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Chapter 55 - El pueblo minero

Trum era un asentamiento minero algo más grande que el pueblo de Lacos. Había mucha más gente que iba y venía, atraída por la Mina Lunar que se encontraba cerca. Aventureros y familias adineradas solían llegar con el mismo objetivo: explorar y obtener minerales raros.

Arthur se detuvo unos kilómetros antes de entrar al pueblo. No podía llegar montado sobre un caballo de huesos. Aunque no era raro ver gente sobre bestias, un no muerto no se podía domesticar. Después de ver una caravana montada en criaturas aladas, investigó sobre el tema: quería una montura voladora. Para su desgracia, descubrió que necesitaba un hechizo de nivel cuatro o a un domador.

Con un gruñido del cuervo, un agujero negro apareció bajo el caballo, tragándolo por completo hasta desaparecer. Arthur continuó a pie por el sendero, con el Lich en su hombro. Cuando estaba a pocos metros de la puerta del pueblo, notó una gran bandada de aves a lo lejos. A medida que se acercaban, pudo verlas con claridad: eran águilas plateadas, y sobre sus lomos viajaban varias personas.

Lideraba el grupo un hombre de unos cuarenta años, alto y robusto, con un semblante serio y disciplinado. Detrás, cinco águilas más traían jóvenes entre los quince y veinte años, todos con uniformes grises y blancos.

Arthur se quedó mirando mientras pasaban. Cuando los perdieron de vista, se adentraron en el pueblo. A medida que avanzaban por las calles, observaba con interés las tiendas y los puestos ambulantes. Vendedores colocaban sus productos sobre paños extendidos en el suelo. El Lich, en forma de cuervo, miraba a los humanos con desdén, como si cada uno de ellos fuese un excremento andante.

— Deberíamos matar a toda esta basura y escribir poesía mientras se desangran. ka, ka, ka, ka... —rió con fuerza.

La gente cercana lo miró horrorizada. Parecía un pájaro de mal agüero.

Trataron de alejarse de Arthur, convencidos de que estaba maldito.

Arthur muy amargamente. Miró al cuervo de reojo y dijo:

—Deberías ser más discreto. Me traes mala reputación.

—La mala reputación te la das tú mismo con ese pelo —respondió el cuervo con una mirada burlona—. Parece que de donde vienes nadie se peina. Ka, ka, ka, ka...

—Este es mi estilo de joven rebelde.

—Muy bien, joven rebelde. ¿Cuándo empezaremos nuestra masacre? —preguntó con una luz sombría en sus ojos.

Arthur quedó entumecido por un momento.

—Primero compraremos lo que necesito para continuar el viaje. Si los matamos a todos y nos quedamos sin tinta para escribir tus poemas, tendríamos que buscarla por nuestra cuenta —dijo, negando con la cabeza.

El Lich asintió.

—Dijiste que mi marca era una maldición que desbloquea habilidades. ¿Sabes cuántos sellos necesito consumir para obtener otro?

—No sé —respondió secamente el cuervo. No había nada más en el libro donde encontré esa información.

—Bueno, solo me queda probar absorbiendo más sellos —reflexionó Arthur.

Mientras caminaban, llegaron al gremio. Al entrar por una gran puerta chirriante, Arthur vio varias mesas donde los aventureros charlaban y reían. Algunos revisaban sus espadas, otros observaban mapas en grupo. En una esquina, un grandulón intentaba coquetear con una mujer. Ella simplemente se giró y se fue. Cuando el hombre la siguió, solo recibió una patada en la entrepierna. Los hombres cercanos fruncieron el rostro como si les hubiera dolido a ellos también, y luego estallaron en carcajadas.

Era un ambiente típico de un gremio de aventureros. Las paredes tenían esa textura antigua que olía a madera vieja. El suelo era de cerámica rústica. En el centro, un gran mesón circular atendido por dos recepcionistas. En Lacos solo había una, pero aquí el gremio estaba prácticamente lleno. Los aventureros iban y venían constantemente.

Arthur avanzó hacia la recepcionista. El cuervo solo observaba con una luz aguda en los ojos, como si en cualquier momento fuese a lanzar un hechizo para matar a todos.

