🔥 Capítulo 32 —
“Cuando el fuego aprende a esperar”
El callejón no estaba vacío.
Estaba preparado.
Eiden lo entendió tarde… pero no demasiado.
Las paredes no cerraban: contenían.
El suelo no resonaba: absorbía.
Y el aire… el aire estaba quieto de una forma antinatural, como si alguien hubiese dado la orden de no respirar.
Eiden avanzó un paso.
Nada.
Otro.
Nada.
La katana vibró.
No con urgencia.
Con paciencia.
—No ahora… —murmuró, apenas.
Desde el fondo del callejón, una figura apareció. Luego otra. Luego otra más.
No corrían.
No se cubrían.
Caminaban como quien ya sabe el resultado.
—Formación de contención —dijo una voz neutra—. Sujeto confirmado.
Eiden contó rápido.
Ocho.
No: diez.
—Muchos para una captura —dijo él, en voz baja—. Pocos para una ejecución.
La figura del centro dio un paso al frente. No llevaba arma visible. Solo un dispositivo en la muñeca que emitía una luz tenue, gris.
—Eiden A —dijo, sin emoción—. No estás arrestado.
Eso fue lo que más le molestó.
—Entonces no te acerques —respondió Eiden.
El soldado inclinó apenas la cabeza.
—Estamos bajo protocolo de observación viva.
No interferimos… salvo que interfieras.
Silencio.
Eiden sintió algo nuevo.
No miedo.
No enojo.
Peso.
Como si la ciudad entera estuviera apoyando la mano sobre su hombro, probando cuánto aguantaba antes de ceder.
La katana vibró más fuerte.
El calor subió por la empuñadura, suave… engañoso.
Un paso más de los soldados.
Solo uno.
—Están empujando —pensó Eiden—. No a mí… a la decisión.
Entonces lo escuchó.
Un grito corto.
Ahogado.
A dos cuadras, tal vez tres.
No era Lia.
No era Azu.
No era Riku.
Era alguien que no tenía nombre para él.
El soldado del frente habló otra vez:
—Registro emocional detectado —dijo—. Recomendamos retirada voluntaria.
Este sector será sellado.
Eiden cerró los ojos un segundo.
Vio la torre.
Las pantallas.
La mirada que no necesitaba estar presente.
—Así que este es tu juego… —susurró.
Abrió los ojos.
Soltó la katana.
Los soldados se tensaron.
—¿Qué…? —alcanzó a decir uno.
Eiden dio un paso al frente.
Luego otro.
Desarmado.
—Decile a tu Teniente —dijo con voz firme—
que todavía no elegí cargar con las consecuencias.
El aire cambió.
No fuego.
No todavía.
Pero algo, muy profundo en Khoren,
entendió que esa noche había comenzado una cuenta regresiva.
Y desde la Torre Central, una sonrisa se dibujó lentamente.
—Excelente… —murmuró el Teniente—.
“Las manos que se cierran”
Lia supo que algo estaba mal antes de verlo.
No fue el ruido.
Fue la ausencia.
Demasiado orden.
Demasiada limpieza en los movimientos de la gente.
Demasiadas miradas que no miraban nada.
Giró en la tercera esquina, cambió el patrón como Eiden había dicho…
y el callejón ya no estaba ahí.
En su lugar, un pasaje iluminado con luz blanca.
Artificial. Fría.
—Mierda… —susurró.
No alcanzó a moverse.
Un golpe preciso en la base del cuello.
No brutal.
Experto.
El mundo se apagó sin dramatismo.
Lia despertó sentada.
Muñecas aseguradas. Tobillos libres.
No una celda.
Una sala de observación.
Vidrio oscuro frente a ella.
No sabía quién miraba… pero sabía que alguien lo hacía.
—Tiempo de reacción aceptable —dijo una voz—. Estrés moderado. Conciencia intacta.
Lia levantó la cabeza.
—¿Van a matarme o solo a explicarme por qué creen que pueden? —preguntó.
Del otro lado del vidrio, una sombra se movió.
—Todavía no —respondió el Teniente en Jefe—. Vos sos información caminando.
Ella sonrió, cansada.
—Te va a decepcionar lo poco que sabés de nosotros.
La sonrisa del Teniente no cambió.
—Eso ya lo veremos.
Mientras tanto, a cuatro niveles por debajo de la Torre Central…
—Decime que tenés un plan —susurró Riku, transpirado.
Azu no lo miró.
—Tengo tres —respondió—. Ninguno es lindo.
Estaban en un corredor técnico, ocultos entre conductos y columnas.
La torre por dentro era peor que por fuera:
silenciosa, blanca, demasiado eficiente.
—Objetivo —continuó Azu—: sala de datos. Copiamos lo que podamos.
No peleamos más de lo necesario.
No nos quedamos.
—Ajá… —dijo Riku—. Eso suena sospechosamente optimista.
Azu levantó la mano.
Dos soldados giraron la esquina.
No vieron nada.
Hasta que Azu se movió.
Un paso corto.
