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Chapter 41 - EL Infierno de Daichi

Daichi jadeó, su pecho subía y bajaba con rapidez. El dolor era un incendio en su muslo y rodilla, pero su cuerpo ya comenzaba su macabra regeneración. Los huesos se realineaban con un sonido nauseabundo, la piel se cerraba como si devorara el aire y la sangre dejaba de brotar, solo para formar una capa fresca de escarlata pegajoso sobre su piel. Era un ciclo vicioso: el dolor era inmediato y brutal; la curación era un susurro asqueroso y lento, solo para preparar la carne para el siguiente asalto.

Ryuusei rió con deleite, un sonido agudo y enfermizo que resonó en la Sala de la Agonía.

—Esto es maravilloso… —susurró, inclinándose sobre él, con los ojos encendidos de excitación bajo la máscara—. Puedo romperte todas las veces que quiera… y volverás a ser como nuevo. Tu poder no es un escudo, Daichi; es tu condena.

Antes de que Daichi pudiera reaccionar o formular una súplica inútil, Ryuusei tomó la daga nuevamente y la deslizó con frialdad sobre su abdomen. Un corte limpio y profundo. La sangre brotó en borbotones oscuros, deslizándose por su torso como serpientes viscosas. Daichi ahogó un grito, sintiendo cómo el filo ardía en su piel, pero eso era solo el preludio de su tormento.

—Sigamos probando… —Ryuusei susurró con entusiasmo mientras introducía los dedos en la herida abierta, hundiendo sus manos dentro de la carne caliente.

Los gritos de Daichi llenaron la habitación, estridentes, desgarradores, como el canto de un animal moribundo. Ryuusei sonrió, sintiendo el calor y la viscosidad entre sus dedos, retorciendo los músculos expuestos con una perversión casi hipnótica, buscando infligir el máximo dolor sin dañar fatalmente su estructura vital.

Retiró la mano, cubierta de sangre y fluidos internos, y se limpió con parsimonia en la camisa de su víctima.

—Dime, ¿alguna vez te has preguntado qué se siente cuando tus huesos se separan de tu carne? Cuando la estructura que te sostiene se desgarra deliberadamente?

Daichi apenas tuvo tiempo de procesar esas palabras antes de que Ryuusei tomara un cuchillo de sierra de una mesa cercana. La hoja dentada brilló bajo la tenue luz antes de hundirse en su brazo derecho.

Despacio.

Diente por diente, dejando que cada desgarro se hundiera en la médula de su víctima. El propósito no era amputar, sino desollar.

La carne se rasgó en capas, la piel cedió con un sonido repugnante, los tendones chasquearon como cuerdas rotas y el hueso rechinó bajo la presión de la sierra. El metal raspaba sin piedad, arrancando jirones de carne mientras Ryuusei trabajaba con paciencia, disfrutando cada instante de la agonía de Daichi.

—¿Sabes? En la serie que mencioné, a Theon le cortan partes importantes… —susurró con diversión—. Tal vez deberíamos seguir esa tradición.

Ryuusei se inclinó hacia él, disfrutando del terror puro en los ojos de Daichi. El filo se hundió un poco más, revelando el hueso pálido.

—Pero aún no hemos llegado a eso. Primero, juguemos un poco más con lo que te define.

Se levantó, paseó entre las sombras y regresó con un soplete de soldadura. La llama azul iluminó su rostro bajo la máscara con un brillo perverso, reflejando su locura.

Daichi intentó moverse, pero sus fuerzas estaban drenadas, y la regeneración aún no había cerrado la herida abierta de su abdomen.

—Esto te va a gustar… —murmuró Ryuusei antes de acercar el fuego a la herida abierta en su abdomen.

El dolor fue indescriptible. La piel se retorció bajo el calor abrasador, chamuscándose, ennegreciéndose, llenando la habitación con un hedor insoportable a carne quemada. Daichi arqueó la espalda, tratando de escapar del tormento, pero estaba demasiado débil. El calor penetró en sus órganos internos expuestos.

—Vamos, no te desmayes aún —susurró Ryuusei, apagando el soplete y dándole una palmada en la mejilla ensangrentada—. Apenas estamos empezando.

Daichi respiraba con dificultad. Su cuerpo ya sanaba, la piel de su abdomen luchando por cubrir la herida quemada, pero el dolor persistía, como un eco ardiente en cada terminación nerviosa.

Ryuusei chasqueó la lengua con diversión.

—Eres resistente… pero quiero ver hasta dónde llegas.

Ryuusei se alejó por un momento y regresó con un par de tenazas de aspecto industrial, diseñadas para sujetar metal caliente. El instrumento relucía con malicia bajo la luz tenue.

—¿Sabes qué tienen en común los cobardes como tú? —preguntó, jugueteando con la herramienta en el aire—. Siempre están dispuestos a traicionar… pero jamás están listos para pagar el precio. Y el precio de mi resurrección es tu total aniquilación moral.

Sin previo aviso, hundió las tenazas en la boca de Daichi y atrapó uno de sus dientes frontales. No era un diente cualquiera; era uno visible, parte de su imagen, su capacidad de comunicación.

Los ojos de Daichi se abrieron de par en par.

—Por favor… —logró murmurar entre jadeos, la palabra ahogada por las tenazas.

Pero Ryuusei solo sonrió.

—Por favor, ¿qué? ¿Que me detenga? ¿Que tenga piedad? —preguntó con falsa dulzura—. ¿Como la que tú tuviste conmigo cuando me abandonaste a merced de los otros en los Juegos de la Muerte?

Y con un movimiento brutal, seco y repentino, arrancó el diente de raíz.

Daichi se sacudió con violencia mientras la sangre llenaba su boca y el dolor explotaba en su cráneo. Ryuusei sostuvo el diente entre sus dedos y lo observó con interés antes de arrojarlo al suelo, donde rodó hasta perderse en las sombras.

—Uno menos. —Se encogió de hombros—. Una pieza menos de tu identidad. ¿Cuántos crees que puedas perder antes de que tu lengua no pueda pronunciar una sola palabra o tu cara no sea reconocible?

Daichi apenas pudo responder. Su respiración era errática, su cuerpo temblaba sin control. Su regeneración se enfocó en cerrar la herida en la encía, un esfuerzo fútil.

—Oh, no te preocupes… —Ryuusei sonrió mientras tomaba otra vez las tenazas—. Lo descubriremos juntos. La tortura no solo quebrará tu cuerpo, sino tu mente y tu voluntad.

Y con eso, la habitación se llenó de nuevo con los alaridos de Daichi, mezclados con la risa enferma de su captor, mientras el ciclo de dolor y regeneración continuaba sin fin.

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