El silencio dentro de aquella habitación protegida parecía un refugio, pero también una prisión de vidrio. Afuera, la niebla púrpura se arremolinaba sin descanso, como si el mundo intentara borrarlo todo.
Kharos cerró la puerta con un golpe seco y me miró, con los ojos hundidos y la expresión grave.
—Debes entender lo que significa romper un hilo —dijo, su voz casi un susurro—. Cada vez que usas tu Autoridad para cambiar algo, alteras no solo el presente, sino también el tejido mismo del tiempo y la realidad.
Abrí el libro y observé las páginas que antes parecían infinitas, pero que ahora tenían un límite marcado: líneas invisibles que se rompían y recomponían con cada palabra escrita.
—Si un hilo se rompe —continuó—, la realidad que sostiene puede desmoronarse. Pequeños cambios pueden causar catástrofes.
—¿Catástrofes? —pregunté, con el corazón acelerado—. ¿Qué tipo?
Kharos se volvió hacia una ventana que daba a la ciudad bajo la cúpula púrpura. Allí, las luces de una sección comenzaron a parpadear erráticamente, y un temblor leve sacudió las calles.
—Así —dijo—. Ese parpadeo es un fallo de continuidad. Un hilo roto.
El reloj en mi libro mostró que el tiempo de hilo restante había disminuido considerablemente desde el encuentro con el Segador.
—¿Cómo lo arreglo? —inquirí, desesperado—. ¿Puedo reescribir la parte que falló?
—No es tan simple —respondió—. No todas las líneas pueden ser restauradas. Algunas solo pueden ser reemplazadas… o borradas para siempre.
De pronto, una alarma resonó en la habitación, un zumbido bajo y continuo.
—Eso significa que hay otra ruptura, y esta vez… más cerca de aquí.
Kharos me llevó hacia la puerta. Antes de salir, tomó una daga que parecía antigua, con runas grabadas que brillaban con un fulgor frío.
—Tendremos que ir a ver qué pasa —dijo—. Si no actuamos rápido, la realidad empezará a deshacerse aquí también.
Mientras caminábamos hacia el origen de la alarma, sentí cómo cada palabra que había escrito, cada minuto gastado, me acercaba más a un destino desconocido y aterrador.
La verdad es que, en ese mundo que parecía una mezcla de pesadilla y recuerdo, la línea entre crear y destruir era más delgada que un hilo.
Y yo estaba empezando a aprender lo frágil que era ese hilo…