Golpe limpio al cuello del primero.
El segundo apenas alcanzó a girar cuando Riku, torpe pero decidido, impactó con el canto del brazo.
Dos cuerpos al suelo.
Sin sangre. Sin ruido.
—¡Bien! —susurró Riku—. ¿Viste eso? ¡Eso fue profesional!
—Caminá —dijo Azu—. Antes de que te emociones.
Avanzaron.
Una puerta blindada.
Panel activo.
Azu conectó un dispositivo mínimo.
Diez segundos.
—Nueve —murmuró Riku—. Ocho… Che, ¿esto parpadea así siempre?
—Silencio.
La puerta se abrió.
Dentro: información cruda.
Mapas. Registros. Lotes.
Nombres borrados.
Pruebas humanas marcadas como material adaptable.
Riku sintió un nudo en el estómago.
—Azu… —dijo—. Esto es peor de lo que pensábamos.
—Lo sé —respondió ella, copiando datos—. Y no tenemos tiempo.
Alarma silenciosa.
No sonido.
Movimiento.
—Nos detectaron —dijo Azu—. Salida ahora.
Tres soldados aparecieron al fondo.
Azu no dudó.
Golpe al cuello.
Rodilla.
Empujón.
Riku siguió, respirando fuerte, moviéndose como nunca antes.
Cayeron los tres.
—¡Ja! —susurró—. ¡Viste! ¡Sirvo para algo más que cargar cosas!
—Después festejás —dijo Azu—. Ahora corré.
Salieron por un conducto lateral, perdiéndose en la estructura antes de que llegaran refuerzos.
En la Torre Central, el Teniente observaba la grabación.
No molesto.
No sorprendido.
Interesado.
—Entraron —dijo—. Tomaron datos. Salieron vivos.
Se levantó con calma.
—Eso significa que el equipo se mueve —continuó—.
Y cuando el equipo se mueve… el líder reacciona.
Miró otra pantalla.
Lia, inmóvil, consciente.
—Y cuando el líder reacciona… —sonrió—
el fuego deja de esperar.
Se dio vuelta y caminó hacia la salida.
—Continúen el protocolo —ordenó—.
Yo ya vi lo que necesitaba.
La torre quedó en silencio otra vez.
Pero en Khoren, algo estaba a punto de romperse.
Y esta vez…
no iba a ser en silencio.
“Lo que no pide permiso”
El primer error fue pensar que Lia estaba sola.
El segundo… fue pensar que iba a quebrarse.
La sala era blanca, sin esquinas visibles. Luz constante. Sin sombras donde esconder pensamientos. Las esposas no apretaban: recordaban que estaban ahí.
Lia respiró hondo.
Una vez.
Dos.
—No vas a gritar —dijo la voz—. Eso ya lo sabemos.
El vidrio frente a ella se aclaró apenas.
El Teniente en Jefe apareció reflejado, sentado al otro lado, cruzando las manos con elegancia quirúrgica.
—¿Sabés por qué te trajimos viva? —preguntó.
—Porque te creés más inteligente que todos —respondió Lia—. Y necesitás público.
El Teniente sonrió.
—Incorrecto. Te traje viva porque vos sos el ancla.
Ella frunció el ceño.
—Eiden —continuó él, con calma— no decide por impulso. Decide por vínculo.
Y vos… sos el más estable.
Lia levantó la cabeza, firme.
—Si creés que voy a rogar, estás perdiendo el tiempo.
—No —dijo él—. Quiero que mires.
Con un gesto, la pared lateral se volvió transparente.
Abajo, en una calle secundaria, una patrulla gris rodeaba a un grupo de civiles. No gritaban. No corrían. Esperaban órdenes.
—Simulación activa —explicó el Teniente—. Variable emocional externa.
Si Eiden interviene… lo veremos.
Lia apretó los dientes.
—Sos un cobarde.
—Soy un administrador —corrigió—. Y los administradores no se manchan las manos.
A varias cuadras de ahí, Eiden sintió el tirón.
No físico.
Interno.
La katana vibró con fuerza por primera vez.
No calor.
Dolor.
Un pulso seco subió por su brazo, como una advertencia que quemaba desde adentro.
Eiden se detuvo.
Cerró los ojos.
No vio fuego.
Vio rostros.
Vio a su padre cayendo.
Vio a Lia riendo en otro tiempo.
Vio a Riku cargando más de lo que debía.
—No así… —murmuró.
Al abrir los ojos, la decisión todavía no estaba completa.
Pero la paciencia… sí.
En un nivel inferior de la torre, Azu y Riku emergieron de un conducto.
—Decime que eso que copiamos sirve —susurró Riku.
—Sirve —respondió Azu—. Y explica demasiado.
Se detuvo.
Azu vio algo en la pantalla portátil.
Un sector marcado.
Un nombre.
LIA — SUJETO DE CONTENCIÓN VINCULAR.
Azu no reaccionó.
Eso fue lo más peligroso.
—La tienen —dijo—. Y la están usando.
Riku tragó saliva.
