Me queman las pestañas por dentro. El humo me raspa la garganta como un cable áspero cada vez que intento tragar.
Sostengo a Diego con el brazo izquierdo, su hombro choca contra mi clavícula y su respiración, rápida y pequeña, se clava en mi oído:
"Mamá…", dice, sin comprender todavía lo grave que es la situación. Tiro de él con fuerza para que no tropiece, pero las escaleras son una trampa de calor y polvo, mis pies resbalan en los peldaños húmedos y cada movimiento me cuesta la poca energía que tengo.
Trabajo todo el día para que haya comida en la casa. A veces me imagino el puchero humeante en la mesa y la radio puesta en la cocina.
Hoy llevaba una bolsa con verduras y un pan largo, pienso en dar una vuelta por la plaza después, sentarnos un rato en el banco que está bajo el tilo y mirar cómo los chicos corren con las palomas. Esa imagen me sostiene como una cuerda invisible mientras subo.
"Diego, no te sueltes", le digo, su pequeña mano es una garra fría que se aferra a mi remera.
Hay un olor que no había sentido nunca antes, humo mezclado con algo químico, un gusto metálico que te hace agua la boca de mala manera. Me entra por los pulmones y al toser, mi cabeza se llena de pequeños puntos negros.
Siento la garganta cerrarse y la memoria me trae, absurda, la canción con la que le canto para que deje de llorar:
"A la media luna…". Se me pega una estrofa y la repito en voz baja , "A la media luna… todo va a estar bien", me digo, y por un segundo me creo yo misma.
Alguien grita detrás, no reconozco la voz. Todo es caos, gente corriendo, gritos que se superponen, el ruido de una puerta que cae. Siento un empujón en la espalda. Me vuelvo en automático para decir algo, para exigir que me dejen pasar, pero el humo me roba las palabras y mi visión se vuelve blanca.
Diego se aprieta más contra mi costado, su olor es dulce, un rastro de cereal y miel, y me aferro a eso como a un trozo de cielo.
"Aguanta", le susurro. "Mamá está aquí, no te vas a soltar."
Pienso en mi madre, que siempre me llamó "gordita" de cariño, en la forma en que doblaba las servilletas en la mesa para que la casa se viera ordenada. Pienso en la última vez que me vio llorar en serio, fue por mi primer trabajo, cuando no sabíamos si llegaríamos a fin de mes. Ella me abrazó y dijo:
"Tu puedes, goza de las pequeñas victorias." Me repito eso ahora, porque es lo único que suena verdadero.
No sé en qué momento alguien me tapa la boca. Siento la tela, húmeda, huele a sudor y a alcohol. Me da miedo. No entiendo si me están ayudando a no inhalar más humo o si me quieren callada por otra razón.
Intento tirar de la mano de Diego, pero mi brazo no obedece como yo quiero, pesa como si tuviera cemento en los huesos. Escucho pasos que se acercan y luego –como si el mundo se abriera– un empujón que me saca del borde de la escalera y me hace caer hacia atrás.
Algo me golpea la espalda y el aire se escapa en un silbido mientras cubro a mi niño con mi cuerpo, mis ojos pesan mientras la oscuridad me reclama
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Me arrastran. Las manos que me toman no son suaves, tiran de mi remera, dan órdenes en un idioma que no entiendo.
Veo destellos: una linterna que ilumina un pasillo corto, la cara de un hombre que me mira con ojos enormes y luego se borra.
Alguien grita algo que suena como "rápido", y siento que mi corazón se me va a salir por la boca. Me arrastran como a una bolsa que pesa, empujan la puerta de una habitación lateral y la cierran con un estruendo que me hace vibrar los huesos. Todo sucede tan rápido que apenas hay tiempo para lamentar.
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Estoy en un cuarto que huele a humedad y a metal. Las paredes son frías y la luz, si existe, está muy arriba y lejos.
Intento moverme, tomar a Diego y abrazarlo como siempre hago para protegerlo, pero mis manos no me obedecen del todo.
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Alguien me sujeta fuerte del brazo y otra mano me empuja la nuca para que no gire. Me obligan a arrodillarme y mi rodilla choca con el piso: se siente áspero y siento como un liquido caliente cubre poco a poco mis rodillas. La cabeza me zumba, tengo un sabor amargo en la boca que no sé de dónde sale.
