La realidad llegó a mi mente.
No conozco a nadie, y peor aún, es otro mundo.
No puedo pedir ayuda.
¿A dónde vamos?
Solo seguía corriendo,
con Laika en mi espalda.
Mierda… duele el abdomen.
—Laika, ¿conoces algún lugar?
—Laika conoce un lago… —dijo en voz baja.
—¿Lago? —repetí.
—Vamos entonces.
Corrí.
—Pero está lejos… —susurró ella.
—No importa. Mucho mejor.
Mientras avanzábamos,
escuché el ruido de tropas.
Eran soldados.
—¡Morir antes que vivir como esclavos! —gritaban con fuerza.
Jódanse…
ya morí una vez,
no lo haré dos veces.
Si estoy aquí,
debe haber una forma de volver.
Tal vez Dios
me está dando esta oportunidad.
Lo cumpliré… y veré a mi madre.
Lo dije murmurando.
Y Laika respondió:
—¿Mamá? Pero ella está en casa.
—No, Laika —respondí.
—Ella no es mamá.
Lo dije sin pensar,
aunque sabía que sí lo era.
Pero Laika…
sonrió.
—Entonces ella no es mamá…
¡qué felicidad! —dijo, con una pequeña risa.