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Chapter 5 - El Paciente en la Jaula de Colmillos

La consciencia de Akira era un péndulo oscilante entre la oscuridad absoluta y fragmentos de dolor agudo. No recordaba haber caminado, pero sentía el movimiento. El mundo era un borrón de manchas verdes y marrones que pasaban a toda velocidad. No había sonido de pasos humanos, solo el rítmico y poderoso golpe de garras sobre la tierra y la respiración jadeante de una bestia.

Iba a lomos de Kuromaru.

Sayuri se movía junto al enorme ninken, su silueta recortada contra la luna menguante. No estaban usando las puertas principales de Konoha. Eso habría sido un suicidio diplomático y físico. Ella lo estaba guiando a través de una "Ruta Ciega", uno de los senderos no oficiales que el Clan Inuzuka utilizaba para patrullar los perímetros profundos del bosque, zonas donde los sensores de barrera tenían puntos ciegos naturales debido a la densidad de chakra geotérmico.

—Mantén su cabeza baja —ordenó Sayuri en un susurro áspero—. Si vomita sangre, asegúrate de que no toque el suelo. No podemos dejar rastro biológico.

Akira intentó hablar, pero su garganta era papel de lija. Solo logró emitir un gemido ahogado.

—Cállate —le espetó ella, aunque su mano se posó brevemente sobre su espalda para estabilizarlo—. Ya cruzamos la segunda capa de detección. Estamos en el sector del Clan Inuzuka. Si un Hyūga nos mira con el Byakugan ahora, estamos muertos.

La tensión en la voz de Sayuri era palpable. Akira, a pesar de su estado semicomatoso, entendió la magnitud de lo que ella estaba haciendo. Ayudar a un Nukenin a infiltrarse en la aldea no era una infracción menor; era alta traición. 

El castigo no era la cárcel; era la ejecución sumaria o el "reacondicionamiento" a manos de la división de Interrogación y Tortura.

Llegaron a una estructura baja de madera y piedra, alejada de las residencias principales del complejo Inuzuka. Olía a antiséptico, pelo de perro y hierbas amargas. Era una clínica veterinaria privada, un lugar donde el clan trataba a sus compañeros caninos lejos de los ojos del hospital general. El lugar perfecto para esconder a alguien que, a los ojos de la ley ninja, no era mejor que un perro callejero.

Kuromaru se detuvo y se agachó. Sayuri cargó a Akira con una fuerza sorprendente para su complexión y lo llevó al interior, depositándolo sobre una mesa de operaciones de acero frío.

—Fūinjutsu: Cierre del Pentágono Silencioso —murmuró ella, pegando cinco sellos de papel en las paredes de la habitación.

El sonido del exterior —los grillos, el viento, los ladridos lejanos— desapareció instantáneamente. Estaban aislados acústicamente.

Sayuri encendió las luces quirúrgicas. El brillo blanco golpeó a Akira, obligándolo a cerrar los ojos.

—Ahora —dijo ella, rasgando la chaqueta táctica de Amegakure de Akira con una tijera médica—, veamos qué tanto te ha masticado tu propia estupidez.

...

La evaluación médica fue brutal y eficiente. Akira yacía inmóvil, observando a Sayuri a través de párpados pesados. Ella no lo miraba a la cara; miraba el daño. Sus manos brillaban con el chakra verde pálido del Shōsen Jutsu (Palma Mística), moviéndose sobre su cuerpo como escáneres vivos.

—Tienes quemaduras eléctricas de segundo grado en el deltoides izquierdo y pectoral mayor —dictaminó ella con voz clínica, presionando la piel carbonizada.

 Akira siseó—. El tejido está necrótico. La descarga frió las terminaciones nerviosas. Tendré que desbridar la zona o la gangrena te matará antes que Akatsuki.

Siguió bajando.

—Tres costillas fisuradas. Deshidratación severa. Y tus pulmones... —Sayuri se detuvo, su ceño frunciéndose mientras colocaba su mano sobre el pecho de él—. Hay un residuo en tus alvéolos. No es fluido, es particulado. Chakra corrosivo.

—Niebla... venenosa... —graznó Akira.

—Takigakure —dedujo ella al instante—.

 Estilo de agua mezclado con toxinas ácidas. Tienes suerte de que tu chakra sea de naturaleza Viento; inconscientemente has estado ventilando tus pulmones o ya estarías ahogado en tu propia sangre.

Sayuri se dio la vuelta, buscando en un armario de vidrio. El sonido de frascos chocando llenó el silencio.