Mi pensamiento se vuelve una cadena de pequeñas súplicas, una tras otra:
"Por favor… no me dejen sola… por favor, no le hagan nada a Diego… por favor que mamá venga… que alguien venga por favor…"
Las palabras salen como un hilo flojo, sin fuerza, pero no dejo de decirlas. Las repito en mi cabeza hasta que la garganta me arde.
Suplico sin ponerle un orden, le hablo a cualquiera, al del piso de arriba que siempre pasa con el perro, a la mujer del kiosco que me vende canela, a Dios si existe, a la luna.
"Devuélvanme a Diego", digo, aunque sé que eso no tiene sentido porque él está justamente a mi lado, callado, con los ojos tan abiertos de un niño que todavía no comprende que pasa
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Miro a los que nos rodean. No son muchos, caras tapadas que se mueven como sombras. A uno de ellos le veo la mano: una cicatriz en el dorso, limpia como si fuera de quien trabaja con cuchillos a diario.
Mi mente hace listas tontas: pan, leche, la sal que se acabó la semana pasada. Pequeñas cosas que ahora son imposibles.
Trato de agarrar la figura de Diego, el mechón que siempre le cae en la frente, la pequeña mancha de tomate en su remera. Eso me calma.
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Siento que me cargan otra vez. Pasan cosas a mi alrededor que no entiendo del todo, risas ahogadas que se convierten en órdenes cortas, murmullos, un ruido como de madera golpeando.
Alguien me coloca algo alrededor del cuello, y por un instante creo que es una bufanda, pero la presión y la textura dura del metal me asusta.
"No"
Pienso, sin saber si lo digo en voz alta o en mi cabeza. No puedo ni conjurar el pensamiento de pelear, mi cuerpo está más allá del cansancio.
Me acuerdo de la plaza, de la forma en que Diego se ensucia los zapatos cuando juega con barro, y una tristeza profunda me atraviesa dejándome un agujero en el pecho
Entonces lo veo a él, un hombre al otro lado del cuarto que me mira con una calma que me hiela.
No lo conozco, pero en su mirada hay algo que no es humano. Sus ojos son tranquilos y mi estómago se revuelve.
Me empujan a la cara un trozo de tela para que me tape la boca.
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Intento besar a Diego en la frente, le susurro "te amo" como siempre hago, y siento que mi voz se quiebra con tal fuerza que me duele.
Pienso en la palabra "por qué" como si fuera una pregunta literal que pudiera abrir la cerradura de mi prision.
¿Por qué nosotros? ¿Qué habíamos hecho para merecer esto? Me acuerdo de los vecinos buenos, la señora que barre la vereda los viernes, el muchacho que arregla bicicletas en la esquina. Pienso en el odio que sienten algunas personas y me asusta que ese odio me haya atrapado
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No sé cuánto tiempo paso. Mis pensamientos se vuelven lentos, pegajosos, como si nadara en miel.
Cada tanto me aparece una imagen de la cocina con el puchero en la estufa, la olla con vapores y la radio con alguna canción.
Me obligo a repetirla para no desintegrarmez recuerdo incluso el patrón de las baldosas, el lugar donde solía poner la caja de las llaves. Son anclas pequeñas, tontas, pero funcionan: mantienen la forma de madre aquí dentro.
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Una vez más, me cargan. Esta vez la mano que me toma es más fuerte que todas las anteriores, me empujan, me arrastran y tratan de calmarme con palabras duras
"Baja la voz y anda."
Mis súplicas se van empequeñeciendo, la garganta me quema y a pesar de todo, me descubro murmurando una canción de cuna. No por convicción, sino porque espero que de algún modo la nota cambie el ritmo del mundo y deje de ser peligroso.
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Veo una pequeña ventana en lo alto, la luz rasga el polvo. Me aferro a ese rectángulo porque en él, veo la calle, la gente que camina con bolsas, el ruido y sus sombras.
Imagino que alguien podría mirarnos desde arriba y ver que esto no es normal, que podría bajar corriendo, llamar a la policía. Me esfuerzo en esa imagen hasta que el cansancio me nubla.
