Dimitri Ivanov se encontraba en su laboratorio privado dentro de la fortaleza de Volk, observando con atención el collar de supresión regenerativa que había desarrollado. A su alrededor, científicos militares de primer nivel tomaban notas y revisaban los últimos resultados de las pruebas. El dispositivo, aunque pequeño, hecho de polímeros y titanio, representaba un avance sin precedentes en la contención de individuos con habilidades curativas.
—Los resultados son concluyentes —dijo uno de los investigadores, ajustando sus gafas mientras miraba la pantalla con los datos de las pruebas—. El collar anula completamente la regeneración celular en sujetos con habilidades sobrehumanas. La frecuencia de pulso neutraliza las células incluso a nivel de Singularidad. Además, el detonador integrado asegura que cualquier intento de remoción o desobediencia resulte en una ejecución inmediata.
Dimitri asintió lentamente, sus ojos reflejando la fría certeza de un estratega. Sabía que esta invención era necesaria para mantener el control absoluto sobre sus "activos", pero una parte de él no podía evitar preguntarse qué tan lejos estaban yendo en el camino de la deshumanización. Se giró hacia los guardias que custodiaban la habitación.
—Prepárenlos —ordenó con voz firme—. Es hora de instalar los dispositivos en los sujetos principales.
Ryuusei y Aiko fueron escoltados a una sala blindada dentro de la fortaleza. Las esposas de acero reforzado en sus muñecas, una simple redundancia ante el nuevo dispositivo, indicaban la seriedad de la situación. A pesar de todo, Ryuusei mantenía una sonrisa despreocupada, un desafío silencioso, mientras que Aiko, aunque en silencio, lanzaba miradas desafiantes a los guardias.
Dimitri los observó en silencio antes de hablar, su tono mesurado contrastaba con la amenaza que representaba.
—Han demostrado ser individuos excepcionales, con un poder que desafía la comprensión de la mayoría —dijo, cruzando los brazos—. Pero su libertad temporal viene con condiciones. No podemos permitirnos correr riesgos innecesarios.
Ryuusei arqueó una ceja.
—¿Así que este es el momento en el que nos ponen collares explosivos y nos convierten en sus perros de caza? —preguntó con una sonrisa sarcástica, evaluando las posibles debilidades del dispositivo.
Dimitri no reaccionó a la provocación. Hizo un gesto con la mano y un científico se acercó con los dispositivos negros.
—No somos tan primitivos como para simplemente encadenarlos sin control. Este dispositivo no solo restringirá sus habilidades regenerativas, sino que también garantizará su cooperación. No necesitamos su lealtad, solo su utilidad. No hay manera de que lo desactives sin conocimiento interno, y el radio de la explosión es considerable.
Aiko miró el collar con desconfianza.
—¿Y si nos negamos?
Dimitri la miró fijamente antes de responder.
—Entonces consideraremos que han dejado de ser útiles para nosotros. Y Rubosky estará encantado de limpiar los restos.
El aire en la sala se volvió denso. Ryuusei, aunque aún sonriendo, entrecerró los ojos con un destello de frialdad. Sabía que no tenían otra opción. Sin más palabras, extendió el cuello con una sonrisa burlona.
—Hazlo. Pero te advierto algo, Dimitri. Nada es eterno.
El científico ajustó el collar alrededor de su cuello. Cuando lo activó, Ryuusei sintió una presión ardiente alrededor de su garganta y una sensación helada que recorrió su columna vertebral, bloqueando el flujo de poder. Un leve pitido indicó que el dispositivo estaba en funcionamiento. Aiko apretó los dientes, pero no opuso resistencia. Sentía que su cuerpo se volvía más... frágil. La sensación era extraña, como si una parte esencial de ella hubiera sido arrancada.
Horas más tarde, Dimitri se reunió con Rubosky y Volk. Los datos biométricos de Ryuusei y Aiko, ya equipados con los collares, se proyectaban en la sala.
—Volk no confía en aliados débiles —afirmó Rubosky con una frialdad absoluta, arrojando un archivo sobre la mesa—. Y estos dos, sin su regeneración, son solo un par de niños insolentes.
Dimitri levantó una ceja, hojeando las imágenes y los reportes de Tokio.
