Cherreads

Chapter 43 - Multimillonarios en nombre de la Muerte

La mansión de Ryuusei se alzaba como una fortaleza de mármol negro y acero, una obra maestra de la opulencia y el miedo. Su inmenso jardín, donde ninguna flor creía por más de una semana sin ser reemplazada, estaba rodeado de estatuas que parecían susurrar a los visitantes incautos. No había cámaras de seguridad visibles. No hacían falta. Quien intentaba entrar sin permiso, no salía jamás.

Dentro, en el comedor principal iluminado por una gigantesca araña de cristal, Aiko y Ryuusei compartían una cena exquisita. Caviar negro, carne de wagyu bañada en oro, vino de un precio tan ridículo que hasta ellos se reían al verlo. Todo en la mesa tenía un precio obsceno, pero no importaba.

Ellos eran multimillonarios.

Pero no por inversiones, ni por herencias, ni por negocios sucios tradicionales.

Ellos mataban en nombre de la Muerte misma.

Cada billete en su cuenta bancaria estaba teñido con la sangre de aquellos que habían implorado por sus vidas antes de ser silenciados. Cada joya que Aiko usaba en su muñeca había sido comprada con el sufrimiento de quienes se habían cruzado con ellos.

Pero para Aiko, la fortuna no tenía sentido sin una vida real.

Y para Ryuusei, matar a personas que ya habían cumplido su propósito le parecía absurdo. Triste, incluso. Una pérdida de potencial.

—Quiero ir al colegio —dijo Aiko de repente, cortando el pesado silencio de la habitación.

Ryuusei alzó la mirada, entrecerrando los ojos.

—¿Para qué demonios?

Aiko apoyó el codo en la mesa y lo miró con seriedad.

—Quiero saber qué se siente estar rodeada de gente normal.

Ryuusei río suavemente, apoyando el tenedor sobre la mesa de roble tallado.

—Aiko, tú no eres normal. Yo no soy normal. No importa cuánto intentes jugar a la vida cotidiana… sigues siendo una asesina.

—Eso no significa que no pueda intentarlo.

Ryuusei la miró fijamente durante unos segundos. Luego suspiró, inclinándose en su silla.

—Está bien. Pero si vas a un colegio, será uno privado. Uno donde la gente no haga preguntas.

Aiko sonrió.

—Eso me basta.

Un mes después…

El auto negro de Ryuusei se estacionó frente a la enorme institución privada. Los vidrios tintados impedían que los estudiantes que pasaban cerca pudieran ver el rostro del hombre que estaba dentro.

Aiko, con su uniforme perfectamente planchado, ajustó su mochila y miró a Ryuusei.

—Voy a estar bien.

Ryuusei entrecerró los ojos.

—Si alguien te molesta…

—No debo matarlos —Aiko suspiró.

Ryuusei chasqueó la lengua.

—No, no, no… si alguien te molesta, rómpeles la nariz y dile que tu hermano mayor se encargará del resto.

Aiko lo miró con horror.

—¡Ryuusei!

—¿Qué? ¿Esperabas que te dijera que lo ignores? Vamos, Aiko, tenemos una reputación que mantener.

Ella rodó los ojos y salió del auto, cerrando la puerta con suavidad.

Meses después…

Aiko había logrado mantener un perfil bajo. No había golpes, no había amenazas, solo la rutina de clases, tareas y amistades superficiales.

Pero Ryuusei, en la mansión, la esperaba todas las tardes con una copa de vino (que ni siquiera le gustaba, solo quería verse importante) y una sonrisa burlona.

—¿Y qué tal la vida normal?

—No está mal —respondió Aiko—. Hoy aprendí álgebra.

Ryuusei arqueó una ceja.

—¿Para qué?

—Para resolver ecuaciones.

—Aiko… nosotros asesinamos por dinero. Si quiero más, lo saco del cadáver de algún bastardo que pensó que podía engañarme. Nunca he usado álgebra.

—Además, La Muerte nos puso heraldos comunes para que nos enseñen esas cosas y no ser brutos que solo matamos sin pensar.

