Antes de que salga el alba caminábamos en dirección a la cueva. Lo hacíamos en silencio. Aunque deseábamos estar juntos había algo que impedía ese efecto reconciliatorio. De repente me detuve y dije:
—Ya no puedo quedarme con ustedes. Sería una incomodidad.
También detuvo el paso como esperando mi explicación.
—Ellos seguirán pensando en lo que hice y es razonable. No quiero causar discordia… Me quedaré en algún lugar del poblado.
—Ahí no conoces a nadie —sentenció con calma.
—Además, fue demasiado esconderme en la cueva sin decírselo a nadie.
Su rostro cambió drásticamente para decir:
—Ahora que te encontré no pienso dejarte. ¿Sabes lo angustiado que estuve cuando supe lo que tu padre hizo contigo? Todos los días salía de esa cueva con el único deseo de buscarte. No podría jamás soportar la idea de no volver a verte… Cuando ese día soltaste la flecha contra mí, sabía que fueron mis palabras las que te hicieron tomar esa decisión. No fuiste culpable…— sus palabras eran lentas—. La noche anterior a mi ejecución acudiste a mi celda muy preocupada pero no pude darte una palabra de consuelo. Perdóname.
Jungkook retuvo mis manos y las apretó contra su pecho. No pude contener mis lágrimas ante sus palabras.
—No… es imperdonable lo que hice… Mientras tu buscabas protegerme a toda costa, yo por un momento, sentí la frustración de ver alejarse lo que más anhelaba: convertirme en reina; y dejé que eso me dominara sabiendo que te necesitaba. Aunque había una pequeña parte de mí que se negaba a creerte por completo aún así no pude decirle a todos la mentira que había creado mi padre contra tí. Yo estoy avergonzada, no es fácil para mí decirte esto, porque toda mi vida nunca he estado acostumbrada a aceptar mi falta.
—Tu primer intento fallido permitió que Jin llegara a tiempo para desviar la segunda flecha y eso nos mantiene a los dos lejos de ese mundo dañino.
Ambos llorábamos sin tregua.
—¿Quieres intentarlo de nuevo? —me preguntó mirándome fijamente.
—¿Crees que podrás estar bien con eso?
—Desde ahora debemos confiar que vendrán momentos felices.
Me arrinconó en su pecho para decirme muy quedito:
—Sabes, cuando miraba los ojos de la mujer que cubría su rostro había algo inexplicable que me hacía volver mis recuerdos hacia ti.
☆ ☆ ☆
Cuando finalmente llegamos, todos esperaban consternados. Debía ser poco tiempo después de que el sol comenzara a extenderse por la ladera.
—Creo que esto los tomará por sorpresa y pido una disculpa —empecé—. No debí hacerlo de esa manera. Aquel día fue de mucha tensión para todos y yo simplemente me dejé arrastrar por el miedo y sucumbí ante él. Los traicioné. Tal vez ni siquiera debería decirles esto por mis acciones pero no tengo un lugar seguro donde estar. No tengo a nadie y mi padre me abandonó a mi suerte. Ni siquiera puedo estar en el pueblo por temor a ser rechazada. Estaría muy agradecida si pudieran aceptarme nuevamente entre ustedes, prometo no ser una carga. Perdón chicos.
Jin quiso decir algo pero fue interrumpido por Jungkook.
—Es necesario que aclare algo con respecto a ese día —dijo pidiendo su atención—. La noche anterior ella vino a verme y por temor a que ella sufriera dije cosas muy hirientes y admití que era culpable. Vaciló pero creyó. Supe que aún dudaba cuando la primera flecha que lanzó contra mí no me hirió. Ambos nos enfrentamos a un abismo y caímos, pero necesito de ella para salir a la superficie.
Creí que encontraría algún rostro inconforme pero parecían conmovidos. Sintieron felicidad de que haya vuelto. Esa noche, si no recuerdo mal, cantamos junto al fuego con la esperanza de nuevas ilusiones. Me sentía parte de ellos y eso provocó que una sensación de tranquilidad me invadiera.
Hacía un poco de frío y él me ofreció su saco negro. Aún llevaba encima el traje distinguido con el que me había rescatado.
—¿De dónde lo obtuviste? —pregunté.
Sonrió con malicia, dejando que la poco luz difuminara sus facciones.
