SELENE
—¡Mierda, Dante apúrate! —grite a todo pulmón, mientras ambos corríamos como si fuera nuestra vida lo que corriera peligro y no la de Leonardo.
—¡Ese maldito niño, si esas idiotas no lo matan lo hago yo! —rugió dante furioso, yo también lo estaba, ese niño siempre tan imprudente.
—¡Hexa, dame su jodida ubicación, ahora! —grite por el comunicador, mi garganta ardía de tanto gritar órdenes a diestra y siniestra.
—¡Stitch! —dije, mirando detrás de mí.
—¡Deja de grita Sele!. Estoy aquí, no vamos a dejar que esos malditos nos quiten a nuestro niño.
—¡Aquí Cherry! Al Este, al Este, hay confrontación, al desfiladero que hay en esa dirección, más de una docena de cabrones lo están persiguiendo y lo más seguro es que Leto se los está llevando lejos.
—¿¡Silva, que miras!? —pregunte.
—¡No veo nada, el inflarojo no sirve desde esta distancia y hay demasiadas rocas que me impiden la visualización —respondió con voz desesperada.
—¡Jackal, por favor dime algo! —rogué. Con los dientes apretados.
—Estoy lejos aún, no pudo hacer nada, estos idiotas se mueven rápido, mucho más que yo, pero si les puedo decir que Leto debe estar muy herid, encontré rastros de su granada cegadora y demasiada sangre que no era de ninguno de estos infelices.
—¡No me importa si no puedes ver, Silva, ¡dispara a donde haya movimiento si es necesario! ¡Nos lo están arrebatando! —gruñí con furia, sintiendo la desesperación como un veneno subir por mi garganta.
—¡Selene, tenemos que dividirnos! —gritó Dante. —Yo me voy directo al punto este, si lo rodean, Leto quedará atrapado sin salida. ¡Stitch, conmigo!
—¡Afirmativo! —rugió Stitch, corriendo como una bala tras Dante.
Yo me desvié hacia el flanco derecho, saltando sobre piedras resbaladizas, deslizándome por tierra suelta, ignorando el ardor en las piernas.
—¡Cherry, mantenme conectada con la señal de su rastreador, no pierdas a Leto, ni por un segundo! —ladré mientras me lanzaba de espaldas cuesta abajo, rodando y frenando apenas con el codo.
—¡La señal fluctúa! ¡Está moviéndose demasiado rápido! ¡Pero sigue bajando… creo que va hacia el puente natural del desfiladero! —gritó Cherry entre estática.
—¡Ese puente es inestable, si salta, no hay manera de alcanzarlo sin rompernos el cuello! —chilló Silva, al borde del pánico.
—¡No va a saltar, no está tan loco… ¿cierto?! —respondí, sin sonar muy convencida ni yo misma.
—Es Leto, —murmuró Jackal por el comunicador, seco y tenso. —Claro que lo hará.
Y como si el universo nos escuchara, un estruendo metálico nos sacudió a todos por el canal.
—¡¿QUÉ FUE ESO?! —gritó Cherry.
—¡Puente colapsado! —rugió Stitch. —¡No puede ser, el idiota lo hizo…!
Me detuve en seco cuando vi el humo entre los árboles, más allá de las sombras. Corriendo con el corazón en la garganta, llegué al borde del acantilado.
Y ahí estaba.
Un cuerpo arrastrándose entre la maleza del otro lado del desfiladero. Dolorido. Ensangrentado. Pero vivo.
—¡LETO! —grité, mi voz quebrándose.
Él apenas volteó. Levantó el brazo bueno. No podía verme, pero sabía que estábamos cerca.
Los disparos volvieron.
—¡Cúbranlo, yaaaa! —grité con rabia desatada, y comencé a disparar con todo lo que tenía mientras Silva tiraba desde arriba como un francotirador desatado y Stitch gritaba maldiciones, lanzando granadas hacia los árboles.
—¡Sáquenlo de ahí, saquen a nuestro niño, carajo! —rugió Dante desde el canal, ya jadeando del esfuerzo.
Yo solo corría.
Corría con todo. Porque no iba a dejar que lo mataran. No hoy. No mientras yo respirara.
—¡Mierda, mierda, mierda!
—¡Hexa, mantén los drones encima de él! ¡No dejes que lo toquen! — grité entre jadeos, esquivando ramas que me cortaban el rostro y saltando entre las rocas como una bestia salvaje. Mis botas resbalaban por la humedad, pero no me detenía. No podía.
—¡Estoy sobre eso! ¡Solo… solo necesito unos segundos más! —chilló Hexa por el canal. Su voz temblaba. Todos estábamos al borde.
Detrás de mí, escuché el silbido del aire cortado por el lanzador de Ivan. Una luz azul iluminó el cielo. Bengala de emergencia. La última que teníamos.
—¡Vamos, vamos, maldita sea! —rugí para mí, sintiendo cómo me ardían los músculos. Mi hombro herido latía como un tambor de guerra, pero ni lo miré. Cada latido, cada paso, cada salto, solo me acercaban más a él. A Leto.
