Cherreads

Chapter 4 - Capítulo 4

LEONARDO.

 

Los mensajes seguían llegando a través del comunicador, voces que hablaban una tras otra, todos intentando sacarme de la maldita trinchera en la que me había metido solo. La presión del metal contra mi piel, la adrenalina nublando mis pensamientos.

 

—Leto, ¡cuidado! ¡No puedes enfrentarlos tú solo! decía Dante, —su voz tensa por la preocupación.

 

—¡Leto, responde, joder! —gritaba Silva, el sonido de su rifle resonando de fondo.

 

—¡Esos cabrones no te van a dejar vivir! ¡Te necesitamos aquí! —era la voz de Raúl, y no era la primera vez que me pedía que no fuera un maldito héroe suicida.

 

Pero todo eso se apagó. Me los quité de los oídos.

 

El comunicador cayó en el barro junto a mí, mientras tomaba el pesado rifle de con mi brazo derecho, aún tembloroso pero firme. La mierda de la que tanto querían salvarme no me interesaba, ya no.

 

—Soy yo y mi puta suerte contra el mundo, —murmuré, mis palabras apenas audibles entre el ruido de las ráfagas de disparos y las explosiones cercanas.

 

Miré hacia el bosque. Lo único que me rodeaba eran árboles quemados, ruinas de un terreno que antes había sido verde. Y ellos. Los cabrones que me querían muerto.

 

Los vi. Cuatro, tal vez más, no lo sabía. Se movían como sombras, se deslizaban entre la maleza con sus rifles apuntando en mi dirección.

 

El sudor me caía por el rostro, pero no era miedo. Era simplemente el peso de saber que, por alguna razón, la vida me había elegido para jugar a este maldito juego y, al parecer, no había reglas. Sólo sobrevivir.

 

—¡Vamos a ver qué tan buenos son! —grité, no a ellos, sino a mí mismo.

 

Coloqué la mochila con los explosivos frente a mí. Mi plan no era esperar. No pensaba huir. Pensaba llevarme a todos conmigo.

Tomé una de las granadas, la desaseada, la más peligrosa, y la lancé a un árbol marcado en azul, el primer punto que había señalado Sensei. La explosión fue tan fuerte que el suelo vibró bajo mis pies.

 

La fuerza me lanzó contra el suelo, pero no me detuve. Me arrastré hacia la siguiente cobertura, ya con los ojos completamente en lo que quedaba de mis enemigos. Ellos sabían que estaba aquí. No había vuelta atrás. 

 

—¡Leto, por favor, te lo suplico, regresa! —Era la voz de Selene, ahora filtrada por el comunicador que aún había caído junto a mí. —¡No me hagas esto!

 

Pero era tarde. Ya no podía escuchar.

 

De alguna forma, la frustración se transformó en rabia. Y esa rabia me empujaba a seguir.

 

Antes de moverme, levanté el comunicador

 

—Bueno, parece que aquí llegué. Escuchen todos—. Dije.

 

—¡Leonardo! —Escuché la voz de Dante por el canal.

 

—¡Niño no lo hagas! —Silva.

 

—¡Tetas, recuérdalo, aún debes ver tetas, maldito virgen! —Cherry estaba desesperado.

 

—¡Leto! —Escuché la voz desesperada de April.

 

—¡Enano! —La voz de Iván.

 

—¡Ya estoy yendo a tu ubicación, espera un poco más maldito! —El grito de Stitch me dejó casi sordo.

 

—¡Ya vamos! —La voz de Hexa, Valeria y Selene me dejó peor el oído. 

 

—Gracias, por todo. Por haberme salvado a mí y a muchos más aquel día de esos malditos traficantes, por darme una segunda oportunidad y por sus cuidados estos ocho años, y Cherry, April me hizo el favor hace un tiempo.

Mire a los infelices acercándose, a mi izquierda.

 

Avance con pasos firmes.

 

La maleza crujió bajo mis botas mientras avanzaba, los pasos pesados resonando en el terreno empapado. El humo aún se elevaba, torciendo el aire, mezclándose con el sudor que se me pegaba a la piel. Mis ojos estaban fijos en el lugar donde los vi por última vez. El viento helado cortaba el aire, y con cada respiración, el dolor se hacía más presente, pero ya no era algo que me importara. Ya no.

