Ryuusei se quedó inmóvil por un momento, sintiendo el aire pesado del lugar que alguna vez lo tuvo encadenado. Ya no era un Heraldo Bastardo. Esa etiqueta se había esfumado junto con la estructura que mantenía el viejo orden. Respiró profundo, cerró los ojos y, por primera vez en años, sintió que el peso opresivo en su pecho se disipaba. Era la sensación agridulce de perder su única prisión, solo para descubrir que la libertad era una carga aún más pesada.
No se trataba solo de rebelarse, de destruir las cadenas que lo ataban, sino de construir algo nuevo a partir de su propia voluntad inquebrantable. Hasta ese momento, siempre había sido definido por otros: un bastardo, un sirviente, un intruso. Pero ahora, en medio de las ruinas de su antigua prisión, se dio cuenta de que era él quien debía definir quién era. Y al aceptar esa verdad, sintió cómo su cuerpo se aligeraba, como si el mundo entero, un vasto y peligroso océano, se abriera ante él por primera vez.
El concepto de hogar, de pertenencia, se desvanecía con cada segundo que pasaba allí. Antes, este lugar representaba todo lo que conocía, incluso si lo odiaba. Pero ahora entendía que su hogar nunca había estado allí, ni en ningún otro sitio físico. Su verdadero refugio era su propio camino, sus propias decisiones, su derecho inherente a forjar su destino lejos de las manos de los dioses o los tiranos.
Ryuusei abrió los ojos. En su mirada ya no había duda ni el rencor habitual, solo una certeza inquebrantable que lo definía. El mundo no era una celda; era un campo de batalla esperando su llegada. Y por primera vez en su vida, a pesar de la pérdida de sus leales sirvientes, se sintió verdaderamente vivo.
Lara (La Muerte), la entidad ahora nombrada, lo miró con una sonrisa que escondía algo más que simple resignación.
—Ryuusei, destruiste el orden de los Heraldos. Pero el equilibrio es un ciclo inquebrantable —dijo, su voz resonando con el peso del cosmos—. En unos años va a haber otro terremoto cósmico, y surgirán nuevos Heraldos Supremos para llenar el vacío. Y esta vez, espero que sean leales a la propia entropía.
Sus palabras eran una advertencia fría y, al mismo tiempo, una aceptación de lo inevitable. Ryuusei no contestó. Sabía que el mundo no se detendría por su revolución, pero no le importaba. Su guerra era personal, y ahora era libre de lucharla a su manera.
Lara, ya cansada de su presencia pero extrañamente fascinada, le arrojó un pergamino con la información concisa de todas las personas con habilidades especiales que había revelado.
—Lárgate —dijo secamente—. Ya no tienes nada que hacer aquí.
Los Heraldos comunes, que aún pululaban por los pasillos, lo observaban con odio visceral. Voces desgarradas le escupían insultos:
—¡Vete, basura! ¡Largo de aquí, maldito traidor! ¡Mierda, ¿por qué sigues aquí?!
Ryuusei solo sonrió con frialdad, una máscara de desprecio.
—Quiero recorrer el lugar por última vez —dijo con tono desafiante, sabiendo que su insolencia era la mejor distracción.
Lara, más interesada en reparar el daño cósmico que en vigilar a su antiguo juguete, desvió la mirada un momento. Fue la oportunidad perfecta.
Sigilosamente, Ryuusei se escabulló hacia lo que alguna vez fue su oficina, ahora convertida en una polvorienta bodega de reliquias y experimentos fallidos. Su objetivo era claro y calculado: robar todo lo que pudiera servirle a él y a su futuro equipo. Sin hogar, sin ejército de sirvientes, sin el apoyo de una entidad cósmica, los recursos materiales eran ahora su única ventaja táctica.
Ryuusei avanzó con cautela entre los estantes, sus ojos recorriendo cada objeto con precisión de cazador. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que Lara notara su ausencia. Sus dedos recorrieron la superficie de una vieja estantería de madera hasta que algo captó su atención: nueve piedras negras alineadas de forma casi ceremonial.
Las reconoció al instante: Gemas de Regeneración Acelerada. Su poder no residía en la ofensiva, sino en la anulación del daño. Consumir una de ellas significaba que las heridas cerrarían en segundos, los huesos rotos se soldarían en minutos y el agotamiento físico se desvanecería. "Perfectas para los próximos miembros de mi grupo, carne de cañón altamente valiosa", pensó, con una sonrisa satisfecha. Sin dudarlo, las recogió y las guardó en el bolsillo interior de su capa.
Pero su búsqueda no terminó ahí. Este lugar guardaba secretos. Continuó explorando, apartando frascos rotos y manuscritos ilegibles, hasta que su mirada se posó en un pequeño artefacto envuelto en finos grabados de runas antiguas. Se trataba de lo que más necesitaba en ese momento: un Traductor Arcano.
Ryuusei suspiró con alivio. Desde que había expandido su mundo, el idioma se había convertido en una barrera constante, especialmente si iba a reclutar a gente de Rusia, Rumanía, China y Tailandia. Este artefacto podía solucionar eso. Con rapidez, descifró las instrucciones grabadas en su superficie: el mecanismo funcionaba adaptando las palabras de su entorno directamente en su mente, permitiéndole comprender cualquier idioma hablado o escrito sin esfuerzo. Lo activó, sintiendo una oleada de nuevos entendimientos conceptuales, y lo guardó junto a las piedras negras. De paso, tomó más para los futuros integrantes y que se pudieran comunicar entre todos sin problemas.
