Cherreads

Chapter 51 - El Nido de la Araña y los Susurros del Bosque Sombrío

Arthur continuaba su camino hacia el final de la cueva. En el trayecto, mató a más hormigas, algunas arañas rojas y hasta cazó un ciempiés de cuatro colores. Cuando llegó al final de la cueva, pudo ver varios capullos en el suelo. Medían aproximadamente un metro de alto, y había tantos que no pudo contarlos.

En una de las paredes distinguió un enorme agujero de tres metros de ancho y largo. Se acercó con cautela, pero no logró ver nada en su interior. También buscó información de la cueva en su bestiario, pero no encontró nada nuevo, solo lo que ya sabía.

Pensó por un momento y murmuró:

—Si no me equivoco, estos son huevos... Y si tuviera que apostar, diría que son de araña. Están cubiertos de hilos. Si hay huevos, debería haber una reina... al menos eso dice el bestiario. Pero se supone que esta cueva solo tiene insectos de bajo rango. No aparece nada de una bestia como una reina o algo parecido.

Mientras estaba parado frente al agujero en la pared, sobre su cabeza, una criatura se ocultaba. Lentamente abrió sus ojos, ocho en total, brillando con un resplandor carmesí. Sus mandíbulas chasqueaban suavemente, liberando un hilo de baba verdosa que caía al suelo y chisporroteaba al tocar la roca.

Arthur sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, un instinto de supervivencia que apenas alcanzó a salvarlo. Se agachó de inmediato y, en el mismo instante, dos enormes mandíbulas se cerraron con un chasquido feroz donde había estado su cabeza. El ruido retumbó en la cueva, reverberando como un eco de muerte.

Giró sobre sí mismo y vio a la criatura caer al suelo. Era una araña gigantesca, sus patas se movían con un ritmo hipnótico y amenazante, cada paso resonando como el golpe de un tambor de guerra. Sus ojos rojos brillaban con una ferocidad inhumana, fijos en él como si midieran su desesperación. Arthur retrocedió sin pensar, chocando contra uno de los capullos cercanos.

La bestia avanzó, sus patas delanteras cortando el aire como guadañas. Arthur apenas logró esquivar el primer ataque; el filo de una de las patas rozó su mejilla, dejando una fina línea de sangre. Trató de ocultarse detrás de los huevos, pero la criatura no se detenía. Golpeaba el suelo con tal fuerza que las piedras se astillaban y los capullos se sacudían violentamente.

¿Una criatura de dos coronas aquí? Esto no tiene sentido…

La araña, al no encontrar a su presa, lanzó un hilo hacia el techo de la cueva y se suspendió en el aire. Sus patas se replegaron ligeramente, y comenzó a girar como un trompo, liberando una lluvia de saliva ácida que silbaba al tocar el suelo. El hedor a carne quemada llenó la cueva, envolviendo a Arthur en una nube sofocante.

Arthur sintió cómo el pánico le atenazaba el pecho. Una gota de aquel ácido cayó cerca de él, disolviendo la roca en segundos.

Si me cae encima, no quedarán ni mis huesos.

Apretó su espada con fuerza, su mente trabajando a toda velocidad. Sus dedos temblaban, su respiración se volvió rápida y superficial. Tomó dos granadas de su bolsa, un cable de acero muy fino y unas estacas que había comprado para escalar.

Cuando la araña terminó su ataque, Arthur salió de su escondite. Con un movimiento rápido, lanzó las dos granadas hacia la criatura suspendida. Con un estruendo ensordecedor, entre fuego y humo, la araña cayó al suelo. Sus patas se doblaron por un segundo, pero rápidamente comenzó a incorporarse.

Arthur no le dio tiempo. Clavó una estaca en el suelo cerca de la bestia, envolviendo el cable de acero alrededor de ella. Cuando la criatura intentó levantarse, lanzó dos granadas más. La explosión llenó la cueva de polvo y fragmentos de roca, forzando a la bestia a tambalearse.

El joven corrió alrededor de una de sus patas, que medía cerca de dos metros, y envolvió el cable con fuerza. Clavó otra estaca. Continuó lanzando granadas mientras rodeaba a la araña, hasta que se le acabaron.

Con la criatura inmovilizada, sacó dos espadas y se las clavó en la cabeza. La bestia trató de sacárselo de encima, pero el cable se tensaba peligrosamente, y las estacas crujían en el suelo, amenazando con soltarse.

Arthur siguió apuñalando sin descanso. Sus brazos ardían, el dolor de cada golpe le recordaba que aún estaba vivo, que aún podía morir en esa cueva olvidada por los dioses.

Después de un rato, cubierto de un líquido verduzco y maloliente que era la sangre de la bestia, se dejó caer al suelo. La araña ya no se movía. Permanecía inerte sobre un charco de su propia sangre. Las manos de Arthur estaban entumecidas. Aunque no era veneno, la sangre causaba irritación, haciéndole arder la piel.

Al observarla de cerca, notó que se parecía a las arañas rojas que había matado durante el camino al fondo de la cueva, solo que esta era más grande y oscura. Pensó por un momento y murmuró:

—Creo que es una araña alfa… Es igual que con ese lobo y el escorpión. También eran más oscuros y grandes.

Guardó el cadáver de la bestia en su bolsa. Buscó un rato por la cueva, pero no encontró nada más.

De regreso por el camino, mató otro ciempiés de cuatro colores y algunas hormigas más. La cacería había sido un éxito, y además no necesitó utilizar Corte Profano. Estaba de buen humor.

Al salir, ya se estaba poniendo el sol. Se apresuró a subir el acantilado y se instaló nuevamente con su carpa.

Por la noche, antes de ir a dormir, repasó su ruta.

Desde la Cueva de Musgo Brillante hasta el Bosque Sombrío había dos días de viaje.

Guardó su mapa y se acomodó dentro de la carpa. Afuera, el viento soplaba suavemente. La nieve caía a ratos. A lo lejos, a veces se escuchaban bestias. Aunque no sentía frío, la soledad y oscuridad le helaban el cuerpo.

Después de dos días de caminata, llegó a la entrada del Bosque Sombrío. Por el camino, mató a un par de águilas y algunas hienas manchadas. Recordó al tigre de Miela, al caballo de Lark y a las demás bestias.

Me vendría bien una de esas para moverme más rápido… o quizás un dragón para viajar por el cielo.

Perdido en sus fantasías, llegó cerca del bosque. Allí pudo ver interminables árboles negros, como si hubieran sido quemados, y una neblina espesa que los cubría.

El aire era pesado, cargado de un olor a madera podrida y tierra húmeda. Las sombras parecían moverse a su alrededor, y los susurros del viento se transformaban en murmullos inquietantes.

Sin más, avanzó adentrándose en el espeso y oscuro bosque.

---

En una cripta perdida en el corazón del Bosque Sombrío, un Lich encapuchado hojeaba viejos pergaminos, sus huesos secos crujían con cada movimiento. De repente, alzó su calavera y sus cuencas vacías brillaron con un destello espectral.

—¡Aaaah! —exclamó con voz hueca—. ¡La frase perfecta para estas pobres almas!

Frente a él, cinco cuerpos yacían en el suelo, sus rostros congelados en expresiones de pavor eterno, como si el mismo aire les hubiera robado el aliento.

"La muerte custodia la vida, el cielo vigila la tierra… mientras Mateus limpia su cripta".

Con un simple movimiento de su mano esquelética, liberó un hechizo. Los cuerpos se desmoronaron en polvo grisáceo, que el viento frío arrastró hacia las sombras de la cripta.

Fin del capítulo.

More Chapters