Olivia estaba sentada frente a un plato humeante de pozole en el kiosko, con esa mirada perdida y la expresión cargada de tristeza pero a su vez algo de rabia, algo que la caracterizaba muy bien. Apenas movía la cuchara, más por costumbre que por hambre, mientras sus pensamientos giraban en espiral.
Olivia: ¿Qué se puede hacer en casos como este, donde te dicen “amor eterno” y no lo sientes en tu corazón? —musitó más para sí misma que para alguien más—. ¿Qué puedo hacer para llenarlo?
La pozolera, que estaba cerca limpiando su pequeño puesto, alzó la vista y respondió con una sonrisa paciente, como quien sabe que no todas las respuestas son fáciles:
La pozolera: pues sigue comiendo más, hija mía, ¿no has escuchado esa frase de “barriga llena, corazón contento”?
Olivia la miró por un segundo, pero como si esas palabras se le escaparan por otro lado a pesar de tener esas orejas tan grandes parecía que más bien le entraba por un oído y le salía por otro. No parecía realmente escuchar o prestar totalmente atencion más bien absorbía su propio drama, exagerando y alterando todo lo que ve o escucha, tal vez esas orejas no le estén funcionando muy bien del todo, aún continúa engrandeciendo cada pensamiento con una intensidad que la hacía perderse en sí misma sin mucha convicción, asintió con resignación, como quien se aferra a cualquier salvavidas en medio del océanoz se sentía barada, tal vez por algo que ella misma provocó o no...
Olivia: Ok... —dijo apenas, como si la respuesta no fuera para ella.
Volvió a meter la cuchara en el pozole, esta vez con un poco más de ánimo, aunque en el fondo seguía atrapada en ese nudo de emociones que no sabía cómo deshacer, su rostro, sin embargo, ya no mostraba esa mezcla de enojo y dolor, sino más bien una especie de cansancio disfrazado de indiferencia.
La pozolera regresó a su puesto, limpiando con cuidado una pequeña barra donde reposaban frascos con chile seco, orégano, cebolla y rábanos en vinagre de vez en cuando, lanzaba miradas discretas hacia Olivia, como preocupada pero sin querer entrometerse demasiado.
Olivia continuó comiendo en silencio, viendo su plato como si fuera un espejo que reflejaba todo lo que no podía decir, el ruido del lugar era mínimo: unos señores jugaban dominó cerca, una radio vieja apenas sintonizaba un bolero, y el viento silbaba entre las lonas del kiosko. Algunos comensales se levantaban, el crujir de las sillas llenaba esos momentos pausados.
La pozolera volvió con una sonrisa cálida, llevando una jarra de agua de jamaica y sirviéndola sin que Olivia tuviera que pedirla, como si supiera que la necesitaba.
La pozolera: Toma, esto va de parte de la casa —dijo con suavidad—. Mira, niña… lo que habías mencionado antes, sobre el amor, algo que puedo decir es que… el pozole, como el amor, parece sencillo, pero no lo es. No basta con ponerle maíz y carne y ya.
Olivia levantó la vista, un poco sorprendida, como si esas palabras hubieran tocado algo que no esperaba.
La pozolera: ¿Sabes qué lo hace realmente bueno? El tiempo —hizo una pausa, buscando las palabras para que entendiera—. Que hierva despacito, que el maíz se reviente bien y luego los detalles: orégano, cebolla, limón, lechuga, rábanos…Todo eso que muchos dicen que es "extra", pero en realidad es lo que le da el alma, lo que lo vuelve especial.
Olivia (asintiendo lentamente): —y dice con una voz tranquila— Entonces… ¿sin eso?
Pozolera:Sin eso, sabe a agua con carne, a rutina. Lo comes, sí… pero no te hace feliz, no te da esa emoción, esa satisfacción, un pozole sin sazón no reconforta y el amor sin detalles, sin cuidado, sin tiempo… tampoco.
