París, 1978.
La ciudad de las luces brillaba con la misma intensidad con la que se ocultaban sus secretos. Bajo sus techos de zinc mojado por la llovizna, entre callejones donde el eco de los pasos retumba como un presagio, se tejía una guerra silenciosa. No era una guerra de tanques ni de ejércitos, sino de nombres sin rostro, documentos encriptados y decisiones que podían cambiar el rumbo de continentes enteros.
En medio de ese tablero invisible, donde las piezas se movían al ritmo de intereses oscuros, se alzaba Richard Kane. Agente americano. Profesional implacable. Una sombra entre sombras.
No era un patriota ni un idealista. Richard Kane era otra cosa. Era el resultado de muchas traiciones, de operaciones fallidas y de cadáveres olvidados bajo el peso de misiones clasificadas. Había vivido muchas vidas detrás de pasaportes falsos, había seducido, asesinado y mentido en nombre de causas que él mismo ya no comprendía. Pero aún así, seguía caminando. Porque para él, detenerse era dejarse alcanzar por los fantasmas que venían detrás.
Todo comenzó con una orden. Un nombre. Claude Beaumont. Un hombre clave en la política económica europea, ahora convertido en objetivo por su aparente doble juego con los soviéticos. Pero esa orden era solo la primera ficha de un dominó interminable que arrastraría a Kane a los márgenes del abismo.
Lo que parecía una misión más pronto se convirtió en una red de traiciones, mafias invisibles, agencias rivales, y viejos aliados convertidos en enemigos. Y en medio de esa tormenta, apareció algo que Richard ya no esperaba encontrar: alguien que le importara.
Isabelle. Tan letal como él, tan perdida como él. Y, a diferencia de todos los rostros que había dejado atrás, ella logró cruzar sus defensas. Por ella, por su madre, por lo poco humano que le quedaba… Richard cometió el peor pecado para un espía: titubear.
Cuando aceptó el trato de Hugo Darnell, líder de una organización clandestina que operaba desde las alcantarillas del poder, Richard pensó que estaba ganando tiempo. Pero pronto comprendió que estaba firmando un pacto con su propia perdición.