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Chapter 13 - Entre luz y sombra: el despertar de un nuevo mundo

Aún sentía el calor de su cuerpo entre mis brazos, pero el silencio de aquel lugar desconocido me envolvía como una bruma fría. La paz que me rodeaba chocaba con la incertidumbre que crecía en mi pecho.

El aire era distinto.

No sabría explicarlo bien… era como si todo lo que me oprimía en Japón se hubiera desvanecido. Observé a mi alrededor. Todo parecía nuevo: los animales, las plantas, el cielo… incluso el sol. Me quedé allí, entre el miedo, la alegría y la sorpresa. Todo era tan hermoso que parecía irreal.

—¿Dónde... demonios... estoy?

Miré a mi lado, buscando a Haruna. Estaba en el suelo, inconsciente.

—Haruna… ¿Qué pasa? »Despierta… »Por favor… no puedes dejarme solo en este lugar.

Intenté de todo, pero no reaccionaba.

Me puse nervioso. Muy nervioso. Revisé su pulso, por suerte todavía se sentía. Solo se había desmayado, o eso quería creer. ¿Pero por qué?

Y ahora... ¿qué se supone que debía hacer? No tenía idea de adónde ir.

Fue entonces cuando lo vi. Un pequeño animalito me observaba desde un tronco. Parecía un ratón.

En ese instante recordé lo que Haruna me había contado… sobre el ratón que le traía ramitas y la protegía de las ardillas. Una locura, lo sé… pero ya no me quedaba nada de lo que antes llamaba “normal”.

—Oye… ¿la conoces, cierto? »Eres el valiente ratón que la cuidaba y protegía.

Seguía medio oculto entre la corteza, apenas visible. Parecía dudar, y no sabía si iba a salir. Pero yo necesitaba ayuda. No importaba si venía de un simple roedor.

—Sé que quizá tengas miedo… »Pero no voy a hacerte daño. Por favor, ayúdala. »No sé qué le pasó… solo recuerdo que nos transportamos aquí, y de repente estaba en el suelo.

La sostenía entre mis brazos. Y mi intuición gritaba que, si no hacía algo rápido, iba a perderla. Su respiración se volvía más lenta. Su cuerpo, más frío. El calor que antes sentía empezaba a desvanecerse.

—Por favor… haré lo que sea. Si quieres me voy y te dejo con ella, pero sálvala. Si no hacemos algo, va a morir.

Estaba al borde del colapso.

El ratón, al fin, notó mi desesperación y se acercó.

—Está bien. Te voy a ayudar.

Ni siquiera me sorprendió que hablara. Solo respondí:

—¿Qué tengo que hacer? No sé a dónde ir.

—Debemos llevarla a una granja que está cerca. Solo sígueme, yo te guiaré.

—Está bien. Te sigo… »Gracias… por ayudarla.

—No hay de qué. Ella es muy importante para mí.

Con pasos apresurados, los dos seguimos el sendero entre los árboles. Apenas conocía a Haruna, pero no soportaba verla así. Algo en mí no quería perderla.

—Haru…ki…

Escuché su voz. Débil. Apenas un susurro. Había despertado, pero su brillo se desvanecía. Como si estuviera a punto de apagarse.

—No tengas miedo. Vas a estar bien, te lo prometo, Haruna.

»¡Oye! ¿Falta mucho? ¡Necesito llegar ya!

Al principio pensé que solo se había desmayado. Fui un idiota.

Lo siento, Haruna.

Caminamos un rato más hasta que el bosque se abrió, revelando un túnel de raíces cubierto de musgo y flores. A través de él, un camino empedrado nos guiaba hacia lo desconocido.

El túnel era angosto, pero no oscuro. Había una luz suave filtrándose desde algún punto más allá, como si nos guiara. Las raíces formaban arcos sobre nuestras cabezas, entrelazadas con musgo y flores que brillaban con un resplandor tenue. El camino de piedras parecía antiguo, pero firme, como si muchos lo hubieran recorrido antes.

Avanzamos en silencio. Yo solo escuchaba mis pasos y la respiración débil de Haruna entre mis brazos.

Cuando salimos del túnel, la vi.

Una casa cubierta de flores, con paredes de piedra y un tejado vivo, lleno de plantas que se movían con el viento. Las ventanas redondas dejaban escapar una luz cálida, como la de una chimenea que lleva horas encendida. No era grande, pero había algo en ella que imponía respeto. O quizá era calma. No lo sabía bien.

No parecía una construcción cualquiera. Era como si nos estuviera esperando.

No dije nada. Solo la observé, con Haruna aún aferrada a mí.

—Es aquí —dijo el ratón.

Yo asentí y me acerqué sin pensar demasiado. Sentía que, de alguna forma, ese lugar podía salvarla.

Y no era solo esperanza.

Era una certeza que no sabía de dónde venía.

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