El elfo Loki tembló de frío a pesar de ser verano, y eso que el sol aún no se ha ocultado, todo esto porque sintió un aura asesina por parte de Leon y Snape.
"nunca vuelvas a decir la palabra sangre sucia, entendiste loki" gruño snape
El elfo Loki cayó de rodillas temblando, comprendiendo que había cometido un error imperdonable.
—S-sí, maestro… Loki no volverá a decirlo —balbuceó con voz temerosa.
Snape lo miró con una mezcla de furia y control de contenido.
—No solo no volverás a decirlo —continuó con voz helada—, sino que mostrarás respeto hacia ellos. Ambos forman parte de esta casa.
Elfo bajó la cabeza hasta tocar el suelo.
—Sí, maestro Snape. Loki obedecerá.
Anya, aún sorprendida, se acercó lentamente al elfo.
—No pasa nada —dijo con una sonrisa amable—. No estoy enojada.
Loki la miró con extrañeza; ningún mago le había hablado así.
Snape desvió la mirada unos segundos, incómodo por aquella escena, y dijo con voz más calmada:
—Loki será el encargado de la limpieza de la casa y de la cocina. Si necesitan algo, pueden ordenárselo… con moderación.
—Entendido, padre —dijo León con tono neutro.
El elfo desapareció con un chasquido, y el silencio volvió a llenar el lugar.
Anya aún observaba el punto donde Loki había estado.
—No se parece en nada a los elfos de los cuentos… —susurró.
Snape respondió sin mirarla.
—Los cuentos muggles rara vez muestran la verdad.
León, buscando cambiar el tema, preguntó:
—Padre, ¿dónde estuviste todo el día?
—Tuve que atender algunos asuntos personales —respondió Snape, mientras se quitaba la capa—. Nada que deba preocuparles.
Anya, sin perder su entusiasmo, intervino.
¿Y esos asuntos fueron peligrosos? —preguntó con genuina curiosidad.
Snape se detuvo, y una leve sombra cruzó su rostro.
—Lo fueron, pero ya están resueltos.
León comprendió que no debía insistir. Aun así, notó que su padre parecía… cansado, como si algo lo hubiera perturbado.
—Está bien, padre. Prepararemos la mesa —dijo León, intentando mantener el ambiente tranquilo.
Snape ascendió, y mientras los niños se adelantaban hacia la casa, lanzó una última mirada hacia el patio.
Durante un instante, pensó en lo que había sentido cuando vio a Anya correr hacia él con aquella sonrisa, ya León observando en silencio, protector.
Esa imagen lo había desarmado más que cualquier hechizo.
Susurró para sí, casi sin darse cuenta:
—Quizás… esto no sea tan terrible después de todo.
Y por primera vez en muchos años, Severus Snape cruzó el umbral de su hogar sintiendo que no estaba solo.
Horas después, la gran mesa de la familia Snape estaba llena de platos humeantes, con una impresionante variedad de comida y postres. Parecía que Loki se había excedido con las preparaciones, pero Anya estaba completamente feliz, especialmente por los postres.
Snape y León comían en silencio, pero se miraban de reojo como si ambos quisieran hablar, pero ninguno se atrevía a dar el primer paso. La tensión era palpable, aunque ninguno de los dos quería admitirlo.
— "Papá, sabes, nuestro día fue emocionante", dijo Anya, su voz alegre, rompiendo el silencio y sin darse cuenta de la atmósfera pesada en la mesa.
Ambos, Snape y León, la miraron, pero fue León quien habló primero.
— "¿Qué pasó?" preguntó Snape, en tono serio, casi autoritario.
— "Fuimos al parque", comenzó Anya, "y jugamos con Alice y Tom, unos amigos que hice, viven cerca del vecindario. Además, León se unió a un equipo de fútbol".
Snape levantó una ceja y fijó la mirada en León, como si esperara más detalles.
