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Chapter 2 - 2 El Precio de la Curiosidad

La puerta de obsidiana se deslizó hacia un lado sin hacer ruido, revelando la alta y esquelética figura de un nigromante. Sus ropas eran harapos ceremoniales, y en sus cuencas oculares vacías ardía un tenue fuego violeta. Era un siervo de bajo rango, pero uno lo suficientemente sensible como para percibir la alteración en los flujos de energía de la cámara.

—Mi señor Kaelen —susurró el nigromante, con una voz como el crujir de huesos secos. Su cabeza se inclinó en una reverencia que no lograba ocultar un hilillo de curiosidad insidiosa—. El latido del castillo… cambió. Sentimos su despertar. No estaba en los ciclos previstos.

Kirson, dentro de la envoltura de Kaelen, no se inmutó. Los dos puntos carmesí que hacían las veces de ojos permanecieron fijos, impasibles, en el siervo. La mente del estratega analizó la situación en microsegundos: Mostrar sorpresa o justificación es debilidad. La autoridad absoluta no se explica. Se impone.

Cuando habló, su voz no fue un sonido, sino una vibración que resonó directamente en la conciencia del nigromante, fría y cortante como el filo de una daga de hielo.

—¿Acaso mi agenda le rinde cuentas a un vigía de osario?

La pregunta, cargada de un desdén tan glacial que casi podía sentirse en el aire, hizo efecto al instante. El nigromante retrocedió un paso, como si hubiera recibido un golpe físico. El fuego violeta de sus cuencas parpadeó, atenazado por el miedo.

—No… no, mi señor. Perdón, yo solo…

La voz mental de Kaelen lo interrumpió, amplificándose hasta llenar todo el espacio de la cámara, una presión insoportable sobre la frágil mente del no-muerto.

—Mi despertar responde a designios que tu intelecto no puede comprender. Tu función no es cuestionar. Es obedecer.

Hizo una pausa, calculada, dejando que el terror se arraigara en el siervo. Luego, continuó, ahora con el tono de quien da una orden rutinaria pero irrevocable.

—Informa a los Vigías Sombríos. Las criptas del ala oeste serán selladas. He percibido… una inconsistencia en sus defensas. Nadie debe acercarse. Es una orden directa.

El nigromante, temblando de arriba abajo, se postró completamente, su frente huesuda golpeando el suelo de piedra con un golpe seco.

—¡Sí, mi señor Kaelen! ¡Inmediatamente! ¡Se hará como ordenas!

—Ahora —remató la voz en su cabeza, con un deje de hastío infinito—, desvanece tu presencia. Tu respiración (o la ilusión de ella) contamina el silencio.

El siervo no necesitó que se lo repitieran. Se levantó tambaleándose y huyó por el corredor, sus harapos ondeando tras de él como las alas de un murciélago aterrorizado.

La puerta se deslizó cerrada.

En el instante en que quedó a solas, la fachada de Kirson se quebró. La silueta de Kaelen perdió parte de su rigidez hierática. Los puntos de luz carmesí se apagaron, sumiendo el vacío facial en una oscuridad aún más profunda. Una fatiga mental, densa y pesada, se apoderó de él. Mantener esa máscara de poder omnímodo era un esfuerzo agotador.

Pero había funcionado. Había ganado un respiro.

Y, al mismo tiempo, se había cavado una tumba potencial.

Se volvió lentamente hacia el espejo de obsidiana, enfrentándose a la nada que reflejaba. "Las criptas del ala oeste", pensó, recurriendo a los recuerdos de Kaelen. Eran un lugar de almacenamiento, de poca importancia, pero custodiado por runas menores. Un lugar perfecto para una excusa creíble. Pero ahora esa excusa era una orden. Si los Vigías Sombríos encontraban que las defensas eran perfectas, o si sellar esa área interfería con algún proceso del castillo que él desconocía, las preguntas volverían. Y la próxima vez, no las haría un nigromante asustadizo.

La partida de ajedrez había comenzado, y él, Kirson, había hecho su primer movimiento. Un movimiento audaz, basado en una mentira. Ahora tenía que apresurarse para convertir esa mentira en verdad, o al menos, en una distracción lo suficientemente convincente.

Desde el vacío de su rostro, los ojos carmesí se encendieron de nuevo, pero esta vez con un fulgor diferente. No era la frialdad de Kaelen. Era el fuego de la determinación de un hombre acorralado.

Tenía que explorar. Tenía que aprender. Y, sobre todo, tenía que encontrar una manera de ser más que un simple fantasma en la armadura del enemigo.

(Fin del Capítulo 2)

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