Antes de perder contacto con la claridad, agarro la mano de Diego con fuerza. Le hago una promesa que siento hasta el fondo
"Si salimos, te llevaré a la plaza y te compraré helado, el grande, con mucho chocolate, ese que tanto te gusta, ¿sí?"
Él no responde, sus ojos tan negros como botones miran a la nada. Su cara se me pega a la memoria, el odio que el mundo puede tener por una familia tan pequeña como la nuestra me roba el aliento.
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No sé si esta es la parte que cuento para siempre o si habrá otra después. Lo único que sé es que ahora mi cuerpo está aquí, temblando, y mi pensamiento va hilando una cadena de cosas para aferrarme
La receta de la abuela, la canción de la Luna, el nombre de Diego, el color de casa.
Me digo que si sobrevivo a esto, todo será distinto, dejaré de discutir por cosas tontas con mi hermana, tocaré más la guitarra vieja de mi padre, aprenderé a hacer otra torta. Son promesas que suenan desesperadas y pequeñas, pero me sostienen un poco.
Mientras me llevan otra vez por un corredor, repito en voz baja
"No te sueltes, Diego. No te sueltes."
Y aunque mi cuerpo quiere flaquear, una parte mía se niega. Esa parte es lo que me hace madre
La negativa a aceptar el final sin intentar, aunque sea con un susurro, negarlo
"Mi Pequeño, mama esta aquí" le aseguro mientras sostengo su mano, tan suave al tacto, como la tela de una muñeca.
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Caigo otra vez en la nada. No hay suelo, no hay aire, sólo una negrura que se pega a la piel como aceite.
Parpadeo y mi voz suena extraña en este hueco —la oigo, pero no la encuentro—
-¿Dónde estás? *gruño, arrastrando la compostura como quien se niega a admitir el frío*
La oscuridad responde con movimientos sin forma, sombras que no nacen ni mueren, que se escurren detrás de mi nuca, a los costados, dentro de los pliegues de mi pensamiento.
No hay figura que pueda agarrar. Solo la voz, que brota por todas partes pero no tiene fuente visible.
-Aquí *dice el espectro, y su tono es una caricia que helaría la sangre a cualquiera, excepto a mi
-En cada latido que negaste. En cada nombre que enterraste.
Me esfuerzo por vomitar desdén.
-Ilusión. Teatro. Nada más *digo. La costumbre de negar me mantiene erguido, aunque algo en mi pecho no deje de picar.
-Niegas porque prefieres la mentira *contesta la voz, fría* Dime: ¿Qué se siente perder a un hijo?
La pregunta cae directa, como una daga sin filo que encuentra la carne
Me cubro con rabia
-Eres una sombra, un tonto que juega un tonto teatro
-Y sin embargo *replica* sientes el peso de esa mujer en tus brazos.¿No lo notas? ¿No sientes cómo le tiemblan las manos cuando te pide que protejas a su hijo?
Me retuerzo.
Quiero arrancarme esa sensación, pero en la negrura, la frase se pega a mi lengua como cera.
Busco la lógica, los fines, la limpieza, la disciplina.
-Todo tiene un propósito *digo, intentando que mi voz vuelva a ser acero* La Mano purifica. Lo que yo hice fue necesario.
El fantasma se ríe, una risa baja carente de humor.
-¿Necesario para quién? ¿Para los que quedan? Mira cómo lloran, escucha las promesas que les arrancaste. ¿Sientes la madre que repite canciones a un hijo que ya no esta mientras la asfixias?
La imagen me atraviesa aunque trato de cerrarla.
Me veo a mí mismo —mi otro yo— impasible, dando la señal. La vista de la madre con el pelo pegado al rostro, cantando a medias mientras poco a poco pierde su aliento, se me queda grabada como un insecto en resina.
Quiero rechazarla. Digo con aspereza
-Mientes. Inventas escenas para romperme
-No invento *insiste el fantasma* Te doy lo que hiciste. Tú mismo lo ordenaste. Y ahora lo repites, palabra por palabra, dentro de la garganta de quien sufría. ¿Te gusta la sensación de escuchar sus últimas palabras en tu boca?
