[Eiren]
El médico me tocaba el costado con cuidado, presionando aquí y allá, murmurando cosas para sí. Yo apretaba los dientes, porque todavía dolía un poco, pero nada comparado con lo que había sentido antes.
—Impresionante —dijo al fin, quitándose los lentes y mirándome directamente—. Tus heridas cerraron mucho más rápido de lo normal. Ahora entiendo por qué, cuando te encontraron en el río, a pesar de lo grave que estabas, tu cuerpo resistió.
Lo miré confundido, inclinando la cabeza.
—¿Por qué…?
El médico sonrió apenas, como si estuviera soltando un secreto.
—Tu propia magia te sanó. Automáticamente. Sin que tú lo supieras.
Me quedé en silencio, atónito. Mis manos se cerraron sobre las sábanas, temblando. ¿Mi… magia?
—Lo que te salvó en el río —continuó él—, lo que hizo que tus heridas no empeoraran mientras los demás corrían contigo… fue tu mana. Te felicito, muchacho. Has despertado tu magia.
Papá y mamá estaban de pie a un lado de la cama. Vi la expresión orgullosa en sus rostros, aunque también un destello de preocupación. Yo me sentía… extraño. Como si algo en mi interior acabara de confirmarse, aunque aún no supiera qué significaba.
—Yo pensé que, con tu fuerza natural, despertarías magia de tierra —siguió el médico, rascándose la barba—. Pero bueno, magia es magia. Y la tuya… bueno, no hay duda de que se hizo notar.
Papá soltó un resoplido bajo. Mamá me tomó la mano, apretándola con suavidad.
El médico buscó en su bolso y sacó un frasco pequeño, con un líquido brillante en su interior. Me lo entregó con seriedad.
—Esto es un estabilizador. Keny, la aventurera, me lo dio para ti. Tómalo si vuelves a sentir que pierdes el control, o si tu cuerpo se desbalancea.
Yo asentí, recibiendo el frasco con ambas manos como si fuera algo sagrado.
—Gracias… de verdad.
Él sonrió.
—Si algún día decides aprender a usar tu magia… te aseguro que tendrás un buen futuro. Pero, por ahora, descansa. Deja que tu cuerpo se recupere. Vendré otro día para un último chequeo.
Lo vimos salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. El silencio se quedó flotando, solo interrumpido por el crujido leve de la madera y mi propia respiración.
Me recosté un poco, con el frasco aún en las manos. Sentía el calor de mamá a un lado, la firme presencia de papá al otro. Sus miradas me cubrían más que cualquier manta.
—Entonces… de verdad tengo magia —susurré, todavía incrédulo, como si decirlo en voz alta lo hiciera más real.
Mamá me acarició el cabello con esa ternura que me derrumbaba por dentro.
—Sí, hijo. Y no importa lo que pase, no estarás solo para aprender a vivir con ella.
Me quedé mirando mis manos. Las abrí y cerré lentamente, como si de pronto fueran ajenas, como si esas mismas manos escondieran un secreto que nunca logré descifrar.
—¿De dónde…? —murmuré apenas, casi sin darme cuenta—. ¿De dónde salió esta magia? ¿Será… de algún familiar lejano? ¿O de mis padres biológicos…? ¿O simplemente despertó conmigo… siendo yo el primero en tenerla?
Mi voz sonaba rota, como si cada palabra pesara demasiado.
Mamá se inclinó hacia mí, sus ojos brillaban con ternura, pero también con un deje de preocupación.
—Eiren… eso no importa. —Me acarició la mejilla suavemente—. Tienes magia. ¿Sabes lo que significa eso? Podrías entrar a una academia. Tu futuro se abriría de formas que no imaginas.
Sacudí la cabeza con brusquedad, apartando su mano aunque me dolió hacerlo.
—No… yo no quiero.
Papá arqueó una ceja, cruzando los brazos como siempre hacía cuando quería escuchar una explicación clara.
—¿Y por qué no? El dinero no es un problema, ya lo sabes. Si lo único que te detiene es eso, podemos encargarnos.
