En el apacible y pintoresco pueblo de Nihonara, la primavera se manifiesta como un suspiro divino. Los cerezos estallan en flor, y sus pétalos rosados descienden como copos de un sueño, alfombrando las calles con una fragilidad que roza lo irreal. Todo parece envuelto en un hechizo de luz tenue y aromas dulces. Sin embargo, bajo esa hermosura casi sagrada, duerme una oscuridad ancestral que ha corrompido a una antigua familia noble durante generaciones.
La historia comienza en lo alto de una colina, donde se alza la mansión de los Kurogane: una estructura imponente de madera ennegrecida y piedra antigua que parece observar al pueblo desde las alturas. En su interior habita nuestro protagonista, Takeshi Kurogane, un joven de mirada profunda, de esas que parecen contener más recuerdos de los que un solo hombre debería soportar.
Esa noche, cuando la luna llena se alza sobre el firmamento como un ojo vigilante, un grito desgarrador rompe la serenidad de la mansión. El sonido resuena como un lamento en las entrañas de la casa y hiela la sangre en las venas de Takeshi. Sobresaltado, se incorpora en la oscuridad de su habitación, el corazón martillándole el pecho. Sin pensarlo, toma una linterna y se interna en los pasillos sombríos, donde cada crujido del suelo parece susurrar secretos olvidados.
Llega a una puerta cerrada, una que nunca antes había notado. Detrás de ella se escuchan murmullos apenas audibles y un tenue resplandor tiñe la rendija con una luz inquietante. Con cautela, Takeshi empuja la puerta. Al abrirse, el silencio cede paso a lo inenarrable.
En el centro de la habitación, Ayumi —su prima— está arrodillada en el suelo. A su alrededor, velas parpadeantes proyectan sombras danzantes sobre las paredes cubiertas de símbolos grabados con mano temblorosa. Sus labios murmuran palabras en un idioma extinto, y sus ojos, vidriosos, no parecen ver este mundo.
—¡Ayumi! —susurra Takeshi, con un nudo en la garganta.
Ella no responde. Un segundo después, una fuerza oscura irrumpe en la habitación como una ola invisible. Los ojos de Ayumi se tornan negros como la tinta. Se pone de pie con una gracia antinatural y, alzando una mano, lanza a Takeshi contra la pared sin tocarlo siquiera. El golpe es brutal. Todo se vuelve negro.
Cuando despierta, la habitación está vacía. El frío lo envuelve. Ayumi ha desaparecido.
Adolorido, Takeshi se incorpora y examina la habitación. Entre el polvo y las telarañas, descubre un libro antiguo, cubierto con un paño carmesí raído. Es un diario familiar. Las páginas, amarillentas y frágiles, revelan secretos que el tiempo quiso enterrar: una maldición ancestral que ha corrompido la sangre de los Kurogane por siglos. Un poder oscuro que se alimenta del deseo, la ambición y la pérdida de humanidad.
"Han pasado tres generaciones desde que alguien fue marcado. Pero la sombra siempre vuelve cuando uno la olvida…", reza uno de los fragmentos.
Takeshi, con el diario en las manos, comprende que la maldición ha despertado en Ayumi. Y que, si no actúa, será solo el principio.
En busca de respuestas, decide visitar al sabio del pueblo, el señor Tanaka. Un anciano de barba blanca y mirada tan vieja como los árboles. Lo encuentra sentado bajo un olmo, como cada mañana, acompañado por el canto lejano de las cigarras.
—¿Ha vuelto la maldición, muchacho? —pregunta el anciano antes de que Takeshi diga una sola palabra.
Takeshi asiente, sin poder ocultar el temblor en su voz.
—Ayumi… ella no era ella. Necesito saber cómo detener esto.
El anciano suspira.
—En las montañas, más allá del bosque de bambú, hay un lugar olvidado: el Templo de la Luz y la Sombra. Tal vez allí encuentres las respuestas. Pero cuidado… algunos secretos están vivos, y no desean ser despertados.
Y así comienza el viaje de Takeshi. Armado solo con coraje y el peso de su sangre, se adentra en una travesía donde la realidad se desdibuja y los recuerdos cobran vida. El destino de su prima —y de toda su familia— pende de un hilo tejido por siglos de oscuridad