—Entonces… ¿qué hacemos?
Azu levantó la vista hacia el corazón de la torre.
—Ahora —dijo—, rompemos el experimento.
En la sala blanca, el Teniente se levantó.
—Pronto —le dijo a Lia—, Eiden va a tener que elegir.
Ciudad… o vos.
Lia lo miró fijo.
—Te equivocaste en algo.
—¿Ah, sí?
—Él no elige entre personas —respondió—.
Elige qué tipo de hombre va a ser.
Por primera vez, el Teniente parpadeó.
Muy poco.
Pero lo suficiente.
En ese mismo instante, en lo profundo de Khoren…
la katana roja dejó de vibrar.
Se quedó quieta.
Como si hubiera tomado nota.
Y el fuego, por primera vez,
empezó a decidir solo.
“Cuando el plan nace en silencio”
Eiden se movía entre sombras como si la ciudad ya lo hubiera aceptado.
No corría.
No atacaba primero.
Observaba.
Una patrulla gris pasó a dos metros. Eiden se pegó al muro, respiración baja, pulso firme. Cuando el último soldado dio el paso exacto… golpe corto al cuello, preciso. El cuerpo cayó sin ruido. Eiden lo sostuvo un segundo para que no golpeara el suelo y lo dejó recostado, como si durmiera.
—Perdón —murmuró—. No sos mi objetivo.
Avanzó.
Cada esquina era una pregunta. Cada cámara, una amenaza.
La katana seguía quieta. Demasiado quieta.
—Te están usando —pensó—. Y yo voy a cambiar las reglas.
Un cruce elevado. Desde ahí vio la Torre Central, imponente, limpia, arrogante. Y la sintió. No por sensores. Por vínculo.
—Lia… —susurró.
Se retiró antes de que lo vieran. No era el momento.
Azu y Riku se reagruparon en un depósito abandonado, con la torre proyectada en una pantalla portátil. Mapas, rutas, tiempos. Todo mal.
—Es una trampa —dijo Azu—. Directa o indirecta, pero trampa al fin.
—Coincido —agregó Riku—. Y no de las lindas.
Una sombra apareció detrás.
—No vamos directo —dijo Eiden.
Riku casi grita.
—¡LA PUT—! ¡Eiden! ¡Avisá!
Azu se dio vuelta, fría.
—¿La encontraste?
—Sé dónde está —respondió él—. Y sé cómo la están usando.
Azu cruzó los brazos.
—Te escucho.
Eiden apoyó las manos sobre la mesa improvisada. Señaló sectores.
—El Teniente no quiere que entremos —dijo—. Quiere que reaccionemos. Que vayamos a la torre como toros al rojo. Si hacemos eso, Lia pierde.
Azu frunció el ceño.
—¿Y tu alternativa?
—Romper el experimento —respondió—. No el vidrio. La lógica.
Riku parpadeó.
—Ok… eso sonó inteligente. Seguí.
Eiden respiró hondo.
—Ellos miden decisiones bajo presión. Entonces les vamos a dar ruido.
Tres focos. Tres crisis pequeñas. Ninguna mortal. Todas visibles.
Azu negó con la cabeza.
—Dispersión controlada… eso requiere coordinación perfecta.
—La tenemos —dijo Eiden—. Vos dirigís sombras. Riku mueve gente. Yo hago que el Teniente mire donde no debe.
Silencio.
Azu lo observó. No como alumna. Como estratega.
—Estás proponiendo algo grande —dijo—. Y peligroso.
—No más que quedarnos quietos —respondió él—. Lia no es un señuelo. Es una persona. Y si aceptamos su juego… perdemos antes de empezar.
Riku levantó la mano.
—Che, por una vez estoy de acuerdo con el serio. Además, si sale mal… bueno… ya estuvimos peor, ¿no?
Azu no sonrió.
—¿Y la katana? —preguntó—. ¿En qué parte entra el fuego?
Eiden bajó la mirada.
—No entra —dijo—. Todavía no.
Si arde ahora, ganamos una escena… y perdemos la guerra.
Azu exhaló lento.
—Te estás adelantando a mí —admitió—. Eso es nuevo.
—Aprendí —dijo Eiden—. Que liderar no es golpear primero. Es cargar con el resultado.
Azu lo miró un segundo más. Dos.
Asintió.
—Bien —dijo—. Hacemos tu plan.
Riku abrió los ojos.
—¿Posta?
—Posta —confirmó Azu—. Pero si falla, nos vamos todos.
Eiden asintió.
—No va a fallar.
Desde lo alto de la torre, una pantalla mostró pequeños desvíos. Movimientos menores. Ruido.
El Teniente ladeó la cabeza.
—Interesante… —murmuró—. Están pensando.
Abajo, en la ciudad que empezaba a inquietarse, tres voluntades se alinearon.
No para atacar.
No para brillar.
Para detener algo que no debía existir.
Y por primera vez esa noche,
Khoren sintió miedo…
no del fuego,
sino de quienes sabían cuándo usarlo.
