Tuve un sueño esta mañana y en él perdí a mi chica descuidada y torpe,desapareció y se siente horrible es como algún tipo de pérdida molesta, este capítulo es para cambiar eso (si te pasó que tienes un sueño que no puedes cambiar recuerda que escribiendo tu propia versión ya no te sentirás culpable, recuerda que los sueños no se pueden controlar pero con lo que recuerdas puedes incluso escribir un final bonito o historia activa)
Hola tu autor verde quiere contarte algo un poco personal resulta que donde yo vivo la mayoría de la gente vende colchones algo duros no entiendo eso ya que hacen que la gente compre los más caros la cosa es que donde yo vivo varios de esos están comprometidos y cuando duermo siento que duermo en una roca jeje, tenía dolor de espalda y a veces me molestaba aunque ya lo superé, ayer tuve un sueño, se trataba de buscar un cielo negro recuerdo hablar con gente superficial, una novia pero la relación no funcionó la cosa es que en el sueño me enamoré de una hermosa chica color chocolate con sandalias, su pelo negro, su falta de sentido común, me convertí en la persona que la cuidaba el caso de que tuviera el sueño y cuando desperté hoy me sentí triste porque la dejé ir con mis padres en el sueño a comprar comida que era algo así como un pastel de carne y algo de comida clásica remojada, pero no regresó estaba perdida (lo más perturbador o triste es cuando una persona se pierde en un lugar y no la puedo ver, me preocupa si le pasó algo o si está bien, está indefensa aunque no entiendo por qué lo soñé si me preocupa el tema de las desapariciones es horrible y preocuparte de que alguien que amas o tus familiares le pueda pasar algo por eso en la vida real tienes que protegerte), me siento mal... triste así que para no sentirme miserable creé un capítulo salvando a mi hermosa y descuidada niña, se siente horrible tener sueños hermosos con un mal final. Es la primera vez que un sueño se siente tan cómodo. Tuve una conexión con esta niña. Recuerdo disfrutarlo en el sueño, jeje. En un momento dado, se agachó y empezó a lamerme la polla con los dientes y los labios. No lo publicaré porque por ahora no se trata de la adultez. Es un capítulo para quitarme la culpa del pecho. Sueño que tuve esta mañana
Parte 1: Cambiando el terrible sueño por algo más bello
El sueño comenzó en un familiar e inquietante. Un cielo como terciopelo negro oscuro magullado oprimía el aire, sofocando la atmósfera. Rubén se deslizaba entre un mar de rostros superficiales, sus palabras como ecos huecos en la oscuridad opresiva. Una novia fugaz y fallida, el fantasma de una conexión, se desvaneció tan rápido como apareció. Entonces, la vio.
Era una anomalía en la penumbra: una chica con la piel del color de la tierra fértil, que lo conectó al instante. Sus sandalias color chocolate parecían vibrar con una gracia serena. La observaba, cautivado por su inocencia única. Parecía carecer de cierto sentido común, una vulnerabilidad que al principio lo irritó, pero que, paradójicamente, lo atrajo. Era una criatura que necesitaba guía, protección, una sutil «limpieza» de las agresividades del mundo. Esta necesidad, esta peculiar dependencia, fue minando poco a poco su desapego inicial.
"¿De verdad no prestas atención?", se sorprendió Rubén una noche, mientras la apartaba de un precario borde cerca de un desagüe pluvial. Ella simplemente ladeó la cabeza, sus grandes ojos inocentes parpadeando lentamente.
"¿Es eso malo?" preguntó ella, con voz suave, casi infantil.
Suspiró, con una sonrisa dibujada en sus labios a su pesar. "No, no está mal. Solo... necesitas que alguien te cuide."
Con el tiempo, este instinto protector se transformó en un profundo afecto por esta alma ingenua y curiosa. Sus momentos estaban llenos de tierna intimidad: besos dulces, caricias suaves en la cama, risas compartidas que llenaban el oscuro vacío del mundo onírico. Su hermano, Jesús, solía estar cerca, felizmente ajeno a su mundo privado. «Rubén, ¿me vas a ayudar con esto?», le gritaba Jesús, y Rubén se apartaba brevemente, dándole un beso rápido en la frente. «Un momento», le prometía.
Pero entonces apareció la camioneta blanca. Un faro inmaculado e inquietante en el sueño sombrío. Sus padres, rostros familiares, pero su presencia allí era un presagio escalofriante.
"Vamos a la tienda a comprar provisiones para la cena", anunció su madre, con voz alegre, indiferente. "¿Por qué no vienes con nosotros, cariño?", dijo, mirando a la niña.
En ese sueño original, Rubén dudó. Un momento de distracción, un pensamiento fugaz, y la dejó ir. La observó, con un nudo en el estómago, mientras subía a la camioneta y sus sandalias color chocolate desaparecían de la vista. Se dijo a sí mismo que era solo un viaje corto. La volvería a ver pronto.
Cuando sus padres regresaron, ella no estaba con ellos.
"¿Dónde está?", preguntó Rubén, con la voz tensa y un repentino y gélido temor.
Su madre frunció el ceño levemente. «Oh, estaba con nosotros. Pensamos que había subido al volver». Su padre añadió, encogiéndose de hombros: «Sí, no la vi después de eso».
Ella se había ido. Así, sin más. El sueño se había desvanecido, dejándolo con una angustiosa sensación de fracaso, el amargo sabor del arrepentimiento. Había dejado escapar entre sus dedos a un alma inocente y confiada, a quien había llegado a amar. Despertó sobresaltado, con el dolor fantasma de su ausencia como un dolor físico en el pecho.