El puto crío.
Ese idiota adorable y testarudo que siempre hacía lo que quería, que nos hacía gritar, reír y desesperar.
Ese niño al que no íbamos a perder. No hoy. No así.
—¡Lo tengo en visual! —gritó Silva desde el costado, su voz agitada.
—¡Está subiendo una torre! ¡Está trepando como puede!
—¡¿Qué?! —exclamé, con el corazón a punto de salírseme del pecho.
Corrí hasta alcanzar la cima de una colina y lo vi.
Pequeño.
Ensangrentado.
Aferrado a una vieja torre oxidada que crujía con cada movimiento.
—¡LETOOO! —le grité con todas mis fuerzas, pero él no volteó. No sé si no me escuchó o no quiso hacerlo.
Solo trepaba. Torpe, lento, dejando una línea roja en los peldaños. Su brazo colgaba inútil, y una pierna apenas le respondía, pero aun así subía.
—¡Dante, dron izquierdo, flanco oeste, diez grados hacia el claro! —grité sin quitarle los ojos de encima. Vi a cinco cabrones acercándose, uno ya con el rifle apuntando.
—¡Entendido! —respondió Dante con furia. El zumbido del dron llenó el aire antes de soltar ráfagas cortas que tronaron como latigazos. Uno, dos, tres enemigos cayeron.
Pero otro apareció por el lado contrario de la torre.
—¡LETOOO, ATRÁS! —grité, con la garganta ardiéndome.
Él levantó la mirada.
Y yo lo vi.
Su expresión.
Una mezcla de dolor, rabia… y decisión.
—¡No… no lo hagas… por favor no lo hagas! —susurré, aunque sabía que ya era tarde.
El crío sacó algo de su cinturón.
Una granada.
Una última maldita granada.
La activó.
Sonrió.
Y la lanzó dentro de la torre, justo cuando el enemigo asomaba.
—¡NOOOO! —rugimos todos al unísono.
El estallido sacudió el aire, una onda de fuego y humo subió como una flor de muerte, y la torre crujió, gimió… y empezó a caer.
—¡LETOOOO! —grité mientras mis piernas corrían solas, bajando la colina a toda velocidad, lanzándome por la pendiente.
La torre colapsó con un estruendo metálico y un gemido de acero retorcido.
Y el corazón se me fue al carajo.
Mis piernas se soltaron solas. No corrí, me lancé, bajando la pendiente entre piedras y raíces como un maldito animal salvaje. Ivan gritaba algo.
Dante me seguía con furia ciega. Pero yo solo podía ver ese cuerpo cayendo... su silueta arrastrada por la explosión, devorada por el aire, por la nada.
—¡LETOOOO!
Mi grito no sonó como mío. Fue más como si me desgarrara la garganta desde dentro, como si algo muy roto escapara de mí de una vez por todas.
Llegamos a la base del risco.
Agua.
Había agua.
Un río angosto, oscuro, serpenteando entre piedras y árboles retorcidos.
Corría con fuerza. Espuma blanca. Nada más.
Ni un cuerpo.
Ni una mancha de sangre.
Ni rastro de él.
Me metí sin pensar. Chapoteé, buceé, me hundí con los ojos abiertos aunque el agua me quemara los párpados. No vi nada.
Nada.
¡Nada!
—¡Leto! —susurré, ya sin voz. Golpeé la superficie del agua, llorando sin sonido, con las manos temblando. —Por favor…
El río seguía su curso.
Indiferente.
Dante se quedó de pie en la orilla, con los ojos apretados y el arma temblando entre los dedos.
Ivan cayó de rodillas.
Y yo…
Yo me quedé en el agua, temblando como si me hubieran vaciado el alma a golpes.
—Hexa… ¿tienes algo? ¿Drones, imagen térmica, cualquier mierda? —murmuré, sin esperanzas.
—Negativo… —respondió, con la voz rota. —No hay señal de vida. Solo calor residual… bajo el agua. Nada claro.
Me tragué el grito.
Miré el río. Luego el bosque.
Si seguía vivo, estaba solo. Herido. Sin armas. En algún rincón de esta selva maldita.
Y nosotros…
No teníamos ni puta idea de dónde buscar.
—¡Selene, aquí tengo a un puto imbécil medio muerto! —Escuché la voz rabiosa de Camila en mi oído.
Dante, Iván, Cherry, Stitch salieron corriendo primero, ni siquiera me dio tiempo de levantarme y seguirlos. April fue la que me ayudó a levantarme, no porque estuviera debil, sino por la rabia que me carcomia.
Escuché gritos de dolor a lo lejos, golpes secos consecutivos, jadeos y quejidos.
—¡Hijo de perra! —Dante estaba golpeando a un hombre con sus puños ensangrentados, Stitch le rompió una pierna, el hombre soltó un grito de agonía.
Iván le agarro el brazo y le enterró un cuchillo en la mano, Cherry presionó las heridas en el cuerpo.