 

Mi mente se enfocó en el objetivo, en ellos, los cabrones que pensaban que podrían ganarme, que pensaban que me iban a atrapar.

 

Error fatal.

 

El rifle se ajustó con precisión en mis manos. El peso de la granada aún me quemaba los dedos, pero no era tiempo para pensar en nada más. Solo sobrevivir. Dejar que mi cuerpo actuara por mí, como tantas veces antes.

 

A mi izquierda, una silueta emergió de la oscuridad. Un hombre. Su silueta era borrosa, pero lo vi levantar el rifle, apuntando directo a mi cabeza. Lo supe antes de que apretara el gatillo que estaba demasiado cerca.

 

El disparo resonó. Un zumbido pasó junto a mi oído. Me agaché y rodé hacia la derecha, el suelo chocando con mis costillas. Un golpe fuerte, pero no fue suficiente para detenerme. No esta vez.

 

Me levanté con rapidez y disparé sin pensarlo. La bala atravesó la sombra que me había apuntado, dejándola caer de espaldas. No vi su cara, solo su caída, pero el impacto me dio una sensación de vacío, de que no estaba completamente ahí. Solo la adrenalina mantenía mi cuerpo en marcha.

 

Mi respiración se aceleró, pero no podía parar. No podía rendirme. Mi equipo estaba esperando, pero no había vuelta atrás. Era un solo hombre contra ellos. Como siempre.

 

Un segundo después, una ráfaga de disparos rompió el aire, y el suelo se llenó de tierra y fragmentos de rocas. Me agaché tras un árbol caído, apenas cubriéndome, respirando entre dientes. Dos más, pensé, con la mirada fija en el fuego que cruzaba mi campo de visión. Los escuchaba moverse, sabían que no podría quedarme quieto por mucho tiempo.

 

Entonces, lo supe. Se estaban acercando, pero no por el frente. Los cabrones rodeaban mi posición.

 

Me arrastré hacia la derecha, aprovechando la cobertura. Estaba solo, con el comunicador roto en el barro, pero la comunicación ya no me importaba.

Solo necesitaba seguir adelante. Una explosión cerca me sacudió, la tierra voló por los aires, el eco resonando en mis oídos. Mi casco casi se salió por la presión del impacto.

 

—¡Leto! —Una vez más, la voz de Selene se coló entre mis pensamientos, filtrada a través del comunicador roto. —No lo hagas, regresa. No lo hagas.

¿A qué carajo iba a regresar? ¿A qué?

 

El calor de la rabia volvió a apoderarse de mí, la furia que siempre arde en el fondo cuando te juegan sucio. ¿Por qué regresar a un mundo que no entiende lo que estás haciendo?

 

Otra ráfaga pasó cerca, esta vez más violenta, y algo dentro de mí se quebró. Pero no podía dudar. Era ahora o nunca.

 

Salté hacia el frente, con la granada en la mano, corriendo hacia el siguiente árbol. Tres, los conté, dos a la derecha y uno al frente. No me dieron tiempo de pensar. Al escuchar el grito de uno de ellos, supe que había sido mi oportunidad.

 

La granada salió disparada de mi mano con un giro fatal, aterrizando justo en medio de ellos. El tiempo pareció ralentizarse. El terror en sus rostros. No me importaba si morían. No era personal. Solo era el juego.

 

La explosión rugió con fuerza, la onda de choque me arrojó al suelo, pero ya no me importaba. Me arrastré hacia la siguiente cobertura. Mi visión se nubló por un momento, pero rápidamente recuperé el foco.

 

Estaba más cerca de ellos.

 

—¡Leto, por favor, regresa! —La voz de April era casi un susurro entre mis pensamientos, su tono desesperado me alcanzó a pesar de la distancia. La última vez que me pidió eso fue en otro campo, otro mundo. Y aquí, entre las ruinas y la muerte, me preguntaba si alguna vez volvería a verlos.

 

Los últimos dos cabrones estaban frente a mí. Ya no se movían con sigilo, sabían que los estaba cazando. No podía dejar que siguieran. No podía. Lo hice antes y lo haría de nuevo.

 

Apunté, disparando con rapidez. Uno cayó, el otro no tuvo tiempo de reaccionar antes de que mi rifle volviera a rugir. El eco de la última bala retumbó por el bosque, dejando un silencio mortal.