Tragué saliva, mi garganta estaba seca. Bajé la mirada a las sábanas arrugadas bajo mis dedos.
—No es por eso… —apreté los puños con fuerza—. Es que… no quiero irme. No creo… encajar en un lugar que siento que no es para mí.
Papá frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con "no encajar"?
Tomé aire con dificultad, como si mi propio pecho no quisiera dejar salir las palabras.
—Todavía tengo esas imágenes… —confesé en voz baja—. Están ahí, aunque intente no recordarlas… los escucho. Los gritos.
Mi respiración se agitó. Mis manos comenzaron a temblar.
—La mano… que me sostenía… la lluvia cayendo sobre mí… yo colgando… y esos ojos, viéndome con desesperación. —Sentí un escalofrío recorrer mi espalda—. No son recuerdos normales. No son sueños. Son demasiado reales.
Mamá me tomó la mano con fuerza, como si quisiera anclarme en el presente.
—Eiren…
Pero no podía detenerme. Las imágenes seguían golpeándome.
—No solo eso… también recuerdo… un bosque cubierto de nieve. Personas siguiéndome. Flechas, magia lanzada en mi contra. —Mis palabras salían atropelladas—. Y yo… yo también lancé magia.
Mis ojos se abrieron de golpe. La habitación parecía cerrarse sobre mí.
—Había un hombre… —murmuré con un hilo de voz—. Un hombre que me atacaba. Yo tenía… ¿dagas? Sí, creo que eran dagas. Y él… él tenía una espada.
Papá y mamá se miraron en silencio, sin interrumpirme.
—Chocamos nuestras armas en el aire, y el impacto nos hizo retroceder. Caímos, cada uno en un árbol diferente. —Apoyé la frente en mi mano, temblando—. Y él… me dijo algo.
Mamá apretó más mi mano.
—¿Qué te dijo, Eiren?
—Que el entrenamiento había terminado. —Sentí un nudo en la garganta—. No sé qué significa. No… no tiene sentido.
Me llevé ambas manos al rostro, hundiéndome en ellas.
—Pero sé que no fue aquel día, cuando me encontraron en el río. No era verano, no había flores, no… Era invierno. Nevaba. Eso significa que fue mucho antes… antes de perder mi memoria.
Papá respiró hondo, con el ceño fruncido.
—¿Entonces… recuerdas cosas de antes de que te encontráramos?
—No… —contesté, casi suplicando—. No. Son fragmentos, nada más. Pero se sienten tan… tan verdaderos.
Mamá me abrazó suavemente, como si tuviera miedo de que me rompiera en sus brazos.
—No importa de dónde vengan esos recuerdos, Eiren. Lo importante es quién eres ahora. Estás aquí, con nosotros.
Me quedé callado, pero en mi mente seguían resonando las palabras de aquel hombre desconocido: "El entrenamiento ha terminado".
¿Quién era él? ¿Quién era yo… antes de todo esto?
****
[Roderic]
Habíamos dejado a Eiren en su habitación, por fin en paz después de tantas horas de incertidumbre. Liana insistió en acomodarle las sábanas, como si taparlo mejor lo protegiera de todo lo que pudiera volver a herirlo. Yo solo me quedé unos segundos más viéndolo respirar, asegurándome de que no era otro sueño del que despertaría vacío. Al final, cerramos la puerta en silencio, dejando que descansara.
Salimos hacia el exterior de la casa. El aire estaba húmedo todavía, impregnado del olor a tierra mojada. La lluvia de anoche había limpiado las calles, aunque también había dejado algunos charcos que reflejaban el cielo nublado. Me apoyé un momento en el extintor de la entrada, observando el movimiento del pueblo.
Los vecinos iban de un lado a otro, reparando cercas y reforzando techos dañados. Algunos trabajaban en los cultivos, revisando qué plantas habían sobrevivido al caos de los últimos días. Otros recogían restos de madera, piedras, cualquier cosa que pudiera servir para reconstruir. Me impresionaba la rapidez con la que la gente se organizaba; parecía que el pueblo entero había decidido levantarse de golpe, como si nadie quisiera dejar que la desesperanza se asentara.