—En la prisión había una celda abandonada que escondía eso.
—Pareces alguien de la realeza... creo que cualquiera diría lo mismo.
Acarició mi cabeza y la depositó en su hombro.
—Prométeme que estaremos juntos por siempre.
—Es una promesa.
Luego, me contó lo que había sucedido la noche anterior. Jin al notar que no había salido a comer con los demás como acostumbraba, fue inmediatamente a buscarme al interior de la cueva. Al no encontrarme decidió decírselo a Jimin, quien ya había notado mi ausencia pero no quería hablar directamente con Jungkook. Así que se lo dijeron a Taehyung que luego de tanta insistencia habló por ellos.
A media noche salió Jungkook a buscarme no sin antes ser advertido, por los que habían escuchado la tremenda historia, que era mejor no arriesgarse. Instintivamente entró a la taberna más cercana del poblado que quedaba al pie de la montaña que alojaba nuestra cueva. De hecho, aquel día, dos hombres me habían asegurado que trabajaría como ayudante de cocina en una especie de comedor pero habían tenido otras intenciones. En la taberna pidió una cita con la chica más bonita del lugar para luego entrar en mi habitación.
—Sigues siendo muy ingenua.
—Tú lo crees.
—Lo importante es que has resistido.
☆ ☆ ☆
Así debieron transcurrir dos meses en la cueva. Por aquellos días, Jungkook me hizo un regalo. Era una claymore, una prueba de su valentía y honor; una espada de doble filo, concebida para ser blandida con las dos manos, por lo que ostentaba una gran empuñadura. Era muy útil para detener otra arma, en caso de que el guerrero, no llevara escudo. Si un combatiente la traía en el cinto significaba que sus habilidades para el combate eran excepcionales y únicas. Mientras comenzábamos a retomar esa confianza que solo podría unirnos más en el sufrimiento, los Liberales decidieron comenzar los preparativos para partir de las riberas del Torvano y cruzar la frontera de Galvornia.
Días antes de que dejáramos el desierto de Caligo llegó a la escarpada montaña un hombre entrado en años. Una capucha negra cubría sus canas y a pesar de vestir ropa raída, que debió hacerlo para evitar interés en miradas ajenas, su aire solemne indicaba que se trataba de un consejero del palacio. Al verlo la emoción me invadió y corrí a abrazarlo. Era todavía de mañana y algunos hombres, incluido Jungkook habían ido a las inmediaciones por algo de leña y carne. Los rumores acerca del Rey Borus y su inflexibilidad para sus enemigos habían cesado, por lo que los liberales comenzaron a salir con mayor frecuencia de la cueva durante el día.
—Oí que estaba en la cárcel. Me apenó mucho al saberlo —dije al tener frente a mí su figura paternal.
—Tranquila. Me encuentro muy bien.
Lo hice pasar a la "habitación" principal que guardaba aquella roca como compartimentos. Se aseó y bebió taciturno.
—Quiero hablar con él —dijo sin titubear.
—Fue a cazar venados. Vendrá más tarde.
Dunovan había venido por una sola razón: necesitaba refuerzos preparados para la inminente guerra que se desataría en el palacio. El Consejo Real había ordenado sacarlo de la cantera con la condición de que trajera a alguien que pudiera enfrentar la situación delicada en la que se veía sumido el reino. Un hombre tan sabihondo como él tendría alguna solución o buscaría la forma de hallarla. De alguna manera, el destino de Valtoria dependía de su desinterés por encontrar a alguien que pudiera sacarla del ultraje de sus enemigos.
—Estamos siendo atacados por los pueblos del sur que quieren apropiarse del reino. El ejército real no podrá contener al enemigo y en unos días ya no nos quedarán reservas. Necesito un estratega y hombres. Urge esto porque el enemigo se acerca al palacio y lo está cercando.
—¿Y mi hermana? ¿Mi padre? ¿Dónde están? —dije preocupada.
—Están escondidos en las bóvedas del palacio, pero si los toman prisioneros les darán muerte.