Olivia bajó la vista al plato casi vacío, solo quedaban unos granos solitarios y un rábano flotando resignado.
Pozolera: Y bueno… hay gente que solo da lo básico, el puro caldo, sin preguntar si tienes hambre de más.
Olivia (murmurando): A veces parece que solo el hueso…
La pozolera soltó una risita mientras regresaba a la cocina.
Pozolera: Pues aguas, mija… hasta el mejor caldo se amarga si se deja solo en la lumbre.—dijo mientras se disponía a buscar una escoba para barrer el lugar pues ya estaba a punto de cerrar, miro el reloj apenas iban a ser las 9:00pm—
Olivia dejó la cuchara dentro del plato el último sorbo de caldo le había sabido distinto… no más fuerte, no más débil, pero sí más claro, como si de pronto el sabor tuviera algo que decirle. Se limpió la boca con la servilleta que le había dejado la pozolera, luego se levantó con calma, sin prisa, el ambiente del kiosko seguía tranquilo, solo el sonido suave de una escoba barriendo el piso al fondo, y una radio vieja que murmuraba una canción de José José, casi como si también quisiera consolarla.
"Ya lo pasado, pasado... no me interesa..."
—salis esa voz rasposa y profunda que resonaba desde esa pequeña radio flotando en el aire con esa tristeza.—
Caminó hacia la barra con el plato en las manos.
Olivia: Estaba muy rico… gracias.
Pozolera: (sin mirarla directamente, aún barriendo): Qué bueno, hija. A veces el alma necesita un caldito para resanar el cuerpo.
Olivia sonrió, sin decir más, dejó el plato, acomodó su bolso al hombro y salió del kiosco.
La noche la recibió con una brisa fresca y el murmullo constante de las olas a lo lejos. El cielo estaba despejado, y la luna, tan redonda y blanca, parecía una linterna silenciosa colgada justo sobre su cabeza.
Caminó por la calle empedrada sin mirar el celular aunque de pronto detuvo su caminar frente a la tienda de plantas que ya estaba cerrada, nuevamente se dispuso a ver si bolso ni siquiera lo abrió solo lo miro y nuevamente comenzó a dar vueltas en su mente, recordó que apagó el teléfono hace casi 2 horas, sabía que lo había hecho por impulso, no quería ver nada más. No quería darle oportunidad a Nacho de justificarse, ni leer un “pero mañana sí” o un “te llamo más tarde”. No. Prefería quedarse con ese mensaje congelado en su mente: “no creo que salga del trabajo”. Como si esa frase sola resumiera toda la relación.
—Siempre es lo mismo —susurró, como si la calle vacía pudiera consolarla—. Siempre hay algo más importante que yo.
Pero ella no sabía si Nacho había intentado llamarla después. Ni si había mandado otro mensaje. No lo sabría, porque había decidido no saberlo. Volvió a caminar, más lenta ahora, como si el aire le pesara en los hombros y aunque había silencio a su alrededor, en su cabeza se oía fuerte el eco de sus propios pensamientos siiempre se iba por ahí, en espiral, imaginando finales catastróficos, palabras que nadie dijo, traiciones que no existían.
Ella dobló por una calle más angosta que la llevó directo al caminito de piedra que bordeaba la playa era un sendero turístico, de esos donde por el día hay risas, familias comprando recuerdos, niños corriendo con globos y el olor a marquesitas o coco rallado en el aire.
Ahora estaba vacío.
Los puestos estaban cerrados, con sus lonas bajadas y las luces apagadas algunas estructuras de madera seguían allí, silenciosas y cubiertas por lonas viejas que se movían con la brisa Olivia caminó despacio entre ellos, como si su presencia molestara el descanso del lugar. El mar rugía a lo lejos, pero ella no se acercó mantuvo los pies sobre el empedrado, como si tuviera miedo de perderse entre la arena y lo incierto, pasó junto a un puesto de collares de conchitas, uno que de día brillaba con el sol, ahora cubierto y casi fantasmal se detuvo ahí, sin saber por qué.