— "¿Un equipo de fútbol?" replicó Snape, evaluando a su hijo con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
León, al ver la mirada de su padre, intentó tranquilizarlo.
— "No está mal, es un buen deporte. Y no está tan mal", dijo, con una leve sonrisa que no logró esconder la incomodidad de la situación.
Snape lo miró en silencio por un momento, pero, por dentro, se sintió aliviado al saber que no se trataba de Quidditch. Se notaba que León había hecho su elección de forma independiente, sin necesidad de que él interfiriera.
— "No está mal", repitió Snape, "aunque, León, eres terrible jugando".
Anya no pudo evitar intervenir, riendo mientras lanzaba una mirada divertida a su hermano.
— "¡Oye!" reclamó León, aunque no podía evitar sonreír también.
— "Papá, si lo hubieras visto, te habrías divertido", continuó Anya, "pero no te preocupes, León, la gran detective Anya te entrenará". Se toca el pecho en un gesto cómico.
Cuando los platos fueron retirados, Snape detuvo a ambos con un gesto firme, señal de que tenía algo serio que decirles.
— "León", dijo con una voz grave, "la capilla que mandé a construir ya está terminada. Podemos visitar a tu madre mañana, si te parece bien".
Las palabras de Snape fueron como un golpe de frío para León. Se quedó en silencio, sorprendido y nervioso, nunca había imaginado que ese momento llegaría tan pronto. No sabía qué decir, pero al final, solo pudo responder:
— "A las 4 pm estoy libre", respondió, su voz baja, casi vacilante.
Anya, con su típica curiosidad, no pudo evitar preguntar.
— "¿Y mi mamá?" preguntó inocentemente, sus ojos grandes y brillantes mirando a su padre.
Snape quedó helado. Sabía lo que debía decir, pero la verdad sobre Anya era un enigma. Había investigado todo lo que pudo sobre ella, pero no había pistas sobre su madre, solo que había sido abandonada en una cesta de bebé, sin ninguna carta ni indicio que explicara su origen. El silencio se alargó mientras sus pensamientos trabajaban a toda velocidad.
León, notando la reacción de su padre, entendió lo que significaba el silencio. No quería que Anya se sintiera más confundida de lo que ya estaba.
— "Anya, papá se confundió al hablar", dijo León, forzando una sonrisa para suavizar la situación. "Es obvio que hablaba de nuestra madre."
Anya frunció el ceño por un momento, pero luego, como si todo encajara, se acercó.
— "¿Es verdad lo que dice León, papá?" preguntó Anya, mirando a Snape con una mezcla de duda y confianza.
Snape, un poco nervioso por el giro de la conversación, intentó disimular.
— "Sí, a veces me confundo al hablar", dijo, lo que sabía que era una mentira, pero no podía decir la verdad. No aún.
Anya se echó a reír, completamente ajena a la gravedad del momento.
— "¡Papá, si que eres torpe para hablar!" dijo, mientras se reía, intentando hacer reír a todos a su alrededor.
Al día siguiente, León fue despertado temprano por Loki, quien tocó la puerta de su habitación con prisa.
— "¿Qué sucede, Loki?" preguntó León, frotándose los ojos mientras se estiraba y trataba de despertar.
— "Maestro León, el amo Snape me pidió que le dijera que bajara al laboratorio." Loki respondió con una formalidad inquebrantable.
León dio un último bostezo y, tras levantarse, se dirigió al baño rápidamente. A pesar de que no era el tipo de despertar que había anticipado para sus vacaciones, sabía que Snape no perdonaba ni los descansos. Cuando estuvo listo, bajó las escaleras hasta el laboratorio, y al entrar, vio a su padre completamente absorto en un horrible libro antiguo, el ceño fruncido como siempre.
— "Buenos días, padre." Saludó León, su voz un poco más somnolienta de lo que habría deseado.
Snape apenas levantó la vista de su libro, pero su tono fue claro y directo.
— "León, me olvidé decirte anoche que te daré clases de Defensa y Pociones. No te preocupes por tus entrenamientos de fútbol, no se cruzarán".