Más allá, en la calle principal, vi a soldados cargando los últimos cuerpos de bestias. El hedor era insoportable incluso a esa distancia, pero al menos cada vez se veían menos. Los aventureros, aunque agotados, todavía patrullaban, atentos a cualquier ruido extraño. Algunos llevaban antorchas, pues en unas horas la noche caería sobre nosotros.
Las lámparas ya encendidas en las esquinas daban un tono anaranjado a las piedras del suelo, y esa luz, mezclada con las sombras de las nubes, me dio una sensación extraña: como si el pueblo estuviera en medio de un amanecer y un ocaso al mismo tiempo, sin decidir si seguir luchando o rendirse al cansancio.
Respiré hondo, dejando que el aire frío entrara en mis pulmones.
Eiren…
Ese chico. Ese hijo que llegó a nosotros de la manera más inesperada, y que ahora parecía arrastrar consigo más misterios de los que cualquiera de nosotros podría soportar. Sus recuerdos, esas visiones de batallas y nieve… ¿qué clase de vida había tenido antes de llegar aquí? ¿Y qué significaría para él el haber despertado la magia ahora, después de todo este tiempo?
Liana salió detrás de mí, colocándose a mi lado. Sus ojos también seguían el movimiento del pueblo, aunque su expresión era distinta. La mía estaba llena de preguntas; la de ella, de pura preocupación.
—Al menos… parece que todo vuelve a su sitio —murmuré, más para mí que para ella.
Ella asintió, pero no dijo nada.
Liana se cruzó de brazos y apoyó la espalda en el marco de la puerta. Su rostro estaba sereno, pero la conozco demasiado bien como para creerme esa calma. Había preocupación en cada pequeño gesto suyo.
—No me gusta verlo así, Roderic —dijo en voz baja—. No me gusta que tenga tantas preguntas y tan pocas respuestas.
—Es normal… —respondí, aunque mi voz sonó más áspera de lo que quería—. No es un niño común, Liana. Desde el día en que lo sacamos de aquel río lo supe.
Ella bajó la mirada, pensativa.
—Lo encontramos medio muerto, con heridas que deberían haberlo marcado de por vida… y aun así sanó como si nada. Entonces lo llamé hijo y lo aceptamos. Pero ahora, al verlo despertar su magia de esa manera… —se interrumpió, mordiéndose el labio—. Es como si ese día junto al río hubiera sido solo el comienzo de algo que no entendemos.
Suspiré y me pasé una mano por la frente, cansado.
—Lo que me preocupa no es que tenga magia —dije al fin—. Sino lo que recordó. Esas imágenes de lluvia, de una mano sujetándolo, de ojos casi blancos mirándolo con desesperación… Y luego esa batalla en el bosque. ¿Qué clase de vida tuvo antes de perder la memoria? ¿Qué tanto carga ese chico?
Liana me miró fijamente, con esa mezcla de ternura y firmeza que siempre me desarma.
—No importa lo que vivió, Roderic. No importa si tuvo otra familia, si peleó, si huyó o si lo persiguieron. Ese niño nos llamó mamá y papá. Eso basta.
Me quedé callado un momento, porque su certeza contrastaba demasiado con mis dudas.
—¿Y si vienen a reclamarlo? —pregunté, bajando la voz, como si decirlo en voz alta pudiera atraer ese destino—. ¿Y si alguien aparece, con pruebas de que es suyo?
Ella sonrió, una sonrisa triste pero segura.
—Entonces lo dejaré ir, si él lo decide. Pero no lo olvidaré jamás. Será mi hijo hasta el último día, aunque camine lejos de nosotros.
Sentí un nudo en la garganta. Ella podía hablar así con tanta claridad, mientras yo apenas lograba imaginarlo sin que me doliera.
Volvimos la vista al pueblo. Una columna de humo comenzó a levantarse desde la plaza, señal de que ya quemaban a las últimas bestias. El fuego siempre trae alivio y desconsuelo al mismo tiempo.