A través de un pequeño hueco entre las lonas, alcanzó a ver una mesa con un espejo redondo olvidado sobre ella, el reflejo le devolvió una imagen borrosa de sí misma, distorsionada por el plástico sucio se quedó viendo por un segundo, como si intentara reconocerse.
"¿Cuándo fue la última vez que me sentí contenta sin tener que pedirlo?"
El pensamiento fue espontáneo, rápido, duro.
Y se quedó ahí, flotando, sin respuesta.
El aire olía a sal y metal húmedo. Olivia cerró los ojos y respiró, deseando que algo —lo que fuera— la tocara, la estremeciera, la sacara de ese limbo emocional en el que parecía vivir desde hacía semanas.
A unos metros, una pequeña escalinata de piedra bajaba hacia un conjunto de departamentos color crema, con balcones bajos y faroles cálidos que apenas iluminaban el sendero, no les prestó demasiada atención, aunque uno de los balcones tenía luz y una ventana entreabierta por donde se escapaba una suave melodía, quizás una balada antigua que apenas se oía sobre el murmullo del mar.
Luar salió de la papelería que estaba cerca de Cocobongo, con una bolsita de plumones nuevos y pinturas que había estado esperando desde hace semanas, al ser una isla algo modesta no era muy común que esa papelería se abastecíera de materiales artísticos, pero logro conseguirlos, se había pasado toda la tarde dibujando en el parque se dispuso a dibujar a turistas que pasaban por ahí para practicar un poco, y ahora se frotaba la nuca, como si quisiera despegarse los ecos de la música pop que aún le rebotaban en la cabeza. Esa música pegajosa, como esos frascos de miel mal cerrados, con la tapa toda embarrada como si alguien lo hubiera hecho a propósito.
La noche le sabía a piso pegajoso, como el pequeño accidente de esa mañana, cuando Vela intentó servirse un licuado de fresa y terminó bañando medio comedor, azul se había molestado y frunció el ceño, sin embargo no hizo ninguna queja aunque luar le pareció gracioso aquel gesto de ella, pues le recordaba a los chihuahuas, pequeños y listos para morder, después del desastre Azul se había despedido rápido, y Vela andaba recogiendo los vasos que aún quedaban regados desde la pijamada de anoche Luar no quiso quedarse más. Ya estaba cansada, además de que tenía rato queriendo ir a la papelería, aunque abrieran tardísimo a las 3 de la tarde y cerraran a las nueve en punto de la noche.
Mientras caminaba por una calle angosta rumbo a su departamento, recordó lo que Azul había dicho antes de dejarla ir: Mañana promos. Y eso significa que habrá billullo… y zancudos
Luar—frunció la nariz con una sonrisa medio burlona— Billullo y zancudos... clásica combinación —Sacudió la cabeza, divertida consigo misma y dijo hablando aún consigo misma— Aunque honestamente, uno pica más que el otro y no son los zancudos.
Salió de la calle angosta, con sus patas un poco entumecidas del cansancio además de que estuvo con las botas puestas todo el día, ella sacudió la cola brevemente haciendo que está se esponjara mientras se estiraba, dejando atrás la zona más oscura y silenciosa del barrio, donde los zancudos parecían tener reuniones sindicales nocturnas. Frente a ella, los puestos de ropa y comida estaban cerrados, cubiertos con lonas arrugadas y candados descansando igual que todo el malecón, la calle se ensanchaba un poco justo ahí, dando paso a un caminito de piedra que bordeaba la playa, casi como una alfombra olvidada que guiaba hasta la orilla del mar, el aire olía a sal, tela guardada y un poco de aceite viejo pero
todo estaba en paz Luar respiró hondo y continuó caminando, con las manos en los bolsillos y el sonido de las olas rompiendo suave, allá a lo lejos con esa típica brisa.