—Mi lógica es simple: si no pagas, mueres. Si te interpones, mueres. Si respiras demasiado fuerte cerca de mí… quizás mueras.

Aiko se tapó la cara con las manos.

—¿Cómo demonios manejas una fortuna?

—Con eficiencia y sangre, querida.

Pero entonces… llegó la verdadera prueba.

Aiko, después de mucho pensarlo, le pidió un favor a Ryuusei.

—Quiero invitar a mis amigos a la casa.

Ryuusei se quedó en silencio.

—… ¿Para qué?

—Porque quiero que vean cómo vivo.

—Aiko… si tus amigos entran aquí y descubren quiénes somos…

—No les diré nada. Solo quiero que tengan una idea de mi mundo… sin sangre, sin asesinatos, sin… ya sabes, eso.

Ryuusei bebía un sorbo de su vino.

—Está bien. Pero no prometo nada.

El día de la visita…

Cuando los amigos de Aiko llegaron, fueron recibidos por el mayordomo y conducidos a la sala principal, donde Ryuusei los esperaba.

Vestido con un traje negro impecable, con una copa de vino en la mano y una expresión de absoluto desinterés, los observó en silencio.

—Bienvenidos a mi humilde hogar —dijo con voz grave.

Aiko sintió que su alma dejaba su cuerpo.

Uno de los chicos, nervioso, miró alrededor.

—Wow… tu casa es… enorme.

—Sí, bueno —respondió Ryuusei, su voz cargada de un cinismo apenas velado—. El dinero lo compra todo. A veces, incluso almas.

Aiko sabía que esto sería un desastre.

Y lo fue. El resto de la tarde fue una sucesión de comentarios sutilmente horribles de Ryuusei: sugirió que la escultura en el centro de la sala estaba hecha de los huesos petrificados de un antiguo rival, preguntó a uno de los invitados si su padre tenía deudas con alguien importante, y al despedirlos, les deseó una "vida larga y libre de traiciones". Aiko se disculpó repetidamente y no volvió a invitarlos.

Semanas después del incidente, la atmósfera en la mansión había cambiado de manera inquietante. Ryuusei, que había sido cínico pero presente, se había vuelto mecánico y ausente.

Y la máscara.

La máscara de Yin Yang, que antes solo usaba para los "trabajos", ahora permanecía fija en su rostro. Aiko notó el detalle horrible: la mancha oscura que se había extendido por la porcelana blanca durante la masacre ahora era permanente, una cicatriz visible de la corrupción.

Habían pasado días desde que la masacre de Kenta y Haru había ocurrido, y Ryuusei no había dormido. Pasaba la mayor parte del tiempo en el sótano, en esa zona que ahora conocía como la Sala de la Agonía. Sus movimientos eran rígidos; su voz, más plana.

Una tarde, Aiko entró en el comedor donde Ryuusei estaba bebiendo solo, su martillo de guerra reposando tranquilamente sobre una mesita auxiliar. Ella se sentó frente a él, el crujido de su silla rompiendo el silencio denso.

—Ryuusei, quítate la máscara.

Él no se movió. Su copa se alzó y el líquido se deslizó bajo la porcelana, un movimiento innecesario.

—No es necesario, Aiko.

—Llevas cinco días sin quitártela. Desde que terminaste... ese proyecto. No has dormido. Hay una suciedad y una frialdad en ti que no es normal, ni siquiera para ti.

—Estoy bien, Aiko. De hecho, me siento... más fuerte. Más enfocado. —Su voz era monótona, desprovista de la burla habitual.

Aiko golpeó la mesa, haciendo vibrar el cristal de la araña.

—¡No estás enfocado! Estás vacío. Has estado en el sótano torturando a Daichi hasta el punto de la locura durante días, ¿y dices que estás bien? Él ya no tiene dientes, Ryuusei. Ni... ni su hombría. ¿Qué demonios le hiciste?

Ryuusei ladeó la cabeza, la máscara inclinándose.

—Solo le estoy enseñando una lección. Es un traidor.

—¡Una lección ya se la habrías dado con el martillo! Esto es... es sádico, Ryuu. Tú nunca has sido sádico. Tú eres un ejecutor, no un torturador.