—¡Deténganse! —Ordene, y todos se detuvieron a mi orden. Los cuatro jadeando, Iván tenía los ojos rojos mientras movía el cuchillo.
Me solté de April, acercándome con pasos lentos hasta llegar a el, mirando su cuerpo hecho mierda, la mitad de su cara estaba quemada, y su ojos no existía. Le faltaba una oreja y su otro brazo estaba hecho carbón.
Me agaché en una rodilla, tomando su cara en mi mano, —mírame hijo de puto —le dije mientras aprete mi mano, sintiendo la carne quemada en mis dedos y la sangre.
—¿Quién ordenó el ataque? —Pregunté aún con mi mano en su cara, pero el muy maldito sonrió, riendo diciendo—: ese pobre niño no sobrevivirá le dispare en ambas piernas, en la espalda, lo deje casi muerto, pero aun así nos hizo perseguirlo, veinte cabrones para uno solo y, aun así, él solito se hizo explotar.
Su risa me saco de quicio, saque el cuchillo de Iván de su mano y la clave en su brazo, retorciendo la hoja en su carne mientras movía el filo a otro lugar aún enterrado en su brazo, abriendo más la herida.
Su grito fue un gozó para mis idos y mi alma dolida.
—¿Quién... ordenó... el... Ataque? —Pregunté con lentitud, el charco de sangre en el suelo y el hombre llorando.
—¡¡¡I.F.L.O. ORDENO EL ATAQUE, LOS QUE ESTABAN EN LA BASE QUE ATACARON SOLO ERAN SEÑUELOS PARA AGOTARLOS A USTEDES Y EL CHICO ERA UN OBJETIVO A ELOMINAR!!!—
—¿I.F.L.O? —No era una pregunta, era una afirmación.
El hombre asintió con desesperación mientras se retorcía en el suelo y gritaba.
(I.F.L.O. – —Industria de Fabricación y Lucha Operativa— Corporación que produce armas experimentales y conflictos a medida.)
—Ahora entiendo porque había una maldita máquina armada, eran esos jodidos científicos de mierda —escupió Camila mientras se alejaba un poco y veía a quien sabe dónde.
Lo vi.
Vi el momento en que Jackal llegó, goteando agua y furia, como si el río se hubiera tragado a un demonio y lo hubiera devuelto más cabreado que nunca.
Se plantó frente al malnacido con el cañón firme, sin temblores. Su presencia era como una sentencia. Yo apenas podía mantenerme quieta, sentía los músculos vibrando por la adrenalina acumulada, por el miedo que aún se me atoraba en el pecho, por el maldito vacío que había dejado esa caída.
—¿Por qué Leto? Era un niño de dieciocho años apenas.
Su voz fue tan seca que cortó el aire. El cabrón en el suelo ni siquiera intentó fingir dignidad, solo cerró los ojos, quizás esperando el final. Pero Jackal no era de esos.
Sin esperar respuesta, empujó el cañón hasta meterlo en la herida abierta del brazo.
El grito que soltó el desgraciado hizo eco en los árboles y en mi cabeza. Fue un grito que sonaba a miedo. A rendición.
—¡Él… él… él no era nada especial! —gritó entre dientes, temblando de dolor y miedo. —¡Pero ustedes lo hicieron especial… ustedes lo entrenaron, lo educaron… lo cuidaron…! ¡¡Tenía historial, ubicaciones, registros!! ¡Sabíamos que, si eliminábamos al chico, el grupo iba a caer emocionalmente! ¡¡No era sobre él… era sobre ustedes!!
Mi estómago se revolvió.
—¿Y creyeron que eso bastaba para rompernos? —escupí con odio.
—¡¡I.F.L.O. pensó que sí!! Ellos querían medir reacción, agotar recursos… ¡¡ustedes estaban marcados desde hace años!! —dijo con desesperación. —La base era una trampa… todo era una maldita trampa… ¡¡el chico fue añadido a la lista solo por cercanía!!
Me costaba respirar.
El corazón me latía tan fuerte que dolía.
Así que eso era todo. No era un blanco por habilidades ni por secretos ni por poder.
Era solo... parte de la estrategia.
Y aún así se llevó a más de doce cabrones con él. Sin armas. Con el cuerpo destrozado.
Jackal bajó el arma con lentitud.
—Entonces están jugando a exterminar a los que se atreven a vivir fuera de sus malditos contratos.
Camila se limpió la cara, sin lágrimas, solo mugre y sangre.
—¿Y qué haremos ahora?
Miré al borde del barranco. El agua seguía corriendo allá abajo, como si no supiera lo que se había llevado.
No había señales de él. Ninguna.
Pero en el fondo, yo sabía algo.
Él no se había rendido.
—Lo vamos a encontrar, —dije.
—Y vamos a quemar I.F.L.O. desde adentro.
Stitch, con los nudillos aún ensangrentados por la golpiza, soltó una risa amarga.
—Ahora sí… nos metieron a todos en la lista.
Y nadie protestó. Porque sabíamos que eso ya no importaba.
Ahora era personal.