—Su magia… —dije, rompiendo el silencio—. El médico cree que lo sanó por instinto. Que por eso sobrevivió al río, y por eso sus heridas cerraron tan rápido en el almacén. Pero no fue un despertar normal.
—Lo vi —susurró ella, recordando la habitación congelada—. Su cuerpo entero cubierto de escarcha, llorando como si el dolor no fuera suyo. Fue terrible.
—Sí… —asentí—. Si eso vuelve a pasar, ¿cómo vamos a detenerlo? ¿Qué tal si pierde el control en medio del pueblo?
Ella no respondió de inmediato. Me tomó del brazo, apretando con fuerza, y solo dijo:
—Entonces estaremos a su lado. Como siempre hemos estado.
Liana permaneció en silencio unos instantes, mirando el humo que se levantaba desde la plaza. Podía sentir que algo le rondaba la cabeza. Al final habló, casi en un susurro:
—Ahora que lo pienso bien… no creo que Eiren haya despertado su magia por primera vez en el almacén.
La miré de reojo, arqueando una ceja. —¿Cómo que no? El médico dijo que fue un despertar irregular, sí, pero despertar al fin.
Ella negó con la cabeza despacio, como si estuviera ordenando sus recuerdos.
—No, Roderic. ¿Recuerdas los primeros días, cuando lo encontramos? Cuando apenas podía respirar y la fiebre lo consumía. Su cuerpo no estaba ardiendo… estaba helado. Siempre helado. La habitación entera se cubría de escarcha, el sudor en su piel se volvía hielo en cuestión de minutos. Y no fue una sola vez… sucedió varias.
Me quedé callado, recordando aquellas noches en las que la casa se volvía una tumba de invierno, cuando aún ni siquiera sabíamos si sobreviviría.
—Dices que… ¿ya había despertado antes? —pregunté, con un peso incómodo en la garganta.
—Eso creo. —Se abrazó a sí misma—. Tal vez no sabía usarlo, tal vez era algo inconsciente. Pero no me digas que no lo notaste… Ese niño siempre cargó con algo extraño dentro.
Inspiré hondo, sintiendo que mi pecho se endurecía.
—Si tienes razón, entonces en el almacén no despertó, solo… —me quedé buscando la palabra— lo desató.
—Sí. Lo desató sin querer, en medio del miedo, en medio de la desesperación. Todo porque quería salvar a Joren. —Su voz se quebró un poco—. Y lo consiguió, aunque casi lo mata a él mismo.
Yo apreté los dientes, con rabia y orgullo mezclados.
—El muy tonto pensó que era buena idea ponerse de carnada.
—Fue un acto estúpido, sí —me interrumpió ella, aunque sus ojos brillaban con ternura—. Pero también fue valiente. Prefirió arriesgarse a sí mismo para que nuestro hijo pudiera volver al pueblo y traer ayuda.
Asentí con lentitud. —Y luego, cuando habló de esos recuerdos… —dudé, pero al verla esperar, continué—. Dijo que estaba huyendo en un bosque nevado, que lo perseguían, que incluso usó su magia.
—Exacto. —Ella me miró de frente, con la seriedad de quien ata piezas sueltas—. Eso significa que ya la conocía, Roderic. No fue un accidente en su vida aquí. Lo de su magia viene de mucho antes de que lo encontráramos en el río.
Guardé silencio largo rato, viendo cómo las sombras del anochecer se extendían sobre el pueblo.
Liana me tomó la mano, apretándola fuerte, como si quisiera arrancarme las dudas de la piel.
—Sea lo que sea lo que vivió antes, lo importante es quién es ahora. Y ahora, Roderic… es nuestro hijo.
No pude responder. Solo la abracé, mientras en mi interior una pregunta me corroía: ¿cuánto de ese pasado olvidado terminará regresando a buscarlo?
Vi a Garren a lo lejos, caminando junto a Joren. La figura de Keny resaltaba a su lado, la lanza descansando en su espalda y el cabello negro recogido en una coleta que se movía con cada paso. Avanzaban entre los aldeanos que aún cargaban maderas y reparaban cercas. Cuando estuvieron cerca, los tres nos saludaron.