Solo imaginarlo le heló la sangre a Arthur. Se le cruzó una escena sangrienta por la mente, y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Aunque intento pasar desapercibido, muchos aventureros lo miraron con desconfianza. Uno se puso de pie.

—Joven, ¿por qué traes esa bestia siniestra al gremio? Me incomoda su malicia —dijo con severidad.

Arthur pensó en disculparse, pero recordó que debía fingir desprecio por los humanos para mantener la alianza con el Lich. Si lo hacía enojar, podría matarlo a él ya todos allí presentes.

Así que le dirigió una mirada desdeñosa y lo ignoró, esperando que no insistiera.

Pero los aventureros eran de sangre caliente. Al ver esa actitud, el hombre se enfureció.

— Deberías respetar más a tus mayores, maldito mocoso.

El hombre comenzó a caminar hacia él. Arthur vio por el rabillo del ojo que el Lich tenía una mirada asesina, fija en el aventurero. Así que actuó rápido.

—¿Y a ti qué te importa lo que traigo al gremio? —espetó Arthur, con una mirada fría, intentando sonar más arrogante que amenazante.

El aventurero era de rango oro, y los rangos se respetaban, por lo que muchos lo miraban con disgusto. Aun así, no hicieron nada más, pues cualquier pelea dentro del gremio podía costar la expulsión.

Arthur siguió hacia el mostrador, intentando dejar el incidente atrás.

Pero entonces, el Lich alzó la voz:

—Qué ganas tengo de matar a toda esta basura del gremio y escribir un poema con su sangre.

El gremio quedó en completo silencio. Las miradas se clavaron en Arthur. Apenas se escuchaba el viento entrando por la puerta.

Arthur se detuvo un segundo, respiró hondo y siguió caminando. Llegó al mostrador con la ropa empapada en sudor, como si acabara de salir del mar.

Maldito Lich… ahora me perseguirán con antorchas y horcas.

Saludó a la recepcionista con una sonrisa forzada.

—Hola, señorita. Soy Arthur. Vengo a tomar misiones para la Mina Lunar.

La recepcionista era una mujer de unos treinta años, con cabello verde oscuro suelto hasta los hombros. Llevaba lentes y el uniforme típico del gremio, similar al de un mesero de su mundo anterior.

Lo miro con odio y furia. También había escuchado al Lich, pero como todos, pensaban que había sido Arthur.

—¿Tu placa?

Arthur no esperaba que se la pidieran, pero la sacó y se la entregó.

La mujer subió las escaleras hacia el segundo piso.

Mientras Arthur esperaba, escuchó las voces enojadas de los aventureros:

—¿Quién se cree ese mocoso? Cuando lo encuentre fuera del gremio, le dará una paliza.

-¡Si! Hay que enseñarle a respetar a sus mayores.

—Cuando lo vea en la cueva, lo cortaré mil veces —dijo uno mientras lamía la hoja de su espada.

Una mujer con un vestido provocador comentó:

—Me gustan los jóvenes rebeldes. Lo envenenaré con polvo de serpiente blanca.

Un hombre cercano la miró aterrado.

—Ese veneno es un afrodisíaco tan fuerte que te mata después de una noche.

Arthur escuchó todo con una expresión oscura. El cuervo en su hombro mantenía los ojos cerrados, como meditando.

Finalmente, la mujer regresó y le devolvió la placa.

—Parece que es real.

Sacó un montón de papeles de un estante.

—Aquí tienes las misiones. Elige las que quieras.

Y se marchó sin más.

Arthur muy amargamente. Pensó que había escapado de una calamidad cuando salió de la cripta... pero la calamidad lo había seguido en forma de cuervo. En realidad, era un pájaro de mal agüero.

No quería quedarse mucho tiempo bajo esas miradas de odio, así que tomó las misiones de su rango y salió del gremio. Los murmullos lo siguieron.

Mientras buscaban una posada, exploraron los mercados ambulantes. Arthur no sabía nada de minerales. Para él, eran solo piedras de colores que emitían maná. Tampoco tenía mucho dinero. Planeaba vender lo que había cazado, pero con el incidente en el gremio no pudo hacerlo.