El caminito de piedra crujía levemente bajo sus pasos debido a las botas, algunas piedras estaban sueltas y para su desgracia se le atascaba en la suela, Luar avanzaba con la cabeza algo agachada sin prestar atención a su alrededor la mayor parte del tiempo, mirando cómo la luz de la luna se filtraba entre los huecos de las lonas que colgaban sobre los puestos cerrados le encantaba observar la luz de la luna y como se reflejaba, aunque a su vez a veces levantaba la vista para mirar el cielo y justo en cuando levantó la mirada.
Entonces la notó.
Una figura, de pie junto a uno de los puestos, inmóvil, como una estatua de brisa, era una perrita cocker spaniel, de pelaje azul clarito que parecía captar y reflejar la luz lunar con una suavidad extraña sus largas orejas caían con gracia a los lados de su rostro, y llevaba puesto un vestido que danzaba apenas con la brisa marina estaba de espaldas, mirando al horizonte, donde el mar y el cielo parecían unirse.
Luar no se detuvo, pero bajó un poco el paso.
—¿Turista? —murmuró, más para sí que por querer respuesta—. O tal vez alguien igual de perdida que yo cuando dejo una pluma en la mano… y diez segundos después ya no está. —Resopló, divertida— Seguro la dejé en otro universo paralelo… junto con todas las que han desaparecido mientras dibujo.
Sacudió la cabeza, sonriendo sola. Había algo en esa escena —en la cocker parada ahí, quieta como pensamiento no dicho— que la hizo caminar más lento no por sospecha, sino por ese tipo de curiosidad que no se admite en voz alta.
Luar iba a seguir de largo pero algo en la forma en que aquella cocker spaniel permanecía quieta, la obligó a detenerse a unos cuantos metros, entre la penumbra discreta de los puestos cerrados, Luar se apoyó levemente contra una pared de madera y la observó, sin duda alguna algo llamaba su atencion, realmente se encontraba absorta ante ella.
Olivia seguía sin moverse, mirando al mar como si le estuviera pidiendo respuestas o deseando perderse en él su vestido ondeaba suavemente y sus orejas largas caían con una haciendo que se despeinara un poco, la luz de la luna le marcaba los contornos del rostro y por un instante, Luar sintió que el mundo se detenía justo ahí entre el aroma salado del mar y la tela húmeda de las lonas que se movían un poco por el viento haciendo algo de ruido.
No sabía por qué estaba mirando tanto y definitivamente no sabía por qué no podía dejar de hacerlo.
Sintió un leve cosquilleo en el pecho.
¿Fascinación? ¿Curiosidad? ¿Algo más? ¿Que había de especial en aquella chica?
Luar: ¿Qué te pasa, Luar...? —susurró aún sin moverse—. Solo es una turista… una muy bonita turista.. —dijo observándola aún— Bajó la mirada, incómoda consigo misma, y se frotó la nuca para después darse un sape en la frente, pero cuando volvió a alzarla, Olivia seguía ahí Serena pero Triste.
Olivia finalmente rompió su quietud.
Sin mirar atrás, echó a andar por el caminito de piedra sus pasos eran lentos, como quien no tiene prisa por llegar, pero tampoco quiere quedarse, la brisa del mar le acariciaba el vestido, y sus orejas se movían suavemente al ritmo de cada paso.
Luar no se movió, solo la siguió con la mirada definitivamente aunque algo interno le decía que fuera a saludarla, no lo hizo su timidez definitivamente no la dejaría hacerlo ni aunque le pagarán por ello, no cabe duda que su mayor obstáculo es ella misma.
Aún la vio caminar con ese aire melancólico, como si cada piedra bajo sus patas le pesara un poco, iba sola, sí, pero no vacía parecía llevar pensamientos o al menos eso notaba al verla caminar más con esa cola que estaba casi entre las patas esos gestos sencillos que hacían notar que aquella chica tal vez no estaba pasando un buen momento.