 

Me quedé ahí, mirando el caos, respirando fuerte, mi cuerpo ya al límite. Estaba exhausto, pero había algo más en esa sensación. Una descarga de alivio, de saber que el juego había terminado. Por ahora.

 

Me caí de rodillas, el peso de la guerra cayendo sobre mí. El comunicador seguía al lado, junto al barro. Tomé aire, aún esperando que mi cuerpo me respondiera.

 

Pero como siempre, la suerte jamás esta de mi lado, —¡Por aquí! — escuche el grito del enemigo, me lance hacia un costado, rodando sobre piedras y ramas mientras la ráfaga de balas me rozaba por centímetros.

 

—¡Le.. S.. Mo..e! —ya ni siquiera puedo escuchar las voces de estos idiotas gracias a que el comunicador se descompuso, me lo quite por completo, de nada me servía un comunicador inservible.

 

Desenfunde mi pistola y dispare a la cabeza de dos hombres, un tiro limpio y certero como siempre. Levantándome del suelo y volviendo a moverme, aunque mi cuerpo estuviera desmoronándose.

 

 

Una ráfaga de disparos me llego desde mi flanco derecho, me moví rápido como siempre mi hombro dolía y mi brazo estaba entumido, —¡Esto no me va a matar desgraciados! —les grité mientras me asomaba por el árbol y disparaba.

 

—¡Letal como se informó, niño! —dijo uno de ellos, escondido entre los árboles.

 

—¡No tengo idea de cómo me conoces, pero deberás saber que soy imposible de matar, si es que te diste cuenta ahí atrás con esa maquina inservible!

 

—Oh, incluso los inmortales sangran, chico—. dijo una voz detrás de mí, disparándome justo en la maldita espalda, agarrándome de la nuca y golpeándome la frente con el árbol.

 

—¡Hijo de tu..! —apenas logre decir antes de que me disparara en la otra pierna. Un grito ahogado salió de mi boca al recibir el jodido disparo.

 

El hombre me agarro del cabello y me obligo a mirarlo, aun con la maldita sangre saliendo de m nariz y boca.

 

—Tal y como dijeron, joven, lindo, muy audaz y jodidamente irritante, —me dijo al verme a los ojos, él tenía la mitad de la cara quemada y cicatrizada, su ojo derecho blanco por la ceguera y su otro ojo negro.

—¿Qué... que quieren de mí y por... que solo a mí? —logre preguntar entre jadeos y dolor.

 

—Solo un simple trabajo niño, eres un objetivo de muchos—. Su risa resonando entre los árboles, mientras una docena de soldados nos rodeaban, apuntándome con sus armas.

 

—¿Crees que esto me da miedo, anciano?, porque he vivido mucho de estas situaciones en el pasado y esto no es nada nuevo—. Dije entre risas, haciendo que el muy hijo de perra me golpeara en la cara con el dorso de su mano.

 

Mi cabeza se ladeo por el golpe, mi vista borrosa tanto por el golpe como por la pérdida de sangre y el dolor.

—Niño, eres muy arrogante solo por el simple hecho de portar un arma y nombre clave —el tipo estaba irritado y yo dolido.

 

Sonreí mientras escupía sangre al suelo, sintiendo más sangre burbujear de mi boca y heridas. —Bueno, aquí me tienes. ¿Ahora qué? —lo mire directo a los ojos sin titubear.

 

—Ahora... —dijo apuntándome con su arma, mientras yo sacaba mi granada cegadora lentamente, —... toca despedirte de este mundo —dijo y antes de que apretar el gatillo, quite el seguro y lo lance hacia arriba, sobre mi cabeza.

 

—¡Hijo de tu madre! —grito aquel imbécil que se lanzó hacia un lado rápidamente. Todos miraron la granada y se alejaron mientras yo me agache y al agacharme me lance hacia el frente, la granada también me aturdió, pero no perdí el tiempo. Con el dolor latente en mis heridas en ambas piernas, seguí corriendo.

 

—¡No lo dejen escapar, mátenlo! —grito aquel, mientras la ráfaga de balas paso cerca de mí, el disparo en mi espalda me estaba matando, la hemorragia no se detenía y mi visión se volvía más borrosa.