—No puedo llevarte al Hospital de Konoha. Si Tsunade-sama o Shizune te ven, verán el corte en tu banda y alertarán a los ANBU. Tengo que tratarte aquí, con suministros veterinarios y lo que tengo en mi kit de campo.

—Los diarios... —susurró Akira, intentando levantarse. El pánico lo golpeó más fuerte que el dolor. No sentía el peso de los libros en su pecho.

—Están ahí, idiota. —Sayuri señaló una mesa auxiliar de metal. Los tres diarios negros estaban apilados ordenadamente, lejos de los fluidos médicos, junto a la banda rasgada de Akira—. No los he abierto. Aún.

Ella regresó con una jeringa de gran calibre llena de un líquido ámbar y un bisturí de chakra.

—Esto va a doler. No tengo anestesia humana, solo sedantes para ninken, y si te doy eso, tu ritmo cardíaco podría bajar demasiado y matarte. Así que vas a tener que aguantarte. Muerde esto.

Le metió un rollo de gasa en la boca.

Las siguientes dos horas fueron un infierno borroso. Akira sintió cómo el bisturí cortaba la carne muerta de su hombro, el ardor del antídoto neutralizando el ácido en sus pulmones y la calidez invasiva del chakra médico forzando a sus células a regenerarse a una velocidad antinatural.

En medio del dolor, Akira observó a Sayuri. Había cambiado. La chica impulsiva de los Exámenes Chūnin había desaparecido. En su lugar había una mujer con ojos duros, manos firmes y una carga de responsabilidad que parecía pesarle más que su chaleco táctico. 

Ella estaba salvándole la vida, sí, pero cada movimiento suyo irradiaba una furia contenida. Furia por haber sido puesta en esta posición. Furia por el peligro que él representaba.

Finalmente, el dolor remitió a un latido sordo. Sayuri terminó de vendarlo, limpió la sangre de la mesa y se lavó las manos obsesivamente en el fregadero de la esquina.

—Estás estable —dijo ella, sin darse la vuelta—. Tu red de chakra está al 20%, pero sobrevivirás a la noche.

Akira escupió la gasa. Sabía a sangre y bilis.

—Gracias, Sayuri.

Ella se giró bruscamente, sus ojos clavándose en los de él.

—No me des las gracias. Dame explicaciones. —Caminó hacia la mesa auxiliar y tomó el Diario 2. 

Lo sostuvo en el aire como si fuera un explosivo activo—. Dijiste que esto era el fin del mundo. Dijiste que era el "Mokuton Cero". He leído el título en la cubierta: Propiedad de Kyōya Tateshina. Ese hombre está en el Libro Bingo de Konoha, clase A, marcado para eliminación por experimentos genéticos ilegales.

Sayuri golpeó el diario contra su otra mano.

—Akira, has traído la investigación prohibida de un subordinado de Orochimaru a mi casa. Si Danzō Shimura se entera de que esto está aquí... si Raíz se entera... no solo te matarán a ti. Purgarán a mi clan por colaborar.

...

Akira se incorporó con dificultad, ignorando el mareo. Sabía que este era el momento crítico. Si no la convencía ahora, ella lo entregaría.

—Ábrelo —dijo él—. Página 42.

Sayuri dudó un segundo, luego abrió el diario. El sonido del papel crujiendo fue fuerte en la habitación silenciosa. Sus ojos, entrenados en la lectura rápida de informes médicos, escanearon el texto y los diagramas.

Al principio, su expresión era de escepticismo profesional. Luego, sus pupilas se contrajeron. Su rostro palideció visiblemente bajo las marcas rojas de sus mejillas.

—Esto... esto es imposible —murmuró, pasando el dedo sobre un diagrama de flujo de chakra—. El sistema circulatorio está invertido. Los tenketsu (puntos de chakra) no están expulsando energía, están diseñados para crear un vacío de succión.

—Es un parásito —explicó Akira, su voz ganando fuerza—. El Mokuton original de Hashirama crea vida convirtiendo chakra en materia. Tateshina descubrió cómo invertir la polaridad. El "Sello Cero" convierte la materia y el chakra externo en... nada. Alimenta al usuario absorbiendo todo lo que lo rodea.

Sayuri siguió leyendo, pasando las páginas con creciente horror.

—"Inducción de necrosis controlada"... "Rechazo celular perpetuo"... —leyó en voz alta, con la voz temblorosa—. 

Para que esto funcione, el usuario tiene que estar muriendo constantemente. Las células de Hashirama intentan curarlo, y el Sello Cero consume esa curación para generar el vacío. Es... es una tortura biológica eterna.

