reino, un remanente del Caos Primordial que ella a veces permitía que se manifestara para probar a sus heraldos más prometedores.

El Ryuusei que había cometido la masacre y la mutilación de Daichi no era Ryuusei. Era un eco del Caos, magnificado por la máscara, aprovechando el deseo de venganza no resuelto del chico.

Pero el juego de la Muerte era doble. El tormento de Daichi, aunque horrible, era una forma de justicia cósmica.

Daichi había traicionado. Había abandonado a un compañero a su muerte.

La Muerte no discrimina, pero castiga la deshonestidad.

La tortura de Ryuusei (Máscara) era el castigo más adecuado: usar la propia fortaleza de Daichi (la regeneración, Primera Generación: Rudimentarios Físicos) para convertir su vida en un infierno interminable. Y el desafío final de Daichi al Ryuusei consciente (la amenaza de contarle todo a La Muerte) era el reconocimiento final del juicio. Daichi, en su desesperación, había apelado a la verdadera justicia.

La Muerte no actuaría contra Ryuusei por haber sido poseído; actuará por la debilidad de haberse dejado poseer. La amenaza de Daichi era la certeza de que su sufrimiento le daría la prueba final para juzgar a Ryuusei.

— Y los Documentos Perdidos — ¿Mi señora?

Ah, sí. Los documentos que una vez le entregaron Ryuusei y Aiko. Pocos entendieron su verdadero valor. Eran más que simples escritos antiguos. Eran verdades enterradas en la historia, secretos sobre el equilibrio de la vida y la muerte, sobre cómo todo estaba entrelazado de formas que los humanos jamás comprenderían.

Con esos documentos en sus manos, ella no solo protegía su reino.

Ella preparaba algo.

Un cambio.

Algo que redefiniría la existencia misma, y que necesitaba a Ryuusei y a Aiko en su máximo potencial para lograrlo. Necesitaba que Ryuusei comprendiera la diferencia entre la crueldad por diversión (la Máscara) y la crueldad por necesidad (la Justicia Cósmica).

—No es suficiente gobernar la muerte —susurró, su voz resonando en el vasto vacío—. Tal vez sea hora de gobernar la vida.

Sonrió. Oh, sí.

Pronto, todo cambiaría. Y el pequeño juego de la venganza de Ryuusei no era más que la primera pieza en su tablero.

La Muerte alzó su mano y la dirigió hacia el mundo de los mortales. No para interferir, sino para observar la reacción de su Heraldo del Caos.

Ryuusei, roto en el suelo de mármol, sintiendo el quiebre de su mente, estaba más cerca que nunca de la verdad. El colapso era el final de su humanidad y el nacimiento de la singularidad que ella tanto anhelaba. La crisis con Daichi y la máscara era solo la última lección. Ahora, el juego empezaba en serio.

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