Un frío se me metió en la garganta. No lo admito. Me endurezco
-No me importa lo que sientan ellos. Me importa el resultado. El mundo se endereza si lo guiamos.
-¿El resultado? *la voz es un filo* Les sacaste el pan a Tomás, la risa a Mateo, el abrazo a Marisol. ¿Eso para ti es orden? ¿Purificación? O simplemente te entretuvo, ¿cierto? Te gustó ver como daban su ultimo aliento
Mi garganta se cierra por un instante. Intento volver a la defensa, la obediencia, el bien mayor.
-Los débiles entorpecen al fuerte. La Mano solo acelera lo que el mundo ya hace.
-Dices eso y esperas que suene como verdad *responde el fantasma, más cerca* Pero en el silencio donde los ojos de la mujer te miran, hay una pregunta que no sabes responder...
¿Por qué te dio placer? ¿por qué lo gozaste?
Me niego a contestar. Muevo la cabeza como espantando moscas.
-No hay placer en cumplir un deber. Solo en la eficacia.
-Entonces ¿por qué no puedes mirar a esa madre y no sentir nada? *aprieta la voz* ¿Por qué tarareas su nana para ti mismo en la oscuridad?
La imagen de la canción me golpea más fuerte de lo que querría admitir.
No digo nada. Me cubro con el recuerdo del entrenamiento, de las órdenes, del mantra de La Mano que me enseñó a no dudar. Pero la voz del espectro no se cede
-¿Qué pasa si te muestro a Tomás un domingo comiendo el pan que su madre hizo con amor? ¿Qué pasa si te muestro a Mateo, que veía el sol dibujado en la cartulina que con tanto esfuerzo hizo? ¿Te acuerdas de sus nombres o sólo de su utilidad?
Me aferro a la capacidad de racionalizar
-Son herramientas. Nombres inútiles frente a la estructura que debemos imponer
-Herramientas que respiraban*contradice* Herramientas que reían. Tu las pusiste en cajas llamadas "necesidad". Ahora míralas y dime que eso no toca.
Las visiones me abruman, recuerdos, sensaciones, sueños y esperanzas... Luego...
Silencio
Un silencio tendido, como si la habitación se hubiese llenado de ceniza y hasta las palabras pesaran.
Me siento tentado a clavar mis manos en el vacío para encontrar algo real, algo que me pertenezca. Busco mi rostro en la oscuridad y lo veo, pálido, imperturbable, la postura de quien nunca duda.
-Eres un farsante *lanzo, para ocuparme* ¿Buscas que sienta dolor? Eso solo es combustible para nosotros, somo el filo de La mano, la espada que corta toda debilidad, SOMOS-
-No busco nada *dice el fantasma sin odio, con una calma que molesta* Te muestro. Me aburre la vanidad. Me entretiene ver qué haces cuando te ves en los ojos del que mandaste callar. Te veo vacilar, y me aburre que finjas indestructibilidad.
Algo se enciende en mi pecho, una rabia seca, la rabia que sirvió tantas veces para empujar orden
-Basta de juegos *gruño* Tu teatro no me doblega, deja de perder mi tiempo
-Tal vez *dice el fantasma* pero ¿Qué tal esto?
La negrura cambia. No es luz, no es sombra, son imágenes que se abren como heridas.
Veo la cocina de la señora Huang, la olla humeante mientras cocina para su amada familia, las manos que amasaban.
La sonrisa de una niña que pone un dibujo en la mesa.
Siento todo eso como si fuera yo quien lo sostiene.
No puedo evitar que me estalle un pensamiento
¿Qué clase de monstruo se queda impasible ante abrazos que nunca mas serán devueltos?
-Esos no son recuerdos míos *respondo, con voz más débil de lo que quiero* Son cosas que no importan.
-¡IMPORTAN! *ruge el fantasma, por primera vez con violencia* Importan para quienes los vivieron. Tu se los arrebataste, y ahora me miras como si nada pasara. ¿Cómo cierras los ojos por la noche sabiendo que la señora Huang nunca volverá a hornear para sus nietos?¿Que Marisol nunca podrá cumplir sus sueño de ser pintora?