Aún había más. Volvió a escanear la habitación, y no tardó en encontrar lo que buscaba: un pequeño cofre cubierto con inscripciones selladas. Lo abrió con cautela, y sus ojos se iluminaron al ver su contenido. Dentro, descansaban nueve piedras verdes. Estas gemas eran distintas: Piedras de Potenciación de Poder. Eran capaces de hacer que un guerrero multiplicara su fuerza, velocidad o percepción durante un tiempo limitado. Eran un arma de doble filo; inestables y peligrosas, ya que una sobredosis podía desgarrar los músculos o colapsar los órganos. Pero en las manos adecuadas, podían ser la ventaja decisiva. Ryuusei no podía dejarlas atrás.
Y entonces, un brillo sutil en un rincón oscuro captó su atención. Retiró la gruesa capa de polvo que cubría un conjunto de rocas. Eran 26 Rocas de Invocación, cada una sellando en su interior la esencia de un Heraldo altamente entrenado. Guerreros de élite convertidos en cartas.
Ryuusei sintió una mezcla de satisfacción y burla al sostenerlas. "Si ellos destruyeron mi hogar, yo me llevaré lo que es importante de mi ex casa", pensó con ironía.
Pero justo cuando pensó que ya era suficiente, una corriente de aire removió un viejo pergamino que cayó a sus pies. Casi como si el destino mismo lo estuviera guiando. Intrigado, lo recogió y lo desenrolló. Su corazón latió con fuerza al leer su contenido: era un mapa detallado de una base secreta en Canadá. No una base cualquiera; se trataba de una tortuga viviente, una criatura colosal cuyo caparazón había sido modificado para convertirse en una fortaleza móvil de alta tecnología, oculta del mundo.
Ryuusei sintió una oleada de adrenalina. Esto era más que suficiente. Si aquella base realmente existía, podría convertirse en el refugio perfecto: un lugar donde reagruparse, fortalecer su equipo y planear su próximo movimiento sin la amenaza constante de sus enemigos. La cacería de Daichi y la vigilancia de Aurion ahora le parecían menos intimidantes.
No tenía más tiempo que perder. Guardó el pergamino con rapidez y, sin mirar atrás, se lanzó a la fuga a toda velocidad, dejando un rastro de destrucción de estanterías y polvo a su paso.
Mientras Ryuusei se teletransportaba lejos del plano de los Heraldos, Lara observó la onda de disrupción que dejó a su paso.
—Así que mi querido Ryuusei me roba cosas... Qué divertido —dijo Lara, divertida, con un brillo fascinante en los ojos vacíos que antes se habían sonrojado. Su burla disimulaba una preocupación genuina. Ryuusei era fuerte, sí, pero su inexperiencia y el peso de su nueva libertad lo hacían terriblemente vulnerable.
Con un sutil movimiento de sus manos, la oscuridad a su alrededor cobró vida y de ella emergió un Heraldo Titán. Medía 3,43 metros de altura, su piel era una armadura de hielo y su postura irradiaba una disciplina militar milenaria. Este tenía un nombre: Snow.
—Snow, viejo amigo, tengo una misión para ti —dijo Lara con una mezcla de seriedad y expectativa, una pausa dramática en su eterna indiferencia.
El Titán se arrodilló, su voz era un resonar de cristales rotos.
—Mi señora.
—Quiero que vigiles a Ryuusei y sigas cada uno de sus movimientos. Si en algún momento lo ves en peligro, ayúdalo. Y cuando creas que está listo, somételo al entrenamiento más duro y efectivo posible. Ryuusei aún es débil para este mundo de dioses y monstruos… pero con el estímulo correcto, podría convertirse en el guerrero más legendario que la humanidad haya visto jamás. Un verdadero Aurion, pero sin su hipocresía.
Hizo una pausa y miró fijamente al Titán, como si pudiera ver el destino reflejado en sus ojos.
—Además… acabo de ver su futuro, y es un espectáculo que no me perdería por nada. Pobre chico… sufrirá mucho en el camino. En unos tres años, si sobrevive a su propia estupidez, logrará formar su propio grupo y se enfrentará a los Héroes en lo que será recordado como "La Guerra de los Rebeldes". Después de eso, un ser del espacio llegará en busca de venganza por viejos agravios cósmicos. En su camino, conocerá a una chica aún más fuerte que él… y, si el destino así lo quiere, tendrán hijos. Hijos con la fuerza de muchos dioses. Pero antes de todo eso, habrá una batalla aún mayor que decidirá el destino de este universo: "La Guerra del Castigo Divino". Dos seres montados en dragones colosales harán temblar el cielo mismo, y solo uno quedará en pie. Tras esa batalla, el mundo vivirá 300 años de paz absoluta.
Lara sonrió con melancolía. Su expresión reflejaba tanto alegría por el espectáculo como una profunda, inusual tristeza.
—Queridos Heraldos… —susurró con voz serena, dirigiéndose a los pocos sirvientes que quedaban en el plano—, lamentablemente, yo moriré. Y no será por la mano de un dios o un demonio. Será por alguien especial. Ya sé quién es.
Por primera vez en miles de años de existencia, una lágrima de alegría rodó por su mejilla marmórea. El fin de la Muerte sería, a su modo, el más grande de los espectáculos.
Ryuusei, ahora cargado con un arsenal arcano, la localización de una fortaleza móvil, y el peso de una profecía, se materializó en el plano físico.
Arco 3: Fugitivos del Destino
TERMINADO