De repente, escuchó un susurro en su oído:

—Ve a esa tienda de allá y compra la roca gris.

Era el Lich.

Arthur entendió de inmediato. Sabía que el Lich tenía mucho conocimiento. Si le decía que la comprara, debía ser valiosa.

Se acercó al anciano andrajoso que vendía las piedras.

—Anciano, ¿cuánto vale esa roca? —preguntó, señalando la gris.

El hombre lo evaluó y dijo:

—Joven, esta piedra es muy poderosa. Te contaré un secreto… esto no se lo he contado a nadie más. Esta roca es el fragmento de un gólem divino. Si la llevas contigo, tu poder se multiplicará por diez… ¡no, por veinte! Yo ya soy viejo, pero tú, joven, la aprovecharás. Te la dejo en una moneda de oro. Es una ganga.

Arthur sabía que solo quería venderle su piedra. Parecía una roca común, como las que pateas por la calle. Miró al cuervo para confirmar.

El Lich acintió, sin decir nada.

Arthur pagó el oro, tomó la piedra, se despidió y siguió su camino.

—Estúpido mocoso... debe ser uno de esos ricos tontos de la academia.

Guardó la moneda en su bolsillo sucio, sonriendo con desprecio.

---

Cuando cayó la noche, Arthur seguía deambulando por las calles. Por más que buscó, todas las posadas estaban llenas. Al parecer, el grupo de águilas que había visto eran estudiantes de una academia que venían a realizar una prueba en la Mina Lunar. Y con la gran cantidad de aventureros en la zona, no quedaba una sola habitación disponible.

Al final, decidió salir del pueblo y acampar cerca de un río. El Lich volvió a su forma original y comenzó a recitar sus poemas existenciales con voz hueca:

—"Bajo el suave velo de la noche, la grotesca luna se alza. El joven afila sus espadas... y el Lich inicia la matanza".

Arthur ya no sabía qué pensar. Este Lich le había traído muchos problemas, y sin embargo, no podía negar que también le abriría puertas a un mundo que nunca habría conocido por sí mismo.

Mientras cortaba unos vegetales y preparaba la cena, recordó la roca que había comprado y preguntó:

—Viejo Lich, ¿para qué querías que comprara esa piedra? Parecía muy común...

El Lich, sin dejar de escribir, respondió:

—Eres un completo novato en temas de magia. Parece que solo sabes mover espadas.

Arthur bajó la cabeza, avergonzado por su falta de conocimientos.

—Bueno... te lo puedo dejar pasar porque no eres de este mundo. Pero deberías estudiar más sobre minerales y piedras mágicas. Así no dejarías pasar oportunidades tan valiosas como la que casi desperdicias hoy si no te lo hubiera señalado.

—Dame la roca que compraste —añadió el Lich—. Te enseñaré para qué sirve.

Arthur dejó lo que estaba haciendo y buscó la roca en su bolsa. Aún tenía dentro las bestias que había cazado, así que tardó un poco en encontrarla. Mientras buscaba, pensó:

Qué útil es esta bolsa espacial. Puedo almacenar bestias, comida y todo tipo de cosas sin que se pueda.

Cuando por fin encontró la piedra, se la lanzó al Lich.

—Bien... ¿para qué funciona?

—Observa —respondió el no-muerto.

Con su pluma de hueso, el Lich dibujó un sello sobre un trozo de papel. Luego, lo pegó sobre la roca y pronunció:

—Despierta.

De inmediato, la roca comenzó a crujir. Su superficie se agrietó y se expandió hasta convertirse en un enorme gólem de cinco metros de altura, formado por bloques de piedra y runas brillantes.

Arthur quedó boquiabierto.

El Lich rió a carcajadas, como un maníaco.

—El viejo estafador no estaba tan equivocado. Esa piedra sirve para invocar un gólem.

Con Arthur aún en shock y el Lich riendo como loco, el gólem se alzó como una muralla de roca. El agua del caldero hervía junto al fuego, la noche estaba en su cénit y la nieve había menguado bajo un cielo estrellado.

La aventura continuaba.

Fin del capítulo.

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