Y eso… la enterneció.
Luar ladeó un poco la cabeza, con una leve sonrisa.
—¿Qué historia traes tú, turista…?
No sabía hacia dónde se dirigía, pero alcanzó a ver cómo aquella cocker giraba en una esquina más adelante, hacia un pequeño callejón donde solían estar un par de hoteles modestos seguro uno de esos era su refugio por esa noche o por unos días, no importaba para nada o al menos eso quería pensar ella.
Lo importante era que ya no estaba ahí, y Luar… la quería volver a ver, aunque no supiera exactamente por qué pero negaba incluso ante sí misma lo que había sentido en ese instante fugaz, pero no pudo evitar preguntarse si la volvería a ver, suspiró hondo todavía con ese nudo extraño entre el pecho y la garganta luego sacudió suavemente la cabeza, su gesto automático cada vez que algo la confundía o solamente no quería aceptar, seguido de un pequeño sape en la frente como si así pudiera reacomodar sus pensamientos y volver a la normalidad.
—No te me quedes pegada en la mente… ni que fueras calcomanía de feria barata que uno despega y deja pegamento por semanas —dijo luar a medio camino entre el fastidio y algo más difícil de nombrar.
Finalmente retomó el paso, con las orejas ligeramente caídas y la mirada dispersa, mientras en su cabeza se repetía una sola imagen: una cocker azul clarito, parada como pintura de museo, mirando al mar como si entendiera algo que el resto no.
Luar: Parecía una obra de arte… medio triste, medio poética… medio... ay, qué bonita —murmuró, frunciendo el hocico —Luego se corrigió a sí misma— Seguro si supiera más de arte sabría cómo se llama ese tipo de escena… “Melancolía costera en perra azul, técnica: luz de luna y brisa salada”.
—Voy a parecer una lunática… hablando sola, suspirando por una turista que ni me vio, a este paso me van a terminar internado en un manicomio azul y vela.. a menos que.. nos internen a las 3 juntas claro, tampoco es como que estén bien de la cabeza ellas, somos el trío de locas —dijo luar soltando una leve risa—
y siguió caminando ya a unos cuantos pasos de su edificio, el cansancio volvía a notarse en la forma en que sus hombros caían un poco más con cada paso, pero algo, algo difícil de ubicar seguía latiendo con más fuerza que el agotamiento.
Cuando llegó a su edificio, abrió la puerta y subió las escaleras despacio en su andar lento, casi arrastrando la cola, todavía quedaba el eco de una sensación que no sabía cómo explicar, al entrar a su departamento, dejó caer la mochila sin pensar mucho y se dejó caer en el sofá, con la mirada clavada en ningún punto en particular, estaba totalmente perdida entre esos pensamientos que ahora inundaban su mente, era todo un océano, pero en este caso era un océano inexplorado el cual le aterraba adentrarse como si alguien con talasofobia se tratase volvió a negarse así misma y se dispuso a agarrar su celular mientras abría youtail para poner una canción de LP que tanto le gustaba, puso la primera canción y entonces empezó a sonar “Lost on You”, le gustaba mucho aunque no le prestaba atención a la letra no había un propósito, solo el gusto del ritmo, esa bonita melodía que la relajaba.
—¿Qué me está pasando? —murmuró en voz baja, mientras sus dedos tanteaban por instinto el cuaderno de dibujo que siempre llevaba cerca.
Dejó el cuaderno abierto sobre el escritorio y apagó la luz principal la única claridad era el resplandor azul del celular, donde la voz de LP flotaba suave en el aire, se recostó en la cama, con los ojos entrecerrados, mientras la figura de la cocker azul volvía a aparecer en su mente como una escena vista de lejos que se queda sin explicación con un suspiro largo dejó que el sueño la alcanzara, no entendía lo que le pasaba, y por ahora tampoco quería entenderlo.