 

Mientras corría, gire a la derecha, dando un salto de unos dos metros sobre roca, el impacto dolió como nunca pero no me detuve aun, según el mapa mostrado por Hexa en una reunión, por aquí debería haber un desfiladero con árboles, lo suficientemente extenso y cubiertos para que nadie pueda verme, menos estos malditos.

 

Corrí. No sé cómo. Apenas podía moverme, pero mis piernas seguían, por puro instinto. La sangre ya me empapaba la ropa, y cada zancada se sentía como un martillazo en el cuerpo. Las voces detrás de mí se hacían más fuertes, los disparos más cercanos.

Llegué al borde del desfiladero. Justo como Hexa había dicho. No me lo pensé. Me lancé. 

 

Rodé entre raíces, ramas, tierra y piedras. Golpes por todos lados. Pero al menos no balas. Al menos no ellos. 

 

Quedé tendido en el barro, jadeando, escuchando los gritos y pasos alejándose. Me había perdido entre los árboles. 

 

No me podía mover. No del todo. Mis piernas temblaban, la espalda ardía, el hombro ya no respondía. Pero estaba vivo. Por ahora. 

 

Me arrastré hasta el hueco entre dos troncos y ahí me quedé, tapando la herida de la espalda con un trapo viejo que llevaba desde la base.

 

—No pienso morir aquí... no todavía.

 

Cerré los ojos por un momento. Solo uno. 

 

Y recé por que alguno de esos idiotas, Dante, Silva, Selene, Cherry, Hexa, Stitch... quien fuera, me encontrara antes de que lo hiciera la muerte. 

 

El sonido de ramas quebrándose me despertó. No había pasado ni un minuto. Ya me habían encontrado. Maldición.

 

Me puse de pie de golpe, o lo intenté. Un grito se me escapó por reflejo. El dolor en la espalda era como una daga ardiendo, pero no podía quedarme ahí.

 

—¡Lo encontré! ¡Está herido!

 

Corrí. O troté. O simplemente me lancé hacia adelante como un animal que se niega a morir. 

 

Salté por encima de una raíz gruesa, me impulsé con el único brazo útil, apenas y agarrándome de una rama para escalar una piedra húmeda. Cada movimiento era fuego en los nervios. Cada salto era una apuesta con la muerte. 

 

Las balas rompían ramas detrás de mí. 

 

—¡No va a llegar lejos!

 

Ellos no sabían de qué estaba hecho. Yo tampoco, la neta.

 

Me lancé por una zanja, rodando por el barro y cayendo entre un arbusto espinoso. No me detuve. Trepé la pendiente como un perro herido, usando la boca incluso para afirmarme de una rama cuando el brazo derecho dejó de responder. 

 

Salí a un claro. Una vieja estructura metálica oxidada, como una torre caída, cubierta de raíces. La vi como una señal. Como un campo de juego. 

 

Subí. 

 

Me impulsé con la pierna buena, agarrándome de barras dobladas, girando el cuerpo cuando una ráfaga de balas pasó por donde estaba segundos antes. Escalé con pura rabia, con los dientes apretados, con sangre resbalando por el cuello. 

 

Una bala me rozó el muslo izquierdo. Otra me pegó en el casco que ya ni traía bien puesto. Pero no me detuve. Salto tras salto, como si el dolor fuera combustible. 

 

Corrí por un borde del andamio caído, salté a un árbol. El tronco crujió bajo mi peso, pero me sostuvo. De ahí, a una pendiente rocosa. Usé la inercia, resbalé controladamente, usando una raíz como freno. Escuché cómo uno de los soldados intentaba lo mismo detrás de mí… y gritó cuando cayó.

 

Bien.

 

Seguí. Salté entre rocas, girando el cuerpo para evitar un arbusto de espinas. Llegué a una estructura abandonada, como una base vieja. Un almacén de guerra. Me metí por una ventana rota, cortándome el brazo en el proceso.

Adentro, oscuridad. Y silencio.

 

Me arrastré hasta un rincón, respirando como si cada bocanada fuera la última. Y entonces, cuando ya no podía más... vi algo. Un estuche. Polvoriento. Cerrado, pero no con llave. 

 

Lo abrí.

 

—Bendito sea quien la haya dejado aquí, una pistola. Cargada.

 

Sonreí con los labios partidos, mientras detrás de mí se escuchaban pasos. Rápidos. Furiosos. Hambrientos.

 

—Hora de la segunda ronda, cabrones…

More Chapters