—Hay un nuevo potencial en la tortura, Aiko. El sufrimiento puede ser prolongado. La venganza puede ser eterna.

El aire se llenó de una tensión palpable. Aiko sintió un miedo frío recorrerle la espalda. Este no era el cinismo de su hermano; era una crueldad metódica y ajena.

—Te lo pido por última vez. Quítate la máscara y descansa.

—No lo haré —respondió él, inamovible.

Aiko, con la velocidad de un guerrero de la Primera Generación con mejoras biológicas, se abalanzó sobre Ryuusei. Su movimiento fue tan rápido que el aire se agrietó. Ryuusei intentó reaccionar, pero la sorpresa y el agotamiento lo hicieron demasiado lento.

Aiko no lo atacó; atacó la máscara.

Sus manos se engancharon en las correas traseras de cuero endurecido. Tiró con una fuerza abrumadora. El sonido fue un chasquido seco de porcelana rompiéndose y cuero cediendo.

La máscara de Yin Yang, manchada de oscuridad, voló por el aire, rebotando en el suelo con un sonido sordo.

Ryuusei quedó expuesto.

Aiko se detuvo en seco, su respiración agitada. Lo que vio no era la cara del maestro asesino y cínico que conocía.

El rostro de Ryuusei estaba pálido, ceniciento. Sus ojos, normalmente llenos de un brillo irónico y juguetón, estaban vacíos, hundidos, rodeados de ojeras moradas. Parecía que no había dormido en un mes. La confusión era total.

Ryuusei parpadeó, mirando alrededor con una lentitud aterradora. Su cuerpo se tambaleó ligeramente.

—Aiko… ¿qué...? ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?

La voz era la de Ryuusei, pero su tono era de alguien que acaba de despertar de un sueño profundo y terrible.

—¿Qué pasa? —preguntó Aiko, la voz convertida en un susurro incrédulo—. ¿Por qué me quitaste la máscara?

Aiko retrocedió un paso, sintiendo que la realidad se resquebrajaba.

—¿Qué pasa? ¡Hace días que no duermes! ¡Desapareciste, te pusiste esa cosa y luego encontré restos de Kenta y Haru en las afueras! ¡Y tienes a Daichi en el sótano, torturándolo de formas que ni el demonio se atrevería!

Ryuusei la miró con absoluta perplejidad, su mente luchando por procesar la información.

—¿Kenta y Haru...? ¿Muertos? ¿Y Daichi? —Sus ojos se abrieron con un pánico genuino, no fingido—. ¿De qué estás hablando, Aiko? ¿De qué tortura? Yo... yo solo recuerdo haberte dejado en la escuela... y luego, recuerdo estar a punto de ir a buscarte.

La verdad golpeó a Aiko con la fuerza de un martillo de guerra. El Ryuusei que estaba frente a ella, vulnerable y agotado, no era el mismo que había perpetrado la masacre. El Ryuusei que torturaba era el hombre dominado por la oscuridad de la máscara.

—Ryuusei... —susurró Aiko, señalando la puerta que daba al sótano—. Llevas días ahí abajo. Torturando. Destrozando. Él lo hizo. Esa cosa que se adhirió a ti lo hizo.

Un escalofrío helado recorrió el cuerpo de Ryuusei. Se llevó una mano temblorosa al rostro, luego miró la puerta del sótano.

—No... No recuerdo nada de eso. Nada. ¿Daichi está abajo?

La voz de Daichi, un grito ahogado de dolor y desesperación, se filtró débilmente desde el subsuelo. Ryuusei lo escuchó, y por primera vez en mucho tiempo, el terror no era un arma, sino una emoción propia.

Ryuusei se levantó, tambaleándose, con la horrorosa comprensión de que el Caos que servían no era solo una fuerza externa, sino algo que podía consumir su propia voluntad. Tenía que ir al sótano. Tenía que ver lo que su otro yo había hecho.

—Aiko... llama al mayordomo. Prepara todo. Si lo que dices es cierto, tenemos una crisis peor que cualquier guerra de poder

More Chapters