—No hay otra forma de decirlo: Ryuusei pelea con una técnica errática. Es rápido por su habilidad de teletransportación, pero su uso de los martillos y dagas es instintivo y rudimentario, sin disciplina —continuó Rubosky, con la autoridad de un veterano entrenado—. Aiko, por otro lado, depende por completo de su regeneración. Si el collar funciona, la niña duraría menos de un minuto en una pelea real contra un soldado de élite.
Volk observó los documentos y dirigió una mirada calculadora a Dimitri.
—Podemos dejarlos así y ver cómo mueren en la cacería de Volkhov... perdiendo dos activos valiosos y confirmando que un mercenario de la Primera Generación puede derrotar a las Generaciones Anómalas. O podemos convertirlos en armas reales, aprovechando el poco tiempo que tenemos.
Dimitri sonrió de lado.
—En Volk, la fuerza se forja en el fuego y el hielo. Necesitan ser quebrados y reconstruidos bajo nuestra doctrina.
La nieve cubría el campo de entrenamiento militar en las afueras de Moscú como un manto blanco y helado. Ryuusei y Aiko, vestidos con ropa térmica ajustada y botas reforzadas, se encontraron rodeados por instructores militares rusos, hombres y mujeres de la más alta élite, que no parecían impresionados en lo absoluto por su poder.
—Bienvenidos a su verdadero infierno —dijo un hombre de aspecto imponente con un uniforme negro y cicatrices en el rostro, el sargento Kravchenko—. Aquí no nos interesan sus poderes. Nos interesa si pueden pelear como verdaderos guerreros, si pueden depender de algo más que un truco de biología.
Los primeros días fueron brutales.
A Ryuusei lo hicieron cargar pesas de acero en la espalda mientras corría sobre la nieve profunda, hasta que sus piernas ardían y sus pulmones fallaban. Le vendaron los ojos y lo obligaron a esquivar golpes sin ver, confiando solo en su instinto espacial y su oído. Le lanzaron cuchillos reales para que aprendiera a reaccionar con rapidez y reflejos en combate cuerpo a cuerpo, sin la opción de curarse.
—Eres rápido por tus reflejos, pero tu fuerza de impacto es patética —le espetó uno de los instructores tras verlo fallar un golpe contra un saco de arena—. Si fueras un soldado de Volk, morirías en la primera semana.
Le obligaron a invocar sus martillos. En cuanto los sostuvo, sin la regeneración completa, sintió el peso abrumador amenazando con destrozar sus brazos.
—Golpea hasta que sientas que tus huesos se quiebran —le ordenaron—. Y luego sigue golpeando, demonios. El dolor es solo información.
A Aiko la lanzaron sin aviso a un combate contra tres soldados entrenados.
—¡Vamos, princesa, usa tu espada! —se burló uno antes de derribarla de una patada en el pecho.
Se levantó furiosa, pero los golpes seguían llegando. Una y otra vez.
—Tu regeneración te hace arrogante —gruñó Kravchenko, sujetándola por el cuello de la camisa y arrojándola contra la nieve—. Un soldado de Volk que confía solo en su armadura es un soldado muerto. Aprende a pelear con astucia, no con fuerza.
Días Después... La fatiga y el dolor se convirtieron en rutina. Pero también lo hizo la mejora.
Ryuusei golpeó un tronco con su martillo de guerra. Una, dos, tres veces. Ya no temblaba. Ya no dudaba. El dolor se convirtió en potencia. Había aprendido a canalizar su fuerza sin depender de la regeneración. Aiko se movía entre los soldados como una sombra. Esquivaba, contraatacaba, golpeaba. Su espada negra no dejaba espacio para errores. Su mente, ahora enfocada en la supervivencia pura, la hizo más rápida y eficiente.
Rubosky los observó desde la distancia.
—Parece que hemos dejado de tener niños en nuestro campamento —comentó a Dimitri.
Dimitri asintió, cruzándose de brazos.
—Ahora, están listos para cazar a Volkhov. Han adquirido la disciplina que les faltaba.
El 15 de diciembre de 2018 estaba marcado en el calendario.
Esa sería la fecha en que Ryuusei y Aiko serían enviados a las montañas, donde Sergei Volkhov los esperaba.
Ya no eran los mismos que llegaron. Volk los había convertido en algo más: armas perfeccionadas con una mecha encendida. Su venganza ahora comenzaría a bordo del tren hacia los Urales.