León asomaba con la cabeza, pero en su mente pensaba con ironía: Mis dulces vacaciones, arruinadas. Aunque sabía que las clases con su padre no serían precisamente relajadas, también entendía que esto podría ser una oportunidad valiosa.
Snape, sin perder el ritmo, movió la varita y una pizarra apareció frente a ellos, que se iluminó con las primeras palabras.
- "Toma asiento". Indicó Snape mientras se alojaba en su propio banco.
León obedeció y se sentó, mirando la pizarra con atención.
— "La Defensa Contra las Artes Oscuras consiste en defenderse de algo versátil, mudable e indestructible", comenzó Snape, su voz firme y penetrante. "Comparemoslo con un monstruo de múltiples cabezas que se vuelve más feroz cada vez que lo combatimos."
León reflexionó sobre esas palabras. Sabía que su padre tenía una forma particular de enseñar, a menudo usando metáforas sombrías, pero esto tenía sentido.
— "Entonces, padre, ¿estás sugiriendo que mi modo de pelear debe ir mejorando constantemente, y que mi arsenal de hechizos debe ir aumentando siempre?" Preguntó León, mostrando una comprensión inmediata de la idea subyacente.
Snape le lanzó una mirada aprobatoria, una de esas que rara vez ofrecía, pero que León comenzaba a reconocer.
— "Podría entenderse de esa manera", afirmó Snape. "Para eso, aprenderemos un hechizo básico que puede ser útil en un duelo. Es el encantamiento desarmador."
Con un simple movimiento de su varita, Snape hizo que la pizarra se llenara de letras y gráficos. La palabra "Expelliarmus" apareció en grandes letras, y debajo, se mostraba una representación visual del movimiento de la varita.
— "El encantamiento desarmador", explicó Snape, "también conocido como Expelliarmus, es un hechizo que obliga a tu oponente a soltar lo que esté sujetando. Es muy común en duelos, ya que a menudo se usa para hacer que un oponente pierda su varita, su varita mágica, que es su herramienta más vital".
Los gráficos comenzaron a movimiento, mostrando las instrucciones del movimiento preciso de la varita: un giro rápido, un movimiento fluido. León observaba atentamente, buscando captar cada detalle.
— "Por ahora, practicaremos el movimiento de la varita", continuó Snape. "Una vez que veamos que lo haces correctamente, pasaremos a practicar el hechizo en sí."
León asiduo, preparado para el reto.
- "Entendido, padre." Respondió, mientras comenzaba a imitar el movimiento de la varita que Snape había mostrado en los gráficos. El movimiento debía ser preciso, suave, pero firme.
Le costó al principio, como era de esperarse, pero la frustración de no lograr el movimiento perfecto solo lo motivó más. Quería demostrarle a su padre que podía aprender, que podía mejorar. Snape observaba en silencio, sin prisa, pero también sin mostrar el más mínimo indicio de complacencia.
El laboratorio estaba envuelto en el sonido de los intentos de León y las correcciones que su padre ocasionalmente le hacía.
"Recuerda, la precisión es clave", le dijo Snape de vez en cuando. "Este hechizo no es solo sobre el movimiento, sino sobre la concentración total."
León ascendió nuevamente, decidido a perfeccionar cada gesto. Sabía que este entrenamiento no sería fácil, pero al mismo tiempo, también entendía que su padre tenía razones para enseñarle de esta manera. En el fondo, Snape se preocupaba por su futuro, por su seguridad. Y aunque su estilo de enseñanza no fuera el más cálido, León sintió el esfuerzo detrás de cada palabra, detrás de cada corrección.
Snape lo observaba en silencio, con los brazos cruzados y la mirada fija en el movimiento de la varita de León.
Cada trazo en el aire, cada giro del brazo… no era perfecto, pero había algo en la forma en que su hijo se concentraba que le resultaba familiar.
Demasiado familiar.