Un corte seco me atraviesa. No lo digo en voz alta, pero sus palabras duelen.
Por primera vez, noto la imagen de la cocina vacía con un peso que no es lógico. La coraza tiembla.
Me enderezo, trato de recomponer la estratagema, hablar de doctrina, de disciplina, de deber.
-La Mano tiene un fin mayor *insisto* No es placer lo que busco. Es orden, bajo el mandato de La Bestia, alcanzaremos nuestro potencial
-¿Orden? *la voz se vuelve casi maternal, con desprecio* Me hablas de orden mientras muestras a una madre que intentó cantarle a su hijo hasta el final. ¿De qué orden hablas, mientras dejas huecos que nunca podrán cerrarse?
En ese momento noto algo bajo mis pies —o lo que debería ser el suelo— una vibración, una tensión que se enrosca.
No es una visión amable. Levanto el pie instintivamente y las hebras negras se enroscan como serpientes mecidas por una gravedad nueva.
-No empieces con trucos, monstruo *digo, queriendo recuperar el control* No me vas a arrastrar.
-No te arrastro*responde el fantasma, con voz que ahora viene de todas partes* Te muestro lo que eres. Y si no puedes soportarlo, te hundirás solo.
Las sombras debajo se alzan. No son plantas, no son cuerpos; son tentáculos sombríos que emergen de la nada y se enroscan alrededor de mis tobillos, suben por las pantorrillas con una presión fría como el vacío. Intento patalear, pegar, arrancarlos, pero mi fuerza parece disipada.
-¿Escuchás?*susurra el* Es el silencio que dejaste. Ahora te engulle.
Forcejeo con la impotencia, grito palabras de comando, nombres de mis maestros, todo para recuperar algo de espacio.
Pero las hebras negras aprietan, tiran y me levantan del suelo inexistente.
La sensación es de hundimiento, de descenso en agua negra carente de temperatura.
Grito que es un truco, que me suelte, que esto no cambia nada.
-¡Callate! *me lanzo, ya sin la composición que me sostenía* No puedes demostrar que la carne de un niño pesa en mi alma.
-Lo sabrás *dice el Ente con paciencia* Lo sabrás por el resto de lo que te quede de vida.
Las sombras me arrastran hacia abajo.
Me da vergüenza admitirlo, pero a la mitad del descenso, mi respiración cambia.
No es pánico por la caída, es porque siento la acumulación de rostros como un peso real sobre mi pecho.
Intento reunir una última defensa, la razón, la doctrina, la historia que me forjó.
Rezo esas excusas en voz alta.
Pero el fantasma, antes de desaparecer del todo de mi oído, me deja una última frase, dicha con un desprecio que llega a lo íntimo
-Mataste esperanza. No debilidad... Y ese pecado… te va a tragar más hondo de lo que crees.
Me ahogo en la oscuridad.
Las tentáculos —si así pueden llamarse— me aplastan mientras el vacío me reclama. Mi último pensamiento, antes de que la negrura me cubra por completo, es un fragmento de la nana que la madre cantó en la visión, una melodía simple, una promesa vana.
Y no puedo decidir si ese recuerdo me libera o me mata.
"A la media luna…A la media luna… todo va a estar bien"
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¿COMO VAN MUCHACHADA? ESPERO QUE BIEN
EN ESTE CAPITULO TENEMOS UN "PEQUEÑO VISTAZO" DEL METODO DE NUESTRO PROTAGONISTA, ¿QUE CREEN QUE SUCEDERA?¿SE DOBLEGARA Y COOPERARA O SE MANTENDRA FIRME?¿QUE CREEN QUE SERA DE EL? ¿QUE PENSARAN LOS DEMAS AL VER EL ESTADO DE POSESION EN EL QUE ESTA?
LOS ESTARE LEYENDO ATENTAMENTE, POR CIERTO, ESTOY PENSANDO EN CAMBIAR LA PORTADA POR UNA MEJOR, SI TIENEN ALGUNA SUGERENCIA, SEAN LIBRES DE DEJARLA EN LOS COMENTARIOS Y DARLES LIKE SI ALGUNA DE LAS OPCIONES LES GUSTA
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