☆ ☆ ☆
Valtoria era invadida por dos reinos ubicados al sur de vastas extensiones, Elidia y Avalonia. Elidia era más grande que Avalonia y tenía fama de poseer los hombres más aguerridos. Cuando fueron invitados a la coronación de Borus y Namarie, sus reyes no asistieron a la ceremonia alegando que no reconocerían a los nuevos gobernantes, pues para ellos era un gran escándalo que la segunda hija de Vorgath subiera al trono siendo que aún estaba viva la heredera legítima. A pesar de su negativa, enviaron cartas y regalos con deseos de felicitación, más nadie conocía que urdían un plan para apoderarse de las tierras que regentaban los flamantes soberanos. Como ellos argumentaban que era improcedente que la segunda hija obtuviera la corona, eso
conllevaba a la conclusión que Valtoria estaba sin Rey.
—¿De verdad piensas que debemos volver al castillo? —le pregunté a Jungkook al notar que ya había tomado una resolución.
—¿No deberíamos volver? —lanzó una piedra a las aguas—. No es justo que el pueblo sea masacrado por malas decisiones. Están destruyendo casas, quemando cultivos, matando a gente, a niños... Debemos hacer algo.
—Es arriesgado… Estamos aquí porque sabemos que de esa forma evitaríamos conflictos. —Tomé sus manos, tibias y ásperas—. Si vamos con el señor Dunovan los consejeros no van a aceptarlo... Sé que te duele ver un escenario trágico envolviendo a Valtoria pero también debes comprender que en nuestra posición es complicado porque saldremos heridos.
Colocó la palma de sus manos en la corteza de un árbol que mostraba unas gotas brillantes procedentes del jugueteo del río entre las piedras. Suspiró. La luna inquieta se deslizaba entre pequeñas nubes que la cubrían como un velo por instantes. Apoyó su mentón en la ramada que el árbol ofrecía y sonrió astuto.
—Ellos aceptarán. Están desesperados. Sé que lo harán.
—Sigo creyendo que no es una buena idea.
Se acercó y me tomó por la cintura lisonjero.
—¿Aún sigues teniendo miedo de la profecía?
Lo miré absorta.
—La profecía se cumpliría si fuera Reina. Antes eso me pesaba... —le dije confidente—, pero ahora me siento fortalecida de haber abandonado ese mundo y conocerte.
—Entonces no debes temer.
—El estar contigo me ha quitado una carga muy grande... Parece que comprendo lo que antes me negaba a aceptar en mi padre... Soy libre aunque todavía residen en mí temores.
—Cuando más oscuro es el túnel, más cerca estamos de encontrar la luz.
Me abrazó con una sonrisa que hizo vibrar mi corazón inquieto.
—Ganaré la batalla. La victoria será mía —me susurró al oído.
—Rezaré para que eso suceda —dije rindiéndome ante su confianza—. De seguro, Él nos ayudará ¿no?— señalé con la mirada el crucifijo que llevaba en el pecho.
Asintió.
—Y la victoria siempre viene acompañada de una recompensa.
—¿Pedirás algo por ir al frente de batalla? —pregunté curiosa al mismo tiempo que me prestaba seguir el juego de su mirada.
—Sí. Ese será mi regalo de bodas.
Recayó mi cabeza en su pecho y al cabo de un rato nos besamos.
Muy de mañana, ensilló su caballo, que lo había comprado a un agricultor por un lote de ropa real y colgó sus armas en la montura. Se alistó y ajustó su traje de guerrero. El señor Dunovan ordenó sus pertenencias en su bestia, no muy pesadas por cierto, las cuales le habían permitido sobrevivir hasta encontrarnos y partimos ansiosos de que el destino nos preparara una jugada sin salida.
☆ ☆ ☆
El señor Dunovan aguardó impaciente por que entráramos a la sala principal del palacio que era resguardada por varios hombres listos para la batalla. Al entrar, estaban intactos los cuadros, sus formas, sus colores como queriendo despertar en mí un efecto nostálgico desde la última vez que advertida me preparaba para el día de la ejecución. Nos saludaron ancianos, algunos cabizbajos y otros muy suspicaces de nuestra llegada.
—Traje a este hombre —sentenció Dunovan—. Es un gran estratega, lideró numerosas batallas contra varios reyes de esta región y venció en todas. Excepto en una por traición. Él está dispuesto a liderar la batalla contra los eliditas y avaloneses.
