La luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando un juego de sombras danzantes en el suelo del bosque. Lira, con su risa alegre, había encontrado a un niño de su edad, un compañero inesperado que había hecho que su corazón palpitara de emoción. Jugaron a esconderse entre los árboles, corriendo y riendo, dejando atrás el mundo de los adultos y sus preocupaciones. Era un día perfecto, lleno de promesas y sueños.
Cuando el sol comenzó a descender, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosas, llegó la hora de despedirse. El niño, con una sonrisa traviesa, le prometió que volvería al día siguiente. Lira, llena de esperanza, lo miró alejarse, sintiendo que había hecho un amigo especial. Esa noche, se durmió con la imagen de su rostro en su mente, preguntándose qué aventuras les depararía el futuro.
Al día siguiente, Lira despertó con el sol asomándose por la ventana. Con el corazón acelerado, se vistió rápidamente y corrió hacia el bosque, su lugar mágico. Pero al llegar, la alegría se desvaneció. El niño no estaba. Buscó entre los árboles, llamando su nombre con voz incierta, pero solo el eco de su propia voz le respondió. La tristeza se apoderó de ella, y su corazón se sentía pesado. ¿Había hecho algo mal? ¿Por qué no había regresado?
Desalentada, se sentó en un tronco caído, sintiendo las lágrimas asomarse a sus ojos. Fue entonces cuando un ruido rompió el silencio del bosque, un sonido profundo y resonante que hizo que el aire se volviera denso. Lira levantó la vista y su corazón se detuvo. Un dragón enorme apareció entre los árboles, sus escamas brillando como el fuego en un atardecer. Las alas del dragón se desplegaron, creando un viento que hizo temblar las hojas.
El miedo la paralizó. Pensó que ese sería su final, que sería devorada o convertida en cenizas. Pero, en lugar de lanzarse hacia ella, el dragón bajó la cabeza, acercándose con cautela. Lira sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero al mismo tiempo, una extraña curiosidad la embargó.
Cuando el dragón estuvo a su altura, Lira se encontró mirando unos ojos oscuros y profundos que reflejaban un brillo inusual, un destello que le resultaba familiar. En ese instante, recordó al niño de la tarde anterior. Sus ojos, tan parecidos, la hicieron sentir una conexión inexplicable, como si el destino hubiera entrelazado sus caminos.
"¿Eres tú?" murmuró, sin saber si el dragón podría entenderla. Pero el dragón no se movió, solo la observó, como si también estuviera recordando algo que había perdido.
Sin embargo, la magia del momento se rompió de repente. Un silbido cortante resonó en el aire, y antes de que Lira pudiera reaccionar, flechas atravesaron el costado del dragón. Un rugido de dolor resonó en el bosque, un sonido desgarrador que le hizo temblar el corazón. El dragón, herido y asustado, levantó el vuelo, sus alas enormes batiendo con fuerza, llevándolo lejos de ella.
Lira cayó de rodillas, sintiendo la traición de su propia naturaleza. El miedo y la tristeza la invadieron. ¿Por qué el mundo era tan cruel? ¿Por qué no podía existir un lugar donde los dragones y los humanos pudieran ser amigos? Con lágrimas en los ojos, miró hacia el cielo, donde el dragón desaparecía entre las nubes.
Esa imagen quedó grabada en su mente, un recordatorio de que incluso en los momentos más bellos, el peligro acechaba. Y en ese instante, Lira supo que su vida nunca volvería a ser la misma. La conexión que había sentido, la angustia de perderlo, la impulsaron a descubrir su propio poder y a encontrar una forma de reunirse con el dragón, sin importar el costo.