—Buenas tardes —dijo Garren, con ese tono tranquilo suyo.
—Buenas tardes —respondí, inclinando la cabeza.
Keny nos sonrió.
Fue Joren el primero en hablar, directo como siempre. —¿Cómo fue con el médico?
Liana contestó antes que yo:
—Bien, gracias a los dioses. Dijo que sus heridas sanaron por completo, que lo único que necesita ahora es descansar y dejar que su cuerpo se reponga. Le dio un estabilizador que, según dijo, viene de parte de ti, Keny.
Yo añadí, mirando a la aventurera:
—De verdad, gracias por tomarte la molestia.
Ella alzó una mano, quitándole importancia. —No hay de qué. Fue un despertar descontrolado, y esas cosas nunca son fáciles. Créeme, lo digo por experiencia. Si no se le ayuda, siempre pasa algo malo.
—¿Experiencia? —preguntó Liana con cautela.
Keny asintió, su mirada perdiéndose un instante en recuerdos. —Sí… alguien cercano pasó por lo mismo. Por eso, cuando mi grupo y yo llegamos al pueblo, lo noté de inmediato. Su presencia… era imposible de ignorar.
Me tensé. —¿Lo notaste?
—Sí —respondió ella, firme—. Su mana se sentía como una hoguera en medio de la nieve. Yo pensé que ya había despertado y que estaba conteniéndolo, pero me equivoqué. Era como si estuviera acumulando mana… para después liberarlo todo en un solo instante. Y eso fue lo que pasó.
—Yo… recuerdo que lo dijiste que se sentía como una hoguera, —recordándo aquella primera vez que Keny se le acercó.
La aventurera asintió. —Exacto. Y no quiero ofenderlos, pero normalmente los niños plebeyos, cuando por milagro logran despertar, apenas tienen un hilo de mana, casi nada. Eiren es distinto. Él ya es casi adulto, y sin embargo la cantidad de mana que percibí en su cuerpo no es normal. —Sus ojos se entrecerraron, calculando—. Ese chico no es un plebeyo común, de eso estoy segura.
Liana y yo nos miramos, apenas un segundo. Sabíamos lo que pensábamos, lo que habíamos estado discutiendo hacía unos minutos, pero no dijimos nada.
Keny, curiosa, se volvió hacia mí. —Lo digo porque ninguno de sus otros tres hijos ha despertado magia, ¿cierto?
Me aclaré la garganta. —Cierto. Ni Liana ni yo tenemos magia en nuestra sangre. Tampoco nuestras familias. Por lo que Alenya, Miriel y Joren nunca mostraron señales de tenerla.
Keny frunció el ceño, intrigada. —Entonces… ¿cómo es que Eiren sí?
Suspiré, sabiendo que la pregunta llegaría tarde o temprano. —Porque… Eiren no es nuestro hijo biológico.
—¿Cómo? —Keny parpadeó sorprendida. Incluso Garren, siempre tan callado, ladeó la cabeza con atención.
Fue Liana quien habló, con esa calma que solo ella podía mantener:
—Lo adoptamos. Hubo una situación… complicada, y lo consideramos lo correcto. No sabemos nada de su pasado, ni siquiera él mismo lo recuerda. Pero desde que llegó, lo criamos como a uno más de nuestros hijos.
Keny abrió los ojos como platos. —¿No recuerdan nada de él? ¿Ni de dónde vino, ni quién era?
—Nada —respondió ella con firmeza—. Ni él mismo lo sabe. Así que, cuando nos preguntan quién es… la única respuesta es que es nuestro hijo.
La aventurera nos observó en silencio unos segundos, como si midiera el peso de nuestras palabras.
—Ya veo… —dijo finalmente, con voz más suave—. No imaginé que la historia fuera así.
Yo asentí, serio. —Y es todo lo que necesitas saber.
Ella alzó ambas manos, conciliadora. —No se preocupen, no tengo intención de indagar más de la cuenta. Pero tengan por seguro algo: Eiren tiene un don poco común. Y si lo aceptan como suyo, entonces deben estar preparados para todo lo que ese don pueda traer.