—Mis saludos —hizo una reverencia—. Me conocen como el "Trueno del desierto" porque nací ahí y crecí. Mis amigos fueron los alacranes y las cobras, mis padres el sol abrasador y la aspereza del dolor. He ganado muchas guerras gracias a mi valor e inteligencia. El señor Dunovan es un buen amigo de mi infancia, por eso vine en su socorro cuando me pidió ayuda para librar la batalla que salvará a Valtoria de la destrucción y la desgracia —dijo Jungkook.
—He oído ese nombre por allá muy lejos, cerca de los reinos de oriente... Aunque creo que ya le habían dado muerte cuando la Guerra Mayor de Egipto —aclaró un consejero receloso.
—Se equivoca mi señor, mis enemigos han difundido la historia de mi muerte y usurpan mi nombre para pedir regalos por mis hazañas. Quédese tranquilo, soy un hombre de convicciones.
—Dile que se descubra el rostro. ¿A quién más ha traído? —ordenó el consejero mayor, un hombre en la plenitud de su vejez.
—Es su esposa —dijo Dunovan.
Me puse al lado de Jungkook. Hice una reverencia tímida. Él enganchó su brazo al mío para infundirme valor.
—La verdad tanto yo como mi esposa desearíamos mostrar nuestros rostros pero un incendio nos ha dejado casi sin ellos. Un antiguo enemigo quemó mi casa mientras dormíamos plácidamente. Uno de nuestros criados nos alertó del suceso pero era demasiado tarde. El fuego arrancó con furor nuestra carne, incluso llevamos marcas de esto en las piernas y en los brazos.
—Es lamentable —se quejó Dunovan—. Ofrezco una disculpa porque su pedido no puede ser cumplido, señor.
—No es de confianza alguien que no se descubre el rostro —dictaminó el consejero mayor.
Jungkook, de inmediato, expuso, ante las miradas atentas de los magistrados, sus brazos y piernas. La piel asomaba rojiza y sin pigmentación uniforme en los lugares donde había mordido el calor. Cualquiera hubiera jurado, que lo que observaba, era huella del desastroso accidente, sin embargo, era una reacción alérgica a la resina de la hiedra venenosa. Antes de presentarnos ante los consejeros, Dunovan había conseguido la mentada planta para aplicársela y así, hacer creíble nuestra historia.
—Las de mi esposa no mostraré por respeto al cuerpo de ella y a mí.
—Es un hombre arraigado a las normas de su religión, el islam —aclaró Dunovan enseguida—. Por ello prefiere no mostrar estas partes del cuerpo de su mujer.
—Quedo a sus órdenes señores —hizo nuevamente una reverencia—. Traje algunos de mis hombres. Son muchachos bien entrenados. Acabaré con los agresores de una vez por todas.
—Debemos consultarlo con los demás miembros.
Nos hospedaron en las habitaciones destinadas para visitantes ilustres y nos brindaron comodidades de mano de sus criados. Con Jungkook procuramos no hablar de más ni destaparnos el rostro. De hecho, tuve la impresión que los criados informaban a los consejeros sobre nuestros movimientos y acciones. Al segundo día, fuimos citados en el mismo lugar.
—Bien. Entonces saquen a los invasores de Valtoria —dio la orden el hombre más longevo.
—Así será señores consejeros.
—Tendrás que ganar la batalla o nos encargaremos de que tu nombre sea recordado como el sinónimo de un cobarde. Ya no serías el "Trueno del desierto" sino solo el "Cobarde del desierto" —añadió otro.
—Es una aclaración innecesaria, sabiendo que este hombre es uno de los más valientes de las tierras de medio oriente —dijo Dunovan.
—Cumpliré la misión encomendada —dijo Jungkook con firmeza—. Sin duda, esta será un gran batalla y una gran victoria, pues liberará a este reino de semejante humillación, y eso hace que pida a cambio algo para mi esposa. La dueña de mis congojas y pesares.
—Y dinos que es. ¿Riqueza? ¿Vestidos?... —preguntó el más joven de ellos. Rondaría los 50 años y su cabeza ya no mostraba ningún cabello.
—Quiero la corona.
Todos enmudecieron atónitos. Pululó un silencio incómodo, apoderándose de la garganta de los magistrados. Dunovan desvió una mueca satisfecha, que a su vez, reflejaba inconformidad y asombro.
—El vino de la sabiduría se encierra en una copa, si adivinases en cual, tendrás a Valtoria.