Este sentimiento de profunda pérdida, la impotencia de presenciar cómo un escenario perfecto se transforma en un final doloroso, es un tormento común en los sueños. Es la cruda constatación de que, en estas narrativas subconscientes, a menudo eres un pasajero, incapaz de cambiar el guion, de evitar la inevitable angustia. Ese anhelo desesperado de reiniciar, de volver atrás y corregir ese error crucial, te carcome mucho después de haber abierto los ojos. Para Rubén, esa sensación era insoportable.
El reinicio
Y entonces, sucedió lo imposible. El sueño se reinició.
Los ojos de Rubén se abrieron de golpe ante la familiar penumbra de Sabanagrande, pero esta vez, el aire denso vibraba con una nueva energía: la férrea determinación de una segunda oportunidad. Los mismos rostros superficiales, el mismo cielo oscuro. Pero ahora, conocía el final. Y lo reescribiría.
Los momentos se repitieron: su creciente cariño por la chica, la dulce intimidad que compartían, Jesús de fondo. Pero al detenerse la camioneta blanca, una fría oleada de miedo, mezclada con una oleada de adrenalina, lo invadió. Era el momento. El momento crucial.
"Vamos a la tienda a comprar provisiones para la cena", dijo la voz de su madre, un eco escalofriante del pasado. "¿Por qué no vienes con nosotros, cariño?", le preguntó a la niña.
Antes de que nadie pudiera reaccionar, Rubén se abalanzó sobre ella. La agarró con fuerza, atrayéndola hacia sí en un abrazo feroz y desesperado. Sus brazos la apretaron, como una jaula protectora, con el rostro hundido en su cabello. Sintió que su pequeño cuerpo se tensaba de sorpresa y luego se relajaba contra él.
—¡No! —La voz de Rubén se le escapó de la garganta, desgarrada por la emoción. Las lágrimas le corrían por el rostro, una mezcla de puro alivio y el persistente terror fantasma de perderla de nuevo. La apretó con más fuerza, haciendo una promesa silenciosa—. Me quedo con ella. ¡No puedo dejarla ir!
Sus padres, desconcertados por su repentino e intenso arrebato, intercambiaron miradas de desconcierto. Su madre se quedó boquiabierta.
—Rubén, ¿qué...? —empezó a decir su padre, pero Rubén lo interrumpió con la voz quebrada.
¡Se lo prometí! ¡Esta vez no la dejaré ir! ¡No la volveré a perder! La abrazó más fuerte, susurrándole, aunque sus padres probablemente oían cada palabra. «Te prometo que nunca te descuidaré. Nunca más». El recuerdo del dolor del sueño original, el tormento de dejarla vulnerable y perdida, avivó su determinación. Esta vez, él sería su escudo inquebrantable.
Sus padres, percibiendo la profunda intensidad de su emoción, el amor casi desesperado que irradiaba, no discutieron más. Simplemente volvieron a la camioneta y se marcharon, dejando a Rubén y a su princesa de piel color chocolate solos en el paisaje cada vez más oscuro del sueño.
Una oleada de profundo alivio invadió a Rubén. Lo había logrado. Había cambiado el sueño. La había protegido. Se apartó lentamente, con las manos aún en su cintura, devorando su rostro con la mirada. Sus ojos dulces e inocentes lo miraron, una mezcla de confusión y creciente comprensión. Se inclinó y la besó, un beso largo y dulce, vertiendo en él todo su amor, su alivio, su renovada promesa.
"Te amo tanto", susurró contra sus labios.
Jadeó suavemente, abriendo mucho los ojos. Luego, con esa sinceridad encantadora, casi torpe, que la caracterizaba, murmuró: «Tú... tú eres mi persona favorita».
Una sonrisa triunfante y alegre se extendió por el rostro de Rubén. Su "hermosa y tonta princesa de chocolate con sandalias". La había convertido en su persona favorita, no solo en el sueño, sino en esta realidad milagrosamente alterada. Tomó su mano, entrelazando sus dedos, y la condujo de vuelta al calor de la casa. Dentro, la mantuvo cerca, la abrazó con fuerza; el inmenso alivio los envolvió como una manta reconfortante. Realmente había transformado el sueño.
Por alguna razón inexplicable, completar y alterar el sueño le había otorgado una recompensa tangible: podía quedarse con ella. Le hacía cosquillas suavemente, provocando sus suaves y torpes risitas. Entonces comprendió el peso de su promesa. Era más que una simple compañera querida; era una valiosa responsabilidad. Tenía que enseñarle, guiarla, protegerla de un mundo que no comprendería su inocencia inherente. Rubén, quien una vez conoció la agonía de perder su sueño más preciado, ahora era verdaderamente valiente. Ella seguía siendo la misma: tierna, deliciosamente torpe, pero con un corazón tan vasto que llenaba todo su ser.
Ella recostó la cabeza contra su pecho, su suave voz un murmullo contra su piel. «Rubén». Él la besó en la coronilla, inhalando su aroma. Ella levantó la vista, con los ojos brillando de amor puro e inmaculado. «Yo... yo también te amo», dijo, con palabras sencillas, un poco torpes, pero rebosantes de cariño genuino.
Rubén la abrazó con fuerza, sintiendo el peso de su promesa sobre sus hombros. Esta vez, lo sabía, la cumpliría. Su chica. Su mundo. Su destino alterado.