Ella levantó la vista, horrorizada.

—¿Quién querría crear algo así?

—Alguien que odia a Orochimaru. Y ahora, alguien que quiere controlar el mundo —respondió Akira—.

 Akatsuki está buscando esto. Si perfeccionan la técnica, no necesitarán ejércitos. Podrán enviar a un solo usuario a una Aldea Oculta, activar el sello, y drenar a cada ninja, civil y animal en un radio de kilómetros hasta dejarlos secos.

Akira se bajó de la mesa, sus piernas temblando, pero se obligó a mantenerse en pie.

—Sayuri, yo soy un experto en trampas. Sé cómo destruir cosas. Pero no sé cómo desactivar una bomba biológica. Necesito saber si existe una forma de sellar esto para siempre, o si la única opción es encontrar a "Kitsune" y matarlo antes de que Akatsuki lo use.

—¿Kitsune? —preguntó ella.

—El sujeto de prueba. El catalizador. 

Está ahí, en las notas. 

Un ex-ANBU de Kirigakure. Su cuerpo es la llave.

Sayuri cerró el diario de golpe. Se pasó una mano por el cabello, respirando agitadamente. Estaba calculando. Ya no como médica, sino como estratega de Konoha.

—La biblioteca de Tsunade-sama tiene los archivos más completos sobre los efectos celulares del Mokuton —dijo ella, pensando en voz alta—. 

Y los archivos secretos del Segundo Hokage contienen tratados sobre Jutsus de manipulación de almas y cuerpos que están prohibidos. Si hay una contra-medida, está ahí.

Se giró hacia Akira, su mirada endureciéndose de nuevo.

—Pero no puedes entrar ahí. Eres un renegado. Y yo no puedo sacar esos archivos sin autorización del Hokage.

—Entonces tenemos que robarlos —dijo Akira.

Sayuri soltó una risa corta y sin humor.

—¿Robar a la Hokage? 

¿A la mujer que partió un castillo de un puñetazo? Estás delirando por la fiebre.

—No a la Hokage. —Akira señaló los diarios—. Tenemos algo que vale más que el oro. Tenemos el cebo. Si Akatsuki quiere esto, vendrán a buscarlo. Y si Konoha sabe que lo tenemos, querrán asegurarlo. Estamos en medio de dos monstruos, Sayuri. La única forma de sobrevivir es usar la información de Konoha para neutralizar la amenaza antes de que cualquiera de los dos bandos nos aplaste.

Hubo un silencio largo. Kuromaru, desde la esquina, emitió un gruñido bajo, sintiendo la angustia de su compañera.

Sayuri miró a Akira, luego a los diarios, y finalmente a la ventana sellada. Sabía que, en el momento en que curó sus heridas en lugar de arrestarlo, había cruzado una línea. Ya era cómplice.

—Te daré 24 horas para recuperarte —dijo ella finalmente, con voz fría—. Te quedarás aquí, en la perrera. Kuromaru vigilará la puerta. Si intentas salir, te comerá. Mañana por la noche, usaré mi turno de guardia en el Archivo Médico para intentar cruzar las referencias de los datos de Tateshina con la base de datos de Konoha.

Se acercó a él, invadiendo su espacio personal, su rostro a centímetros del de él.

—Pero escúchame bien, Akira. Si descubro que me estás mintiendo, o que tienes intenciones de vender esto a Danzō o a cualquier otro... no usaré bisturí la próxima vez. Usaré veneno.

Akira sostuvo su mirada. Vio el miedo en sus ojos, pero también la determinación de la Voluntad de Fuego.

—Trato hecho.

Sayuri apagó las luces principales, dejando solo una lámpara de seguridad tenue. Salió de la habitación sin mirar atrás, seguida por la sombra masiva de Kuromaru, quien le lanzó una última mirada de advertencia a Akira antes de salir.

Akira se quedó solo en la penumbra, rodeado del olor a medicina y el zumbido del silencio artificial. Se tocó el vendaje en el hombro. Estaba vivo. Estaba dentro de Konoha.

Pero mientras se recostaba en la fría mesa de metal, no pudo evitar pensar en la última entrada del diario que Sayuri no había leído todavía. La entrada del Ritual. Porque Akira sabía algo que no le había dicho a Sayuri: el Sello Cero no solo consumía chakra. Consumía recuerdos.

Y si Kitsune, el sujeto de prueba, activaba el poder... no solo moriría la gente. El mundo olvidaría que alguna vez existieron.

La tormenta estaba dentro de los muros.

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