—Lo estamos —dijo Liana, mirándola directo a los ojos.
—Eso me alegra —respondió Keny, bajando lentamente las manos y dejando escapar un suspiro breve, casi como si hubiera soltado un peso de encima—. Pero quiero que sepan algo más. Si Eiren en algún momento llega a desear entrar a una academia, o incluso a una de las grandes academias imperiales, todavía tiene tiempo. El límite es hasta los veinticinco años.
Me sorprendió que lo dijera con tanta naturalidad, como si ya hubiera calculado todo con antelación.
—¿Una academia? —pregunté, con cautela—. ¿De verdad lo ves capaz?
Keny me sostuvo la mirada, firme. —¿Acaso ustedes no lo ven? Ese chico sobrevivió a cosas que hubieran quebrado a la mayoría. Y ahora, con esa magia suya… no es cualquier talento. No quiero sonar soberbia, pero he visto magos con menos potencial que él estudiando en torres reconocidas.
Liana entrelazó las manos, pensativa. —No sé si Eiren elegiría algo así… pero sí es cierto que tiene un aire extraño, como si cargara algo más grande que él mismo.
—Justo por eso lo digo —continuó Keny—. Si llega ese día y él decide intentarlo, háganmelo saber. Yo puedo apoyarlo.
—¿Tú? —preguntó Joren, ladeando la cabeza, aún algo receloso.
Keny asintió con una sonrisa medida. —Keny Vion, hija del Conde Vion del Este. —Se inclinó con un gesto elegante, aunque sencillo, como si no le diera demasiada importancia—. Soy la segunda hija, lo que me permite vivir como aventurera sin demasiadas ataduras… pero eso no significa que no pueda abrirle puertas a alguien que lo merezca.
El silencio que nos envolvió fue denso. Yo apenas sabía qué responder. Que una noble ofreciera su nombre como patrocinio no era algo pequeño.
—¿Patrocinarlo…? —Liana fue la primera en romper el silencio.
—Sí. —Keny afirmó con la cabeza, segura—. Hablaría bien de él, pondría mi respaldo. No prometo que todo sería sencillo, pero en este mundo, un apellido abre caminos que el talento solo no logra. Y Eiren necesitará ambas cosas si decide seguir ese sendero.
Joren bufó, cruzándose de brazos. —Ese muchacho aún no sabe ni lo que quiere desayunar, mucho menos si quiere academias o títulos.
Keny soltó una risa ligera. —Lo sé, lo sé. Pero nunca está de más tener las opciones claras, ¿no?
Liana sonrió apenas. —Te agradecemos la intención, Keny. De verdad. No muchos darían algo así por alguien que conocieron hace tan poco.
—Quizá —admitió ella, encogiéndose de hombros—. Pero lo que vi en él… merece la pena. Y además, ustedes parecen haberse convertido en su escudo y su espada. Eso ya dice bastante.
No supe qué responder. Solo asentí, porque en parte tenía razón.
Entonces Keny se levantó, acomodándose la capa y sacudiéndose un poco el polvo del viaje. —Con eso dicho, les pido permiso. Voy a preparar mis cosas. Mañana parto de regreso a la capital.
—¿Tan pronto? —preguntó Liana, sorprendida.
—Los deberes me llaman —dijo con un tono ligero, pero con un brillo serio en los ojos—. Y créanme, allá también hay movimientos que no puedo ignorar.
Joren frunció el ceño, como si fuera a replicar, pero al final no dijo nada.
Keny se inclinó de nuevo, con respeto. —Gracias por permitirme compartir estas palabras. Y recuerden lo que les dije sobre Eiren. No lo olviden.
Y sin más, se retiró hacia la posada, dejándonos a los tres en silencio, con demasiadas preguntas y pocas respuestas.
—¿Qué opinan? —pregunté, rompiendo la quietud.
Liana suspiró hondo. —Que ahora sí estoy segura de que Eiren no es un muchacho común. Y eso… me preocupa más de lo que quisiera admitir.
