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Chapter 3 - The Eternal Radiance Reborn

El viento se detuvo.

El tiempo se ralentizó, como si todo el universo contuviera la respiración. Karlriel se arrodilló en el centro de un claro bañado por la luz de una extraña luna. La batalla anterior había dejado sus marcas en su cuerpo celeste: heridas abiertas, grietas en su armadura, una rodilla sangrando luz dorada. Y, sin embargo, su mirada no era de derrota, sino de determinación.

Había protegido a toda una aldea de un enjambre de criaturas interdimensionales, sin descanso, sin refuerzos... sin miedo. A pesar del dolor, decidió quedarse. Eligió luchar.

Y los cielos... lo vio.

Desde los confines más profundos del plano celestial, donde ni siquiera los serafines ni los tronos se atreven a mirar sin cubrirse el rostro, se elevó una Presencia.

El firmamento tembló.

Las estrellas se alinearon como soldados. Los planetas parecían inclinarse. Y una voz, más antigua que el tiempo mismo, descendió sobre Karlriel.

Hijo de la llama, guardián del dolor... Te he observado.

Karlriel no levantó los ojos. No por miedo. Por reverencia. Porque esa voz no pertenecía a ningún ángel, ni a tronos, ni a principados.

Era la voz de Dios.

Te has enfrentado a la oscuridad sin buscar la gloria. Has derramado tu esencia sin desear recompensa. Has elegido el dolor... para que otros conozcan la paz.

El cuerpo de Karlriel tembló.

Para esto... hoy te exalto.

Un rayo de luz pura lo envolvió. Pero era más que solo luz: era historia, creación, verdad y algo aún más antiguo: gracia.

Su cuerpo comenzó a elevarse suavemente. Sus heridas sanaron. La sangre de la luz se convirtió en fuego dorado que cubrió su forma. Su armadura se cayó, disolviéndose en partículas que fueron absorbidas por el cielo mismo. Y en su lugar, descendió una nueva vestidura... Tejido de pura energía celestial.

Su rostro se iluminó. Su corazón ardía, no de rabia, sino de propósito. Sus alas se multiplicaron: de dos, a cuatro, luego a seis... cada uno tallado con símbolos divinos, palpitando con los recuerdos de los mundos que había salvado.

A partir de este momento... Te llamo Arcángel de la Luz Final. Portador del Resplandor Eterno. Guía de los caídos. Juzga a los que cruzan dimensiones.

La espada Solatrium se transformó en sus manos. Ya no era simplemente una espada de juicio: era una llama viva, constante, que respondía a su alma. Era conocimiento, esperanza... y fin.

Todavía flotando, Karlriel levantó la mirada al cielo por primera vez.

Y por primera vez desde su creación... sonrió.

"Acepto esta carga", dijo, con una voz clara y resonante. "No por orgullo. Sino porque sé que la humanidad aún puede levantarse".

La luz cesó.

El tiempo comenzó a fluir de nuevo.

Pero nada volvería a ser igual.

[Narrador] El mundo aún no entendía lo que había ocurrido. Pero los cielos... ellos lo sabían. Y demonios... Temblaba. Porque ahora, el portador del Resplandor Eterno caminaba entre los hombres.

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